31 mayo, 2012

HEREDANDO UN REINO


EL HEREDERO DE TARTESSOS
ARTURO GONZALO AIZPIRI

Nueva edición en EVOHÉ, 2012

¿Pero de dónde surge el interés por ese albor de la historia de España? Diré que en ello tuvo mucho que ver mi padre, quien a lo largo de sus años de estudiante, y más tarde profesor, de latín y griego, construyó una maravillosa biblioteca de los clásicos que fue, y aún sigue siendo, el más frecuentado de mis paisajes literarios. Allí me encontré con la Hispania de Plinio y Pomponio Mela, con el relato de las guerras púnicas y el retrato de Aníbal de Tito Livio, y con un pasaje de Diodoro de Sicilia que se refería al desenlace del asedio de la ciudad oretana de Hélike por el ejército cartaginés de Amílcar Barca. (A. Aizpiri


Aficionado a la arqueología y a la historia, gran lector de los clásicos, el autor ha buscado como marco para su novela la España prerromana, a la que llama Ispania, llena de razas y tribus variopintas en pugna continua y a medio invadir por los cartagineses, que tras haber sido derrotados por los romanos en Sicilia, intentan saquear la península y conseguir una posición de poder. 

Bien documentado, como constata el autor del prólogo, director del Museo Arqueológico Regional de la comunidad madrileña, el libro está estructurado en cinco partes: Voces de agua y fuego; Los jinetes de Tanit; La lámina de plomo; Hambre de destino y La cólera de Aquiles. En total, veinticinco capítulos, aunque el último es muy corto, simbólico. Títulos todos muy bien elegidos y muy sugerentes; en los primeros nos sitúa en la época y la zona, una imprecisa parte que podría estar entre la serranía de Albacete y la de Cuenca, ya que la ciudad de Hélike, capital oretana, no está claro si se la identifica con Elche o con Elche de la sierra, en el nacimiento del río Segura, y Arecorata, la capital  de los ólcades, reino celtíbero al norte, en la serranía conquense. Todo ello lo aclara la Nota del autor, al final del libro.

La narración gira alrededor de un hecho histórico: el sitio a la ciudad oretana de Hélike por parte del ejército cartaginés al mando de Amílcar Barca, acompañado por un jovencísimo guerrero que daría mucho que hablar en el futuro: Aníbal, su hijo. Pero desde los primeros capítulos, en los que imagina la vida en un pequeño poblado y los ritos de introducción del joven Gerión a la clase guerrera, nos sentimos atrapados por la acción, y nos dejamos llevar por la narración, que sin agobiarnos con demasiados detalles que no sabríamos cotejar, dada la poca publicidad de esa época histórica en España, nos lleva de la mano, a veces corriendo, haciéndonos partícipes de las emociones y de los sueños, del miedo y del dolor, así como del placer de una buena comida o una conversación agradable; la relativa ausencia de datos fiables de la época le permite al autor una libertad de movimiento y de ficción, que aprovecha precisamente para hacernos identificar con los personajes principales y contarnos una historia de aventuras, viajes, luchas, traiciones, amor y honor, defensa de un pueblo y muchas otras cosas más que aceptamos porque son universales y sólo sus manifestaciones son lo que cambia a través de los siglos.

La novela desarrolla un excelente tono épico a la vez que le da algunas pinceladas de misterio, referidas al mundo tartésico, desconocido y ancestral, y al mágico, en las inmersiones de Anglea, sacerdotisa de Astarté, en sueños premonitorios y mensajes ultraterrenos. El ritmo de la acción, muy bien tratado, va in crescendo, desde un comienzo pausado y cotidiano hasta una urgencia febril en los últimos capítulos, desembocando en la explosión final. La batalla final, por cierto, está muy bien descrita, y consigue que participemos con el aliento contenido mientras nos adentramos entre el polvo y la sangre, perdonándosele algunas libertades ficticias en beneficio del efecto global.

La polifonía con que el autor desdobla los puntos de vista nos permite distintos enfoques del mismo tema, por lo que captamos mejor lo que se nos está contando, ya que recibimos información de ambos bandos, no desde un único narrador omnisciente y universal, sino desde voces narradoras locales, que a veces llegan a ser subjetivas y escuchamos sus pensamientos.
De este modo, podemos entender la fuerza de Amílcar y sus objetivos, el amor de Aníbal a su padre y a su país y sus juramentos de venganza; la valentía y la ansiedad de los defensores de Hélike, que intentan por todos los medios conseguir ayuda de pueblos hermanos enviando a sus más queridos líderes a tal efecto. Entendemos la mirada recelosa con que reciben los ólcades la llegada del oretano, su petición de ayuda, la necesidad de frenar al invasor púnico que representa una amenaza para el futuro cercano de los pueblos celtíberos.  Y hacemos un aparte en la relación creada entre el personaje de Gerión, el heredero de Tartessos, y Orisson/Argantio, también descendiente del mítico pueblo desaparecido. Se crea una complicidad entre ambos y el lector, que asiste a este secreto compartido  con verdadero interés y emoción. La aparición de Anglea, original mezcla de sacerdotisa y amazona, introduce otra pincelada casi fluorescente en el campo multicolor que se nos va mostrando, creando un atractivo triángulo.

Aunque el personaje central es Gerión, o el eje Gerón/Argantio, se desarrolla todo un despliegue de personajes secundarios muy atractivos, así como unas descripciones del paisaje y de las costumbres muy jugosa, y en algunos momentos muy sugerente y poética, como por ejemplo, este fragmento:
Era su hora favorita: el espacio infinito de la noche, cuajado de estrellas y enigmas, comenzaba a retirarse con los primeros resplandores rosados, dando paso a un cielo mucho más próximo, confortable y humano. Sólo en ese instante ambos mundos, el del día y la noche, el de la vida y la muerte, el de los dioses y los hombres, estaban presentes al mismo tiempo, como si uno pudiera transitarlos juntos, o elegir libremente cuál de ellos hacer propio.

Una parte de los personajes pertenecen a unas culturas muy en contacto con la naturaleza, con los olores y sabores de sus prados y montañas, con los colores de sus cielos y sus bosques; aunque también se contempla el lado de aquellos otros que han desarrollado una cultura más ciudadana, más refinada, que aprecia y reconoce los avances técnicos y artísticos, que posee una lengua escrita, unos símbolos que le permiten relacionarse con su propio pasado y con otras culturas, como la griega. Las referencias a la Ilíada no carecen de importancia simbólica.

Todo ello es aglutinado por el autor de manera muy natural, sin descripciones farragosas, sin abrumarnos con demasiados detalles que nos frenen el desarrollo de la acción. Es una buena novela de aventuras, con movimiento ágil  y que, aunque ubicada en una época histórica, y sin romper los lazos con lo que se sabe que sucedió, se mueve con la libertad necesaria para que disfrutemos sin interrupciones ni lecciones de historia.
La obra se cierra como un anillo con un pequeño hueco donde ambas puntas se rozan pero no se unen del todo: hay algunos cabos que quedan en el aire, discretamente dispuestos a una posible continuación, que no sería de extrañar.

Sin embargo,  a pesar de sus logros evidentes, habría que anotar algunos puntos mejorables, por lo que haré algunas precisiones. La primera, en cuanto a la edición: el Índice está ausente. Tampoco hay un Glosario de personajes y sus relaciones entre sí, ya que el acúmulo de nombres extraños, no  habituales, algunos muy parecidos, hace que a veces, sobre todo en las primeras partes de la novela, nos confundamos o que finalmente optemos por darle más importancia a la acción ignorando quién es exactamente el que la está llevando a cabo, pero esto no es correcto.
Y como siempre, el eterno tema de los mapas: únicamente tenemos un mapa muy genérico y vago de la península ibérica con algunos nombres de ciudades y una ubicación absolutamente ilocalizable, mapa más bien decorativo, como contratapa, que ilustrativo. Hubiera sido muy interesante, junto al glosario y a la nota del autor, que ciertamente es aclaratoria, un somero mapa de la zona donde ocurren los actos, y uno de la descripción del sitio de Hélike. 
Y en cuanto a la narración en sí, quizás adolece de ciertas ausencias, a concretar en una posible continuación: el nombre de Tartessos, citado en el título, apenas es tratado en la historia salvo como una referencia del pasado y con tintes oníricos. Es un tema muy atractivo precisamente por su misterio, como la Atlántida: es un reino que roza lo mítico por la ausencia de datos fiables. Y en ese punto sería muy bien recibido un desarrollo posterior, aunque fuera exclusivamente fabulación ficticia.

En suma, una muy recomendable novela de aventuras, que llena un hueco en la novela histórica -el de los pueblos celtíberos- que pocos, salvo tangencialmente, han tratado de modo novelado.

Arturo Gonzalo Aizpiri (Madrid, 1963) ha desarrollado su carrera profesional alternando actividades públicas y privadas en el campo de la energía y el medio ambiente. Actualmente trabaja en una gran empresa energética española. Su pasión por la historia lo ha llevado a escribir El heredero de Tartessos, su primera novela. Ha publicado también diversas traducciones, destacando, recientemente, la del libro de Charles Chaplin Mis andanzas por Europa, en la colección El Periscopio, de Ediciones Evohé.



Ariodante

Fecha: marzo de 2012
Colección: Evohé
Más datos: Nº pág.: 408, 23X15, rústica
ISBN: 9788415415060

Enlace con entrevista:



1 comentario:

Toni dijo...

Fantástica reseña, en cuanto tenga un hueco cae, no se me van de la cabeza ni esta novela ni Hellenikon.

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