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27 agosto, 2013

El retorno de los bardos - Lucía Solaz Frasquet


Este post fue enviado a opiniondelibros@gmail.com por Taira de Nicolá, del Departamento de Comunicación de mundopalabras.es. Muchas gracias Taira, como siempre.

Esta es la segunda y última parte de una serie que comenzó con Manuscrito en el tiempo. En aquel primer libro, Andrea, una joven estudiante española en Londres, encuentra un manuscrito con una historia de príncipes, princesas, castillos y magia protagonizada por Kirstiane y Derran -escrito por una dama de la época victoriana, Claire- y se vuelca en averiguar todo lo que pueda sobre ella, su vida y sus escritos. Al mismo tiempo, Andrea lucha por dejar atrás un pasado difícil, empezando una nueva vida y tratando de encontrar su identidad junto a Kyle.

En El retorno de los bardos, cuando la historia de Kirstiane y Derran revela un giro angustioso, Andrea se esfuerza por encontrar las cada vez más escasas pistas que la lleven a descubrir algo más sobre la vida de Claire y su misterioso manuscrito. En esta segunda y última entrega, la joven tendrá que enfrentarse al reto de un drástico cambio laboral, en un ambiente muy alejado de aquello a lo que está habituada, y a las crecientes dudas en su relación con Kyle. Mientras tanto, su ardua tarea de investigación la recompensará con tres inesperados testigos de la vida de Claire: su prima Agnes, una funcionaria de la cárcel de mujeres y Eleanor, una artista que influyó en su escritura.

Esta apasionante historia representa una poderosa combinación de géneros: novela de época victoriana y misterio con un toque romántico. Y nos deja entre sus páginas una frase que define el espíritu de aquello que el lector encontrará: «Si para entender quiénes somos hoy y adivinar hacia dónde vamos es importante reconocer quiénes hemos sido y de dónde venimos, el bardo nos proporciona uno de los más valiosos regalos: el autoconocimiento».
El hallazgo del manuscrito que tiene lugar en la primera parte lleva a una reflexión sobre el poder de los libros que muchos lectores sabrán hacer suya: «No somos nosotros los que damos con los libros, son ellos los que nos encuentran a nosotros».

Lucía Solaz Frasquet (Valencia, España, 1974) vive en Londres. Es licenciada en la rama de Imagen y Sonido de Ciencias de la Información y doctora en Comunicación Audiovisual. Dedicada durante varios años a la docencia y colaboradora de la revista de cine Encadenados, ha publicado los análisis fílmicos de Pesadilla antes de Navidad y La parada de los monstruos (Nau Llibres/Octaedro), así como numerosas críticas cinematográficas y artículos sobre cine, arte y literatura. Es también autora de la obra de teatro corta Ayer decidí dejar de ser un caracol.

Con sinerrata editores ha publicado Manuscrito en el tiempo y Entre sombras, su primera incursión en la narrativa juvenil. Solaz Frasquet se está desarrollando en la literatura gracias a la apuesta que sinerrata ediciones ha hecho por ella. Sinerrata ediciones es una editorial comprometida con las nuevas tecnologías que publica únicamente en formato digital.

Muchas gracias Taira.

¡Saludos!

20 agosto, 2013

La azarosa vida de Ernesto Valente – Andrés Vicente Navarrete


Otro aporte enviado por Taira de Nicolás a opiniondelibros@gmail.com. Como siempre, muchas gracias Taira.

La azarosa vida de Ernesto Valente, una crónica del turbulento Siglo XX que a España y los españoles tocó en suerte.

A la muerte de su padre, el joven Ernesto frecuenta los ambientes fascistas en el marco de los enfrentamientos que soterradamente se libran entre opositores y partidarios de la República. La Guerra Civil le sorprende en África desde donde es enviado al frente para combatir junto a los sublevados.

Concluida la guerra se alista en la División Azul y en Rusia es condenado a la pena de muerte, que Franco conmuta por la de cadena perpetua. Ernesto cumple condena hasta que un indulto le devuelve la libertad. Entonces conocerá a Manuela, la mujer de la que se enamora y con la que comparte los años más felices de su vida.

La narración de las vivencias y sensaciones más íntimas del protagonista transcurre paralela a los principales acontecimientos del siglo.

Tras esta sugerente sinopsis el hilo de la novela gira en torno a la siguiente clave: …al cabo la historia de cada cual no es más que la sucesión de infinitos instantes que fueron pero que también pudieron no haber sido, y en tal caso la resultante final nunca podremos saber si hubiera sido mejor o peor que la vivida...

Andrés Vicente Navarrete (Melilla, 1961) es Licenciado en Derecho y ejerce como Funcionario de la Administración. Autor de varias novelas, La azarosa vida de Ernesto Valente es la primera que se publica en papel.

Muchas gracias Taira.

¡Saludos!

01 abril, 2013

EN LA INGLATERRA MEDIEVAL


LA HACEDORA DE LENTES


TITUS MÜLLER



Inglaterra. Siglo XIV. Muy pocos maestros dominan el difícil arte de fabricar lentes, de pulir el cristal y tallar delicadas monturas de madera. Courtenay conoce bien la importancia de esos artesanos.Con el fin de aniquilar a su enemigo, el doctor Hereford, protegido de la hermandad secreta de los Caballeros Cubiertos y su traductor de la Biblia, Courtenay pretende servirse de los conocimientos de Elias Rowe, el mejor artesano de las lentes de toda la región.
 Una mañana, su esposa Catherine encuentra a Rowe rodeado de sus herramientas y... mueto. La joven viuda continúa la profesión de su marido y se ve involucrada en la lucha entre el arzobispo y los caballeros de la alianza.
 “Braybrooke parecía un lugar idílico, el tipo de sitio que el caminante elegiría en los Midlands para comer algo y pasar la noche, una aldea con amables habitantes. Brabooke era el abismo de los infiernos, una puerta del cielo.” (pág. 9).
Titus Müller (Leipzig, Alemania, 1977) nos relata, en tercera persona, la historia de Catherine Rowe, que, tras el asesinato de su marido, se ve involucrada en el enfrentamiento entre los partidarios de John Wycliffe, traductor de la Biblia al inglés, considerado como un hereje, y el arzobispo de Canterbury, William Courtenay. Su esposo había hecho lentes para sir Thomas  Latimer, que formaba parte de los Caballeros Cubiertos, la alianza que pretendía la reforma de la iglesia y apoyaba y protegía a Hereford, discípulo de Wycliffe.

Son los principales personajes de esta trama que tan bien recrea el autor, narrándonos los hechos de esta apasionante historia situada en una época difícil en Inglaterra. A medida que nos vamos adentrando en la misma vemos las vicisitudes por las que debe pasar Catherine, las desgracias que también afectan a su hermano Alan, que ve cómo pierde todo. Los dos luchan por la supervivencia. Catherine por descubrir al asesino de su esposo y salvarse a sí misma y a su hija y Alan por recuperar el amor que se le niega.

Una mezcla perfecta de ficción y hechos históricos que demuestran el dominio que tiene de lo mismos el escritor alemán. Los acontecimientos son descritos de tal forma que parece que los estamos viviendo nosotros mismos. Las pinceladas con las que nos va presentando los sucesos que en ella se nos muestran logran que nos imaginemos cómo era la Inglaterra de aquella época. Los personajes cobran fuerza tal como los describe. Los vamos conociendo perfectamente a medida que transcurren los hechos. Están dotados de una gran personalidad. Logra que nos hagamos una idea de cómo es y cómo actúa cada uno de ellos. Quizás el único pero que le encuentro es, al estilo de Umberto Ecco, en El nombre de la Rosa, la utilización de pasajes bíblicos en latín e inglés, pero que no distraen mucho la atención del lector pues bien puede obviarse su lectura.

Una novela que su autor logra que la sigamos con interés a lo largo de sus treinta y nueve capítulos. Nos vamos encontrando con una obra de estilo ágil pese a los datos pormenorizados que nos ofrece su autor pero que nos ayudan a conocer la época en que esta historia ocurrió. Asesinato, odio, traición, venganza, celos, amor, todos los ingredientes necesarios que hacen de La hacedora de lentes una historia atractiva en la que el lector va a conocer a fondo las artimañas de uno y otro bando para acabar con su enemigo.

Titus Müller estudió Literatura alemana moderna, Historia medieval y Periodismo en Berlín. Cofundador de “Quo Vadis” (Grupo de Trabajo sobre Novela Histórica). Su primera novela apareció publicada en 2002, El escribano del obispo. En 2003 publica La hija del clérigo, en 2004 la novela colectiva Los siete líderes, en 2010 El misterio de los perfectos  y en 2012 La jesuita de Lisboa. Está considerado como uno de los jóvenes valores de la novela histórica en alemán.


Francisco Portela

Título: Die Brillenmacherin
Autor: Titus Müller
Traducción: Carmen Bas
Editorial Espasa Calpe narrativa 2007
Nº Páginas: 405
ISBN: 9788467025002

27 marzo, 2013

MUNDA: EL FINAL DE UNA GUERRA


EL TERCER FINAL
Juan José Tapia
Galeonbooks


En el año 45 a.C., la república de Roma se hallaba inmersa en una guerra civil, que habría de tener su desenlace en tierras de Córdoba, hasta donde acudió Julio César para enfrentarse a los hijos de Pompeyo el Grande.
La batalla de Munda fue el escenario donde se puso punto final a la larga disputa que venían manteniendo las dos facciones, aquella que representaba al Senado (Pompeyo), y la apoyada por las clases más populares (César).
El relato de esta crucial batalla ya ha sido contado, pero tras él se ocultan otras historias que afectaron a quienes tan sólo deseaban vivir sus vidas de un modo pacífico, alejados de las intrigas de la metrópolis. Poco esperaban que la guerra llegase hasta sus tierras, obligándoles a involucrarse en unos hechos que hoy son historia.

La ubicación de la antigua ciudad de Munda es aún a día de hoy fruto de controversias, pero son muchos los historiadores que la sitúan en las proximidades de la actual Montilla, en los llanos de Vanda, igualmente próxima a Nueva Carteya, la localidad cordobesa donde nací. Es esta proximidad la que me hizo interesarme por este episodio histórico, que he empleado a modo de marco para la creación de mi novela, en la que relato las peripecias de una familia que vive en estas tierras de forma apacible, hasta que el peso de la historia llama a sus puertas.
Les invito a conocer a Numerio Fabio y su familia, y acompañarles a través de las páginas donde habrán de luchar por mantenerse unidos pese a los peligros que los amenazan. "El tercer final" fue distinguida con el Primer accésit en el Premio NQP de Novela 2012, organizado por Galeonbooks. La novela ha sido publicada en formato digital por la editorial Galeonbooks, y está disponible en su página web www.galeonbooks.com.

En el Blog del autor disponen de mayor información, tanto sobre su persona, como sobre esta obra, y "Enarmonía", su primera novela, seleccionada entre las finalistas del Premio Planeta en 2007. He aquí un enlace al video promocional de la novela: http://youtu.be/mPvFSeo9IkQ

Juan José Tapia





17 marzo, 2013

PREGUNTAS DE MUJER


Lavinia
Ursula K. Le Guin


«-¿Por qué tiene que haber guerra?

- ¡Oh, Lavinia, ésa es una pregunta de mujer! Porque los hombres son hombres.»

Son muy escasos en La Eneida los episodios en los que Publio Virgilio Marón menciona a Lavinia: como madre del hijo póstumo del troyano Eneas; como hija de Latino, rey de Laurentum; como casus belli entre latinos y troyanos, o como arma blandida por los dioses para manejar la vida de los mortales a su antojo. Pero el poeta de Mantua nunca se refirió a ella como a una mujer, ni la dotó de vida, ni le infundió un espíritu, ni le regaló un alma inmortal y, por supuesto, jamás le concedió el don de la palabra. Pocas mujeres hay en la historia de la humanidad que tuvieran el honor de protagonizar las gestas de los hombres, de saborear la gloria del triunfo, de rozar el oro de las coronas o de compartir las proezas de los héroes, porque la literatura, a semejanza de la vida, las castigó con el olvido, les negó el honor, las despojó de su dignidad y las redujo a esclavas, a eslabones con los que forjar alianzas, o a malditos objetos de deseo desencadenantes de terribles calamidades.

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Las mujeres de Eneas tampoco escapan a la fatalidad: la desgraciada Creusa, separada de su esposo y su hijo, muere a mano de los griegos; la hermosa, desventurada y opulenta reina Dido, abandonada y ardiendo de amor, se suicida; y la joven y dulce Lavinia, oscurecida por la sombra y el recuerdo de Helena, traerá la guerra a Laurentum por deseo de los dioses.
Sin embargo, Ursula K. Le Guin concede a la princesa latina una última oportunidad de resarcimiento con la historia. Desde la triste certeza que otorga conocer el propio destino y el de los demás, Lavinia relata su vida, desde su feliz infancia hasta su muerte. Ante los agonizantes ojos de Virgilio, que acude sumiso a postrarse ante ella, Lavinia emprende un vuelo metaliterario, se sacude la rigidez de la palabra escrita y abandona el pergamino para vengarse de su hacedor.  Sus palabras y sus recuerdos se entremezclan con las estrofas del poeta, ignorante de que, al dotarla de una vida literaria breve, a la postre le estaba regalando la inmortalidad. Ahogada por la fama de su creador, eclipsada por la gloria de Eneas, y oscurecida por la trágica leyenda del infortunio de Dido, Lavinia reclama una vida propia que la poesía le negó desde su origen. «Oh, Lavinia, vales por diez Camillas y nunca me di cuenta». Una vida dolorosamente entrelazada con la de su marido, Eneas, y que es la historia del nacimiento de una nueva civilización. «El poeta le dio una vida, una vida grande, así que debe morir. Yo, a quien el poeta dio tan poca vida, puedo seguir adelante. Puedo vivir y ver la nube que hay sobre el mar, en el fin del mundo».

Consciente de la certidumbre de su existencia irreal, Lavinia juega también con el héroe Eneas, desconocedor de su propia contingencia y de la inutilidad de su albedrío, y se distrae llevándole a su terreno de mujer hasta generar en él sentimientos de culpa y arrepentimiento. «Puede que las mujeres sean más complejas. Que sepan cómo hacer más de una cosa a la vez. Para los hombres, eso llega más adelante. Si es que llega. Yo no sé si lo he aprendido aún».
La mujer que fue menospreciada por la historia y la literatura, invoca la presencia de Virgilio, le arrebata la palabra, se erige ante él como poseedora de una existencia más real que la suya propia, osa desafiarlo y reescribe su corta historia ante un hombre arrepentido de su obra, deseoso de reconciliarse con su criatura y redimirse de su error, y que, entre lamentos, le suplica: «Mantenme aquí. Mantenme aquí, Lavinia. Dime que es mejor estar vivo, es mejor ser un esclavo vivo que un Aquiles muerto. ¡Dime que puedo terminar mi obra!»

El escenario de leyenda en el que se desarrolla Lavinia es el marco ideal para que Ursula K. Le Guin (Berkeley, 1929), laureada escritora de ciencia ficción (La mano izquierda de la oscuridad, Los desposeídos) y fantasía (ciclo de Terramar), se mueva con soltura por ese mundo fantástico con visos de realidad, lleno de paradojas temporales, guiños metaliterarios, leyendas inmortales y personajes mitológicos. Le Guin, considerada uno de los mejores autores de ciencia ficción, desplaza a Virgilio de la vida de Lavinia, la dota de una voz evocadora y sugerente, le devuelve una existencia preñada de poesía y regada por antiquísimas fábulas, y le concede la felicidad tras siglos de olvido: «Creo que si has perdido una gran felicidad y tratas de recordarla, sólo conseguirás llenarte de pesar, pero si no intentas aferrarte a la alegría, a veces descubres que mora en tu corazón y en tu cuerpo, silenciosa pero nutritiva. […] Haberla conocido es suficiente y lo es todo».

Lavinia, de Ursula K. Le Guin, no es una historia de héroes, ni de guerras, ni de la fundación de una ciudad. Es la historia de los hombres vista a través de los amorosos ojos de una mujer, devota hija, entregada madre y amante esposa, consciente de que «no es la muerte lo que nos permite entendernos, sino la poesía».
Y así sonaba en los oídos de Lavinia su primer poema, en boca de Virgilio, su padre imaginario: «No era una canción como los cantos de los pastores, los coros de los remeros o los himnos de Ambarvalia y Compitalia, ni como las canciones que entonan las mujeres todo el día mientras hilan, tejen, baten, cortan, limpian y barren. No tenía melodía. Las palabras eran su única música, las palabras eran el ritmo del tambor, el chasquido del telar, el ruido de los pasos, el golpe de los remos, el latido de los corazones, las olas que rompían en la playa de Troya, al otro lado del mundo».

Pilar Moreno Monteverde

Ursula K. Le Guin
LAVINIA
Minotauro 2009
384 páginas

12 marzo, 2013

TRILOGÍA POLACA


UN HÉROE POLACO 
(Trilogía polaca III) 
 Henryk Sienkiewicz

Han transcurrido un par de décadas desde que los ejércitos polaco-lituanos desbarataran la sublevación cosaca; algunos años desde que se sobrepusieran al gravísimo trance de la invasión sueca. Apenas han podido concederse  un respiro, pues la época es de constantes zozobras; redoblando esfuerzos, las armas de la doble República se han cubierto de gloria en tierras prusianas y húngaras, mientras la lucha prosigue incesante en los confines orientales. 
A estas alturas, Juan Kretuski, el héroe de Zbaraj y protagonista de A sangre y fuego, es ya un patriarca de numerosa descendencia. El impetuoso Andrés Kmita, de cuyas peripecias supimos en El diluvio, se deja templar por la tibieza del hogar. En cambio, para el coronel de húsares Miguel Volodiovski, camarada de ambos personajes, la vida es un constante guerrear y un nunca reposar, vedados como le han sido los placeres domésticos.  Considerado por sus compatriotas como el primer soldado de la nación, siempre ha pospuesto los asuntos particulares a los de la patria; pero va tocándole el turno de formar un hogar. No obstante, a la espada más temible de Polonia la suerte parece serle esquiva en asuntos de amor. Peor que esto, es como si el destino se empecinase en confinarlo a eterna soledad… hasta que, apiadándose de él, le concede una tregua. Mientras tanto, una nueva amenaza se cierne sobre las fronteras meridionales del país: son los turcos, que se enfrascan en una de sus arremetidas contra la cristiandad.  

Volodiovski es, pues, el protagonista de la novela que cierra el ciclo patriótico de Sienkiewicz. El momento cúlmine de la narración lo proporciona la caída de la fortaleza polaca de Kamienec (sita en la actual Ucrania) en manos de los turcos, en 1672. Aun cuando el epílogo da cuenta del posterior vuelco de tornas –el alborear de Juan Sobieski, futuro rey, héroe de Viena y uno de los grandes próceres nacionales de Polonia-, el aire funesto de la referida derrota es, por lo que hace a la trilogía, una llamativa novedad. No acaba aquí la peculiaridad de Un héroe polaco, ya que el autor se ha permitido en esta novela una prolongada pausa en lo que resultaba ser un casi ininterrumpido encadenamiento de hechos de guerra. Y se agradece, entre otras cosas porque el interludio, abocado a los asuntos particulares de Volodiovski, permite la reaparición -en gloria y majestad- del mejor personaje de la trilogía. ¿Quién más, sino el viejo Zagloba? Se congratula el lector de ver convertido al astuto, bravo y locuaz personaje en el alma de la narración, aunque solo sea durante una parte de la misma; se lo disfruta, de veras, en su papel de improvisado casamentero (si de cardenal hiciera, también lo disfrutaríamos).
Punto a favor de la novela es su heroína, Bárbara Yerzorkovski, mejor conocida como Basia: un personaje singular, bastante diferente de las virtuosas muñecas, modosas princesitas de ensueño que parecían colmar el gusto de Sienkiewicz (gusto de su tiempo, hay que decirlo, también satisfecho en esta novela). En realidad es una mujer muy joven, poco más que una chiquilla, pero ¡qué chiquilla! Si no fuera por sus vestimentas y por su  extraordinaria belleza –fórmula invariable-, sus circunstantes la confundirían con un muchacho, de tanto que la seducen las aventuras y los relatos de batallas. Inquieta, ardiente, algo pueril en su tendencia a jactarse de su intrepidez, la cercanía del peligro –lo personifique un merodeador o un feroz guerrero tártaro- la inflama en vez de provocarle desmayo. Sin ser una virago, nada en absoluto, es diestra en el uso de las armas y una hábil jinete. (Tanta vivacidad embriaga a Zagloba, que le endilga el apodo de “pequeño haiduk” –bandido- al tiempo que lamenta su provecta edad.) Por una vez, en Basia tenemos a una mujer que desborda la función puramente ornamental a que nos estaba acostumbrando Sienkiewicz en materia de personajes femeninos. ¡Albricias!

Aparte los ejércitos enemigos de Polonia, el antagonista de turno es un tártaro de nombre Azya, guerrero de gallarda apostura aunque talante sombrío. A despecho de su origen, combate bajo la bandera polaca, y sabe ganarse la estima de sus superiores. Azya es la personificación de motivos clásicos como el del personaje de linaje misterioso que de pronto se revela ilustre, el afán de venganza, la ambición desmedida y la traición; concentra buena parte de la intriga y los giros sorpresivos contenidos en la novela, elementos tan jugosos como puede depararlos la narrativa decimonónica.
Finalizada la trilogía, el balance arroja un cierto esquematismo en la construcción de los personajes, imputable más que nada al sesgo patriótico de su concepción; se trata en todo caso de un esquematismo que no desmiente la esencial humanidad de los tipos representados. En este marco, y dada la época de su escritura, los estereotipos étnicos y prejuicios estéticos asociados resultan inevitables; a ver quién se sorprende al toparse con proverbiales alusiones a la “astucia oriental”, o con el deje despectivo de una frase como “armenias hermosas pero demasiado morenas”. La prosa es un modelo de sobriedad, sin más efusiones estilísticas que las de los moderados raptos de patriotismo y la celebración del heroísmo viril. Se percibe, como en sordina, el tono épico de la narración. Abundan las batallas, claro está, pero no es Sienkiewicz de los que se regodean en descripciones prolijas o en excesos morbosos. Entre las mayores virtudes de estas novelas destaca el que su autor jamás abusó del andamiaje histórico: nada de abrumarnos con una marea de datos y pretensiones explícitas de veracidad. No llegó Sienkiewicz a perder de vista que, con todo y ser expresa su intención de “levantar los corazones” (precisamente la frase con que remata la serie), de su pluma surgían NOVELAS.    
En general, puede decirse que la escuela realista tiene en la “Trilogía polaca” de Sienkiewicz un muy correcto exponente.


Rodrigo
- Henryk Sienkiewicz, Un héroe polaco. Ciudadela Libros, Madrid, 2007. 303 pp.

22 febrero, 2013

DILUVIANDO


EL DILUVIO (Trilogía polaca II)

 Henryk Sienkiewicz

Segunda parte de la “Trilogía polaca” de Henryk Sienkiewicz, la novela El diluvio nos transporta al bienio crucial de 1655 y 1656, cuando la doble monarquía polaco-lituana, también conocida como  República de las Dos Naciones, se ve amenazada de extinción.  Son tiempos borrascosos en que prosperan los enemigos, multiplicándose en torno a las fronteras del país. Al este y al sur el estado de guerra es permanente, esforzándose los ejércitos de la República en desbaratar las incesantes embestidas de tártaros y moscovitas, turcos y cosacos. Húngaros, valacos y transilvanos se revuelven inquietos, como ansiosos de hacerse con unos cuantos bocados de lo que amaga ser festín de numerosos comensales. Para colmo de males, al rey Carlos Gustavo de Suecia –de ascendente estrella- se le ha abierto el apetito. Bien pronto, en verdad, la  tormenta se convierte en diluvio. El formidable ejército sueco invade Polonia desde el noroeste y se apodera rápidamente de la mitad occidental del país; el rey Juan Casimiro –a quien hemos visto acceder al trono polaco en la novela anterior, A sangre y fuego- ha debido huir apresuradamente, acompañado por aquellos de sus vasallos que le profesan lealtad. No es solo la soberanía de un país lo está en juego, sino también la fe y el bienestar de sus habitantes.

Los mismos suecos se maravillan de la facilidad de la conquista, que parece haber sorprendido a un país, sin embargo, poderoso y en constante pie de guerra. ¿Han degenerado la virilidad y el patriotismo en Polonia? ¿Declinan el honor y la lealtad en Lituania? De hecho, no son pocos los potentados locales que se muestran proclives al invasor, y entre los traidores  se cuenta el hombre más rico y de mayor alcurnia de la región (es el príncipe Juan Radzivil, demasiado ansioso de ceñirse una corona). No obstante, la rápida conquista es seguida por una rebelión que cunde con similar prontitud. El estado de rapiña y desorden instaurado por el conquistador disipa la modorra de las gentes, y el asedio infructuoso  del monasterio-fortaleza de Jasna Gora, al sur de Polonia, demuestra que las fuerzas invasoras lo son todo menos invulnerables. El ejemplo de Jasna Gora, bastión de la fe nacional, inspira a lo largo y ancho del país la voluntad de alzarse contra el invasor y de castigar a los traidores. Será el diluvio contra el diluvio.

Como en A sangre y  fuego, una doble trama de índole  histórico-romántica provee la nervadura de El diluvio, pero aquí la narración gana doblemente en complejidad. Amor y guerra se ven aderezados por una historia de redención y una intriga política notablemente más sofisticada, ambiciones personales y traiciones mediante. Esta vez el protagonismo recae en un personaje de nombre Andrés Kmita, joven guerrero de noble linaje y carácter turbulento, a quien las luchas en las fronteras orientales ha amistado con individuos de la peor reputación, unos verdaderos proscritos. Llevado de su violenta naturaleza y en tan sórdida compañía, Kmita deja tras de sí un reguero de sangre y destrucción tal que, aunque bravo soldado, sus compatriotas lo creen perdido -como hombre de bien y como ciudadano-. En la hora más negra para el país, opta por el que resulta el peor de los partidos: apoya al príncipe Radzivil, inesperado aliado de los suecos. Cierto es que Kmita actúa impulsado por un acendrado sentido del honor militar –es un oficial subordinado de Radzivil- y enceguecido por su ingenuidad en el conocimiento de los hombres, pero nada de esto lo salva del estigma del traidor. Desesperando de recuperar el honor perdido, Kmita deberá acometer las más difíciles hazañas en favor de su patria y de su rey. No menos desesperado es su empeño de redimirse a los ojos de su amada; y es que, como cabe esperar, el amor juega un poderoso papel en esta historia, haciendo del protagonista un rendido petinente: jamás aceptará la noble Alejandra Billevich  unir su destino con quien se ha hecho tan deplorable fama.

Alejandra, pues, es la heroína de turno, tan bella y virtuosa como puede serlo una princesa de cuento. No difiere gran cosa de la Elena Kurzevik de la novela anterior, con lo que Sienkiewicz sigue quedando al debe en el acápite de los personajes femeninos.  La novela exhibe igualmente una nutrida galería de personajes, entre los cuales identificamos algunos de los que  conocimos en A sangre y fuego; reducidos, en general, a un papel muy marginal. Al admirable Zagloba lo disfrutamos a cuentagotas, perdiendo la novela en sentido del humor. No hay, tampoco, enaltecimiento de la amistad y la camaradería en tan alta medida como la que nos regocija en la antedicha novela. Sin embargo, no todo es pérdida en El diluvio, pues a la aludida complejización de la trama y del personaje protagónico se añade la del antagonista. Y por antagonista no me  refiero  al príncipe Juan Radzivil, sino a su primo, Bogislao: un malvado de la estirpe de los memorables, del que sólo cabe lamentar la (relativa) parquedad de su papel. Hombre pagado de sí mismo, aparentemente un petimetre de costumbres un tanto afeminadas, Bogislao Radzivil es en realidad un temible guerrero y un intrigante feroz; un aristócrata en quien el peligro surte el efecto de un antídoto contra el aburrimiento. Individuo de mil recursos, es capaz de burlar las peores amenazas -y de disfrutar de la burla-. Por temple y horizonte valórico, viene a ser el opuesto exacto de Kmita. Las fechorías de Bogislao Radzivil sumarán, en la cuenta del protagonista, el deseo de venganza al afán de redención.

Escrita al abrigo de la inspiración patriótica, con la mente puesta en la postrada Polonia del siglo XIX, en El diluvio el motivo del deber patrio no solo es tan importante como en el título precedente sino aún más expresamente remarcado. No es gratuito que se lea en la novela, por ejemplo,  que “debemos estar siempre dispuestos a ceder los más altos honores por el bien público”. Con todo, no llega esto a lastrar la lectura al punto de hacerla una experiencia agobiante; bien al contrario, la acción a raudales, las cautivantes dosis de intriga política y el ritmo sostenido de la narración garantizan una lectura tan fluida y amena como la de A sangre y fuego.

Rodrigo


- Henryk Sienkiewicz, El diluvio
Ciudadela Libros, Madrid, 2007. 
438 pp.

05 febrero, 2013

TRILOGÍA POLACA


A SANGRE Y FUEGO (Trilogía polaca I) 

 Henryk Sienkiewicz

Acción a raudales, romance y vuelcos dramáticos, celebración de la amistad y la camaradería, asedios y batallas en campo abierto, lances de honor, un trasfondo histórico llamativo, un aire de epopeya y la dosis precisa de humor. Estos son algunos de los ingredientes que hacen de A sangre y fuego, obra del escritor polaco Henryk Sienkiewicz, una lectura exuberante, irresistible, comparable en este sentido a las más inspiradoras lecturas de juventud. La novela es la primera parte de un ciclo narrativo conocido como “Trilogía polaca”, originalmente publicada entre 1884 y 1888 y completada por las novelas El diluvio y Un héroe polaco. Su autor, nacido en 1846 y fallecido en 1916, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1905, en la actualidad es conocido sobre todo por su novela Quo vadis, varias veces llevada al cine. Escritor prolífico y de inmensa popularidad internacional en su tiempo, fue también periodista y un activo promotor de la causa polaca.

Concebida en días en que Polonia se hallaba desmembrada y carecía de existencia como estado soberano, la trilogía obedecía al propósito de enardecer en los polacos el ansia de independencia, evocando una etapa difícil pero gloriosa de su historia nacional; una época en que el estatus del país era el de una potencia de primera categoría en la Europa oriental, capaz de resistir con éxito las embestidas de sus numerosos enemigos. Pertenece, pues, a la estirpe de los relatos patrióticos fundacionales, propiciadora en su caso del orgullo nacional polaco. A sangre y fuego fue tempranamente traducida al inglés y otros idiomas occidentales, cosa extraordinaria para una tradición literaria periférica, y no es aventurado suponer que la novela –junto con sus hermanas de la mentada trilogía- tuviera parte en la simpatía internacional por la causa polaca. Trascendido este contexto, lo que queda es una novela de sofisticación modesta pero bien llevada, amena y emocionante.

El ciclo está ambientado en una época particularmente convulsa de la historia polaca, el siglo XVII, cuando la denominada República de las Dos Naciones, un vasto estado que aglutinaba el Reino de Polonia y el Gran Ducado de Lituania y cuyo apogeo se verificó en las primeras décadas de dicha centuria, enfrentó una serie de amenazas desde dentro y fuera de sus fronteras. La primera de ellas fue la sublevación cosaca de 1648 en la provincia ucraniana, liderada por Bogdán Mielniski, atamán o comandante de las tropas cosacas que contó con el apoyo del Khan de Crimea y su temible caballería tártara; en esencia, una insurrección de soldados y campesinos contra la dominación polaca, de la que el Khan esperaba sacar tajada. (Cabe apuntar que las armas de la doble República incorporaban numerosos regimientos cosacos, buena parte de los cuales permanecieron leales al reino y combatieron contra los sublevados.) Esta es, justamente, la base histórica en que se sustenta la trama de A sangre y fuego, cuyo clímax lo representa el asedio a la ciudad fortificada de Zbaraj (1649). En las décadas siguientes sobrevendrán sendos ataques por parte de suecos y turcos, tema de las dos novelas siguientes.

Nada de sorprendente, la galería de personajes es predominantemente masculina. Desde ya se puede decir que la construcción de caracteres no es el punto más alto de la novela, pero este es un aspecto que en obras del género suele estar subordinado al entramado de los acontecimientos y el despliegue de la acción. También es cierto que los de A sangre y fuego cumplen sobradamente con las exigencias narrativas y en general resultan bastante simpáticos. Tenemos al protagonista, Juan Kretuski (es una pena que en la edición de Ciudadela Libros los nombres de pila aparezcan traducidos), teniente de húsares de noble cuna y viril estampa; dechado de virtudes marciales, es quien lleva a cabo las misiones más arriesgadas y el que nunca flaquea ante el enemigo. Favorito del príncipe Visnovieski, personaje histórico que defiende de la rebelión a la República (seguramente, muy idealizado por Sienkiewicz), en ambos se puede ver la encarnación del arquetipo de héroe con que el autor esperaba inspirar al pueblo polaco. Conforme a este parámetro, Kretuski es un soldado y un patriota cabal: consumido por el dolor a causa de los peligros que se ciernen sobre su amada, antepone empero sus obligaciones para con la patria amenazada y solo se lanza a la busca de Elena cuando aquellas lo liberan –apenas por instantes-. La guerra es su elemento y la defensa del honor patrio su causa suprema.

A Kretuski lo secundan Miguel Volodiovski, gallardo oficial y espadachín sin igual que languidece cuando no tiene ocasión de combatir (será el protagonista de Un héroe polaco); Longinos Podbipieta, hidalgo lituano de altura y fuerza desproporcionadas: es un casto varón y un espíritu simple, también un formidable guerrero que causa estragos con su descomunal espada de cruzado –herencia de sus antepasados-; y Zagloba, el tuerto, barbado y entrañable Zagloba: sin duda alguna, el más carismático de los personajes de la novela. Parlotero, bromista, tarambana y fanfarrón, fecundo en embustes y en ardides, Zagloba es un hidalgo ruteno entrado en años y en carnes pero todavía fuerte como un roble, provisto además de un corazón de oro; de buenas a primeras parece un tanto cobardón y es un hecho que prefiere la astucia a la mera fuerza bruta, pero bajo el apremio de las circunstancias se transfigura en león y acomete hazañas de las que ni él mismo se creía capaz –por si fuera poco, la suerte parece estar siempre de su lado-. Gusta de alardear de sus proezas, exagerándolas y pavoneándose al extremo de resultar cómico. Es justamente este personaje el que aporta la mayor dosis de humor a la novela, y si a esto añadimos su genuino candor y su predisposición a congeniar con las gentes del pueblo llano, participando feliz en sus francachelas, es candidato seguro a granjearse las simpatías del lector. (La dosis restante de humor proviene del joven Rendian, astuto y leal sirviente de Kretuski.) Estos personajes conforman un cuarteto de amigos de los inolvidables, el que inevitablemente recuerda a los cuatro mosqueteros de Dumas.
Muchos son los personajes de la novela, y entre ellos asoman los necesarios antagonistas. Está ciertamente Mielniski, líder histórico de la rebelión, retratado como un hombre valiente y ducho en artimañas; visto con distancia, no desmerece gran cosa frente a un Visnovieski pues parece el denodado paladín de una causa no menos patriótica que la de los polacos. Pero quien destaca sobre todos es el cosaco Bohun, hijo predilecto de la estepa; jefe militar de complexión hercúlea, célebre por su audacia y sus hazañas legendarias, su sola mención suscita temor no solo entre los polacos sino también entre tártaros y turcos. Viene a ser el rival de amores de Kretuski, aunque su origen oscuro y su carácter sombrío y turbulento lo tornen odioso a los ojos de la bella en cuestión, la princesa Elena Kurzevik. Y ya que estamos, es el turno de los personajes femeninos. Como en tantos otros casos, incluso tratándose de escritores mejores que Sienkiewicz, la imaginación del polaco se muestra limitada al momento de moldear sus personajes femeninos, contentándose con los estereotipos. Cuando no es una hermosísima y dulce doncella, encima huérfana –Elena-, la que interviene es una bruja malvada –tanto si es una avinagrada patricia, tía de Elena, como si es una hechicera de veras, cómplice de las maniobras de Bohun-, o bien la chica coqueta pero honesta en el fondo –Anita, damisela polaca de la que se enamora Podbipieta-. Sometidos a motivos característicos de la literatura de acción y de empaque épico –la rivalidad entre amantes, el rapto de la mujer, el reencuentro feliz-, los asuntos amorosos rezuman pureza y castidad. La fórmula está cantada: del encuentro inicial entre Elena y Kretuski, la desvalida joven de belleza prodigiosa y el apuesto caballero, solo podía surgir un amor espontáneo. Pero no es con los parámetros del siglo XXI que se debe apreciar la novela, obviamente, y la verdad es que no cuesta hacerse cómplice de escenas pletóricas de ingenuidad.
Sin ánimo de exagerar su valor, cabe afirmar que la de A sangre y fuego es una narrativa tan sobria como vigorosa, si acaso tópica en sus motivos, pero de lectura gozosa. No es poco decir.

Rodrigo

Henryk Sienkiewicz, A sangre y fuego
Ciudadela Libros, 
Madrid, 2007. 
421 pp.

19 enero, 2013

NEVEROS GRANADINOS


 
LA HERMANDAD DE LA NIEVE

JOSÉ VICENTE PASCUAL

Ediciones EVOHÉ. 2012


Crónica de un poeta que habita en las nieves leonesas sobre una novela escrita para las nieves de Granada.


La hermandad de la nieve posee un conjunto de aspectos capaces de convertir una novela histórica en obra literaria sin más adjetivos, es decir, en una obra de arte: la puesta en escena, el tratamiento de los personajes, el lenguaje, el misterio… el poeta, en este caso el novelista, busca siempre a Homero, y en esa línea, a Robert Graves o Marguerite Yourcenar, por no sembrar el pánico con nombres de más actualidad.

 Es de agradecer la intencionada ausencia de la Granada romántica con sus misterios y mitos sobre la Alhambra, así como la presencia y descripción de un paisaje más auténtico, una tierra de ministriles dando crédito a la lucha de clases en la que se desarrolla el relato. Aunque misterios no faltan, y los miembros de la Hermandad de la nieve se verán en la ocasión de salvaguardar bajo su custodia algunos de ellos, ocultos en unas cuevas de la sierra: un tesoro real y otro falsario. Me refiero al manuscrito de El lazarillo de Tormes y a los Libros Plúmbeos del Sacromonte.
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           Esta nueva obra del veterano y prestigioso novelista José Vicente Pascual (Madrid, 1956), puede encuadrarse en el género histórico y así se hace constar en la portada de la preciosa edición, de 350 páginas, publicada por Evohé.
De una “novela histórica” lo que menos le suele interesar a un poeta, a priori, es la historia, puesto que ya la suele conocer, y, si no es así, prefiere recurrir a los especialistas en la materia antes que exponerse a que cualquier autor mal documentado le someta a la tortura de sus veleidades narrativas. Lo que suele buscar es un conjunto de aspectos capaces de convertir la obra en literatura, es decir, en una obra de arte: la puesta en escena, el tratamiento de los personajes, el lenguaje, el misterio… Para no desorientar al lector, el poeta busca siempre a Homero, y en esa línea, a Robert Graves o Marguerite Yourcenar, por no sembrar el pánico con nombres de más actualidad.

Es más, resulta al poeta gratificante que el autor se tome el atrevimiento de “inventar” la historia, sin con ello se contribuye a resaltar algunos aspectos que la historia real ha dejado oscuros o no se ha ocupado de desentrañar suficientemente, bien por considerarlos irrelevantes, bien por desconocerlos y no atreverse a imaginarlos. Cree el poeta que las grandes obras de la literatura gozan de estos elementos y a la cabeza de todas ellas pone El Quijote de Cervantes. Cuánto haya de real o de irreal importa poco si el resultado es un estudio del comportamiento humano. Para Platón el poeta, el escritor, debe contar con lo verosímil más que con lo veraz.

Con esas coordenadas, La hermandad de la nieve de José Vicente Pascual no podía menos que entrar en el ámbito de interés de este poeta una vez sabido, y hay que agradecer al lector que sea el mismo autor quien lo proclame abiertamente, que no existió la “Hermandad de la nieve” tal como de ella se habla, pero que sí existió una Granada recién conquistada por Isabel de Castilla y Fernando de Aragón  que fue ciudad en la que se concentró la sabia que nutriría en muchísimos aspectos la modernidad occidental. Y también existió la nieve con sus diecisiete formas de nevar.
¿Qué es lo que se dispone a encontrar el lector, entonces? Pues lo que se encuentra es una familia de  montañeses procedentes de las tierras altas de León, quienes, por circunstancias de la guerra, se encuentran en la Granada recién conquistada  y deciden afincarse allí, abandonado el servicio de armas que ejercían a las órdenes de Gonzalo Fernández de Córdova, y dedicarse a bajar nieve de la Sierra Nevada, convertirla en hielo y distribuirla por las casas de una nobleza que se encuentra recién instalada en una de las ciudades más misteriosas de la península. Una ciudad, Granada, en la que la convivencia con los residuos de la nobleza musulmana destronada resulta harto complicada para ambas partes, vencedores y vencidos.

No es asunto baladí recrear el vacío imperante en una ciudad que durante siglos ha conocido una forma de vivir totalmente opuesta a la de los nuevos amos y señores; se requiere para ello una habilidad tan solo al alcance de un narrador experto, muy experto, como lo es el autor de más de veinte novelas, algunas de ellas como “Juan Latino”, “La diosa de Barro”, “Homero y los reinos del mar”, con un entramado similar al que nos propone el autor, y la misma ambición de perfeccionarse en la tradicional “novela histórica”, para recrear y recrearse en la invención de un mundo narrativo completamente autónomo y singular.
La familia leonesa de los neveros, instalados en Granada, pronto va a tener que sortear los conflictos con la vieja y rancia nobleza castellana y con los otrora orgullosos nazaríes, muchos de los cuales han devenido en moriscos (cristianos “nuevos”),o bien ocupan posiciones en las Alpujarras como rebeldes y levantiscos que todavía sueñan con reconquistar su mundo, ayudados por el poderío turco del momento. Aunque serán las mujeres, un elenco de media docena de ellas, con una marcada personalidad que las hace sugerentes y distintas, las que se irán haciendo dueñas del relato.

La Que No Dice Su Nombre, con ser la menos descrita y retratada, resultará a la postre la de mas calado por hacerla el autor “médium” entre estos dos mundos, el que fenece y el que nace. Sería ocioso reseñar aquí las características comúnmente atribuidas a estos dos mundos, el musulmán y el cristiano, y su tremendo antagonismo en aquel siglo XVI en el que Isabel y Fernando iban a terminar la Reconquista e iniciar la unión de los reinos cristianos de la península. Aquella unión que sería, a la larga, fundamento de uno de los grandes imperios que en la historia han sido, conquistador de un nuevo mundo y propagador de la fe cristiana a latigazo limpio y con una fe curtida en las hogueras de la Inquisición.

Jose Vicente Pascual
No quisiéramos olvidarnos de la principal protagonista: la nieve. Porque, así como la hermandad es fingida, no lo es la nieve que cubre las laderas del Mulhacén y que señorea sobre una ciudad con clima mediterráneo, fría en invierno y con unos estíos implacables, en los que un pedazo de hielo puede resultar un bien tan preciado que aquellos que dispongan de dinero se propondrán con avidez conseguirlo. La nieve es, pues, la protagonista de este libro y en torno a ella giran, como satélites, personajes y situaciones que no vamos a revelar en pro del argumento. Pero sí avanzaremos que no son los leoneses, las tres generaciones de neveros, gente de desorden sino más bien partidarios de contemporizar y acomodarse al devenir de la ciudad que nace “ex novo”, como perla de la corona de Castilla y Aragón, sobre las cabezas de dos jóvenes reyes que se disponen a dar un vuelco a la historia hasta entonces conocida.
De los “materiales” que tal vez para otro autor hubieran sido de interés, muchos han quedado fuera de la obra. Tal es el caso de la princesa Cetti Mariem y su marido Sidi Yahya, sobrina ella del rey de Granada. A pesar de lo cual, una vez bautizados y conversos, él será nombrado Alguacil Mayor de Granada, Principal de la Caballería de Santiago, Beneficiado de las salinas de La Malahá, señor de la Tahá de Marchena y marqués de Campotéjar. Recibieron los nombres cristianos de Doña María y Don Pedro de Granada Benegas.
No ahorra el autor sus juicios personales, puestos casi siembre en boca del muy ecuánime y juicioso Álvaro de Bayos, narrador y protagonistas del relato, como cuando dice: “Usarcé lo ha dicho hace unos momentos. Allá donde hay guerras y ejércitos en campaña surgen muchas oportunidades para los hombres determinados en busca de fortuna… (pág 26).  Ni tampoco deja de hacer referencia en algún momento a la “Pragmática de los Reyes Católicos” de 1505, por la que se obliga a los musulmanes y judíos a bautizarse; ni al Cardenal Cisneros y sus órdenes de quemar los libros santos de los musulmanes en Granada. Ningún asunto que pueda arrojar alguna luz sobre el comportamiento imaginado para sus personajes ha sido dejado a un lado, con lo que al final de la lectura, uno se encuentra imbuido del ambiente que pudo respirarse en aquella maravillosa ciudad de Granada recién rescatada de las manos del famoso Boabdil, a quien se le ahorra el escarnio de escuchar la famosa frase que se suele poner en boca de su madre: “No llores como mujer lo que no has sabido defender como hombre”; frase que el autor reputa invención de algún poeta romanticoide, estragado por el mito exótico de una Granada de “intrigas en el paraíso” que en realidad nunca existió.


Es de agradecer la intencionada ausencia de la Granada romántica con sus misterios y mitos sobre la Alhambra, así como la presencia y descripción de un paisaje más auténtico, una tierra de ministriles dando crédito a la lucha de clases en la que se desarrolla el relato. Aunque misterios no faltan, y los miembros de la Hermandad de la nieve se verán en la ocasión de salvaguardar bajo su custodia algunos de ellos, ocultos en unas cuevas de la sierra: un tesoro real y otro falsario. Me refiero al manuscrito de El lazarillo de Tormes y a los Libros Plúmbeos del Sacromonte. El primero de ellos (1554) fue declarado maldito por la Inquisición, de cuyas manos tratan los neveros de salvaguardar una copia. Los segundos fueron declarados falsos y heréticos por el papa Inocencio XI en 1682.
Entre las capitulaciones de 25 de noviembre de 1491 y 1568, cuando los moriscos nombran rey de Granada a Aben Humeya con el beneplácito del Sultán de La Sublime Puerta, guardada por las ambiciones de Selim II, puede situarse la acción de esta novela muy bien escrita y diseñada al modo de un guión cinematográfico. No se trata de una gran epopeya plagada de episodios cruenta (aunque acciones bélicas no faltan en el relato), sino la dura y áspera aventura que supone salir adelante, sobrevivir a tiempos de calamidad, a una familia que no pertenece a ninguno de los dos mundos enfrentados sino a la clase de gentes que perviven gracias a su tesón y su trabajo, sin dejar por ello de involucrarse en los acontecimientos históricos que marcan su tiempo.
El poeta ha creído encontrar en La hermandad de la nieve de José Vicente Pascual un modelo de lo que él (el poeta) entiende por novela histórica, siguiendo el gusto de Platón.
         
JOSÉ ANTONIO LLAMAS
León, 2013

23 diciembre, 2012

HIPATÍA


 LA ÚLTIMA NOCHE DE HIPATIA

EDUARDO VAQUERIZO


Editorial: Alamut



Nada más enterarme de la existencia de este libro quise leerlo. He de reconocer que la historia de Hipatia me fascinó desde el primer momento en que la conocí. Yo soy una de esas mujeres que admiran a las grandes de la antigüedad, y como tal, no podía perdérmelo. De pequeñita ya había leído algo sobre Hipatia pero no me había introducido de lleno en saber más sobre su historia y lo dejé pasar. Fue hace tres años, a través de una asignatura de libre elección de la universidad (en concreto, “Religión y mitología romanas”) en la que el profesor nos fue presentando los distintos cultos en aquella época tan lejana a nosotros. Fue entonces cuando nos habló de Hipatia y nos dio más información sobre ella. La inteligencia de esta mujer, sus ansias por aprender en una sociedad en la que la mujer “debía ser mujer y nada más” y su posterior sufrimiento, me hicieron admirarla como nunca.
            La novela La última noche de Hipatia de Eduardo Vaquerizo nos cuenta los últimos días de la vida de esta filósofa y matemática a través de un personaje que ha viajado en el tiempo para descubrir más sobre la Historia. De esta manera, en esta novela podemos encontrar al principio, la historia de un grupo de investigadores, físicos, historiadores, filósofos… que quieren vencer las leyes del espacio-tiempo y viajar. Paralelamente, el autor va introduciendo una serie de epístolas que le envía Cirilo a su tío Teófilo, en las que ya muestra  el fanatismo que va a destruir la ciudad de Alejandría. También, encontramos las memorias de Orestes, prefecto  de Alejandría y amigo de Hipatia que nos da su propia visión sobre las circunstancias. Será en la segunda parte del libro (si se me permite decir que podemos dividirlo en dos partes), cuando Marta —una de las historiadoras del proyecto— consiga viajar hasta Alejandría y conocer a Hipatia, convirtiéndose en uno de sus discípulos en la Academia.
            A pesar de que la novela en sí podría ser considerada como de ciencia-ficción con tintes históricos, pienso que es mucho más que eso. Con esto me refiero a que se nota que Vaquerizo domina el arte de la escritura. Sí, me arriesgo diciendo “arte” porque él lo tiene. La novela podría ser narrada de un modo sencillo, sin embargo, Vaquerizo utiliza una prosa poética, un ritmo narrativo, que te impacta. A medida que iba leyéndolo, adentrándome cada vez más en la historia, disfrutaba más y más e incluso llegué a pensar que hacía tiempo que no leía una novela con una prosa tan magnífica.
            Las reflexiones de los personajes, los diálogos trabajados, el dominio que muestra Vaquerizo en el uso de las epístolas… todos ellos son recursos difíciles de conseguir que funciones correctamente, pero él lo consigue y creo que con creces. Además, las descripciones de los lugares de Alejandría, los hábitos de sus habitantes, el proceso de ascenso del cristianismo frente al resto de cultos… Todo esto también nos muestra que el autor ha trabajado en su obra arduamente, para conseguir el mayor rigor y verosimilitud y es algo que se agradece.
            Vaquerizo no sólo nos retrata una época historia, sino que le da un giro a dicha historia y reflexiona sobre ella, cómo podría haber sido de otro modo, las consecuencias de la implicación en los viajes en el tiempo (que es algo que se ha debatido ya en numerosas ocasiones). Y deja al lector la elección de reflexionar sobre el destino de Hipatia, sobre el fanatismo y el oscurantismo.
            Sin más, sólo me queda recomendar la novela. Y la recomiendo con una gran sinceridad. Me disgustaría que todos aquellos seguidores de la historia de Hipatia y de Alejandría se sintiesen mal por una “transgresión” (en el buen sentido de la palabra) en la historia, ya que opino que La última noche de Hipatia es mucho más que eso. Es un ejercicio intelectual, narrativo, artístico… que no se suele dejar ver mucho en nuestra literatura últimamente. 

Elena Montagud

06 septiembre, 2012

BYRON RECUERDA


LAS MEMORIAS DE LORD BYRON
ROBERT NYE
Título original: The Memoirs of Lord Byron, 1989
ISBN: 8434590581
Género: Novela Histórica
Editorial: EDHASA
Fecha de publicación: 1991
Número de páginas: 220


Robert Nye,  (Londres, 1939) el autor de este libro, se introduce dentro de la piel de Lord Byron, absorbiendo personalidad y modos lingüísticos del poeta, y reescribe unas memorias que el poeta romántico podría muy bien haber escrito. De hecho, las escribió, pero fueron quemadas por no ser muy adecuadas para el público, a juicio de su albacea, Hobhouse. Al parecer, estaban llenas de obscenidades, detalles morbosos, y descubrían hechos ilícitos y punibles por la justicia del momento. Tampoco quedaba muy bien parado el honor o el prestigio de algunas personas, por lo que su albacea, su hermanastra y su esposa deciden hacerlos desaparecer.   Nye intenta reproducir lo que hiubieran podido ser esas memorias, basándose muy fielmente en lo que queda de los Diarios byronianos, cartas y testimonios de terceros. Alterna, a lo largo de cada capítulo, el relato de lo que le está ocurriendo en Venecia en el momento de escribir (relación con varias amantes, encuentros con Shelley y otros amigos, juegos y correrías de su hija Allegra…) con los recuerdos que va desgranando del pasado.
Desde el veneciano Palazzo Mocenigo, donde reside en 1818 rodeado de pavos reales, monos, gallinas de Guinea, grullas egipcias, un cuervo, y su pequeña hija bastarda Allegra, correteando por las escaleras y parloteando en dialecto veneciano, George Gordon, sexto Lord Byron, rememora a los treinta años infancia y juventud en Inglaterra, viajes posteriores a Oriente, los primeros escritos, las relaciones con las mujeres…todo lo encontramos en los dieciocho amenos capítulos y dos post-scriptum de este texto, muy byroniano ―detalles escatológicos incluidos, para dar más verosimilitud. Un epílogo final narra en breve la muerte del poeta en Grecia, probablemente más debida a un absurdo tratamiento médico de unas fiebres, que a la propia enfermedad.
Así, Byron narra la infancia pasada en Aberdeen, fallecido el padre tras haber derrochado  la fortuna familiar. El mocoso tullido ―tenía el pie derecho deforme, lo que le producía una cojera― como lo llamaba la madre, recibió de su  progenitora tanto besos y  como mamporros. A los nueve años, tuvo una primera iniciación sexual a cargo de una institutriz, May Gray, que también alternaba con él golpes y manoseos, aunque, por otra parte, le implantó un gran amor a los espacios naturales abiertos. Cambiando muy a menudo de colegio y tutores, pasó la adolescencia, hasta dar en el colegio de Harrow a los 13 años. El mejor amigo que recuerda de esos días es el segundo conde de Clare, John Fitzgibbon. Byron recuerda esa amistad como limpia y en nada ligada a contactos físicos, por otra parte tan comunes en los internados británicos. El jovencito y futuro poeta destacaba más en ejercicios de brazos, como natación, remo y boxeo, ya que no podía salir por piernas.  
Fallece el tío abuelo William, quinto lord Byron, y por azares del destino resulta ser él, George Gordon, el heredero. Con el título hereda Newstead Abbey, un inmueble absolutamente ruinoso, rodeado de un campo arrasado, puesto que su tío abuelo había ido talando árboles para pagar deudas. Newstead le dio solo quebraderos de cabeza y algo de dinero cuando consiguió venderla, desde el exilio.
Posteriormente sabemos de los primeros amores: con una primita, Mary Duff, cuando tenía ocho años; con otra prima, Margaret Parker, a los once, que le motivó unas primeras incursiones en la poesía. Mary Chaworth, dos años mayor que él fue el tercer amor, pero no correspondido: la tal Mary se burlaba de él y lo trataba como a un niño…a los quince años.

El paso del joven Gordon por Cambridge, de 1805 a 1808, le provee de fuertes amistades, que mantendrá a lo largo de su vida, como Elderstone, Hobhouse, Tom Moore, así como de lecturas magníficas: Pope, Scott, Coleridge y Shelley. En 1809 ingresa en la Cámara de los Lores y publica Bardos ingleses, críticos escoceses, que le trae una cierta fama. Según él, no hay nada mejor que citar muchos nombres famosos para conseguir la atención del público.
 Tras los años universitarios hace el primer viaje a Oriente, donde realiza la proeza de cruzar a nado el Helesponto, y observa las curiosas costumbres otomanas. Con las experiencias del viaje oriental, escribe y publica en 1812 Las peregrinaciones de Childe Harold, poema autobiográfico en cuatro cantos que le convierte en un autor famoso con 24 años.
En Londres, de nuevo, asiste a fiestas aristocráticas, alterna con muchas mujeres, salta de una amante a otra e inicia una tormentosa relación con Lady Caroline Lamb, a la que presenta como una desequilibrada. Pero el amor de su vida no es ninguna de ellas. Es, curiosamente, su hermanastra Augusta Leigh, casada con un personaje anodino.  Augusta, a la que apenas ha visto en su niñez, comienza a relacionarse con él en 1813, generándose una profunda pasión entrambos, con el resultado del nacimiento de una niña, Medora. Esta pasión la transporta a su poema La novia de Abydos.

Para acallar rumores y frenar un poco esa pasión incestuosa, se casa en 1815 con Annabelle Milbanke, a la que sólo soporta durante un año, pero con la que tiene una hija: Ada. Parece ser su destino tener sólo hijas: las mujeres, con las que mantiene relaciones de amor-odio, parecen condenarle a un mundo femenino. Más adelante, tendrá otra hija, Allegra, resultado de breves momentos de sexo ―en los días de la separación matrimonial― con Claire Clairmont, cuñada de Shelley, que le perseguirá hasta Italia y le causará incontables complicaciones, aunque con esa hija convive en Venecia y Rávena, y llega a quererla, lamentando profundamente su muerte a los cinco años.
Byron afirma no soportar a las mujeres comiendo (él solía comer en solitario). Insiste en que los hombres, al contrario que las mujeres, buscan la perfección. Quizá por eso la visión de una dama con la boca llena o los dedos manchados de dulces le resultaba catastrófica.  Su esposa recibe de él el calificativo de «ecuación matemática con pechos», admitiendo que el dinero de la dote era parte importante de su decisión de casarse con ella. Sin embargo, esta mujer aparentemente fría pareció acoger con gusto las demandas sexuales de su esposo, que eran de muy diversa índole.
Tras la separación, y ante la amenaza de Annabelle de acusarle de incesto y sodomía (práctica que aceptó placenteramente mientras estuvo casada) Byron parte de Inglaterra con idea de no volver, como efectivamente así fue. Tras visitar Waterloo, deplorando la derrota de Napoleón ―Byron era ardiente bonapartista―, pasa una temporada en Suiza, en la Villa Diodati con el poeta Shelley, con quien le une gran amistad. Allí también están Mary Shelley y su hermana Claire Clairmont, ya embarazada de Allegra. Después viajará por Italia, instalando su cuartel general en el Palazzo Mocenigo de Venecia. Desde allí visita Roma, que no le impacta como a Stendhal. Prefiere las oscuras y pútridas aguas de la laguna veneciana. Convive con su amante Teresa Guiccioli y se siente fuertemente impactado por la muerte, primero de su hijita Allegra, y luego, en condiciones dramáticas, Shelley: los detalles de la exhumación de los restos del poeta es un pasaje francamente escatológico y morboso, como el de la asistencia a una ejecución pública en Roma.

Publica los primeros cantos de Don Juan, en 1822. Byron siempre se ha sentido atraído por ese personaje, con quien de algún modo se identifica, asistiendo a las representaciones del Don Giovanni de Mozart con verdadero placer. Pero la obra no goza de buenas críticas y es rechazada por el público. A Byron cada vez se le considera más como obsceno y poco recomendable, políticamente incorrecto, diríamos hoy. Reside temporalmente en Pisa, en Rávena, Bolonia, se implica en la sociedad secreta de los Carbonarios y finalmente parte para Grecia, que será su final, ya que morirá allí. El libro dedica un epílogo a narrar brevemente esa muerte.
En suma, la novela cumple muy bien su papel de memorias imaginarias, ateniéndose a la vida y al lenguaje que el propio Byron usa en los textos que de él pueden cotejarse, así como las ideas y comentarios del poeta. Es atractiva y entretenida, ya que en la vida de Byron no  hay un momento de sosiego, podríamos decir. Cargada de humor y  detalles con morbo. Sin desperdicio, podríamos decir.


Ariodante


¡Sálvese quien pueda! - Andrés Oppenheimer

¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la robotización. Oppenheimer siempre me ha llamado la atención, si bien no he sid...