ROBERT NYE
Título original: The Memoirs of
Lord Byron, 1989
ISBN: 8434590581
Género: Novela Histórica
Editorial: EDHASA
Fecha de publicación: 1991
Número de páginas: 220
Robert Nye, (Londres, 1939) el autor de este libro, se
introduce dentro de la piel de Lord Byron, absorbiendo personalidad y modos
lingüísticos del poeta, y reescribe unas memorias que el poeta romántico podría
muy bien haber escrito. De hecho, las escribió, pero fueron quemadas por no ser
muy adecuadas para el público, a juicio de su albacea, Hobhouse. Al parecer,
estaban llenas de obscenidades, detalles morbosos, y descubrían hechos ilícitos
y punibles por la justicia del momento. Tampoco quedaba muy bien parado el
honor o el prestigio de algunas personas, por lo que su albacea, su hermanastra
y su esposa deciden hacerlos desaparecer. Nye
intenta reproducir lo que hiubieran podido ser esas memorias, basándose muy
fielmente en lo que queda de los Diarios byronianos, cartas y testimonios de
terceros. Alterna, a lo largo de cada capítulo, el relato de lo que le está
ocurriendo en Venecia en el momento de escribir (relación con varias amantes,
encuentros con Shelley y otros amigos, juegos y correrías de su hija Allegra…)
con los recuerdos que va desgranando del pasado.
Desde el veneciano Palazzo
Mocenigo, donde reside en 1818 rodeado de pavos reales, monos, gallinas de
Guinea, grullas egipcias, un cuervo, y su pequeña hija bastarda Allegra,
correteando por las escaleras y parloteando en dialecto veneciano, George
Gordon, sexto Lord Byron, rememora a los treinta años infancia y juventud en
Inglaterra, viajes posteriores a Oriente, los primeros escritos, las relaciones
con las mujeres…todo lo encontramos en los dieciocho amenos capítulos y dos
post-scriptum de este texto, muy byroniano ―detalles escatológicos incluidos,
para dar más verosimilitud. Un epílogo final narra en breve la muerte del poeta
en Grecia, probablemente más debida a un absurdo tratamiento médico de unas
fiebres, que a la propia enfermedad.
Así, Byron narra la infancia
pasada en Aberdeen, fallecido el padre tras haber derrochado la fortuna familiar. El mocoso tullido ―tenía el pie derecho deforme, lo que le producía
una cojera― como lo llamaba la madre, recibió de su progenitora tanto besos y como mamporros. A los nueve años, tuvo una
primera iniciación sexual a cargo de una institutriz, May Gray, que también
alternaba con él golpes y manoseos, aunque, por otra parte, le implantó un gran
amor a los espacios naturales abiertos. Cambiando muy a menudo de colegio y
tutores, pasó la adolescencia, hasta dar en el colegio de Harrow a los 13 años.
El mejor amigo que recuerda de esos días es el segundo conde de Clare, John
Fitzgibbon. Byron recuerda esa amistad como limpia y en nada ligada a contactos
físicos, por otra parte tan comunes en los internados británicos. El jovencito
y futuro poeta destacaba más en ejercicios de brazos, como natación, remo y
boxeo, ya que no podía salir por piernas.
Fallece el tío abuelo William,
quinto lord Byron, y por azares del destino resulta ser él, George Gordon, el
heredero. Con el título hereda Newstead Abbey, un inmueble absolutamente
ruinoso, rodeado de un campo arrasado, puesto que su tío abuelo había ido talando
árboles para pagar deudas. Newstead le dio solo quebraderos de cabeza y algo de
dinero cuando consiguió venderla, desde el exilio.
Posteriormente sabemos de los primeros
amores: con una primita, Mary Duff, cuando tenía ocho años; con otra prima, Margaret
Parker, a los once, que le motivó unas primeras incursiones en la poesía. Mary
Chaworth, dos años mayor que él fue el tercer amor, pero no correspondido: la
tal Mary se burlaba de él y lo trataba como a un niño…a los quince años.
El paso del joven Gordon por
Cambridge, de 1805 a 1808, le provee de fuertes amistades, que mantendrá a lo
largo de su vida, como Elderstone, Hobhouse, Tom Moore, así como de lecturas
magníficas: Pope, Scott, Coleridge y Shelley. En 1809 ingresa en la Cámara de
los Lores y publica Bardos ingleses,
críticos escoceses, que le trae una cierta fama. Según él, no hay nada
mejor que citar muchos nombres famosos para conseguir la atención del público.
Tras los años universitarios hace el primer
viaje a Oriente, donde realiza la proeza de cruzar a nado el Helesponto, y
observa las curiosas costumbres otomanas. Con las experiencias del viaje
oriental, escribe y publica en 1812 Las
peregrinaciones de Childe Harold, poema autobiográfico en cuatro cantos que
le convierte en un autor famoso con 24 años.
En Londres, de nuevo, asiste a
fiestas aristocráticas, alterna con muchas mujeres, salta de una amante a otra
e inicia una tormentosa relación con Lady Caroline Lamb, a la que presenta como
una desequilibrada. Pero el amor de su vida no es ninguna de ellas. Es,
curiosamente, su hermanastra Augusta Leigh, casada con un personaje
anodino. Augusta, a la que apenas ha
visto en su niñez, comienza a relacionarse con él en 1813, generándose una
profunda pasión entrambos, con el resultado del nacimiento de una niña, Medora.
Esta pasión la transporta a su poema La
novia de Abydos.
Para acallar rumores y frenar un
poco esa pasión incestuosa, se casa en 1815 con Annabelle Milbanke, a la que
sólo soporta durante un año, pero con la que tiene una hija: Ada. Parece ser su
destino tener sólo hijas: las mujeres, con las que mantiene relaciones de
amor-odio, parecen condenarle a un mundo femenino. Más adelante, tendrá otra
hija, Allegra, resultado de breves momentos de sexo ―en los días de la
separación matrimonial― con Claire Clairmont, cuñada de Shelley, que le
perseguirá hasta Italia y le causará incontables complicaciones, aunque con esa
hija convive en Venecia y Rávena, y llega a quererla, lamentando profundamente
su muerte a los cinco años.
Byron afirma no soportar a las
mujeres comiendo (él solía comer en solitario). Insiste en que los hombres, al
contrario que las mujeres, buscan la perfección. Quizá por eso la visión de una
dama con la boca llena o los dedos manchados de dulces le resultaba catastrófica. Su esposa recibe de él el calificativo de
«ecuación matemática con pechos», admitiendo que el dinero de la dote era parte
importante de su decisión de casarse con ella. Sin embargo, esta mujer
aparentemente fría pareció acoger con gusto las demandas sexuales de su esposo,
que eran de muy diversa índole.
Tras la separación, y ante la
amenaza de Annabelle de acusarle de incesto y sodomía (práctica que aceptó
placenteramente mientras estuvo casada) Byron parte de Inglaterra con idea de
no volver, como efectivamente así fue. Tras visitar Waterloo, deplorando la
derrota de Napoleón ―Byron era ardiente bonapartista―, pasa una temporada en
Suiza, en la Villa Diodati con el poeta Shelley, con quien le une gran amistad.
Allí también están Mary Shelley y su hermana Claire Clairmont, ya embarazada de
Allegra. Después viajará por Italia, instalando su cuartel general en el
Palazzo Mocenigo de Venecia. Desde allí visita Roma, que no le impacta como a
Stendhal. Prefiere las oscuras y pútridas aguas de la laguna veneciana. Convive
con su amante Teresa Guiccioli y se siente fuertemente impactado por la muerte,
primero de su hijita Allegra, y luego, en condiciones dramáticas, Shelley: los
detalles de la exhumación de los restos del poeta es un pasaje francamente
escatológico y morboso, como el de la asistencia a una ejecución pública en
Roma.
Publica los primeros cantos de Don Juan, en 1822. Byron siempre se ha
sentido atraído por ese personaje, con quien de algún modo se identifica,
asistiendo a las representaciones del Don
Giovanni de Mozart con verdadero placer. Pero la obra no goza de buenas
críticas y es rechazada por el público. A Byron cada vez se le considera más
como obsceno y poco recomendable, políticamente incorrecto, diríamos hoy.
Reside temporalmente en Pisa, en Rávena, Bolonia, se implica en la sociedad
secreta de los Carbonarios y finalmente parte para Grecia, que será su final,
ya que morirá allí. El libro dedica un epílogo a narrar brevemente esa muerte.
En suma, la novela cumple muy
bien su papel de memorias imaginarias, ateniéndose a la vida y al lenguaje que
el propio Byron usa en los textos que de él pueden cotejarse, así como las ideas
y comentarios del poeta. Es atractiva y entretenida, ya que en la vida de Byron
no hay un momento de sosiego, podríamos
decir. Cargada de humor y detalles con
morbo. Sin desperdicio, podríamos decir.
Ariodante
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