Esta reseña nos
la envió Eduardo a nuestro mail, opiniondelibros@gmail.com.
Muchas gracias Eduardo.
“Es muy
importante que hagáis lo que de verdad os importe… Sólo así podréis bendecir la
vida cuando la muerte esté cerca” es el subtítulo de esta obra y pensaba que probablemente,
si bien no he llegado a dichas instancias todavía, podas personas no puedan
bendecir la vida cuando la muerte esté cerca. Sin embargo, después pensé que
hay muchas personas que, llegada determinada edad y bajo ciertas circunstancias,
dicen no tener miedo de morir o, lo que es peor, no tener razones para vivir,
lo cual me desconsuela enormemente, aunque no lo crean.
Elisabeth Küber-Ross
supo desde muy joven que su misión en la vida era aliviar el sufrimiento
humano. Y ese compromiso la llevó al cuidado de enfermos terminales. Mucho fue
lo que aprendió de esta experiencia: vio que los niños dejaban este mundo
confiados y serenos; observó que algunos adultos partían, después de superar la
negación y el miedo, sintiéndose liberados, mientras que otros se aferraban a
la vida sólo porque aún les quedaba una tarea por concluir, pero todos hallaban
consuelo en la expresión de sus sentimientos y en el amor incondicional de
quien les prestaba un oído. A Elisabeth no le quedaron dudas: morir es tan natural como nacer y
crecer, pero el materialismo de nuestra cultura ha convertido ese último acto
de desarrollo en algo aterrador. La rueda de la vida es un libro tan singular
que creía en el poder de un amor incondicional capaz de guiarnos cuando
abandonemos la tierra en busca del hogar definitivo: un remanso de paz y de
luz.
Luego de pensar
y pensar llego a la misma conclusión, si no estamos convencidos de que en este
mundo estamos de prestado, y que hay algo más después de esta vida terrenal
llena de alegrías y desgracias, nuestra vida no tiene ningún sentido, y cuando
llegue nuestra hora de partir de este mundo no podremos hacer más que saber que
nuestro paso fue en vano…
”Cuando hemos
realizado la tarea que hemos venido a hacer en la Tierra, se nos permite
abandonar nuestro cuerpo, que aprisiona nuestra alama al igual que el capullo
de ceda encierra a la futura mariposa. Llegado el momento, podemos marcharnos y
vernos libres del dolor, de los temores y preocupaciones; libres como una
bellísima mariposa, y regresamos a nuestro hogar, a Dios.”, tomado de una carca
a un niño enfermo de cáncer. Ojalá pudiéramos todos vivir bajo esta premisa.
Muchas gracias
Eduardo.
¡Saludos!