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24 enero, 2014

Nómadas – Varios Autores

Este post fue enviado por Taira de Nicolás a opiniondelibros@gmail.com. Muchas gracias Taira, como siempre.

El escritor Elías Gorostiaga presenta Nómadas junto a otros 21 autores. Una nutrida antología de relatos de viajes que cuenta con la participación de escritores de la talla de Lorenzo Silva, Manuel Vilas o Juan Vico entre otros.

Nómadas es el nexo de unión de veintiún relatos en el que participan autores consagrados en la literatura de viaje, escritores emergentes y jóvenes promesas que reflejan la complejidad del mundo en el siglo XXI, en el que la ciudad crea rastros de movilidad que seguimos de forma inexorable, interconectados tecnológicamente como un complejo sistema nervioso, y en el que la religión, desde Caín como primer nómada, sigue dando la pauta de comportamiento del resto de sociedades que pueblan todos los continentes, la tribu Nenet de Siberia, los ríos y su soledad, Africa, Oriente Medio, vistos desde el paisaje y la magia, viajes surrealistas a Sudamérica o a París, el desconcierto de una banda de músicos de pueblo, o el “no viaje” del que espera la llamada de la carretera para rastrear sus propios paisajes, son algunos de los temas elegidos por nuestros autores.

Nos encontramos ante una antología donde predomina una palabra: calidad. Narraciones de estilo depurado y profundo, al tiempo que accesibles no sólo para el amante de los relatos de viajes, sino para el lector habitual de narrativa en cualquiera de sus manifestaciones. Pocas obras son capaces de concentrar nombres tan importante de las letras actuales. Y este es un indicativo claro de que el relato es un género vivo respetado no sólo por los autores, sino por editoriales como  Playa de Ákaba, que en su catálogo apuesta por este género y por dar cabida a narradores consagrados y otros nuevos. En un tiempo en el que la novela se ha convertido en la reina de la narrativa, Nómadas supone una llamada de atención, moviendo a la reflexión a través de veintiún historias cortas, buscando el enriquecimiento a la par que el entretenimiento. Diferentes estilos se mezclan en esta recopilación, todos con un denominador común, y es la idea de que el mundo, quizás, se ha vuelto loco, se ha vuelto nómada. La fugacidad de las experiencias diarias, el trepidante ritmo de los microviajes que, a diario, todo ser humano realiza, probablemente sin darse cuenta, subyace tras cada párrafo, cada palabra. Lo que hoy tiene y disfruta puede mañana perderlo a la misma velocidad a la que lo vive.

Nómadas reúne en su receta todos los ingredientes para convertirse en una obra indispensable para el lector en general y el aficionado al relato en particular.

Participan en esta antología Luis Artigue, Manuel Astur, David Barba, Sergi Bellver, Jorge Carrión, Carlos Castán, Sergi de Diego, Nadia del Pozo, Jordi Esteva, Javie López Menacho, Gabi Martínez, Marina Perezagua, Marta Sanz, Lorenzo Silva, Óscar Solana, Yago Vasil, Juan Vico, Manuel Vilas, David Yeste, Carlos Zanón, Felipe Zapico.

Elías Gorostiaga (1963. Valencia De Don Juan –León-), su lugar de residencia está entre Barcelona y Olivella, así como a caballo de todos los viajes que van saliendo a su encuentro. Vive en pareja con la que comparte la responsabilidad de un bebé de catorce meses y esperan a otro que llegará antes de que termine el año 2013. Escribe despreocupado de la publicación de sus obras, despacio, desde los años ochenta tanto teatro como poesía y en los últimos años trabaja con dos novelas y un libro de viajes. Sus autores de referencia son Laurence Sterne, Samuel Beckett, Le Clézio, Rafael Sánchez Ferlosio o Julio Llamazares.

Muchas gracias Taira.         


¡Saludos!

25 febrero, 2013

WAUGH VIAJERO


ETIQUETAS 
Evelyn Waugh


Evelyn Waugh es conocido principalmente por su obra Retorno a Brideshead, sin embargo, con anterioridad a la misma, había escrito algunas novelas de humor (¡Noticia Bomba! es un buen ejemplo) en las que satirizaba a la sociedad de su época.
Con una finalidad algo más monetaria, escribió durante la década de los años treinta algunos libros en los que daba cuenta al público inglés de sus viajes por el extranjero. Etiquetas es el primero de estos libros, en el que describe su viaje por el Mediterráneo. Dada la escasa novedad y originalidad de su ruta, el propio Waugh titula la obra etiquetas dado que apenas puede añadir nada que no haya sido escrito sobre estos lugares, limitándose a destacar aquello que llama su atención, en especial en materia humana, más que artística, paisajística o histórica.

Su viaje comienza con un vuelo comercial que le lleva de Londres a Paris donde disfrutará de los placeres de la noche parisina para descubrir que los locales de moda sirven champagne de malísima calidad y que el bullicio bohemio que tanta fama da a la capital francesa no es otra cosa que una sucesión de locales a los que se acude en romería, de modo que se visite el local que se quiera, siempre se acaba viendo a las mismas personas. Apenas cien noctámbulos dando tumbos por cinco o seis cabarets forman la esencia de la noche parisina. Acompañado por viejos amigos, conocerá a extravagantes caballeros y elegantes damas algo ebrias, llegando a la conclusión de que París convierte a todo el que la pisa en extranjero, nada en ella tiene carácter propio y verídico, un gran teatro mercantil. Afortunadamente, Waugh no llegó a conocer cuán acertado era su juicio y el largo camino que aún se debía recorrer en este sentido.

Un incómodo viaje en tren le lleva a Monte Carlo donde disfrutará de su primera inscripción en un auténtico club (el Sporting Club) y de la contemplación anhelada del Mediterráneo. Pocos días después se embarca en un crucero turístico (el Stella Polaris) de bandera noruega que le llevará hasta Nápoles donde descubrirá que el turismo ha arruinado la posibilidad de disfrutar de estos lugares sin la conveniente custodia de un guía de confianza que impida caer en manos de timadores, mendigos o delincuentes de la peor calaña.
El viaje continua arribando en la costa palestina para visitar las arenosas tierras de Haifa y Nazaret que no parecen haber gozado del entusiasmo del escritor. El Stella Polaris sigue su ruta hasta Port Said donde Waugh desembarca para vivir una temporada en la ciudad y poder visitar El Cairo y Helwan. Integrado en la pequeña colonia occidental, se apresta a tomar notas para un futuro libro sobre la sociedad de Port Said. Un pequeño grupo de militares, funcionarios, diplomáticos y empresarios en cuyas relaciones se entremezcla para disfrutar de lo mejor de cada grupo haciendo fugaces escapadas a El Cairo y visitas a las pirámides, la Esfinge y otros restos egipcios.

Finalmente decide escapar de la opresión camino de otra pequeña prisión, Malta, donde se hospeda gratis en el mejor hotel de la isla a cambio de la promesa de escribir unas amables líneas sobre el establecimiento en el libro que seguirá a esta ruta. Desconozco si el pobre director del hotel pudo llegar a discernir si fue objeto de una fina ironía o directamente de un incumplimiento contractual en toda regla dadas las observaciones que Waugh hace al respecto. La isla, pese a sus más de cien años de dominio británico, no ha perdido su carácter mediterráneo. Los bien conservados restos de los edificios de la Orden de San Juan son empleados, no para el turismo o el pasto del ganado – como ocurre en otros muchos lugares- sino para dar cobijo a la administración británica siendo prácticamente el único símbolo de su dominio.
El casual reencuentro con el Stella le permite escapar de la isla camino de Creta donde aún están en sus inicios las excavaciones de los palacios micénicos por lo que tras la breve parada, el crucero reanuda su camino, esta vez rumbo a Estambul, donde Waugh puede ver de primera mano los cambios que el régimen de Kemal ha introducido para occidentalizar la sociedad turca: la prohibición de la poligamia, el sufragio femenino, la supresión del traje típico turco, etc. Sin embargo, estos cambios son vistos con escepticismo por Waugh quien considera que todo cuanto tocan los turcos (sea arte, costumbres, ...) acaba por degradarse. La contemplación de las riquezas de los antiguos palacios imperiales y de las riquezas de los harenes sólo evoca la sospecha de que, en el derrumbe final del Imperio, muchas de esas joyas serían sustituidas por otras falsas.
El viaje continua en Atenas donde Waugh se reencuentra con un amigo la universidad junto con el que recorre los locales nocturnos más alejados de las rutas turísticas para descubrir que los parroquianos atenienses no sólo no tratan de pedirles dinero, sino que les invitan a bebidas.
La visita a Corfú, ya conocida por el autor, le reafirma en su deseo de enriquecerse para poder comprar una villa en esa paradisíaca isla, por lo que insta al lector a que compre varios ejemplares del libro que está leyendo para financiar así su proyecto. Remontando el Adriático visita Ragusa (actual Dubrovnik) y Cattaro criticando que ambas ciudades, en especial la primera, de indudable estirpe occidental, hayan sido entregadas al experimento yugoslavo tras la Primera Guerra Mundial (no en vano, los años noventa del pasado siglo corrigieron sangrientamente este error).

La visita a Venecia permite a Waugh comprobar lo poco que ha quedado de un pueblo que se caracterizaba por sus virtudes cívicas, su pasión por el arte y su habilidad comercial. La venta del encanto de su ciudad es lo único que pervive de un pasado de gloria.
El Stella regresa a Monte Carlo para dar por finalizada su temporada invernal y volver al Mar del Norte para la temporada veraniega. Waugh aprovecha el viaje para regresar a Inglaterra evitando la tortura y vulgaridad del tren. Barcelona es la próxima parada que arranca grandes elogios, tanto de las Ramblas como, en particular, de la obra de Gaudí de la que ignoraba su existencia. La visita a las famosas casas del arquitecto catalán, al parque Güell o a las obras incompletas de la Sagrada Familia causa su admiración. Este buen sabor de boca hace que su visita a Mallorca resulte algo decepcionante. Si bien, la impresión es muy superior a la que le produce Argel donde la plena confusión de razas y la falta de una organización social europea al estilo de la de Port Said son una muestra de degeneración que denuncia. Málaga es otra parada breve de la que apenas logra dejar ver una cierta indiferencia.

La visita al Peñón de Gibraltar es otra decepción ya que la presencia de policías ingleses, periódicos ingleses, tabaco inglés y otros elementos típicos de las islas, en un contexto extraño suscitan cierta inquietud en Waugh que ve próximo el final de su viaje. Éste tiene dos paradas adicionales de gran encanto para el escritor. De un lado Sevilla, de la que admira su elegancia y estilo de vida, de otro Lisboa a la que considera encantadora, guardando un especial recuerdo para el monasterio de Belém y la Plaza del Comercio.
El Stella arriba finalmente a Inglaterra entre la niebla y las sirenas, arrojándole a las conveniencias inglesas, a su correspondencia atrasada, las invitaciones sociales y otras obligaciones que tanto deplora.

Si bien la enumeración de las paradas en el viaje mediterráneo de Waugh promete una lectura amena e interesante, la verdad es que en la mayoría de las ocasiones, los comentarios resultan torpemente personales. El desprecio por otras culturas (en especial la musulmana) resulta un tanto intolerable en nuestros tiempos. Esa superioridad de la que parece hacer gala no guarda relación con las críticas que de continuo hace a su vida en Inglaterra, que parece detestar. Más aún, en 1929 su actitud parece algo trasnochada y más propia del siglo XIX. Los tiempos han cambiado lo suficiente desde Gladstone como para que su actitud resulte más bien ridícula. Su esteticismo es algo afectado y superficial, lo que en Wilde forma parte de una concepción más amplia de la vida, en Waugh resulta decadente y fuera de lugar.
No obstante, el libro fue escrito en un momento clave en la historia de los viajes. Hasta poco antes de ser escrito, sólo los muy acaudalados podían permitirse el lujo de un gran viaje (el famoso tour europeo). Los viajes se prolongaban durante largas temporadas en las que se hacían acompañar de numerosos criados y sirvientes y en las que el contacto con la población local resultaba vulgar y sólo justificable con el fin de experimentar una leve porción de exotismo. Sin embargo, tras la Primera Guerra Mundial, el turismo comienza a ser practicado de un modo diferente (el Stella es un buen ejemplo de ello) y deja de ser privativo de las clases más ricas, si bien sigue reservado para personas de fortuna. Los criados dejan de ser acompañantes, se busca la novedad aún a riesgo de tener que hacer largas caminatas por arenas ardientes o sufrir picaduras de insectos. Los guías turísticos organizan las visitas a los lugares imprescindibles para que nadie crea haber dejado atrás algún monumento digno de admiración. En numerosas ocasiones Waugh hace burla de este nuevo tipo de turistas, en especial, hace presa en australianos y americanos.
Ese momento de transición es, al tiempo, reflejo de una época en la que aún convive una sociedad heredada de los tiempos previos a la Primera Guerra Mundial y una nueva forma de entender las relaciones sociales, laborales y familiares que se impondrá definitivamente con el torbellino del próximo conflicto. Este contraste se pone de manifiesto en Etiquetas y será el que, con mejor tino, se plasme en obras posteriores de Waugh.

GWW


Datos del libro
  • 14.0x22.0cm.
  • Nº de páginas: 224 págs.
  • Editorial: PENINSULA
  • Lengua: ESPAÑOL
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • ISBN: 9788483074916
  • Año edición: 2002
  • Plaza de edición: BARCELONA


14 enero, 2013

EL ABUELO DE LORD BYRON


VIAJE ALREDEDOR DEL MUNDO
PRECEDIDO DE UN NAUFRAGIO
JOHN BYRON
Ediciones del Viento,  2006


John Byron (Londres, 1723-1785) fue un marino británico, y aunque en sus días disfrutó de reconocida fama y prestigio en Inglaterra, actualmente es más conocido por ser abuelo de otro Byron: George Gordon, sexto Lord Byron, poeta universal, viajero empedernido, iconoclasta, trasgresor y legendario.
El honorable John Byron no es escritor, propiamente: lo que nos cuenta es una relación, a modo de reportaje o bitácora, del viaje que realizó alrededor del mundo, a instancias del rey Jorge III, con fines exploratorios y científicos, a bordo de la fragata Delfín,  barco de la armada británica  que por primera vez recubría su casco con planchas de cobre, como protección. Sin embargo, la mitad del libro está  compuesta por el relato de un naufragio que el joven ―diecisiete años― guardiamarina Byron sufrió en un primer viaje. Relato que su insigne nieto, Lord Byron, el cual admiraba mucho a su abuelo, contará en su obra Don Juan y le inspirará para otra de sus obras, El Corsario.
El joven guardiamarina Byron formaba parte de la expedición del almirante Anson, y su barco, la Wager, encalló en las terribles costas de la Magallania.  Cuatro años tardó en volver a su país, cuatro años de rozar la muerte en distintas ocasiones, de hambruna,  enfermedades y todo tipo de desgracias y penalidades. La mayoría de sus compañeros fallecieron y quizás la juventud y su constitución física de Byron le mantuvieron con vida, a pesar de las infrahumanas condiciones que hubo de soportar.
Pero lo importante es que sobrevivió, y pudo relatar los sucesos y aventuras vividas. Esa primera parte del libro, la calificaría de más interesante aún que la segunda, ya que ésta, a pesar de su interés, no tuvo el dramatismo de aquélla.

La fragata Wager era un viejo barco que había hecho el recorrido de Indias habitualmente, y fue armado y pertrechado ―al mando del capitán Cheap― para formar parte de la escuadra del almirante Anson, que debía enfrentarse a la española del almirante Pizarro, aunque nunca llegaron a hacerlo, ya que ambas escuadras fueron destrozadas y dispersadas por los terribles temporales australes del cabo de Hornos. El naufragio de la Wager se produjo el 14 de mayo de 1741, al norte de las islas Guayanecos, en la fría, desolada y pantanosa costa oeste de la Patagonia. El resto de la escuadra fue desmantelada por el temporal y algunos de los buques hubieron de regresar al Brasil, mientras que otros consiguieron llegar a la isla chilena de Juan Fernández. El joven guardiamarina soportó en tierra, junto a otros supervivientes, condiciones terriblemente inhóspitas y dramáticas. De ciento cuarenta hombres que consiguieron llegar a tierra, fue disminuyendo su número a pasos agigantados, debido a las malísimas condiciones, la falta e insalubridad de los alimentos, el húmedo y gélido tiempo que les mantenía permanentemente empapados y  sin poder apenas guarecerse, las incursiones no siempre amables de los indios y las rencillas internas entre los náufragos, que ocurrieron desde el primer momento. La recuperación de material procedente del barco, mientras estaba a flote, les fue muy dificultosa: «Nos veíamos con frecuencia obligados ―cuenta Byron― a pescar las cosas por medio de grandes garfios amarrados a unas varas, en cuya faena nos venían a incomodar los cadáveres que flotaban entre las cubiertas» cuando trataban de rescatar objetos, herramientas o comida del barco embarrancado. «Hallábame nos diceen el estado más lastimoso, a causa de mi enfermedad, que se había agravado por las infames cosas que comía».

Tras diversos intentos de salir de allí y avanzar hacia el norte, buscando lugares civilizados o al menos, de mejor clima y condiciones de subsistencia, hubieron de regresar, mermados de fuerzas y con cada vez menos personal, al campamento base ―por llamarle de algún modo―, que llamaron Isla Wager, para esperar mejores condiciones climáticas e intentarlo de nuevo.
Finalmente, con algunos indios que, con la esperanza de bonificaciones y regalos, les ayudaron a desplazarse, consiguieron avanzar en el arduo trayecto, a veces por mar y a veces por tierra y por cauces de ríos, hasta llegar a tierras habitadas y habitables,  cerca de Chiloé. Allí los indígenas les alimentaron y vistieron, pues su estado era francamente  lastimoso. Byron describe minuciosamente tanto paisajes como el aspecto de los indios, sus costumbres, el trato a las mujeres, etc.

El encuentro con la guarnición española-chilena es descrito así: «Salieron a encontrarnos tres o cuatro oficiales y un pelotón de soldados, todos con las espadas desenvainadas, y nos rodearon como si tuvieren que custodiar a un enemigo formidable, en vez de tres pobres diablos desamparados que apenas si podíamos con nuestros cuerpos». Fueron mantenidos como prisioneros (España e Inglaterra estaban en guerra) y trasladados de una población a otra hasta llegar a Santiago, donde fueron embarcados finalmente para Europa. Pero la mayoría de las veces el trato que recibieron fue satisfactorio, incluso en Santiago dispusieron de libertad de movimiento, siendo recibidos por el gobernador. Los tres que sobrevivieron finalmente eran el capitán, Mr. Cheap, el oficial Mr. Hamilton y el guardiamarina Byron. Éste describe con bastante interés y detalle las costumbres, apariencia y vestuario de los chilenos de la capital, así como la economía del país y su funcionamiento.

La segunda parte del libro trata del viaje alrededor del mundo, del que el ya comodoro Byron da cuenta del trayecto, las incidencias, descripciones de islas, indígenas, botánica y zoología, en fin, detalles más de tipo científico y geográfico, pero menos atractivo en cuanto a las andanzas y aventuras humanas, reducidas al gobierno de la fragata y su lucha ―victoriosa, por otra parte―contra los elementos, llegando a buen término el viaje. Byron fue el primero que dio a conocer detalles exactos para la navegación por el Estrecho de Magallanes. Partieron de Plymouth (Inglaterra) el 2 de julio de 1764 y regresaron el 9 de mayo de 1766. Veintidós meses en la mar. La Relación del viaje alrededor del Mundo fue publicada póstumamente.
Para el relato del naufragio, se ha usado como base la edición publicada por J. Valenzuela  (Santiago de Chile, 1901), que a su vez se basó en la primera edición inglesa (1768). Para el relato del viaje alrededor del mundo se ha basado en la edición madrileña de 1943, a cargo de Ciriaco Pérez Bustamante.
Destaca el traductor los fallos de estilo y escritura, cosa que percibimos en la lectura, si bien el dramatismo de los hechos nos hace sobrellevar la ausencia de una forma literaria más atractiva. Lo que se echa de menos en esta edición es algún mapa de ambos recorridos, puesto que al emplear nombres que hoy no existen como tales, a veces resulta muy difícil seguir la derrota de los buques.

Ariodante



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