PRECEDIDO
DE UN NAUFRAGIO
JOHN BYRON
Ediciones del Viento, 2006
John Byron
(Londres, 1723-1785) fue un marino británico, y aunque en sus días disfrutó de
reconocida fama y prestigio en Inglaterra, actualmente es más conocido por ser
abuelo de otro Byron: George Gordon, sexto Lord Byron, poeta universal, viajero
empedernido, iconoclasta, trasgresor y legendario.
El honorable John Byron no es escritor,
propiamente: lo que nos cuenta es una relación, a modo de reportaje o bitácora,
del viaje que realizó alrededor del mundo, a instancias del rey Jorge III, con
fines exploratorios y científicos, a bordo de la fragata Delfín, barco de la armada
británica que por primera vez recubría
su casco con planchas de cobre, como protección. Sin embargo, la mitad del
libro está compuesta por el relato de un
naufragio que el joven ―diecisiete años― guardiamarina Byron sufrió en un
primer viaje. Relato que su insigne nieto, Lord Byron, el cual admiraba mucho a
su abuelo, contará en su obra Don Juan
y le inspirará para otra de sus obras, El
Corsario.
El
joven guardiamarina Byron formaba parte de la expedición del almirante Anson, y
su barco, la Wager, encalló en las
terribles costas de la Magallania.
Cuatro años tardó en volver a su país, cuatro años de rozar la muerte en
distintas ocasiones, de hambruna, enfermedades y todo tipo de desgracias y
penalidades. La mayoría de sus compañeros fallecieron y quizás la juventud y su
constitución física de Byron le mantuvieron con vida, a pesar de las
infrahumanas condiciones que hubo de soportar.
Pero lo
importante es que sobrevivió, y pudo relatar los sucesos y aventuras vividas.
Esa primera parte del libro, la calificaría de más interesante aún que la
segunda, ya que ésta, a pesar de su interés, no tuvo el dramatismo de aquélla.
La
fragata Wager era un viejo barco que
había hecho el recorrido de Indias habitualmente, y fue armado y pertrechado ―al
mando del capitán Cheap― para formar parte de la escuadra del almirante Anson, que
debía enfrentarse a la española del almirante Pizarro, aunque nunca llegaron a
hacerlo, ya que ambas escuadras fueron destrozadas y dispersadas por los
terribles temporales australes del cabo de Hornos. El naufragio de la Wager se produjo el 14 de mayo de 1741,
al norte de las islas Guayanecos, en la fría, desolada y pantanosa costa oeste
de la Patagonia. El resto de la escuadra fue desmantelada por el temporal y
algunos de los buques hubieron de regresar al Brasil, mientras que otros
consiguieron llegar a la isla chilena de Juan Fernández. El joven guardiamarina
soportó en tierra, junto a otros supervivientes, condiciones terriblemente
inhóspitas y dramáticas. De ciento cuarenta hombres que consiguieron llegar a
tierra, fue disminuyendo su número a pasos agigantados, debido a las malísimas
condiciones, la falta e insalubridad de los alimentos, el húmedo y gélido tiempo
que les mantenía permanentemente empapados y
sin poder apenas guarecerse, las incursiones no siempre amables de los
indios y las rencillas internas entre los náufragos, que ocurrieron desde el
primer momento. La recuperación de material procedente del barco, mientras
estaba a flote, les fue muy dificultosa: «Nos veíamos con frecuencia obligados ―cuenta
Byron― a pescar las cosas por medio de grandes garfios amarrados a unas varas,
en cuya faena nos venían a incomodar los cadáveres que flotaban entre las
cubiertas» cuando trataban de rescatar objetos, herramientas o comida del barco
embarrancado. «Hallábame ―nos dice―en el
estado más lastimoso, a causa de mi enfermedad, que se había agravado por las
infames cosas que comía».
Tras
diversos intentos de salir de allí y avanzar hacia el norte, buscando lugares
civilizados o al menos, de mejor clima y condiciones de subsistencia, hubieron
de regresar, mermados de fuerzas y con cada vez menos personal, al campamento
base ―por llamarle de algún modo―, que llamaron Isla Wager, para esperar
mejores condiciones climáticas e intentarlo de nuevo.
Finalmente,
con algunos indios que, con la esperanza de bonificaciones y regalos, les
ayudaron a desplazarse, consiguieron avanzar en el arduo trayecto, a veces por
mar y a veces por tierra y por cauces de ríos, hasta llegar a tierras habitadas
y habitables, cerca de Chiloé. Allí los
indígenas les alimentaron y vistieron, pues su estado era francamente lastimoso. Byron describe minuciosamente tanto
paisajes como el aspecto de los indios, sus costumbres, el trato a las mujeres,
etc.
El
encuentro con la guarnición española-chilena es descrito así: «Salieron a
encontrarnos tres o cuatro oficiales y un pelotón de soldados, todos con las
espadas desenvainadas, y nos rodearon como si tuvieren que custodiar a un
enemigo formidable, en vez de tres pobres diablos desamparados que apenas si
podíamos con nuestros cuerpos». Fueron mantenidos como prisioneros (España e
Inglaterra estaban en guerra) y trasladados de una población a otra hasta
llegar a Santiago, donde fueron embarcados finalmente para Europa. Pero la
mayoría de las veces el trato que recibieron fue satisfactorio, incluso en
Santiago dispusieron de libertad de movimiento, siendo recibidos por el
gobernador. Los tres que sobrevivieron finalmente eran el capitán, Mr. Cheap,
el oficial Mr. Hamilton y el guardiamarina Byron. Éste describe con bastante
interés y detalle las costumbres, apariencia y vestuario de los chilenos de la
capital, así como la economía del país y su funcionamiento.
La
segunda parte del libro trata del viaje alrededor del mundo, del que el ya
comodoro Byron da cuenta del trayecto, las incidencias, descripciones de islas,
indígenas, botánica y zoología, en fin, detalles más de tipo científico y
geográfico, pero menos atractivo en cuanto a las andanzas y aventuras humanas,
reducidas al gobierno de la fragata y su lucha ―victoriosa, por otra parte―contra
los elementos, llegando a buen término el viaje. Byron fue el primero que dio a
conocer detalles exactos para la navegación por el Estrecho de Magallanes.
Partieron de Plymouth (Inglaterra) el 2 de julio de 1764 y regresaron el 9 de
mayo de 1766. Veintidós meses en la mar. La Relación
del viaje alrededor del Mundo fue publicada póstumamente.
Para el
relato del naufragio, se ha usado como base la edición publicada por J.
Valenzuela (Santiago de Chile, 1901),
que a su vez se basó en la primera edición inglesa (1768). Para el relato del
viaje alrededor del mundo se ha basado en la edición madrileña de 1943, a cargo
de Ciriaco Pérez Bustamante.
Destaca
el traductor los fallos de estilo y escritura, cosa que percibimos en la
lectura, si bien el dramatismo de los hechos nos hace sobrellevar la ausencia
de una forma literaria más atractiva. Lo que se echa de menos en esta edición
es algún mapa de ambos recorridos, puesto que al emplear nombres que hoy no
existen como tales, a veces resulta muy difícil seguir la derrota de los
buques.
Ariodante
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