Dzevad
Karahasan
Europa
contempló con asombro en los años noventa los sucesivos conflictos que
surgieron tras la desintegración de Yugoslavia. En el seno de una Europa que se
preciaba de sus ideales de civilización, prosperidad, derechos humanos, etc,
surge un conflicto que pone de manifiesto una realidad discordante. La caída
del comunismo fue saludada como la oportunidad para la reconciliación de los
europeos, divididos hasta la fecha por el telón de acero, pero cuando aún no se
habían podido calibrar las consecuencias de estos cambios, apareció un nuevo
foco de confrontación que amenazaba por extenderse a los estados vecinos.
La Europa
que gustaba de presentarse como fruto de una tradición cultural, intelectual y
religiosa común, se sorprendía al contemplar guerras de carácter étnico y
religioso, a pocos kilómetros de sus modernas capitales. Más aún, toda Europa
descubrió que expresiones como limpieza étnica, fosas comunes o franco
tiradores, saltaban a la realidad desde los documentales y los libros de
historia volviendo a reclamar su espacio.
Ese pasado,
las guerras balcánicas de principios del siglo XX, el desencadenamiento de la
Primera Guerra Mundial, se aglutina con precisión milimétrica para destruir una
imagen confortable de nosotros mismos. ¿Y qué hace Europa? Entre dudas,
vacilaciones, decisiones equivocadas, reconocimientos unilaterales, interesados
y precipitados de nuevos estados, el caos y la división vuelven a ponerse de
manifiesto.
Los
ciudadanos europeos, quizá ajenos a las complicadas leyes geopolíticas,
contemplan las noticias de la televisión con asombro y horror. Las explosiones,
las muertes en la cola de una panadería o la gente corriente por las calles no
vienen de países del Tercer Mundo, de Jerusalén o de Líbano: vienen de
Europa.
Los muertos
viven, vivían, en casas prácticamente iguales a las nuestras. Casas con
calefacción, televisión y video, antena parabólica. Sus habitantes no son de
piel oscura, ni llevan extraños atuendos. Visten como nosotros, con americana y
corbata, con faldas ceñidas y tacones. Y como nosotros, parecían vivir ajenos a
las miserias del mundo, pero ahora deben correr por sus calles huyendo de balas
perdidas, granadas, cascotes. Incomprensible.
Y mientras
algunos reflexionaban sobre el fin de la historia, el renacimiento del
nacionalismo o la pujanza del Islam, los ciudadanos de la antigua Yugoslavia
trataban de continuar con sus vidas, de superar sus problemas diarios, sus
inmensas dificultades. De esta experiencia extrae Dzevad Karahasan el principal
aporte a su obra, Sarajevo. Diario de un éxodo.
En este
libro, Karahasan reflexiona sobre las consecuencias del conflicto en la vida de
los habitantes de Sarajevo, desde un punto de vista filosófico; esto es,
discurre sobre los efectos morales de la guerra, sobre el papel del intelectual
ante la misma, sobre los efectos de los bombardeos como factor de cohesión de
la comunidad asediada, etc. De todas sus reflexiones escojo al azar las
siguientes:
- El papel
del trabajo (y el Arte) como reserva de la dignidad humana: Durante el asedio de Sarajevo Karahasan fue nombrado
decano de la facultad de Artes Escénicas. Tras uno de los primeros grandes
bombardeos sobre la ciudad se reunió con sus alumnos y decidieron continuar con
el curso en la medida de sus posibilidades, preparando la representación de las
obras de fin de carrera.
El profesor
Karahasan arenga así a sus alumnos: “Les ruego que trabajen tanto y tan bien
como les sea posible. Su trabajo es lo único que, de momento, puede liberarlos
del miedo y ayudarlos a conservar la dignidad, la sensibilidad y el juicio. Los
hombres se han desentendido de nosotros, la fortuna nos ha dejado atrás, el
mundo se aparta y la realidad material en la que nos han enseñado a creer nos
abandona. Lo único que todavía no nos ha dejado es nuestro trabajo; lo que
aprendemos y el oficio al que servimos aún nos protegen. Una de las funciones
básicas del arte es la de proteger a la gente de la indiferencia, y el hombre
está vivo mientras no permanezca indiferente”.
Nada parece
más contradictorio que un conflicto y el Arte. Pero precisamente el conflicto
nace cuando los hombres pierden esa sensibilidad, esa capacidad de empatía y
ese respeto, no sólo por los demás sino por uno mismo. Trabajo, dignidad,
sensibilidad y Arte surgen de entre las cenizas humeantes de Sarajevo como
verdades inmutables, verdadera esencia de esa cultura que Europa no supo
defender en aquellos días.
- Fundación
del PEN Club de Bosnia y Herzegovina: un colega de
Karahasan le invita a la fundación del PEN Club como acto de rebelión y
resistencia frente a los horrores de la guerra. Pese a sus iniciales
resistencias a participar en este tipo de actos formales, y ante los argumentos
de su amigo, decide participar en el acto (aunque finalmente un bombardeo le
impedirá llegar al lugar donde se ha convocado la reunión): “Mientras
pensáramos en la literatura, mientras nos saludáramos tal como exige la buena
educación y utilizáramos los cubiertos para comer, mientras deseáramos escribir
o pintar algo, mientras nos esforzáramos por articular nuestra situación y
sentimientos a través del teatro, tendríamos la posibilidad de persistir como
seres de cultura, de defender nuestra ciudad y la tolerancia que en ella
reinaba, de salvaguardar nuestro derecho a la convivencia entre pueblos,
religiones y convicciones diferentes. Por eso era importante que en la reunión
en la que se fundara el PEN Club de Bosnia y Herzegovina estuviéramos todos los
que teníamos que estar”.
- La Verdad
en una obra de Arte: el asedio de
Sarajevo y las duras condiciones de vida que debían afrontar sus habitantes,
provocaron una pequeña escena, apenas perceptible, apenas de dos o tres
segundos de duración, en una de las representaciones de los alumnos de
Karahasan. El actor debe tomar la mano de la actriz y besarla con apasionado
amor. Esa mano simboliza en la obra lo hermoso, refinado e inalcanzable.
Sin embargo,
la realidad se cuela de manera indiscreta en el escenario. La mano de la actriz
está ajada, falta de cuidado y de higiene (el agua se había convertido en un
recurso precioso) y el actor no puede disimular la distancia que hay entre el
objeto de deseo que se supone ha de besar y la realidad que sus ojos
contemplan.
Sólo un
gesto, un breve instante y sus labios se posan ardorosamente sobre esa mano y,
desde ese momento, la compenetración entre ambos intérpretes alcanza un nivel
excepcional. Sin embargo, la mirada analítica del profesor se ha detenido en
ese leve momento en el que el actor ha sido incapaz de abstraerse la realidad e
interpretar su papel, recrear la ficción.
De esta
escena surge la siguiente reflexión: “En la escuela se aprende que la verdad
interior de la obra de arte consiste en la realización consecuente de los
principios básicos de la estructuración; pero ahora sé, gracias a ese instante,
que existe una forma más profunda y muy diferente de verdad interior de la obra
de arte, esa que se alcanza sólo cuando mediante el arte se defiende y
demuestra la realidad de las personas vivas y su necesidad de vivir como seres
de cultura, y de modo tal que esa necesidad de cultura es al mismo tiempo una
necesidad existencial”.
- Las dos
traiciones de la Literatura: Karahasan
acusa a la literatura de su país de dos graves culpas. De una parte, considera
que la literatura de la forma, la estética, la que abandera el arte por el
arte, la que se recrea en ella misma como principio y fin, al margen de todo lo
ajeno a ella, es culpable de favorecer un distanciamiento ético de la realidad.
La ausencia de valores y principios se traduce en una sociedad insensible,
egoísta, centrada sólo en el placer más inmediato. De ahí que el sufrimiento
ajeno sea visto como una mera cuestión estética; puede ser bello o no, pero no
se enjuicia moralmente. Acusa, por tanto, a estos escritores de inmorales y a
sus escritos de evitar un posicionamiento entre el bien y el mal.
Pero
Karahasan también acusa a la literatura de alejarse del modelo en el que los
personajes tienen un carácter, una psicología, un modo de pensar y sentir en
función del cuál actúan. Se admiten cambios de personalidad, flexibilidad en
sus actos y emociones, pero, en definitiva, cada personaje es un individuo que
se representa a sí mismo. Por contra, Karahasan señala acusadoramente a la
literatura en la que las personas actúan de un modo u otro en función, no de su
individualidad, sino de su pertenencia a una religión, a un partido político, a
una nación. Así, el serbio tiene una personalidad y un modo de pensar y actuar
diferente al de un bosnio, un conservador o un musulmán; es su pertenencia a
una etnia lo que le convierte en estandarte de la misma. El individuo queda
desposeído de sí mismo para ser reducido a un arquetipo sobre el que construir
el odio y el rechazo, los tópicos que luego repetirán los generales y los
políticos en sus discursos.
Si bien es
cierto que ambas visiones de la literatura parecen contradictorias (una es
claramente desideologizadora, la otra es profundamente ideológica) y que es
probable que ambas tendencias sean consecuencia (y no causa) de la realidad
metaliteraria, no es menos cierto que Karahasan opta por una visión del
individuo libre y responsable de sus actos, con capacidad y autonomía para decidir;
opta por un ciudadano, no por un serbio o croata y, al menos en esto, no
podemos por menos que estar de acuerdo con él.
El libro se
cierra con una despedida melancólica: los primeros judíos arribaron a Sarajevo
a finales del siglo XV, llegaban tras la expulsión de España por los Reyes
Católicos. En Sarajevo se asentaron y compartieron la fortuna y la desgracia de
la ciudad al igual que el resto de sus habitantes. Durante el cerco a Sarajevo
se celebró el Quinto Centenario de su llegada y, pocos días después, la
práctica totalidad de la comunidad judía de Sarajevo abandonó la ciudad rumbo a
un nuevo exilio. Los judíos se ponían de nuevo en marcha después de quinientos
años, después de haber sobrevivido a diferentes dominaciones de la ciudad (el
Imperio Otomano, el régimen nazi, la dictadura comunista, ...).
Y Karahasan
se pregunta si la propia idea de Sarajevo como centro de convivencia de tres
religiones, tres culturas, ha sucumbido a la fuerza bruta y si, como han hecho
los judíos durante dos mil años tras sus celebraciones despidiéndose con un “el
año que viene en Jerusalén” siendo dicha ciudad más una referencia mítica
que un centro físico, no harán lo propio los sarajevos repitiendo
acongojadamente “el año que viene en Sarajevo”. Y es que, en definitiva,
el éxodo al que hace referencia el título del libro no es sino la constatación
de la orfandad del autor al que sólo el mito de una ciudad, a la que ya no
puede reconocer en la realidad que le rodea, sostiene.
GWW
Datos del libro
- 14.0x22.0cm.
- Nº de páginas: 123 págs.
- Editorial: GALAXIA GUTENBERG
- Lengua: CASTELLANO
- Encuadernación: Encuadernación en tela
- ISBN: 9788481094893
- Año edición: 2005
- Plaza de edición: BARCELONA
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