SANTIAGO EXIMENO
El otro día, un amigo me pasó por Internet una novela
escrita por un tal Santiago Eximeno. Con este chico había tenido yo contactos
fugaces en muros de amigos comunes del facebook, y, válgame mi ignorancia
fandomitera, yo ni siquiera sabía que era escritor. Pero claro, frecuentado los
mares en los que nado últimamente era difícil pensar que se dedicase a la cría
del mejillón en sus ratos libres (que también puede ser, oiga). Creo que soy la
única rana en un acuario lleno de peces que no, no escribe.
Parece ser que este chico ha tenido la audacia de ser
el primero en editar su novela en formato electrónico pero con una especie de
suscripción popular (Crowd funding, creo que se llama). No me entero mucho de
esos temas, la verdad. Peco de suma ignorancia en el ambiente
editorial y en los nuevos formatos más todavía. Pero eso sí, que conste que
intento enterarme a la mayor brevedad posible (otra cosa es que lo consiga).
Bien, me parece fantástico el tema del libro electrónico, pero eso no quiere
decir que denigre por obsoleto el formato tradicional. Lo que me encanta es la
posibilidad de elegir aquel que mejor se adapte a mis necesidades en cada
momento. Y sobre todo me encanta que los escritores tengan la oportunidad de
hacer llegar sus obras a más gente, y pueda darse a conocer de una forma tan
cercana y tan sencilla. Creo que con eso salimos ganando todos.
Cuando me llegó el lunes apenas pude echarle una
ojeada, pero entre el martes y el miércoles la he devorado. Estoy pasando por
una situación un poco compleja en mi ambiente laboral y tengo muchos ratos
desocupados, así que he aprovechado y la he leído con rapidez.
Y la verdad, la he disfrutado. Y eso, el haberla
disfrutado es lo que más me ha sorprendido, porque tenía todos los numeritos
para no gustarme.
Me gustan los tochos gordos, muy gordos. Me gustan las
historias largas complejas y enrevesadas, con muchos personajes, tramas y
subtramas. No suelo leer relatos cortos ni cuentos porque no me satisfacen, me
parecen eso, cortos.
No me gustan los muertos resucitados de ningún tipo ni
color. No me gustan los zombis, ahora tan de moda. Les huyo como a la peste.
(Probables reminiscencias de un trabajo en el que los cadáveres, a dios gracias
sin resucitar, son demasiado cotidianos).
No me gustan los temas basados en la mitología
judeo-cristiana, y todo aquello que me suene remotamente a esta religión, tanto
en las novelas como en el cine. Me repele. Pero mucho, mucho.
Como veis, esta novela la tenía muy cruda conmigo. Una
novela corta de apenas 150 páginas, en la que salen muertos resucitados, basada
en la iconografía cristiana del juicio final, con una trama bastante sencilla y
solo cuatro personajes, tenía todos los numeritos para que la borrara
directamente del ordenador al cuarto párrafo. Pero como persona extremadamente
curiosa que soy, decidí darle una oportunidad, pensando en que la dejaría a las
primeras de cambio
Había una cosa con la que no contaba y es con la
increíble habilidad narrativa de Santiago para engancharme desde las primeras
líneas. No es un escritor trepidante, ni muy dinámico. Escribe de una forma
sosegada y sencilla, directa, clara y concisa. Sin prisa, pero sin pausa. Y es
ese mismo ritmo, constante pero muy intenso, que sabe imprimir a toda la
narración, el que hace que no la puedas soltar.
Sus personajes son sólidos, macizos, claramente
definidos. Sabe tratarlos con una habilidad que nos permite conocerlos sin
adivinar nada que no debamos saber. Esto hace que en el momento justo, al
levantar el telón nos sobrecoja con unas historias crudas y realistas, que, por
ser tan habituales en la vida diaria, nos hacen la novela totalmente creíble y
a sus personajes parte del entorno cotidiano de nuestras vidas.
La novela avanza con firmeza, entre el caos de una
situación límite que amenaza la cordura de los personajes y los saltos en el
tiempo necesarios para darnos a conocer a los cuatro protagonistas a los que el
azar, el destino o nada, simplemente nada, ha unido en el día del juicio final.
Y ese avanzar continuo, solo pospuesto momentáneamente por los paréntesis de
los hechos del pasado, nos conduce paso a paso a un final sorprendente que nos
impacta y nos deja en suspenso, con el aliento retenido.
Evidentemente, una de las premisas con las que yo
contaba se ha cumplido ampliamente: me ha sabido a poco, a muy poco. Hubiera
seguido disfrutando durante muchas páginas por mi afán devorador. Pero he de
reconocer que la novela tiene la extensión justa para la historia que cuenta.
Hasta eso está justamente medido y controlado, sin que nada le sobre ni le
falte.
Solo un pequeño pero puedo ponerle a esta pequeña
joya: hay algunas escenas impactantes que a mi parecer adolecen de un poco de
frialdad en la narración. Pero realmente no sé si es un defecto o una virtud,
pues quizá una mayor expresividad hubiera roto ese ambiente de perplejidad que
envuelve todo el relato. Perplejidad que consigue transmitirnos y que sin duda
es la que los mismos protagonistas sienten ante la situación a la que se ven
enfrentados.
No añado nada más. Solo recomendar su lectura a todo
aquel que quiera pasar un buen rato. Y por supuesto, dar las gracias a todos
aquellos que me lo han proporcionado a mí. Gracias, Santiago.
Ángeles Pavía
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