Taras Bulba Nikolái Gógol
Ed. Losada, 2011
El
protagonista de esta novela es en realidad el pueblo cosaco, de origen eslavo y
asentado después del siglo X en las estepas que hoy conforman gran parte de
Ucrania y el sur de Rusia. Pueblo cuya imagen estereotipada es la de unas
gentes más bien salvajes, levantiscas y celosas de su libertad, consumados
jinetes y juerguistas de campeonato (tan diestros en el danzar como en el
beber). Pues bien, acaso sea este uno de los casos en que el estereotipo
represente una buena parte de la verdad, al menos considerada con una cierta
perspectiva histórica o, dicho de otra manera, con una mirada retrospectiva.
Parecen confirmar este supuesto -entre otras fuentes- algunas novelas rusas
decimonónicas, cuyo valor testimonial en este sentido acaso exceda el
propiamente artístico (sin tratarse en modo alguno de obras deficientes). Me
refiero a La hija del
capitán, de Alexander Pushkin; Taras
Bulba, de Nikolái Gógol; y Los
cosacos, de Lev Tolstói.
El
caso de Taras Bulba
es singular, porque en ella su autor se propuso nada menos que forjar la épica
del cosaco, en un empeño que denota el influjo del romanticismo a la sazón en
boga –es la primera mitad del siglo XIX-. Ese romanticismo que, llevado del
desencanto ante la modernidad y el universalismo de las categorías
racionalistas, se volcó al enaltecimiento de la nación como expresión suprema
del alma colectiva, y para ello nada más decisivo que hurgar en el pasado
legendario de los pueblos (cuanto más legendario y heroico, tanto mejor). En
verdad, Gógol no es un escritor rigurosamenteromántico, puesto que en su obra
destacan elementos propios del realismoque ya amagaba con desbancar al
romanticismo, tales como la sátira y el ánimo de denuncia social. Taras Bulba
representa una suerte de paréntesis en el conjunto de su obra, uno intermedio
entre dos épocas y dos corrientes culturales. Es la épica romántica del cosaco,
pero vertida en prosa y en conformidad con un estilo realista. El impulso
romántico de la obra se advierte precisamente en su carácter de epopeya, en que
el novelista recrea el pasado glorioso de una etnia notoriamente simbólica, de
entre las que conformaron la
Gran Rusia (compuesta en esencia por las actuales Rusia,
Ucrania y Bielorrusia o Belarús).
Gógol
no pinta al pueblo cosaco en color de rosa, sino que exhibe muy crudamente el
primitivismo y la brutalidad que con toda certeza se le puede atribuir en la
época en que se ambienta el relato, el siglo XVI, habida cuenta de que la suya
era y sigue siendo tierra fronteriza entre dos continentes y sus respectivos
paradigmas civilizacionales. Los cosacos se hallaban por entonces enfrentados
en constantes luchas contra polacos, tártaros y turcos. También se contaban
entre sus enemigos calmucos, lituanos y moscovitas. Aunque habían abandonado el
nomadismo mucho tiempo atrás, su estilo de vida conservaba más de un toque de
las pasadas costumbres trashumantes, evidentes sobre todo en su cultivada
estirpe de jinetes y en su forma de organización social. En el modo en que se
reúnen y deliberan en torno al destino de la nación cosaca, acudiendo desde los
más apartados confines, hay claras reminiscencias de lo que debió ser su
primigenia estructuración en clanes, posiblemente rivales pero hermanados al
momento de enfrentar a un enemigo común.
Gógol
no escatima honestidad al retratar las cotas de tosquedad y salvajismo que
podía alcanzar el varón cosaco en la orgía o en la acción militar. Pero tampoco
le mezquina admiración al elevarlo a la condición de “extraordinaria
manifestación de la potencia rusa”, homenajeando su papel histórico de
contención de invasiones mogolas. En el cosaco cifra Gógol lo que hoy
consideraríamos tópicos sobre el ‘ser nacional ruso’: disposición a una amistad
ruda y generosa, rectitud de carácter, despreocupación respecto del futuro,
desprecio de los bienes materiales y ansia de gloria, etc. Características en
cierto modo notables aunque en ellas no hubiera sino un ápice de verdad, pero
de las que bien se puede recelar si, como ha ocurrido, llega Rusia a ocupar un
sitial internacional de preponderancia.
La
narración es vívida y vigorosa, dotada por momentos de una cálida pátina de
pintorequismo; cualidades que, a poco andar la lectura, le granjean el
entusiasmo del lector –cuando menos, éste ha sido mi caso.-. Aparte la colorida
descripción de proezas guerreras, disfrutamos de una emotiva historia de amor y
traición, y celebramos la entereza con que los personajes arrostran la
adversidad.No menos interesante es el tratamiento de las costumbres de los
cosacos y, como se puede suponer, la contextualización histórica de lo narrado.
Taras
Bulba se deja
leer como narración épica pero también como novela histórica y como documento
etnográfico. Su brevedad es un argumento contra toda reticencia. En suma,
entretenida y recomendable lectura para quien no la haya acometido aún.
Rodrigo
Nikolái Gógol, Taras
Bulba.
Losada, Buenos Aires, 2011. 191 pp.
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