Bill Bryson
Bill Bryson es un periodista
norteamericano que tras vivir durante cerca de veinte años en Gran Bretaña,
casarse con una inglesa y tener hijos, decide volver a su hogar americano
arrastrando a su familia. Al poco de instalarse en New Hampshire recibe la propuesta
de un semanario británico de escribir un artículo semanal en el que relate la
experiencia de un americano que redescubre su país y los contrastes que
advierte en relación a su vida en el Reino Unido.
Pese a sus recelos iniciales,
Bryson se lanza con decisión y entusiasmo a la nueva tarea que le permite
explorar y estudiar los más diversos aspectos de la vida americana ofreciendo
un artículo semanal durante un año y medio a sus lectores británicos en un tono
desenfadado e irónico. Historias de un gran país lleva por subtítulo Viaje
al american way of life lo que describe con mayor precisión su contenido:
un año y medio de artículos junto a una breve introducción explicativa del
origen del libro.
Como es de prever, desfilan por
estos artículos todos los tópicos comunes sobre la vida americana: la
superabundancia de comida y la obesidad, el apego por el cumplimiento de las
normas por ridículas que puedan resultar, la creciente invasión de la
publicidad, la cultura de la reclamación, la total ignorancia sobre cualquier
asunto ajeno a los Estados Unidos (sea en materia de arte, historia, geografía,
…). Pero también, Bryson nos regala emotivas instantáneas de una mentalidad tan
tremendamente positiva y confiada (conviene destacar que se trata de artículos escritos
con anterioridad al 11-S) que rayan en la simpleza.
Del mosaico de artículos se
obtiene una imagen fidedigna y creíble de unos Estados Unidos alejados del
tópico hollywoodiense. Asentado en uno de los estados con mayor riqueza
forestal, Bryson entona una extraordinaria alabanza del tesoro natural de su
entorno. Bosques interminables, capaces de tragarse restos de pequeños pueblos
abandonados, e incluso aviones que se estrellan sin ser localizados hasta
pasados varios meses pese a la utilización de las más modernas técnicas de
exploración mediante satélite. Sorprendentemente, Bryson señala que esta enorme
extensión boscosa es reciente ya que apenas hace 60 años la mayor parte de la
superficie hoy cubierta estaba destinada al cultivo. Un buen ejemplo a seguir.
Esa inmensa naturaleza casa con
las dimensiones propias de los Estados Unidos. Las distancias entre puntos que
se consideran próximos asustarían a un europeo medio. Un día de playa en la
cercana costa puede suponer un viaje de más de cinco horas por trayecto. Sin
embargo, Bryson echa de menos el viejo encanto de las carreteras americanas y
su panoplia de atracciones inverosímiles, típicas a mediados de los años
cincuenta. Según asegura, las distancias se hacían más llevaderas gracias a
carteles que advertían de la presencia de extraños fenómenos como la piedra
atómica, un campo de gravedad, una casa construida con latas de cerveza a un
paso de la carretera principal (para ser más exacto, a unos doscientos
kilómetros de la misma) y que, inevitablemente causaban una desoladora
decepción al ser contemplados, decepción que desaparecía de inmediato al ser
sorprendidos por un nuevo cartel que anticipaba la cercana presencia de la
huella de dinosaurio más grande del estado de Arizona.
Son muchas las cosas que han cambiado
desde los tiempos de juventud de Bryson. Los moteles son un buen ejemplo. A
finales de los años cincuenta y primeros sesenta, todos los cruces de caminos,
pequeñas poblaciones y áreas de servicio contaban con sus correspondientes
moteles, cada uno con sus propias características diferenciales. Sus dueños
eran familias que ofrecían un trato cercano y personal a sus huéspedes
supliendo las carencias de unas habitaciones no demasiado elegantes o limpias.
El tiempo ha borrado estos establecimientos de los mapas americanos,
sustituidos por unas pocas cadenas que ofrecen moteles estandarizados e
impersonales de modo que, en cualquier estado de la Unión, uno puede alojarse
en uno de estos establecimientos conociendo de antemano el mobiliario de la
habitación y el contenido del buffet libre para el desayuno.
Esta tendencia a favorecer lo
previsible parece haber traído consigo (¿o será más bien al revés?) la
desconfianza ante lo diferente. Acostarte en una habitación exactamente igual
en Nebraska que en Ohio, ver los mismos canales de televisión, desayunar los
mismos ingredientes en Colorado que en California, no sentir ni valorar el
“riesgo” (relativo, es cierto) de una experiencia algo diferente. Este
desasosiego por lo desconocido ha llevado, señala Bryson, a que las miles de
variedades de chocolatinas americanas carezcan de auténtico sabor a chocolate,
que los tipos de queso autóctonos se hayan acomodado a unos estándares
generales que les han llevado a perder su peculiaridad.
La profusión de Starbucks o McDonald´s
son otro buen ejemplo de la homogeneización creciente de la vida americana
(uniformidad que inevitablemente parece adueñarse también de nuestras
ciudades). Bryson comenta entristecido a uno de sus amables vecinos que la
apertura de un McDonald´s enfrente de un coqueto restaurante familiar próximo a
su casa ha llevado al cierre del restaurante perdiendo la última oportunidad de
cenar de una manera decente en el entorno, a lo que el vecino contesta
indiferente que le parece normal ya que lo bueno del McDonald´s es que siempre
sabes lo que vas a comer antes de entrar.
Como ya he señalado, muchas de
las referencias de Bryson acaban por ser un triste anticipo de las tendencias
que hoy vemos a nuestro alrededor. La cultura de la reclamación (injustificada,
se entiende) por el mero hecho de tentar la suerte y obtener una improbable (y
en muchos casos improcedente indemnización), la complicación creciente de los
trámites de embarque por las medidas de seguridad totalmente ajenas a lo que
representa realmente nuestra seguridad, etc. Bryson denuncia la política de las
empresas de recortar servicios a los usuarios justificando dichas medidas
precisamente con la disculpa de que se trata de “ofrecer un mejor servicio”.
Pero gran parte del encanto de
estos artículos no reside tanto en el aspecto antropológico que parece
deducirse de ellos. En la mayoría de los casos, las reflexiones nacen de la
narración de anécdotas en las que el propio Bryson es el desgraciado y torpe
protagonista. Así, le vemos perdido sobre un trineo motorizado totalmente
incapaz de evitar chocar repetidamente contra todo árbol que crezca a menos de
trescientos metros a su alrededor, derramando refrescos sobre una monja en un
vuelo terrible (especialmente para la monja), sufriendo los horrores de la
dieta que su mujer le impone prohibiéndole la mantequilla de cacahuete o su
feliz (sólo al principio) encuentro con la trituradora de basuras, ese invento
tan americano y cuya peligrosidad en manos de un desastrado Bryson la convierte
en un arma de destrucción masiva.
Asistimos a excursiones
familiares en las que sus hijos muestran mejor sentido de la orientación o le
vemos atiborrar el carro de la compra del supermercado con treinta variedades
diferentes de cereales que su mujer le obligará a desayunar hasta el último
copo como expiación por su delito de atentar contra los alimentos frescos que
tan trabajosamente logra encontrar en el pequeño rincón en el que están
confinadas esos extraños y “peligrosos” vegetales tan desconocidos para un
americano medio, más afín a los precocinados y congelados.
La ironía que desborda todos los
artículos es otro elemento que le acarrea numerosos problemas en su vida
cotidiana. Y no es que los americanos no sean divertidos, simplemente es que
carecen de sentido del humor. Bryson (quizá contagiado por el “humor inglés”)
responde al funcionario de aduanas que le pregunta “¿Verduras o fruta?” con un
“gracias, agente, me vendrían bien unas zanahorias” para descubrir que estos
amables funcionarios son incapaces de advertir siquiera esta leve ironía.
Bryson, desconcierta a uno de sus vecinos que lleva un árbol en la vaca de su
coche, preguntándole si pretende camuflar su vehículo, a lo que el honrado
ciudadano, tras un leve bloqueo, responde con una profusa explicación sobre el
motivo por el que lleva atado el árbol.
Humor, bastante información para satisfacer al
curioso, anticipación de corrientes, estilo ameno y familiar que admite un
hueco para la reflexión. Bryson se escapa del uniformismo que denuncia y cada
uno de los artículos abre una nueva perspectiva. Sus títulos son un buen
ejemplo (Los misterios de la Navidad, Esos aburridos extranjeros, Por qué
nadie camina, Al aire cubierto, En la barbería, Imposibilidad de comunicación,
Perdido en el cine, Dónde está Escocia y otros consejos de utilidad, La mejor
celebración americana, La vida deportiva y así hasta setenta y ocho
artículos).
GWW
Datos del libro
- 15.0x23.0cm.
- Nº de páginas: 352 págs.
- Editorial: PENINSULA
- Lengua: ESPAÑOL
- Encuadernación: Tapa blanda
- ISBN: 9788483074831
- Año edición: 2002
- Plaza de edición: BARCELONA
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