28 noviembre, 2012

DISTORSIONANDO


EL ARTE DE LA DISTORSION
JUAN GABRIEL VÁSQUEZ




Reúne este libro una magnífica colección de 17 artículos, (ensayos, prólogos y conferencias) cuyo eje es el quehacer literario. El autor, que además de escritor es ferviente lector, y en su prólogo nos advierte de que lo que buscamos, lectores y escritores, es “la profunda satisfacción que nos dan los mundos cerrados, autónomos y perfectos, de las grandes ficciones. Esos mundos que, precisamente por haber nacido de la imaginación libre y soberana, dan a la realidad un orden y un significado que ésta, por sí sola, no logrará jamás. Esos mundos donde, precisamente porque no han sucedido nunca, las cosas seguirán sucediendo para siempre.”

Libro que se lee de un tirón, los textos son muy amenos y atrapan la atención del lector; si se han leído las obras o al menos a los autores de los que habla, aún es posible un disfrute mayor; pero incluso en el caso de no haberlo hecho, y de leer sobre perfectos desconocidos, como en mi caso, con el escritor colombiano Ribeyro, sus acotaciones y comentarios sobre su vida y obra me han parecido interesantes y muy acertados.

Por su origen colombiano, Vásquez nos habla de sus compatriotas, y nos compara obras, actitudes y textos que nos resultan muy sugerentes, reflexionando ante su actitud literaria, comparada con la de otros autores europeos.
Por su vocación universal, trata de otros escritores de muy diversa procedencia, y que son objeto de su admiración, como G. Sebald, S. Bellow, J. Conrad, Ph. Roth, V. Naipaul, etc., y nos admira con una serie de detalles curiosos o reflexiones muy pertinentes sobre su obra o sobre ellos mismos.

Conrad, concretamente, es un autor de culto para Vásquez, y leemos su nombre a lo largo de casi todos los artículos, aunque hay algunos especialmente dedicados a él, como Ver en la oscuridad y Viaje a Costaguana. Costaguana es el país imaginario donde Conrad recrea su magnífica novela Nostromo. Según Vásquez, ésta es la mejor novela sobre Hispanoamérica jamás escrita fuera de la lengua española, incluso le concede el rango de antecedente del boom literario hispanoamericano, emparentándola con La casa verde o con ciertos episodios de Cien años de soledad. Nos cuenta Vásquez cómo surgió en Conrad la idea de esta novela y su ansioso proceso de creación, cómo un simple hecho real  le sirvió para crear todo un mundo que le era absolutamente ajeno, ya que apenas si había visitado el Caribe muchos años antes, en su etapa de marino, y sin pasar demasiado tiempo por allí. Conrad se inspira en los momentos políticos en los que Panamá, (Sulaco, en la novela) auspiciada por EEUU, se segrega de Colombia, de la que era una provincia, así como en la aventura de un personaje real, Santiago Pérez Triana, que, llegado a Londres a finales del XIX, publicó el relato de su huída de Colombia en 1902. Del contacto de Conrad con Pérez Triana no sabemos nada, pero algo hubo. Conrad, después, mezcló los ingredientes y utilizó su imaginación para el resto, que resulta una novela, si bien con la impronta conradiana, que no es la más típica suya, al alejarse de los temas marinos y asiáticos habituales. Y siguiendo con Conrad, Ver en la oscuridad fue un prólogo al Corazón de las tinieblas, de Conrad y esto le proporciona un pretexto para reflexionar sobre la vaguedad o la imprecisión en la novela, o en la obra de arte.  Y cita una carta de Conrad a  R. Curle, diciendo “La explicitud, mi querido amigo, es fatal para el encanto de una obra de arte, pues le roba toda capacidad de incitar, destruye toda ilusión”, lo cual Vásquez y yo misma compartimos plenamente. Y también Kundera: “la novela es el reino de la ambigüedad.”(Los testamentos traicionados).

En Los hijos del licenciado: para una ética del lector,  comienza reconociendo que “la lectura de ficción es una droga y el lector es un adicto”, y que la lectura  en nuestros días, ya lejanos de las lecturas colectivas alrededor del fuego, realmente “es un vicio solitario”, porque el lector está solo ante el libro; nos viene a decir con Proust que, al contrario que la conversación, la lectura consiste para nosotros en establecer comunicación con otro pensamiento, pero permaneciendo solos, gozando de la potencia intelectual que tenemos en soledad y que la conversación disipa inmediatamente; y que en un mundo lleno de servidumbres, de dramas y de inquietudes, el mundo de los libros es un mundo de libertad. “El hecho de que esta vida sea sólo una y no podamos ser a la vez hombres y mujeres, ateos y creyentes, fieles e infieles,  pero sí podemos imaginar que lo somos”, y por tanto podemos vivir otras vidas con nuestra imaginación y con una buena ficción entre nuestras manos.

En El arte de la distorsión, artículo que da nombre al libro, y que fue en su origen una conferencia impartida en El Escorial en 2006, defiende la libertad del literato en la creación de ficciones: la única razón de ser de la novela es decir lo que sólo la novela puede decir. Y trata el inevitable tema de la novela histórica, coincidiendo, sin citarlo, con Kapuscinski y con Heródoto en la imposibilidad de conocer la historia, o más bien, que toda historia es, apenas, una versión (de los hechos). Y cita a Julian Barnes en su Historia del mundo en diez capítulos y medio, al decir que “inventamos historias para tapar los hechos que no conocemos; conservamos unos cuantos hechos verdaderos y alrededor de ellos tejemos un nuevo relato.”

En Malentendidos alrededor de García Márquez analiza las influencias y relaciones de su obra con otras obras y con la realidad, con el Macondo real. Y nos dice que el malentendido consiste en considerar  la influencia como influenza (gripe), haciendo un juego de palabras muy cabrerainfantiano. La influencia es buscada, no “recibida”: García Márquez se sumerge en Faulkner y en Hemingway, sin ningún problemaza que, según Harold Bloom, los talentos más débiles idealizan, pero los de imaginación capaz, “se apropian” de los libros ajenos. Es como en pintura: por poner un único ejemplo evidente: Picasso, que se apropió de miles de pinturas ajenas pero les dio su sello absolutamente personal. No se puede crear de la nada, siempre hay que partir de algo, de algo anterior que nos de el pie, la base sobre la que crear y construir nuestro propio edificio. Nuestro bagaje cultural, nuestra vida, lo que han hecho los demás y lo que hemos hecho nosotros.

En Las máscaras de Philip Roth  desmenuza la obra del autor norteamericano, al que tanto gusta mezclar ficción y realidad, incluirse e inmiscuirse dentro de sus obras, adoptando un alter ego (Zuckermann) pero negando siempre que sea él mismo, mientras que en su vida repite lo que ocurre en sus novelas y viceversa. La clave de su universo: la trasgresión, transformar el deseo en literatura, la política en deseo, el deseo en literatura política o erótica.
Disecciona la obra sebaldiana en La memoria de los dos Sebald,  e indaga sobre cómo se enfrenta el hombre a su propia historia, cómo reconstruye su pasado: en Sebald, recordar no es un acto intelectual, sino físico, y no hacerlo conlleva riesgos morales.
En Apología de las tortugas habla del cuento, de la diferencia entre cuento y relato corto, (tale y short story), de la posible muerte de la novela pero la vigencia e importancia del cuento. En Diario de un diario trata de Ribeyro, autor colombiano afincado físicamente en París y espiritualmente en el siglo  XIX, con lo que se automargina respecto al boom hispanoamericano de los sesenta, y además, encarna una versión imprecisa de Bartleby. En El tiro y el concierto analiza la relación entre literatura y política, en general y en concreto, en Colombia. Cervantes es objeto de La paradoja de Don Álvaro Tarfe,  y sus problemas con el Quijote apócrifo, y también sobre Cervantes versa Historia de un malentendido: lecturas anglosajonas de El Quijote.
En Literatura de inquilinos, trata un tema que le toca de lleno personalmente al autor: la permanencia voluntaria en situación de emigrado; el asentamiento en otro país que no es el suyo, y que Vásquez insiste en no llamar “exilio”, voz que le trae connotaciones que quiere evitar, y prefiere el término “inquilino”. Y aquí habla de Conrad (inquilino por antonomasia), de Naipaul, de Hemingway,...y olvida mencionar a Sándor Márai, aunque éste se exilia por cuestiones evidentemente políticas, pero incluso cuando podría haber vuelto a su país, decide permanecer fuera pero seguir escribiendo en húngaro, su patria, según él.

Nos alargaríamos demasiado si comentásemos todos los ensayos, con lo que finalmente resumiremos diciendo que el libro es una reflexión sobre la literatura y los literatos, los problemas con los que se enfrentan: la memoria, la historia, la política, las influencias, la relación realidad-ficción, y los retos que han de superar; las relaciones con los lectores y la crítica y con sus países de origen; los distintos avatares que acompañan a la creación literaria y que a veces permanecen ocultos a la vista del público, parapetados tras la obra del autor, donde se contiene su vida y otras vidas, sus ideas y otras ideas, otras ilusiones, otros mundos. Y que nosotros los lectores participamos de ellos al leerles.

 Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973), escritor, traductor, ensayista y crítico literario,  autor del libro de relatos Los amantes de Todos los Santos (2001), de dos novelas, Los informantes (2004) e Historia secreta de Costaguana (2007, Premio Qwerty a la mejor novela en castellano, Barcelona, y premio de la Fundación Libros & Letras, Bogotá) y de una breve biografía de Joseph Conrad, El hombre de ninguna parte (2007). Ha traducido obras de John Hersey, Víctor Hugo, John Dos Passos y E. M. Foster. El ensayo que nos ocupa, “El arte de la distorsión” ha ganado el Premio de Periodismo Simón Bolívar. Es columnista de El Espectador, de Bogotá, aunque desde 1999 vive en Barcelona, después de haber estado viviendo en París y en Las Ardenas, Bélgica, en un voluntario alejamiento de su país natal,  que él no quiere llamar exilio, sino inquilinato.

Ariodante

 Título: El arte de la distorsión | Autor: Juan Gabriel Vásquez | Editorial: Alfaguara | Páginas: 232 |






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