JULIAN BARNES
¿Llega
un momento en el que el original comienza a dejar de parecernos auténtico?¿Es
posible que prefiramos una copia, limpia, aséptica y sin genética propia, al
original mismo? ¿Reducimos la realidad a una serie de imágenes simplistas que
podemos manipular a nuestro antojo? En estas cuestiones se zambulle Inglaterra,
Inglaterra, una original obra de Julian Barnes en la que plantea una fábula
orwelliana con su habitual habilidad para la narración.
Julian
Barnes fue una de las varias promesas de la literatura inglesa de los años
ochenta, junto a autores como Martin Amis, Ian Mcewan o Kazuo Ishiguro. Desde
entonces ha tenido ocasión de mostrar su talento en diversas obras. La reciente
publicación de Arthur & George, soberbia recreación del fugaz cruce entre
la vida del escritor Arthur Conan Doyle y el abogado de origen indio George
Edalji, es un ejemplo perfecto de su interés por lo "inglés", sus
símbolos y valores o la herencia de esa Inglaterra de finales del siglo XIX y
principios del XX.
No
es la primera vez que Barnes vuelve su mirada a Inglaterra, para repasar sus
tópicos, su pasado e, inevitablemente atisbar el futuro en un mundo que le ha
dejado de pertenecer. En 1998, Barnes publicó una obra íntegramente dedicada a
esta materia, escrita desde la ironía (y el cariño) en la que fantasea sobre la
creación de un parque temático que recoja la esencia de lo inglés.
Sir
Jack Pitman, un multimillonario cuya nacionalidad original es dudosa (siempre
los patriotas más vocingleros suelen ser los de adopción) desea culminar su
vida invirtiendo una fortuna en la compra de un territorio (la isla de Wight
será el objetivo final) para recrear al modo de un parque de atracciones
temático, todo aquello que se debe ver y conocer de Inglaterra. De este modo,
pretende, de una parte, conservar las esencias (o la imagen popular de éstas)
de su país, así como preservarlas de los propios ingleses.
La
idea que fundamenta el proyecto es la de que el público desea antes la copia
que el original, más aún cuando la reproducción se le presenta de manera
aceptable y cómoda, pudiendo visitar en un día aquello que requeriría varias
semanas de fatigosos esfuerzos en la Inglaterra real. Desayunar sobre los
acantilados de Dover, almorzar en Stratford-upon-Avon para luego tomar el té en
un cottage con tejado de paja y cenar ante una espléndida puesta de sol en
Stonehenge son sólo algunas de las múltiples posibilidades que ofrece la nueva
Inglaterra, que, para destacar más su pretensión de sustituir a la original,
lleva por nombre Inglaterra, Inglaterra.
En
el catálogo de lo british más puro no
faltan los taxis londinenses, los beefeaters,
los autobuses de dos pisos, las cabinas telefónicas o el Big Ben. Pero para
demostrar que no hay nada que la imaginación y el dinero (junto con la dosis
adecuada de chantaje y coacción) puedan conseguir, también se podrá compartir
una velada con el Dr. Samuel Johnson y sus inteligentes disertaciones, asistir
a un asalto de la alegre pandilla de Robin Hood, contemplar en los cielos de
Wight una representación de la Batalla de Inglaterra o disfrutar del cambio de
guardia y la salutación de unos monarcas auténticos.
Para
ello, Sir Pitman se rodea de un equipo de colaboradores multidisciplinar que le
ayude a plasmar su idea en hechos concretos. Conviven así, un historiador
estrella mediática de la televisión, un captador de ideas cuya única tarea inicial
es la de grabar las ocurrencias espontáneas de su jefe, o una psicóloga -Martha
Cochrane, cuyo papel fundamental es aportar negatividad y cinismo a las
reuniones.
Martha
es precisamente el personaje conductor de la novela, eclipsada en ocasiones por
el todopoderoso Pitman. Su infancia difícil, abandonada por su padre, y su
madurez compleja debido a varias relaciones insatisfactorias, configuran una
visión del mundo que atrae de inmediato al millonario, que admira su crudeza y
sarcasmo, y a otros miembros del equipo. De ser una empleada más pasa a ocupar
un papel relevante dentro de la empresa (no explicaremos el cómo, sólo que
Cochrane ha aprendido a manejar los mismos instrumentos que su jefe) y consigue
convertir Inglaterra, Inglaterra en un completo éxito mercantil.
La
identificación de la copia con el original es tan grande que, con el tiempo,
los propios empleados del parque comienzan a identificarse con sus personajes.
Robin Hood roba animales de granjas próximas, Johnson cae en una profunda melancolía
abúlica y la copia empieza a querer parecerse demasiado al original, a cobrar
vida propia, a reclamar su autonomía. Se da así la paradoja de que el modelo
estático, destinado a eternizar Inglaterra, acaba por tornarse dinámico,
asumiendo los valores mercantiles y falsarios de los que Pitman renegaba
inicialmente.
Martha,
tras su caída en desgracias, regresa a Inglaterra (a secas) y Barnes nos ofrece
el contrapunto a lo que ocurre en la feliz Inglaterra, Inglaterra. Debido a su
éxito comercial la pérfida Albión ha perdido todo su empuje económico, los
especuladores han hundido la libra, el turismo abandona las islas, las
instituciones internacionales le dan la espalda y la aristocracia se exilia en
el Continente. Escocia y Galés aprovechan la oportunidad para independizarse y
expandirse comprando tierras a los condados ingleses empobrecidos. Sin embargo,
lo peor es que, tras ver arrebatada su historia, Inglaterra ha perdido la
conciencia de sí misma (terrible pesadilla en un mundo en el que la globalización
favorece la uniformidad) y debe buscar una nueva.
La
nueva Inglaterra se rebautiza como Anglia, en un intento de recuperar sus
raíces históricas. El regreso de los inmigrantes a sus países de origen ha
convertido a Anglia en un estado rural y despoblado. Los transportes recuperan
la fuerza animal como principal energía y la alimentación se limita a aquello
que puede producir la tierra. Finalmente, Anglia ha vuelto a su más pura
esencia medieval y rural, frente a Inglaterra, Inglaterra que tras crearse con
la finalidad de copiar el original, recrear su pasado se convierte en futuro.
Paradojas del destino de las que Martha tampoco logra escapar en su viaje por
reconstruir su trayecto vital.
Inglaterra,
Inglaterra, está escrita con la habitual maestría de Julian Barnes, con su
preciosismo detallista y su ritmo narrativo impecable. No obstante, en algunos
momentos, el esfuerzo de Barnes parece dirigirse a explicaciones excesivamente
prolijas de aspectos claramente accesorios, mientras que en otros pasajes los
acontecimientos se desencadenan con excesiva precipitación lo que hace perder
el equilibrio narrativo. La combinación de aspectos psicológicos, la fabulación
sobre el futuro de Anglia o el contraste entre realidad y copia resultan en
ocasiones confusas.
Pese
a no ser una de las mejores obras de Barnes, su argumento es tremendamente
atractivo, original y muy sugerente; su estilo, brillante; y el resultado
general más que aceptable. Ironía y reflexión, historia y ficción combinadas
con acertadas reflexiones del autor sobre aspectos tan dispares como el arte,
la felicidad y el amor la convierten en algo más que una curiosidad.
GWW
DATOS DEL LIBRO
- Nº de páginas: 320 págs.
- Encuadernación: Tapa blanda
- Editorial: ANAGRAMA
- Lengua: ESPAÑOL
- ISBN: 9788433968913
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