Don Luis Delgado Bañón es
capitán de navío y ha sido director del Museo Naval de Cartagena. Historiador y
marino, dos cosas que no se pueden esconder. Don Luis está novelando la
historia de nuestra Real Armada desde las últimas galeras hasta nuestra guerra
civil. El volumen que comentaremos hoy, número 22 de la Saga Marinera Española,
se sitúa en 1.824. Mal rey y malos tiempos para un imperio en el que ya se pone
el sol. No acompañaremos en este volumen a ningún Leñanza de sangre, que es el
recurso que suele emplear don Luis en sus libros para dar continuidad a la
narración, añadir elementos críticos, y salpimentar la historia con relatos de
alcoba, intriga, espada y pistolón, mucho aguardiente de Cehegín, y cualquier
cosa que pueda amenizar un tema ya de por sí apasionante. Hoy será nuestro
cicerone el capitán de navío Adalberto Pignatti, Beto para los amigos. Nombrado
segundo comandante del navío Asia,
verá como una misión aparentemente de rutina se convierte en un desastre por
culpa de… ya se verá. Sepa usted una
cosa: todo lo que va a leer no es, como en otras series de novela marinera,
fruto de la imaginación del autor. La realidad supera a la ficción. Con
detalles novelescos para hacer la lectura más divertida, tal como don Luis se
lo cuenta sucedió lo que hay en estas páginas.
A lo largo de sus libros,
el autor no se corta ni con el sable: hoy no toca servir la rica carne adobada
que tan bien prepara Miguelillo, sino amarga mazamorra. No vamos a hablar de
cómo un grupo de idealistas, partiendo de California en una fragata que lo es
solo de nombre, conquistan Alaska. Ni de cañones de a 24 en un bote de remos, ni de combates a tocapenoles en la noche
oscura. Como en San Vicente hoy toca una página negra de la Real Armada, y se
presenta sin paños calientes. Un buque sin capitán, un motín a bordo, una
traición que es siempre otra fidelidad… pero que aquí es cruel como puñalada
por la espalda. Todo marino sabe que el capitán manda a bordo solo por debajo
de Dios, y eso porque Dios es más antiguo (en la cadena del mando, se entiende).
¿Qué ocurre cuando el senyor de la nau,
amo de la vida y la muerte, que ha sido un hombre valiente que se ha enfrentado
a su rey por corrupto, cae en lo que por el bien de su alma espero fuera
melancolía?
Don Luis oyó hablar del presentismo, pero es un tema que no le
interesa. La acción está contada desde el punto de vista de un oficial de la
Real Armada, con el sentimiento y moral –o a veces falta de ella- propio de
aquellos tiempos. No se comete este
error tan en boga de poner personajes actuales en hechos pasados: Pignatti es
un hombre de su época, con lo bueno y lo malo, con un concepto del honor que
nos puede parecer hoy en día inverosímil… pero que era el propio de aquellos
duros hombres. El lenguaje, el comportamiento, las reacciones ante sus
superiores y compañeros… remiten a aquellos años. A pesar de su fabulosa documentación y
fidelidad a los hechos, no es el objetivo del autor un ensayo objetivo y
desapasionado, sino mostrar los sentimientos encontrados de un marino fiel a
una causa. Cuando Pignatti, Beto, te cuenta la tempestad que atormenta su alma
ves a un hombre y no a un personaje. No es un héroe vestido de blanco, capaz de
desfacer cualquier entuerto. Hay actos suyos que serían no solo indignos de un
oficial, sino también de un caballero. Pero sientes el deseo de abrazarle, y
decirle “yo también he cometido errores en esta vida, me pregunto cómo hubiera
jugado tus cartas”. Los personajes de Don Luis son de carne, huesos y lágrimas,
incluso los imaginarios.
Y por otro lado… Navegar
es estar muchas horas en el puente, a veces sin nada más que hacer que vigilar
las olas y las nubes. En el navío Asia,
el segundo de a bordo tiene la costumbre de reunir a los oficiales de mar y los
caballeros y contarles historias. Consigue el autor que te sientas ahí, en
cubierta, con una mano sujetando el bicornio y la otra en el biricú, notando el
viento salado en el rostro, viendo a muchas millas aparecer ya el pico del
Teide, y escuchando junto a los guardiamarinas el por qué se llaman estas islas
Afortunadas, o cómo tenemos que bajar tantas millas para evitar las terribles
calmas cuando… ¡Vela tres cuartas a estribor! ¿Será amigo? ¿Será mercante o
corsario? ¿Buena presa, o descubierta de una división de navíos enemigos? Historia
de braza y coraza, toca dejar la ilustración y tomar el sable… o no. Y no solo
eso: en los consejos de a bordo, como un oficial más, el lector se sumerge en
los debates de política, en la historia de aquellos tiempos convulsos, que van
a ver el fin de un imperio y el nacimiento de nuevas naciones. Así que como
dice Martín Fernández de Navarrete, además de halagar el corazón fortifica uno
su entendimiento, lo que es buena cosa, y con un pedazo de nuestra historia del
que poco se enseña en las escuelas. Por algún extraño motivo la historia naval
es una gran desconocida, cuando otros países han sabido sacar jugo a la suya.
Hombres de hierro en barcos de madera, luchando por un mal rey en un mundo que
se descompone, sin pensar en dar un paso atrás, simplemente porque es su deber.
Y si toca hoy derrota y vergüenza, se cuenta. Ya vendrán las victorias, que las
hubo. Solo le pido, como lector, una cosa a don Luis, y es la misma que le
pidió en su día aquel espíritu a Ramón Llull: “Escribe”. ¿Para qué? respondió éste.
“Para que se sepa”.
Así que hágame caso. Si
le apasionan la historia y el mar corra a comprar El navío Congreso Mexicano, sírvase una copita de rico aguardiente
de Cehegín… y disfrute de una historia que no es solo ficción, sino nuestra
historia. Y si no le apasionan… mi querido amigo, corra a comprar este libro.
Es que usted las ha probado poco.
Miguel Aceytuno
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