Vasili Grossman
Vida
y destino
responde al vasto plan de abarcar el mundo conocido de su autor en una
coyuntura tan crucial como fuera la batalla de Stalingrado, decisiva en el
transcurso de la
Segunda Guerra Mundial. Se trata de una ‘novela total’,
ambiciosa modalidad que ha hecho escuela en la literatura rusa. Dostoievski,
Tolstói, Pasternak, Bulgákov, Solyenitzin, en menor medida Turguéniev y
Sholojov; son los nombres más representativos de esta tradición, a la que ahora
sabemos se suma Vasili Grossman. Y lo ha hecho del modo más propio: cultivando
un estilo llano y natural, carente de artificios esteticistas que pudieran
enturbiar el propósito fundamental de representación epocal.
En
Vida y destino
se yuxtaponen la grandeza terrible de lo épico y lo conmovedor de la
cotidianeidad. Épica más bien sórdida y atroz, en este caso, puesto que
concierne a una de las guerras más despiadadas de la historia, aquella que
sacrificó a millones de alemanes y soviéticos en nombre de unos regímenes e
ideologías que son vergüenza de la humanidad. Y una cotidianeidad asaltada y
despedazada por la contingencia histórica, pero rehecha sobre la misma
complejidad de la naturaleza humana, manifiesta tanto en las grandilocuentes
justificaciones de la abominable matanza como en los pequeños instantes en que
el hombre común despliega las más corrientes de sus facultades.
Aliento
épico y mirada cotidiana se combinan de modo sutil y eficaz. Sus indicios
mayores son la amplitud escénica, por un lado, y la minuciosidad intimista en
las situaciones que configuran el universo novelado, por el otro.Amplitud:
evidente enla mirada panorámica aplicada por Grossman a uno de los momentos
álgidos de la confrontación germano-soviética. Minuciosidad: desplegada en la
caracterización de una abigarrada muchedumbre de personajes y ocasiones en los
que cualquiera de nosotros, lectores, podemos sentirnos identificados.
El
universo de personajes de la novela es representativo de una variedad posible
de categorías humanas y situaciones en que se ven envueltas. Hay de todo:
generales y soldados,comunistas recalcitrantes y disidentes, valientes y
cobardes y mucho más. Nunca se trata de tipos humanos monolíticos o
acartonados. En Vida
y destino no hay lugar para simplismos ni para la caricatura. El
mezquino puede en cualquier momento mostrarse magnánimo como el que más. El
hombre de talante íntegro es susceptible de quebrarse y cometer una villanía.
El comedido puede volverse imprudente, y el imprudente mostrarse comedido.
Tampoco hay maniqueísmos: los pocos alemanes que habitan la novela no son una
encarnación apócrifa del mal, sino que se muestran tan vulnerables como
cualquier ser humano. Lo mismo que Krímov, un comisario comunista que de
victimario se torna víctima de la paranoia estalinista.
La
amplitud y diversidad en los personajes tiene su correlato en la gama de
escenarios en que ellos se desenvuelven.La novela tiene su vórtice en la
batalla de Stalingrado, pero no se reduce a un mero relato bélico, sino que
comprende situaciones paralelas en lugares distintos, tan heterogéneos como un
campo alemán para prisioneros de guerra, un campo de trabajo forzado soviético,
la estepa caucásica, la prisión moscovita de la Lubianka , un instituto
científico, etc. La mirada panorámica de Grossman refleja la multitud de
circunstancias que concurren en la decisiva instancia en que las dos mayores
potencias totalitarias de Europa concentran su esfuerzo bélico en la ciudad del
Volga.
Grossman,
a pesar de todo lo que ha visto y sufrido (o acaso por haber visto y sufrido),
confía en que el bien será capaz de imponerse a los peores momentos del hombre
–este lobo de su propia especie-. Ilustración de esta luz de esperanza es el
pasaje en que una mujer, cuyas trazas son las de una persona desquiciada por el
dolor, se abalanza sobre un prisionero alemán con la intención aparente o
primera de agredirlo, y acaba por ofrecerle un trozo de pan –en un gesto que ni
ella misma es capaz de comprender-. Lo que parece decirnos Grossman es que a
pesar de los sanguinarios intentos por suprimir toda manifestación de
humanidad, siempre será posible el despunte de la piedad y la bondad.
Es
cierto que la novela tiene como una de sus dimensiones principales la denuncia
radical del totalitarismo. Respecto del fascismo –término genérico empleado por
el autor-, la denuncia es patente en la representación del martirio de los
judíos, eficaz en un par de pasajes que se encuentran entre los más dramáticos
de la novela: el de la carta de la madre judía de uno de los protagonistas, Viktor
Pávlovich Shtrum,a cuyas manos llega después de asesinada su madre por los
nazis; y el del acarreo de una cantidad de judíos a un campo de exterminio. Su
destino final es una cámara de gas, en la que otro personaje, Sofía Ósipovna
Levinton, consuma al fin su naturaleza maternal con un niño al que apenas
conoce. Pero también esta denuncia procede según la modalidad de incisos
discursivos en los que el autor declara la guerra al fascismo, contraponiéndolo
explícitamente a toda aspiración libertaria y humanitaria. El fascismo –en este
sentido- es el enemigo ya no tanto del comunismo soviético como de la patria
gran-rusa y de la humanidad toda, incluidos los propios alemanes (sus primeras
víctimas).
Por
otra parte, la denuncia del régimen soviético es de tipo ‘interno’,
consecuentemente con el hecho de que sea el comunismo estalinista la versión de
totalitarismo que se ha apoderado de Rusia y su imperio plurinacional y se
erija, de este modo, en su enemigo endógeno –así como el fascismo es su enemigo
externo-. Grossman nos muestra la perversidad del estalinismo desde la entraña
misma del régimen, supresor de libertades y derechos y corruptor de toda
relación humana: el del estalinismo es un ambiente emponzoñado por la constante
persecución y delación de la individualidad, siempre acosada por el miedo, la
doblez y el servilismo. Sin formulaciones discursivas ni sentencias
condenatorias, por demás imposibles en el contexto de la época, la tiranía
estalinistaes objeto de la acusación que subyace en la certera descripción
desus rigores. Tan certera que el régimen impidió la publicación de la novela
–y un editor llegó a decirle a su autor que este impedimento se extendería por
doscientos años. Por fortuna no ha sido así-.
Pero
la novela no consiste en un simple instrumento de denuncia que reduzca su valor
al de un burdo folleto de propaganda ideológica. En ella el propósito
utilitario circunstancial –universal, si se trata de la crítica del
totalitarismo- se imbrica con la intención primordial de retratar, desde las
posibilidades ofrecidas por el arte novelístico, un vapuleado fragmento de
humanidad, en el que hay sitio –como siempre ocurre allí donde haya seres
humanos- para toda clase de pasiones y sentimientos. Así por ejemplo, Shtrum,
inserto en la vorágine de la guerra y el despotismo, tiene tiempo para
enamorarse de la esposa de un colega que también se ha enamorado de él y
prefiere permanecer leal a su marido. Lo que sugerido de esta manera pudiera
parecer argumento de culebrón, en la novela se reviste de la mayor naturalidad.
Grossman trata este tema con la dosis precisa de arte y realismo, y en sabia
mixtura con los demás elementos de una novela que se nos muestra inmensa como
la vida. No sólo calidez sino también verismo, nada menos, es lo que se obtiene
con esta delicada historia de amor frustrado. Y esta es sólo una de las vívidas
demostraciones de humanidad con que nos topamos en la lectura de Vida y destino. Una
novela que puede calificarse como una de las mejores que nos ha legado el siglo
XX.
Rodrigo
Vasili Grossman, Vida y destino.
Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores,
Barcelona, 2007.
Traducción de Marta
Rebón.
1111 pp.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario