22 febrero, 2013

DILUVIANDO


EL DILUVIO (Trilogía polaca II)

 Henryk Sienkiewicz

Segunda parte de la “Trilogía polaca” de Henryk Sienkiewicz, la novela El diluvio nos transporta al bienio crucial de 1655 y 1656, cuando la doble monarquía polaco-lituana, también conocida como  República de las Dos Naciones, se ve amenazada de extinción.  Son tiempos borrascosos en que prosperan los enemigos, multiplicándose en torno a las fronteras del país. Al este y al sur el estado de guerra es permanente, esforzándose los ejércitos de la República en desbaratar las incesantes embestidas de tártaros y moscovitas, turcos y cosacos. Húngaros, valacos y transilvanos se revuelven inquietos, como ansiosos de hacerse con unos cuantos bocados de lo que amaga ser festín de numerosos comensales. Para colmo de males, al rey Carlos Gustavo de Suecia –de ascendente estrella- se le ha abierto el apetito. Bien pronto, en verdad, la  tormenta se convierte en diluvio. El formidable ejército sueco invade Polonia desde el noroeste y se apodera rápidamente de la mitad occidental del país; el rey Juan Casimiro –a quien hemos visto acceder al trono polaco en la novela anterior, A sangre y fuego- ha debido huir apresuradamente, acompañado por aquellos de sus vasallos que le profesan lealtad. No es solo la soberanía de un país lo está en juego, sino también la fe y el bienestar de sus habitantes.

Los mismos suecos se maravillan de la facilidad de la conquista, que parece haber sorprendido a un país, sin embargo, poderoso y en constante pie de guerra. ¿Han degenerado la virilidad y el patriotismo en Polonia? ¿Declinan el honor y la lealtad en Lituania? De hecho, no son pocos los potentados locales que se muestran proclives al invasor, y entre los traidores  se cuenta el hombre más rico y de mayor alcurnia de la región (es el príncipe Juan Radzivil, demasiado ansioso de ceñirse una corona). No obstante, la rápida conquista es seguida por una rebelión que cunde con similar prontitud. El estado de rapiña y desorden instaurado por el conquistador disipa la modorra de las gentes, y el asedio infructuoso  del monasterio-fortaleza de Jasna Gora, al sur de Polonia, demuestra que las fuerzas invasoras lo son todo menos invulnerables. El ejemplo de Jasna Gora, bastión de la fe nacional, inspira a lo largo y ancho del país la voluntad de alzarse contra el invasor y de castigar a los traidores. Será el diluvio contra el diluvio.

Como en A sangre y  fuego, una doble trama de índole  histórico-romántica provee la nervadura de El diluvio, pero aquí la narración gana doblemente en complejidad. Amor y guerra se ven aderezados por una historia de redención y una intriga política notablemente más sofisticada, ambiciones personales y traiciones mediante. Esta vez el protagonismo recae en un personaje de nombre Andrés Kmita, joven guerrero de noble linaje y carácter turbulento, a quien las luchas en las fronteras orientales ha amistado con individuos de la peor reputación, unos verdaderos proscritos. Llevado de su violenta naturaleza y en tan sórdida compañía, Kmita deja tras de sí un reguero de sangre y destrucción tal que, aunque bravo soldado, sus compatriotas lo creen perdido -como hombre de bien y como ciudadano-. En la hora más negra para el país, opta por el que resulta el peor de los partidos: apoya al príncipe Radzivil, inesperado aliado de los suecos. Cierto es que Kmita actúa impulsado por un acendrado sentido del honor militar –es un oficial subordinado de Radzivil- y enceguecido por su ingenuidad en el conocimiento de los hombres, pero nada de esto lo salva del estigma del traidor. Desesperando de recuperar el honor perdido, Kmita deberá acometer las más difíciles hazañas en favor de su patria y de su rey. No menos desesperado es su empeño de redimirse a los ojos de su amada; y es que, como cabe esperar, el amor juega un poderoso papel en esta historia, haciendo del protagonista un rendido petinente: jamás aceptará la noble Alejandra Billevich  unir su destino con quien se ha hecho tan deplorable fama.

Alejandra, pues, es la heroína de turno, tan bella y virtuosa como puede serlo una princesa de cuento. No difiere gran cosa de la Elena Kurzevik de la novela anterior, con lo que Sienkiewicz sigue quedando al debe en el acápite de los personajes femeninos.  La novela exhibe igualmente una nutrida galería de personajes, entre los cuales identificamos algunos de los que  conocimos en A sangre y fuego; reducidos, en general, a un papel muy marginal. Al admirable Zagloba lo disfrutamos a cuentagotas, perdiendo la novela en sentido del humor. No hay, tampoco, enaltecimiento de la amistad y la camaradería en tan alta medida como la que nos regocija en la antedicha novela. Sin embargo, no todo es pérdida en El diluvio, pues a la aludida complejización de la trama y del personaje protagónico se añade la del antagonista. Y por antagonista no me  refiero  al príncipe Juan Radzivil, sino a su primo, Bogislao: un malvado de la estirpe de los memorables, del que sólo cabe lamentar la (relativa) parquedad de su papel. Hombre pagado de sí mismo, aparentemente un petimetre de costumbres un tanto afeminadas, Bogislao Radzivil es en realidad un temible guerrero y un intrigante feroz; un aristócrata en quien el peligro surte el efecto de un antídoto contra el aburrimiento. Individuo de mil recursos, es capaz de burlar las peores amenazas -y de disfrutar de la burla-. Por temple y horizonte valórico, viene a ser el opuesto exacto de Kmita. Las fechorías de Bogislao Radzivil sumarán, en la cuenta del protagonista, el deseo de venganza al afán de redención.

Escrita al abrigo de la inspiración patriótica, con la mente puesta en la postrada Polonia del siglo XIX, en El diluvio el motivo del deber patrio no solo es tan importante como en el título precedente sino aún más expresamente remarcado. No es gratuito que se lea en la novela, por ejemplo,  que “debemos estar siempre dispuestos a ceder los más altos honores por el bien público”. Con todo, no llega esto a lastrar la lectura al punto de hacerla una experiencia agobiante; bien al contrario, la acción a raudales, las cautivantes dosis de intriga política y el ritmo sostenido de la narración garantizan una lectura tan fluida y amena como la de A sangre y fuego.

Rodrigo


- Henryk Sienkiewicz, El diluvio
Ciudadela Libros, Madrid, 2007. 
438 pp.

21 febrero, 2013

RELATOS QUEBRADOS


LA REALIDAD QUEBRADIZA

José María Merino

Decía Horacio Quiroga, en su “Decálogo del perfecto cuentista”, que un cuento es una novela depurada de ripios. No cabe duda de que José Mª Merino (La Coruña, 1941) -uno de los grandes embajadores del cuento español, miembro de la RAE y galardonado con numerosos premios-, tomó en su día nota del consejo quiroguiano y demuestra hoy su vasta experiencia en La realidad quebradiza, un puñado de relatos y microrrelatos (recopilados con gran acierto por el también cuentista Juan Jacinto Muñoz Rengel) que constituye en realidad un repaso cronológico de toda una vida dedicada a la creación de pequeñas –y no tan pequeñas- ficciones en sus mejores libros de cuentos, como los Cuentos del reino secreto, los Cuentos del barrio del refugio; los Cinco cuentos y una fábula o Las puertas de lo posible, entre otros.

Pero Merino no es solo uno de nuestros mejores cuentistas, es también un imaginativo creador de literatura fantástica, esa que David Roas define como aquella que muestra la convivencia conflictiva de lo real y lo imposible. Y es que, en palabras del propio Merino tomadas de su prólogo a Cuentos de los días raros (uno de los volúmenes extractados), “frente al sentimiento avasallador de aparente y común normalidad que esta sociedad nos quiere imponer, la literatura debe hacer la crónica de la extrañeza. Porque en nuestra existencia, ni desde lo ontológico ni desde lo circunstancial, hay nada que no sea raro. Queremos acostumbrarnos a las rutinas más cómodas para olvidar esa rareza, esa extrañeza que es el signo verdadero de nuestra condición”.

Como si de un Arquímedes de la imaginación se tratase, Merino parece retar al lector en cada cuento, como diciendo “dadme un episodio cotidiano, corriente y moliente,  y escribiré un relato fantástico”. Porque si algo rezuma en los cuentos del coruñés es la imaginación, una fértil –casi prodigiosa- creatividad que parece abonar todos los campos de la literatura fantástica, y que tan acertadamente se dan cita en La realidad quebradiza: la desfamiliarización, el mito del doble (Doppelgänger), las realidades paralelas, la despersonalización, la vida de la materia inerte, la confusión entre sueño y vigilia, las vueltas de tuerca metaliterarias, el vínculo entre lenguaje y realidad, la metamorfosis o… -cómo no-  los fantasmas. Todo un catálogo de temas fantásticos entre los que destaca la ficción científica, en la que el autor manifiesta no solo su curiosidad ante la fugacidad y mutabilidad de un mundo futuro imprevisible, sino también cierto tono nostálgico ante la desaparición de lo acostumbrado y conocido.

 Y para lograr el efecto de inquietud que lo fantástico persigue, y el desasosiego que lo inexplicable pretende, Merino recurre a todos los ascendientes literarios y cinematográficos que han marcado desde los comienzos su trayectoria como escritor, reencarnándolos en sus páginas a través de camufladas referencias intertextuales sobre Dostoievsky, Twain, Monterroso, Homero, Galdós…; de términos que evocan en la mente del lector al más clásico Asimov (como “Puertomarte” o “espaciopuerto”); o de sutiles referencias a aquella película que transcurría en un tiempo y una galaxia muy lejanos

Pero… ¿Sólo eso? ¿Sólo un nuevo doctor Frankenstein que resucita a un monstruo formado por miembros muertos de seres que un día existieron? No, mucho más que eso. Porque no sería justo silenciar que,  junto a grandes influencias literarias de otros tiempos, del ingenio de Merino surgen, con impronta propia y sin contraer deudas con el pasado, nuevas y sugerentes propuestas, como sus curiosos vocablos (“arcantro”, “psicotensora” o “burgas”) o sus extrañas criaturas, algunas ( los “hadanes”) más familiares que otras (como los artrópodos parlantes, las mariposas gigantes o las espeluznantes esculturas dotadas de vida propia).

Quiroga afirmaba también que, para obtener la vida en el cuento, se debía escribir como si el relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de los personajes, de los que el autor podía haber sido uno. Y como si de un personaje mismo se tratara, el espíritu y la curiosidad de Merino empapa todos y cada uno de los cuentos que escribe: se le reconoce en el ubicuo, caleidoscópico y desconcertante profesor Souto de numerosos relatos; en el misterioso testigo y narrador de Los valedores; en el hombre desplazado y anulado de El derrocado; en el pequeño que descubre la magia del séptimo arte en El niño lobo del cine Mari… Es también su estilo el que impregna sus voces, un estilo evocador, irónico, humorístico, nostálgico, inquietante, salpicado de bellas metáforas, adornado siempre con el adjetivo adecuado. Y es, en fin, su prosa la que envuelve y controla sus vidas, entre juegos de elipsis y analepsis, inteligentes mudas, creciente tensión y… giros sorprendentes que conducen a finales asombrosos.

La antología que Rengel nos propone incluye, a modo de prólogo, un audaz viaje a través de la mente del autor, en el que se nos aproxima a su biografía, se diseccionan sus entresijos y mecanismos narrativos, y se despiezan su memoria, lenguaje y personalidad. Un refrescante aperitivo para un apetitoso menú que, claro está, había de terminar con un suculento postre: una entrevista inédita a Merino que Páginas de Espuma regala a sus lectores y que posiblemente dejará a estos con la misma sensación que deja en el paladar una exquisita vianda: con “ganas de más”.       

La realidad quebradiza es, en definitiva, una excelente recopilación de relatos (con preludio y coda) que no sólo introduce al lector en los mundos fantásticos de Merino, sino que lo invita, atrayéndolo y seduciéndolo, a explorar sin descanso esos mundos y a recorrerlos sin demora de punta a cabo.   

Pilar Moreno Monteverde 

Datos técnicos
La realidad quebradiza, José Mª Merino
Páginas de Espuma, 2012
262 páginas.




19 febrero, 2013

EL EXODO


JOSUÉ EL ERRANTE

MERCEDES PINTO MALDONADO


Josué el errante nos relata la dilatada y escabrosa vida de un judío que huye de Alemania a los diecinueve años, en los albores del nazismo, empujado por un amor imposible.

Educado en un ambiente judío ortodoxo, Josué necesitará sobrevivir a las situaciones más extremas como garimpeiro en África del Sudoeste para comprender que, más allá de culturas y religiones, existe el valor de la amistad. Kuaima, un nativo himba huido de la tiranía de su colono, y Carlos, un diplomático español que ha escapado del absolutismo religioso de su esposa, serán los amigos que le acompañarán.
 
Abandonará a su familia en los peores momentos, traicionará a sus amigos, olvidará sus orígenes. Y todo por un valioso diamante que no sabe si tendrá destinatario.

«Me llamo Josué, hijo de Aarón y Sara, los seres más honrados que he conocido jamás. Nací en Londres, el 14 de septiembre de 1912, en la vivienda que se encontraba justo encima de  la sombrerería propiedad de mis abuelos maternos»

De esta forma se presenta el protagonista de esta novela, Josué, una historia narrada en primera persona desde su vejez porque sentía cómo a sus años sus facultades iban mermando y tenía claro que su final estaba próximo pero antes quería desahogarse escribiendo en sus memorias el testimonio de su dilatada y escabrosa vida. Una vida que comienza en Londres, en el seno de una familia judía ortodoxa. Pero su padre se cansó de la sombrerería y decidió marchar con su familia a Essen. El relojero Jeremías Rabinovich le había ofrecido un trabajo en la granja. La vida de Josué iba a cambiar desde aquel momento sin que él lo supiera, una vida que estaría marcada siempre por un nombre: Abigail.

Pero con el paso del tiempo veía cómo a Abigail le tenían preparado otro futuro. Un futuro en el que él no estaba presente. Las costumbres que le rodeaban eran muy rígidas. Su vida giraba en torno a la sinagoga, el Sabbat, el Talmud o la Torah. Josué se sentía preso de esas costumbres, que le hicieron ver que esa unión con la mujer a la que tanto amaba iba a ser imposible. Jeremías Rabinovich ya le había encontrado un marido que le diera un futuro mejor para su hija. Este fue un duro golpe para él y tomó una decisión.

 Hizo ver a sus padres cuáles eran sus planes. Tardaron en asimilarlo pero finalmente accedieron. Su periplo había empezado. Un periplo que duraría más años de los previstos. Pese al compromiso de la mujer que amaba él quería demostrar a todos que podía hacerla feliz y  volvería para recuperarla.

Josué el errante es una novela dividida en diez partes, que corresponden al largo recorrido que le llevaría hasta conseguir su ansiado sueño. En Essen embarca en un buque, el Woerman, que lo llevaría hasta su destino, Africa del Oeste —hoy Namibia— donde iba a trabajar como garimpeiro en el río Orange. En el buque conoce a uno de los personajes que más iba a influir en su vida, el diplomático español Carlos Ladrón de Guevara, que huía de su Madrid y de la beatitud de su santa esposa.

En África del Sudoeste conocerá la difícil vida de los garimpeiros, que pasan todo el día en el río Orange buscando diamantes. Una vida muy dura en la que nadie es amigo de nadie. Pero Josué conocerá a Kuaima, un nativo bantú, de la tribu himba,  que se había escapado de la granja donde trabajaba, víctima de la mano dura de su amo y harto de las vejaciones que sufrían los suyos. También se encontrarían con Juan, otro español del Sacromonte granadino.

Mercedes Pinto Maldonado construye con gran acierto una historia preciosa que nos sumerge en una época difícil pues comienza nada más finalizada la Primera Guerra Mundial y abarca gran parte del siglo XX. Comienza en una época convulsa, donde iremos conociendo la ascensión del nazismo al poder, encabezado por Hitler; seremos partícipes del estallido de la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo ambos conflictos son tocados un tanto de soslayo pues los hechos están narrados desde el punto de vista de Josué pero a él tal vez le corresponda una de las tareas más ingratas una vez finalizado el conflicto. A su regreso a Essen se involucra en ayudar a aquellos que de un modo u otro habían sido víctimas del holocausto. Josué trataba por todos los medios de ayudar al rabí Berkovitz a hacer justicia y a trabajar en El libro de la memoria para que nunca se olvidase lo que había sufrido su pueblo.

Los personajes de Josué el errante están trazados de manera que parecen de carne y hueso pues actúan como tales, como personas que sienten y padecen igual que un ser humano. Con pocos rasgos se nos presenta a unos hombres y mujeres a los que vamos conociendo perfectamente. Nos hacemos una idea de Kuaima, el nativo que había padecido la violencia de sus superiores pero que no guardaba rencor. Al contrario, era una persona comprensible y que procuraba ayudar a sus amigos. Entre los tres, Carlos, Josué y Kuaima se había establecido un vínculo de unión inquebrantable. Kuaima les abre a los dos hombres blancos su corazón, les hace partícipe de su secreto. Hasta tal punto confiaba en ellos que, pese al riesgo que podían correr, los lleva consigo para que conozcan a su familia. Carlos, con su manera peculiar de entender la vida, siempre estaba ahí para lo que hiciera falta y Josué fue quien mejor lo conoció. No creía que detrás de aquel hombre amante de las juergas, desprendido y mujeriego había en él un verdadero amigo. Josué quizás era el más débil de los tres, pero con el tiempo iría madurando. Se haría un hombre sin darse cuenta. Y todo era por la única obsesión que tenía: encontrar el diamante que le hiciera recuperar a Abigail.

Pero a medida que transcurre la novela vemos cómo Josué siente una angustia interior porque se pregunta muchas veces si ha hecho lo correcto. La duda aflora en él en más de una ocasión. Por un lado pensaba que tenía que escapar de las ataduras que le ahogaban por no comprender cómo entendían la vida sus seres queridos pero por otro quería ser libre y demostrarles que no era tan débil como ellos pensaban y así poder recuperar lo que él consideraba suyo.

Josué el errante es una novela que me atrapó en su lectura desde el principio. El fondo histórico de la misma irá complementada con ingredientes como aventura, amistad, amor, avaricia, traición, intriga y también habrá lugar a la reflexión: las conversaciones que encontraremos sobre la religión, la amistad o las dudas que tienen los personajes sobre su actuación en la vida, si fue por egoísmo o qué motivo condujo a Josué a tomar el camino que eligió. Kuami, Carlos y el rabí Berkovitz le harán ver a Josué cómo salir de esas continuas incertidumbres que él tiene.

El estilo fluido de la narración, un vocabulario fácil de asimilar y un perfecto equilibro entre las descripciones y el diálogo directo entre los personajes hacen que recomiende Josué el errante para su lectura. 

Francisco Portela

¡Sálvese quien pueda! - Andrés Oppenheimer

¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la robotización. Oppenheimer siempre me ha llamado la atención, si bien no he sid...