19 enero, 2013

NEVEROS GRANADINOS


 
LA HERMANDAD DE LA NIEVE

JOSÉ VICENTE PASCUAL

Ediciones EVOHÉ. 2012


Crónica de un poeta que habita en las nieves leonesas sobre una novela escrita para las nieves de Granada.


La hermandad de la nieve posee un conjunto de aspectos capaces de convertir una novela histórica en obra literaria sin más adjetivos, es decir, en una obra de arte: la puesta en escena, el tratamiento de los personajes, el lenguaje, el misterio… el poeta, en este caso el novelista, busca siempre a Homero, y en esa línea, a Robert Graves o Marguerite Yourcenar, por no sembrar el pánico con nombres de más actualidad.

 Es de agradecer la intencionada ausencia de la Granada romántica con sus misterios y mitos sobre la Alhambra, así como la presencia y descripción de un paisaje más auténtico, una tierra de ministriles dando crédito a la lucha de clases en la que se desarrolla el relato. Aunque misterios no faltan, y los miembros de la Hermandad de la nieve se verán en la ocasión de salvaguardar bajo su custodia algunos de ellos, ocultos en unas cuevas de la sierra: un tesoro real y otro falsario. Me refiero al manuscrito de El lazarillo de Tormes y a los Libros Plúmbeos del Sacromonte.
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           Esta nueva obra del veterano y prestigioso novelista José Vicente Pascual (Madrid, 1956), puede encuadrarse en el género histórico y así se hace constar en la portada de la preciosa edición, de 350 páginas, publicada por Evohé.
De una “novela histórica” lo que menos le suele interesar a un poeta, a priori, es la historia, puesto que ya la suele conocer, y, si no es así, prefiere recurrir a los especialistas en la materia antes que exponerse a que cualquier autor mal documentado le someta a la tortura de sus veleidades narrativas. Lo que suele buscar es un conjunto de aspectos capaces de convertir la obra en literatura, es decir, en una obra de arte: la puesta en escena, el tratamiento de los personajes, el lenguaje, el misterio… Para no desorientar al lector, el poeta busca siempre a Homero, y en esa línea, a Robert Graves o Marguerite Yourcenar, por no sembrar el pánico con nombres de más actualidad.

Es más, resulta al poeta gratificante que el autor se tome el atrevimiento de “inventar” la historia, sin con ello se contribuye a resaltar algunos aspectos que la historia real ha dejado oscuros o no se ha ocupado de desentrañar suficientemente, bien por considerarlos irrelevantes, bien por desconocerlos y no atreverse a imaginarlos. Cree el poeta que las grandes obras de la literatura gozan de estos elementos y a la cabeza de todas ellas pone El Quijote de Cervantes. Cuánto haya de real o de irreal importa poco si el resultado es un estudio del comportamiento humano. Para Platón el poeta, el escritor, debe contar con lo verosímil más que con lo veraz.

Con esas coordenadas, La hermandad de la nieve de José Vicente Pascual no podía menos que entrar en el ámbito de interés de este poeta una vez sabido, y hay que agradecer al lector que sea el mismo autor quien lo proclame abiertamente, que no existió la “Hermandad de la nieve” tal como de ella se habla, pero que sí existió una Granada recién conquistada por Isabel de Castilla y Fernando de Aragón  que fue ciudad en la que se concentró la sabia que nutriría en muchísimos aspectos la modernidad occidental. Y también existió la nieve con sus diecisiete formas de nevar.
¿Qué es lo que se dispone a encontrar el lector, entonces? Pues lo que se encuentra es una familia de  montañeses procedentes de las tierras altas de León, quienes, por circunstancias de la guerra, se encuentran en la Granada recién conquistada  y deciden afincarse allí, abandonado el servicio de armas que ejercían a las órdenes de Gonzalo Fernández de Córdova, y dedicarse a bajar nieve de la Sierra Nevada, convertirla en hielo y distribuirla por las casas de una nobleza que se encuentra recién instalada en una de las ciudades más misteriosas de la península. Una ciudad, Granada, en la que la convivencia con los residuos de la nobleza musulmana destronada resulta harto complicada para ambas partes, vencedores y vencidos.

No es asunto baladí recrear el vacío imperante en una ciudad que durante siglos ha conocido una forma de vivir totalmente opuesta a la de los nuevos amos y señores; se requiere para ello una habilidad tan solo al alcance de un narrador experto, muy experto, como lo es el autor de más de veinte novelas, algunas de ellas como “Juan Latino”, “La diosa de Barro”, “Homero y los reinos del mar”, con un entramado similar al que nos propone el autor, y la misma ambición de perfeccionarse en la tradicional “novela histórica”, para recrear y recrearse en la invención de un mundo narrativo completamente autónomo y singular.
La familia leonesa de los neveros, instalados en Granada, pronto va a tener que sortear los conflictos con la vieja y rancia nobleza castellana y con los otrora orgullosos nazaríes, muchos de los cuales han devenido en moriscos (cristianos “nuevos”),o bien ocupan posiciones en las Alpujarras como rebeldes y levantiscos que todavía sueñan con reconquistar su mundo, ayudados por el poderío turco del momento. Aunque serán las mujeres, un elenco de media docena de ellas, con una marcada personalidad que las hace sugerentes y distintas, las que se irán haciendo dueñas del relato.

La Que No Dice Su Nombre, con ser la menos descrita y retratada, resultará a la postre la de mas calado por hacerla el autor “médium” entre estos dos mundos, el que fenece y el que nace. Sería ocioso reseñar aquí las características comúnmente atribuidas a estos dos mundos, el musulmán y el cristiano, y su tremendo antagonismo en aquel siglo XVI en el que Isabel y Fernando iban a terminar la Reconquista e iniciar la unión de los reinos cristianos de la península. Aquella unión que sería, a la larga, fundamento de uno de los grandes imperios que en la historia han sido, conquistador de un nuevo mundo y propagador de la fe cristiana a latigazo limpio y con una fe curtida en las hogueras de la Inquisición.

Jose Vicente Pascual
No quisiéramos olvidarnos de la principal protagonista: la nieve. Porque, así como la hermandad es fingida, no lo es la nieve que cubre las laderas del Mulhacén y que señorea sobre una ciudad con clima mediterráneo, fría en invierno y con unos estíos implacables, en los que un pedazo de hielo puede resultar un bien tan preciado que aquellos que dispongan de dinero se propondrán con avidez conseguirlo. La nieve es, pues, la protagonista de este libro y en torno a ella giran, como satélites, personajes y situaciones que no vamos a revelar en pro del argumento. Pero sí avanzaremos que no son los leoneses, las tres generaciones de neveros, gente de desorden sino más bien partidarios de contemporizar y acomodarse al devenir de la ciudad que nace “ex novo”, como perla de la corona de Castilla y Aragón, sobre las cabezas de dos jóvenes reyes que se disponen a dar un vuelco a la historia hasta entonces conocida.
De los “materiales” que tal vez para otro autor hubieran sido de interés, muchos han quedado fuera de la obra. Tal es el caso de la princesa Cetti Mariem y su marido Sidi Yahya, sobrina ella del rey de Granada. A pesar de lo cual, una vez bautizados y conversos, él será nombrado Alguacil Mayor de Granada, Principal de la Caballería de Santiago, Beneficiado de las salinas de La Malahá, señor de la Tahá de Marchena y marqués de Campotéjar. Recibieron los nombres cristianos de Doña María y Don Pedro de Granada Benegas.
No ahorra el autor sus juicios personales, puestos casi siembre en boca del muy ecuánime y juicioso Álvaro de Bayos, narrador y protagonistas del relato, como cuando dice: “Usarcé lo ha dicho hace unos momentos. Allá donde hay guerras y ejércitos en campaña surgen muchas oportunidades para los hombres determinados en busca de fortuna… (pág 26).  Ni tampoco deja de hacer referencia en algún momento a la “Pragmática de los Reyes Católicos” de 1505, por la que se obliga a los musulmanes y judíos a bautizarse; ni al Cardenal Cisneros y sus órdenes de quemar los libros santos de los musulmanes en Granada. Ningún asunto que pueda arrojar alguna luz sobre el comportamiento imaginado para sus personajes ha sido dejado a un lado, con lo que al final de la lectura, uno se encuentra imbuido del ambiente que pudo respirarse en aquella maravillosa ciudad de Granada recién rescatada de las manos del famoso Boabdil, a quien se le ahorra el escarnio de escuchar la famosa frase que se suele poner en boca de su madre: “No llores como mujer lo que no has sabido defender como hombre”; frase que el autor reputa invención de algún poeta romanticoide, estragado por el mito exótico de una Granada de “intrigas en el paraíso” que en realidad nunca existió.


Es de agradecer la intencionada ausencia de la Granada romántica con sus misterios y mitos sobre la Alhambra, así como la presencia y descripción de un paisaje más auténtico, una tierra de ministriles dando crédito a la lucha de clases en la que se desarrolla el relato. Aunque misterios no faltan, y los miembros de la Hermandad de la nieve se verán en la ocasión de salvaguardar bajo su custodia algunos de ellos, ocultos en unas cuevas de la sierra: un tesoro real y otro falsario. Me refiero al manuscrito de El lazarillo de Tormes y a los Libros Plúmbeos del Sacromonte. El primero de ellos (1554) fue declarado maldito por la Inquisición, de cuyas manos tratan los neveros de salvaguardar una copia. Los segundos fueron declarados falsos y heréticos por el papa Inocencio XI en 1682.
Entre las capitulaciones de 25 de noviembre de 1491 y 1568, cuando los moriscos nombran rey de Granada a Aben Humeya con el beneplácito del Sultán de La Sublime Puerta, guardada por las ambiciones de Selim II, puede situarse la acción de esta novela muy bien escrita y diseñada al modo de un guión cinematográfico. No se trata de una gran epopeya plagada de episodios cruenta (aunque acciones bélicas no faltan en el relato), sino la dura y áspera aventura que supone salir adelante, sobrevivir a tiempos de calamidad, a una familia que no pertenece a ninguno de los dos mundos enfrentados sino a la clase de gentes que perviven gracias a su tesón y su trabajo, sin dejar por ello de involucrarse en los acontecimientos históricos que marcan su tiempo.
El poeta ha creído encontrar en La hermandad de la nieve de José Vicente Pascual un modelo de lo que él (el poeta) entiende por novela histórica, siguiendo el gusto de Platón.
         
JOSÉ ANTONIO LLAMAS
León, 2013

17 enero, 2013

MÁRAI LIBERADO


LIBERACIÓN 

Sándor Márai

Salamandra Ed.


En el arranque de ¡Tierra, tierra!, segundo volumen de sus memorias, Sándor Márai describe su primer encuentro con un soldado soviético, episodio con el que nos introduce en su testimonio del sometimiento de la patria por un poder extranjero. Se verificaba en aquel entonces el asedio de Budapest por el Ejército Rojo, a fines de 1944, y al susodicho soldado lo siguieron muchos otros, toda una inmensa hueste surgida del Este cual materialización de la eterna pesadilla europea, premunida esta vez de una novedad ideológica –el comunismo-. Verdadera historia de una liberación nacional frustrada, el referido libro está surcado de  reflexiones sobre el significado cultural, social y político de la invasión. Ahora bien, mucho antes de concebir estas memorias, Márai escribió al fragor de los mismos acontecimientos una novela breve y bastante ácida, la que solo sería publicada de modo póstumo. Se trata de Liberación, una cruda historia de oprobio y desengaño, no ya en el plano político, sino en el de la intimidad de una mujer.

Escrita en el segundo semestre de 1945 y publicada recientemente en castellano,  Liberación tiene por protagonista a Erzsébet, una joven que, como la mayoría de sus conciudadanos, se cobija en los refugios antiaéreos de Budapest, en los hacinados sótanos de una ciudad que se ha tornado escenario de la descomunal guerra en curso. Se oculta, además, bajo una identidad falsa que la protege de la persecución de los fascistas húngaros -los cruces flechadas- y de la Gestapo, que se afanan en capturar a su padre, un famoso científico que ha solidarizado con los judíos y otras víctimas del fascismo. Articulada la narración en torno a la joven, asistimos a un agobiante cuadro de tensiones y padecimientos propios de un asedio; compelidos sin apenas distinción de clases a una vida subterránea, los habitantes de la capital húngara se deslizan bien pronto a un estado de promiscuidad y de relajación de las normas sociales, una condición en que la irritabilidad, la suspicacia y la mezquindad parecen imponerse a los mejores impulsos humanos. Por encima de sus cabezas resuenan el tableteo de las ametralladoras y el estruendo de las bombas, mientras que nazis y cruces flechadas, acicateados por la desesperación y la rabia de la agonía, redoblan esfuerzos en su bárbara cacería del hombre…

Erzsébet cifra todas sus esperanzas de liberación –para sí y para sus compatriotas, incluso para su tiempo- en la llegada de los rusos. ¿Cómo reprochárselo si otros, más avezados en las faenas de la vida y mejor informados, se hacen similares ilusiones? La situación es tal que apenas puede imaginarse algo peor; los ocupantes alemanes, bien se sabe, llevaron las cosas a tal extremo que a los soviéticos se los pudo ver como liberadores. El contrapunto de las expectativas de Erzsébet lo ofrece uno de sus compañeros de confinamiento en el improvisado refugio, un antiguo profesor de matemáticas de origen judío y, a la sazón, inválido. A la idea de que con los rusos todo cambiará, expresada con fervor por nuestra joven, opone el profesor la dosis necesaria de incertidumbre y escepticismo; el prolongado diálogo que ambos sostienen, justo antes de desencadenarse la catástrofe final, procede como pueden hacerlo las conversaciones entre desconocidos expuestos en común a situaciones extremas, mejor si entre ellos fluye una secreta corriente de simpatía. Es, este diálogo, el contrapunto entre la madurez desencantada, la que viene de vuelta de las aspiraciones desmedidas y las ensoñaciones románticas, y la juventud entusiasta e idealista, fogosamente dispuesta a creer. Y es en este diálogo que la novela trasciende el marco estrictamente histórico en que se desenvuelve para regalarnos un atisbo del mejor Márai, el que en obras como El último encuentro, La mujer justa y La extraña nos sumerge en perspicaces y desgarradoras exploraciones del alma.

El realismo cauteloso del postrado matemático nos anticipa el significado profundo de la novela, en que la liberación aludida en el título excede el ámbito de lo político, de las calamidades de la época. Más allá de lo que depara el específico contexto en que se desarrollan los acontecimientos (la guerra, la llegada de los rusos, el cambio de régimen), lo que el autor pone en juego es, principalmente, la liberación del individuo en el plano moral y espiritual. A renglón seguido, la realidad irrumpe abrupta y brutalmente en la forma de un soldado soviético, cuando el sótano en que se refugian los personajes ha sido desalojado por todos excepto por la joven y el inválido. Es una ominosa aparición, la del soldado, indicio del cambio de tornas histórico y, sobre todo, una pesada losa sobre las ilusiones de Erzsébet.

Liberación es, a todas luces, una novela escrita sin demasiadas pretensiones, exponente menor de una obra que en su conjunto es de muy alto nivel. Para los lectores asiduos de este autor puede que resulte un poco disonante por su crudeza, inusual en una novelística que se caracteriza por la parquedad de la acción –que no en las emociones- y un refinamiento no exento de ironía. Resulta una lectura valiosa, empero, en que destaca la descripción de un contexto tan premioso y atosigante como el de la guerra librada en plena ciudad, con las víctimas civiles en el primer plano, y cuyo material proporciona un complemento a ras de suelo de un libro como las memorias de Márai. Lectura valiosa, digo, como todo lo que conozco de su autor.

Rodrigo

- Sándor Márai, Liberación. Salamandra, Barcelona, 2012. 158 pp.

14 enero, 2013

EL ABUELO DE LORD BYRON


VIAJE ALREDEDOR DEL MUNDO
PRECEDIDO DE UN NAUFRAGIO
JOHN BYRON
Ediciones del Viento,  2006


John Byron (Londres, 1723-1785) fue un marino británico, y aunque en sus días disfrutó de reconocida fama y prestigio en Inglaterra, actualmente es más conocido por ser abuelo de otro Byron: George Gordon, sexto Lord Byron, poeta universal, viajero empedernido, iconoclasta, trasgresor y legendario.
El honorable John Byron no es escritor, propiamente: lo que nos cuenta es una relación, a modo de reportaje o bitácora, del viaje que realizó alrededor del mundo, a instancias del rey Jorge III, con fines exploratorios y científicos, a bordo de la fragata Delfín,  barco de la armada británica  que por primera vez recubría su casco con planchas de cobre, como protección. Sin embargo, la mitad del libro está  compuesta por el relato de un naufragio que el joven ―diecisiete años― guardiamarina Byron sufrió en un primer viaje. Relato que su insigne nieto, Lord Byron, el cual admiraba mucho a su abuelo, contará en su obra Don Juan y le inspirará para otra de sus obras, El Corsario.
El joven guardiamarina Byron formaba parte de la expedición del almirante Anson, y su barco, la Wager, encalló en las terribles costas de la Magallania.  Cuatro años tardó en volver a su país, cuatro años de rozar la muerte en distintas ocasiones, de hambruna,  enfermedades y todo tipo de desgracias y penalidades. La mayoría de sus compañeros fallecieron y quizás la juventud y su constitución física de Byron le mantuvieron con vida, a pesar de las infrahumanas condiciones que hubo de soportar.
Pero lo importante es que sobrevivió, y pudo relatar los sucesos y aventuras vividas. Esa primera parte del libro, la calificaría de más interesante aún que la segunda, ya que ésta, a pesar de su interés, no tuvo el dramatismo de aquélla.

La fragata Wager era un viejo barco que había hecho el recorrido de Indias habitualmente, y fue armado y pertrechado ―al mando del capitán Cheap― para formar parte de la escuadra del almirante Anson, que debía enfrentarse a la española del almirante Pizarro, aunque nunca llegaron a hacerlo, ya que ambas escuadras fueron destrozadas y dispersadas por los terribles temporales australes del cabo de Hornos. El naufragio de la Wager se produjo el 14 de mayo de 1741, al norte de las islas Guayanecos, en la fría, desolada y pantanosa costa oeste de la Patagonia. El resto de la escuadra fue desmantelada por el temporal y algunos de los buques hubieron de regresar al Brasil, mientras que otros consiguieron llegar a la isla chilena de Juan Fernández. El joven guardiamarina soportó en tierra, junto a otros supervivientes, condiciones terriblemente inhóspitas y dramáticas. De ciento cuarenta hombres que consiguieron llegar a tierra, fue disminuyendo su número a pasos agigantados, debido a las malísimas condiciones, la falta e insalubridad de los alimentos, el húmedo y gélido tiempo que les mantenía permanentemente empapados y  sin poder apenas guarecerse, las incursiones no siempre amables de los indios y las rencillas internas entre los náufragos, que ocurrieron desde el primer momento. La recuperación de material procedente del barco, mientras estaba a flote, les fue muy dificultosa: «Nos veíamos con frecuencia obligados ―cuenta Byron― a pescar las cosas por medio de grandes garfios amarrados a unas varas, en cuya faena nos venían a incomodar los cadáveres que flotaban entre las cubiertas» cuando trataban de rescatar objetos, herramientas o comida del barco embarrancado. «Hallábame nos diceen el estado más lastimoso, a causa de mi enfermedad, que se había agravado por las infames cosas que comía».

Tras diversos intentos de salir de allí y avanzar hacia el norte, buscando lugares civilizados o al menos, de mejor clima y condiciones de subsistencia, hubieron de regresar, mermados de fuerzas y con cada vez menos personal, al campamento base ―por llamarle de algún modo―, que llamaron Isla Wager, para esperar mejores condiciones climáticas e intentarlo de nuevo.
Finalmente, con algunos indios que, con la esperanza de bonificaciones y regalos, les ayudaron a desplazarse, consiguieron avanzar en el arduo trayecto, a veces por mar y a veces por tierra y por cauces de ríos, hasta llegar a tierras habitadas y habitables,  cerca de Chiloé. Allí los indígenas les alimentaron y vistieron, pues su estado era francamente  lastimoso. Byron describe minuciosamente tanto paisajes como el aspecto de los indios, sus costumbres, el trato a las mujeres, etc.

El encuentro con la guarnición española-chilena es descrito así: «Salieron a encontrarnos tres o cuatro oficiales y un pelotón de soldados, todos con las espadas desenvainadas, y nos rodearon como si tuvieren que custodiar a un enemigo formidable, en vez de tres pobres diablos desamparados que apenas si podíamos con nuestros cuerpos». Fueron mantenidos como prisioneros (España e Inglaterra estaban en guerra) y trasladados de una población a otra hasta llegar a Santiago, donde fueron embarcados finalmente para Europa. Pero la mayoría de las veces el trato que recibieron fue satisfactorio, incluso en Santiago dispusieron de libertad de movimiento, siendo recibidos por el gobernador. Los tres que sobrevivieron finalmente eran el capitán, Mr. Cheap, el oficial Mr. Hamilton y el guardiamarina Byron. Éste describe con bastante interés y detalle las costumbres, apariencia y vestuario de los chilenos de la capital, así como la economía del país y su funcionamiento.

La segunda parte del libro trata del viaje alrededor del mundo, del que el ya comodoro Byron da cuenta del trayecto, las incidencias, descripciones de islas, indígenas, botánica y zoología, en fin, detalles más de tipo científico y geográfico, pero menos atractivo en cuanto a las andanzas y aventuras humanas, reducidas al gobierno de la fragata y su lucha ―victoriosa, por otra parte―contra los elementos, llegando a buen término el viaje. Byron fue el primero que dio a conocer detalles exactos para la navegación por el Estrecho de Magallanes. Partieron de Plymouth (Inglaterra) el 2 de julio de 1764 y regresaron el 9 de mayo de 1766. Veintidós meses en la mar. La Relación del viaje alrededor del Mundo fue publicada póstumamente.
Para el relato del naufragio, se ha usado como base la edición publicada por J. Valenzuela  (Santiago de Chile, 1901), que a su vez se basó en la primera edición inglesa (1768). Para el relato del viaje alrededor del mundo se ha basado en la edición madrileña de 1943, a cargo de Ciriaco Pérez Bustamante.
Destaca el traductor los fallos de estilo y escritura, cosa que percibimos en la lectura, si bien el dramatismo de los hechos nos hace sobrellevar la ausencia de una forma literaria más atractiva. Lo que se echa de menos en esta edición es algún mapa de ambos recorridos, puesto que al emplear nombres que hoy no existen como tales, a veces resulta muy difícil seguir la derrota de los buques.

Ariodante



¡Sálvese quien pueda! - Andrés Oppenheimer

¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la robotización. Oppenheimer siempre me ha llamado la atención, si bien no he sid...