04 diciembre, 2012

FANTASEANDO


EVERLOST
NEAL SHUSTERMAN

La mente de Neal Shusterman es fantástica. Y a fantástica le doy los varios significados que posee. Primero, porque con Everlost ha creado una novela maravillosa para jóvenes y para adultos. Y segundo, porque su mundo está repleto de fantasía.
            La novela comienza con un accidente de tráfico que Shusterman sabe contar de modo preciosista para que no quede en una simple tragedia. Este accidente se convierte en mucho más: es el paso de los dos protagonistas, Allie y Nick, a un lugar del que no saben nada pero del que pronto tendrán que conocer mucho. Ese lugar se llama Everlost, una especie de mundo paralelo, de espacio en el que las almas de los niños se quedan entre la vida y la muerte (¿una especie de purgatorio? No lo sabemos, lo que sí está claro es que es hermoso, aunque también peligroso). Allí, desorientados y preocupados, se encontrarán con otro niño, Lief, el cual les acompañará en sus aventuras. Pronto, llegarán al sitio en el que vive Mary, reina de los Escocidos (sí, la palabrita se las trae, pero no tengamos en cuenta la primera acepción que se nos viene a la cabeza… Luego lo explicaremos más detalladamente), una guía espiritual para todos esos niños perdidos. Pero Allie quiere saber más, porque no cree que Mary lo sepa todo, así que ella misma se embarcará en una aventura peligrosa para conocer nuevas respuestas, que la llevará a toparse con el mismísimo Mcgill, el monstruo más horrible de Everlost…
            Lo que más me ha gustado de la novela son sus personajes. Allie, la testaruda, la que quiere saber más y más. Nick, el que se conforma con poco. Lief, aquél que lleva años perdido y resignado. Mary, la Wendy de Everlost. Stradivarius, la hipocresía personificada. El McGill, que representa el poder de conseguir algo al desearlo con fuerza. Todos ellos podrían parecer personajes arquetípicos, pero en realidad, van evolucionando a lo largo de la trama y, los que al principio eran cobardes luego se convierten en valientes, los que eran malvados sienten una especie de arrepentimiento en su interior, los que se aman también se odian… Shusterman sabe complementar y jugar con los sentimientos de cada uno de estos niños perdidos en el mágico mundo de Everlost.
            En cuanto a Mary, reina de los Escocidos, tengamos en cuenta que esta palabra hace referencia a esos niños que se sienten dolidos en un mundo al que no pertenecen. Es su guía espiritual, la que los anima a continuar allí. Muy llamativa y una idea curiosa y lograda, que logra captar la atención del lector, son los finales de capítulo en los que se introducen conceptos que Mary ha elaborado acerca de Everlost. Se juega así con el papel del narrador y el del personaje de Mary, pues ésta a su vez se convierte en una especie de segunda narradora. Para mí, es uno de los personajes más elaborados por Shusterman: hermoso pero a la vez letal.

            Allie es otro personaje fundamental, ya que se convertirá en la enemiga de Mary, llegando incluso a elaborar ella misma libros en los que hable de Everlost, desmintiendo hechos que ya narró la Reina. Cabe destacar que son dos personajes muy distintos pero semejantes a la vez, ya que en ambas existe un gran conflicto moral: las dos luchan por lo que consideran justo.
            Nick, a mi parecer, es el personaje con más evolución en la persona, y dicha evolución es complicada. No voy a decir nada más porque no quiero desvelar parte de la trama, pero es el personaje que realiza un cambio profundo desde la niñez hasta la madurez, comparándose con los personajes aparecidos en las obras de viaje del héroe.
            A su vez, podríamos decir que Everlost, ese lugar de “reposo” para las almas de los niños, es un personaje más. Su influjo es enorme. Eso sí, se echa en falta más información sobre ese mundo, más pinceladas sobre el lugar. Esperemos que en las siguientes Shusterman continúe con su labor, puesto que en su mente debe haber todo un universo everlostiano.

            El lenguaje de Neal es vívido, visual, cinematográfico. La historia se cuenta de un modo tan sencillo, como si se tratase de un cuento de hadas, pero a la vez tan hermoso y metafórico, que se convierte en una leyenda repleta de magia, y sin necesidad de ningún efecto extraño: aquí no aparece la hechicería en sí, ni dragones, ni princesas encantadas, ni gnomos… Sólo niños extraviados. Pero es que la magia está en ellos, en su desorientación espiritual.
            Como colofón, señalar que no es una novela destinada a niños pequeños, sino a jóvenes que ya están de camino a una edad adulta, pues contiene mensajes morales que el niño no puede llegar a comprender. Eso no quiere decir que no pueda disfrutar la historia, claro que lo hará, aunque no logrará descifrar algunas de las bonitas claves de la historia (la pérdida de la memoria en los niños, el apego por lo material, el ciclo repetitivo de las acciones… son todos elementos que Shusterman utiliza con maestría para que el lector reflexione sobre ellos y sus relaciones a lo largo de la historia).
            Como siempre que me sucede con las sagas, me quedo tristona, a la espera de tener pronto en mis manos la segunda parte y sumergirme de lleno de nuevo en ese universo, en ese mundo everlostiano.
           
 Elena Montagud

Ficha:
Título: Everlost

Autor: Neal Shusterman

Traducción: Adolfo Muñoz

Editorial: Anaya

Págs: 359



01 diciembre, 2012

AMERICAN WAY OF LIFE


Historias de un gran país 
Bill Bryson


Bill Bryson es un periodista norteamericano que tras vivir durante cerca de veinte años en Gran Bretaña, casarse con una inglesa y tener hijos, decide volver a su hogar americano arrastrando a su familia. Al poco de instalarse en New Hampshire recibe la propuesta de un semanario británico de escribir un artículo semanal en el que relate la experiencia de un americano que redescubre su país y los contrastes que advierte en relación a su vida en el Reino Unido.
Pese a sus recelos iniciales, Bryson se lanza con decisión y entusiasmo a la nueva tarea que le permite explorar y estudiar los más diversos aspectos de la vida americana ofreciendo un artículo semanal durante un año y medio a sus lectores británicos en un tono desenfadado e irónico. Historias de un gran país lleva por subtítulo Viaje al american way of life lo que describe con mayor precisión su contenido: un año y medio de artículos junto a una breve introducción explicativa del origen del libro.
Como es de prever, desfilan por estos artículos todos los tópicos comunes sobre la vida americana: la superabundancia de comida y la obesidad, el apego por el cumplimiento de las normas por ridículas que puedan resultar, la creciente invasión de la publicidad, la cultura de la reclamación, la total ignorancia sobre cualquier asunto ajeno a los Estados Unidos (sea en materia de arte, historia, geografía, …). Pero también, Bryson nos regala emotivas instantáneas de una mentalidad tan tremendamente positiva y confiada (conviene destacar que se trata de artículos escritos con anterioridad al 11-S) que rayan en la simpleza.
Del mosaico de artículos se obtiene una imagen fidedigna y creíble de unos Estados Unidos alejados del tópico hollywoodiense. Asentado en uno de los estados con mayor riqueza forestal, Bryson entona una extraordinaria alabanza del tesoro natural de su entorno. Bosques interminables, capaces de tragarse restos de pequeños pueblos abandonados, e incluso aviones que se estrellan sin ser localizados hasta pasados varios meses pese a la utilización de las más modernas técnicas de exploración mediante satélite. Sorprendentemente, Bryson señala que esta enorme extensión boscosa es reciente ya que apenas hace 60 años la mayor parte de la superficie hoy cubierta estaba destinada al cultivo. Un buen ejemplo a seguir.

Esa inmensa naturaleza casa con las dimensiones propias de los Estados Unidos. Las distancias entre puntos que se consideran próximos asustarían a un europeo medio. Un día de playa en la cercana costa puede suponer un viaje de más de cinco horas por trayecto. Sin embargo, Bryson echa de menos el viejo encanto de las carreteras americanas y su panoplia de atracciones inverosímiles, típicas a mediados de los años cincuenta. Según asegura, las distancias se hacían más llevaderas gracias a carteles que advertían de la presencia de extraños fenómenos como la piedra atómica, un campo de gravedad, una casa construida con latas de cerveza a un paso de la carretera principal (para ser más exacto, a unos doscientos kilómetros de la misma) y que, inevitablemente causaban una desoladora decepción al ser contemplados, decepción que desaparecía de inmediato al ser sorprendidos por un nuevo cartel que anticipaba la cercana presencia de la huella de dinosaurio más grande del estado de Arizona.
Son muchas las cosas que han cambiado desde los tiempos de juventud de Bryson. Los moteles son un buen ejemplo. A finales de los años cincuenta y primeros sesenta, todos los cruces de caminos, pequeñas poblaciones y áreas de servicio contaban con sus correspondientes moteles, cada uno con sus propias características diferenciales. Sus dueños eran familias que ofrecían un trato cercano y personal a sus huéspedes supliendo las carencias de unas habitaciones no demasiado elegantes o limpias. El tiempo ha borrado estos establecimientos de los mapas americanos, sustituidos por unas pocas cadenas que ofrecen moteles estandarizados e impersonales de modo que, en cualquier estado de la Unión, uno puede alojarse en uno de estos establecimientos conociendo de antemano el mobiliario de la habitación y el contenido del buffet libre para el desayuno.
Esta tendencia a favorecer lo previsible parece haber traído consigo (¿o será más bien al revés?) la desconfianza ante lo diferente. Acostarte en una habitación exactamente igual en Nebraska que en Ohio, ver los mismos canales de televisión, desayunar los mismos ingredientes en Colorado que en California, no sentir ni valorar el “riesgo” (relativo, es cierto) de una experiencia algo diferente. Este desasosiego por lo desconocido ha llevado, señala Bryson, a que las miles de variedades de chocolatinas americanas carezcan de auténtico sabor a chocolate, que los tipos de queso autóctonos se hayan acomodado a unos estándares generales que les han llevado a perder su peculiaridad.
La profusión de Starbucks o McDonald´s son otro buen ejemplo de la homogeneización creciente de la vida americana (uniformidad que inevitablemente parece adueñarse también de nuestras ciudades). Bryson comenta entristecido a uno de sus amables vecinos que la apertura de un McDonald´s enfrente de un coqueto restaurante familiar próximo a su casa ha llevado al cierre del restaurante perdiendo la última oportunidad de cenar de una manera decente en el entorno, a lo que el vecino contesta indiferente que le parece normal ya que lo bueno del McDonald´s es que siempre sabes lo que vas a comer antes de entrar.
Como ya he señalado, muchas de las referencias de Bryson acaban por ser un triste anticipo de las tendencias que hoy vemos a nuestro alrededor. La cultura de la reclamación (injustificada, se entiende) por el mero hecho de tentar la suerte y obtener una improbable (y en muchos casos improcedente indemnización), la complicación creciente de los trámites de embarque por las medidas de seguridad totalmente ajenas a lo que representa realmente nuestra seguridad, etc. Bryson denuncia la política de las empresas de recortar servicios a los usuarios justificando dichas medidas precisamente con la disculpa de que se trata de “ofrecer un mejor servicio”.

Pero gran parte del encanto de estos artículos no reside tanto en el aspecto antropológico que parece deducirse de ellos. En la mayoría de los casos, las reflexiones nacen de la narración de anécdotas en las que el propio Bryson es el desgraciado y torpe protagonista. Así, le vemos perdido sobre un trineo motorizado totalmente incapaz de evitar chocar repetidamente contra todo árbol que crezca a menos de trescientos metros a su alrededor, derramando refrescos sobre una monja en un vuelo terrible (especialmente para la monja), sufriendo los horrores de la dieta que su mujer le impone prohibiéndole la mantequilla de cacahuete o su feliz (sólo al principio) encuentro con la trituradora de basuras, ese invento tan americano y cuya peligrosidad en manos de un desastrado Bryson la convierte en un arma de destrucción masiva.

Asistimos a excursiones familiares en las que sus hijos muestran mejor sentido de la orientación o le vemos atiborrar el carro de la compra del supermercado con treinta variedades diferentes de cereales que su mujer le obligará a desayunar hasta el último copo como expiación por su delito de atentar contra los alimentos frescos que tan trabajosamente logra encontrar en el pequeño rincón en el que están confinadas esos extraños y “peligrosos” vegetales tan desconocidos para un americano medio, más afín a los precocinados y congelados.
La ironía que desborda todos los artículos es otro elemento que le acarrea numerosos problemas en su vida cotidiana. Y no es que los americanos no sean divertidos, simplemente es que carecen de sentido del humor. Bryson (quizá contagiado por el “humor inglés”) responde al funcionario de aduanas que le pregunta “¿Verduras o fruta?” con un “gracias, agente, me vendrían bien unas zanahorias” para descubrir que estos amables funcionarios son incapaces de advertir siquiera esta leve ironía. Bryson, desconcierta a uno de sus vecinos que lleva un árbol en la vaca de su coche, preguntándole si pretende camuflar su vehículo, a lo que el honrado ciudadano, tras un leve bloqueo, responde con una profusa explicación sobre el motivo por el que lleva atado el árbol.


Humor, bastante información para satisfacer al curioso, anticipación de corrientes, estilo ameno y familiar que admite un hueco para la reflexión. Bryson se escapa del uniformismo que denuncia y cada uno de los artículos abre una nueva perspectiva. Sus títulos son un buen ejemplo (Los misterios de la Navidad, Esos aburridos extranjeros, Por qué nadie camina, Al aire cubierto, En la barbería, Imposibilidad de comunicación, Perdido en el cine, Dónde está Escocia y otros consejos de utilidad, La mejor celebración americana, La vida deportiva y así hasta setenta y ocho artículos).



GWW


Datos del libro
  • 15.0x23.0cm.
  • Nº de páginas: 352 págs.
  • Editorial: PENINSULA
  • Lengua: ESPAÑOL
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • ISBN: 9788483074831
  • Año edición: 2002
  • Plaza de edición: BARCELONA


28 noviembre, 2012

DISTORSIONANDO


EL ARTE DE LA DISTORSION
JUAN GABRIEL VÁSQUEZ




Reúne este libro una magnífica colección de 17 artículos, (ensayos, prólogos y conferencias) cuyo eje es el quehacer literario. El autor, que además de escritor es ferviente lector, y en su prólogo nos advierte de que lo que buscamos, lectores y escritores, es “la profunda satisfacción que nos dan los mundos cerrados, autónomos y perfectos, de las grandes ficciones. Esos mundos que, precisamente por haber nacido de la imaginación libre y soberana, dan a la realidad un orden y un significado que ésta, por sí sola, no logrará jamás. Esos mundos donde, precisamente porque no han sucedido nunca, las cosas seguirán sucediendo para siempre.”

Libro que se lee de un tirón, los textos son muy amenos y atrapan la atención del lector; si se han leído las obras o al menos a los autores de los que habla, aún es posible un disfrute mayor; pero incluso en el caso de no haberlo hecho, y de leer sobre perfectos desconocidos, como en mi caso, con el escritor colombiano Ribeyro, sus acotaciones y comentarios sobre su vida y obra me han parecido interesantes y muy acertados.

Por su origen colombiano, Vásquez nos habla de sus compatriotas, y nos compara obras, actitudes y textos que nos resultan muy sugerentes, reflexionando ante su actitud literaria, comparada con la de otros autores europeos.
Por su vocación universal, trata de otros escritores de muy diversa procedencia, y que son objeto de su admiración, como G. Sebald, S. Bellow, J. Conrad, Ph. Roth, V. Naipaul, etc., y nos admira con una serie de detalles curiosos o reflexiones muy pertinentes sobre su obra o sobre ellos mismos.

Conrad, concretamente, es un autor de culto para Vásquez, y leemos su nombre a lo largo de casi todos los artículos, aunque hay algunos especialmente dedicados a él, como Ver en la oscuridad y Viaje a Costaguana. Costaguana es el país imaginario donde Conrad recrea su magnífica novela Nostromo. Según Vásquez, ésta es la mejor novela sobre Hispanoamérica jamás escrita fuera de la lengua española, incluso le concede el rango de antecedente del boom literario hispanoamericano, emparentándola con La casa verde o con ciertos episodios de Cien años de soledad. Nos cuenta Vásquez cómo surgió en Conrad la idea de esta novela y su ansioso proceso de creación, cómo un simple hecho real  le sirvió para crear todo un mundo que le era absolutamente ajeno, ya que apenas si había visitado el Caribe muchos años antes, en su etapa de marino, y sin pasar demasiado tiempo por allí. Conrad se inspira en los momentos políticos en los que Panamá, (Sulaco, en la novela) auspiciada por EEUU, se segrega de Colombia, de la que era una provincia, así como en la aventura de un personaje real, Santiago Pérez Triana, que, llegado a Londres a finales del XIX, publicó el relato de su huída de Colombia en 1902. Del contacto de Conrad con Pérez Triana no sabemos nada, pero algo hubo. Conrad, después, mezcló los ingredientes y utilizó su imaginación para el resto, que resulta una novela, si bien con la impronta conradiana, que no es la más típica suya, al alejarse de los temas marinos y asiáticos habituales. Y siguiendo con Conrad, Ver en la oscuridad fue un prólogo al Corazón de las tinieblas, de Conrad y esto le proporciona un pretexto para reflexionar sobre la vaguedad o la imprecisión en la novela, o en la obra de arte.  Y cita una carta de Conrad a  R. Curle, diciendo “La explicitud, mi querido amigo, es fatal para el encanto de una obra de arte, pues le roba toda capacidad de incitar, destruye toda ilusión”, lo cual Vásquez y yo misma compartimos plenamente. Y también Kundera: “la novela es el reino de la ambigüedad.”(Los testamentos traicionados).

En Los hijos del licenciado: para una ética del lector,  comienza reconociendo que “la lectura de ficción es una droga y el lector es un adicto”, y que la lectura  en nuestros días, ya lejanos de las lecturas colectivas alrededor del fuego, realmente “es un vicio solitario”, porque el lector está solo ante el libro; nos viene a decir con Proust que, al contrario que la conversación, la lectura consiste para nosotros en establecer comunicación con otro pensamiento, pero permaneciendo solos, gozando de la potencia intelectual que tenemos en soledad y que la conversación disipa inmediatamente; y que en un mundo lleno de servidumbres, de dramas y de inquietudes, el mundo de los libros es un mundo de libertad. “El hecho de que esta vida sea sólo una y no podamos ser a la vez hombres y mujeres, ateos y creyentes, fieles e infieles,  pero sí podemos imaginar que lo somos”, y por tanto podemos vivir otras vidas con nuestra imaginación y con una buena ficción entre nuestras manos.

En El arte de la distorsión, artículo que da nombre al libro, y que fue en su origen una conferencia impartida en El Escorial en 2006, defiende la libertad del literato en la creación de ficciones: la única razón de ser de la novela es decir lo que sólo la novela puede decir. Y trata el inevitable tema de la novela histórica, coincidiendo, sin citarlo, con Kapuscinski y con Heródoto en la imposibilidad de conocer la historia, o más bien, que toda historia es, apenas, una versión (de los hechos). Y cita a Julian Barnes en su Historia del mundo en diez capítulos y medio, al decir que “inventamos historias para tapar los hechos que no conocemos; conservamos unos cuantos hechos verdaderos y alrededor de ellos tejemos un nuevo relato.”

En Malentendidos alrededor de García Márquez analiza las influencias y relaciones de su obra con otras obras y con la realidad, con el Macondo real. Y nos dice que el malentendido consiste en considerar  la influencia como influenza (gripe), haciendo un juego de palabras muy cabrerainfantiano. La influencia es buscada, no “recibida”: García Márquez se sumerge en Faulkner y en Hemingway, sin ningún problemaza que, según Harold Bloom, los talentos más débiles idealizan, pero los de imaginación capaz, “se apropian” de los libros ajenos. Es como en pintura: por poner un único ejemplo evidente: Picasso, que se apropió de miles de pinturas ajenas pero les dio su sello absolutamente personal. No se puede crear de la nada, siempre hay que partir de algo, de algo anterior que nos de el pie, la base sobre la que crear y construir nuestro propio edificio. Nuestro bagaje cultural, nuestra vida, lo que han hecho los demás y lo que hemos hecho nosotros.

En Las máscaras de Philip Roth  desmenuza la obra del autor norteamericano, al que tanto gusta mezclar ficción y realidad, incluirse e inmiscuirse dentro de sus obras, adoptando un alter ego (Zuckermann) pero negando siempre que sea él mismo, mientras que en su vida repite lo que ocurre en sus novelas y viceversa. La clave de su universo: la trasgresión, transformar el deseo en literatura, la política en deseo, el deseo en literatura política o erótica.
Disecciona la obra sebaldiana en La memoria de los dos Sebald,  e indaga sobre cómo se enfrenta el hombre a su propia historia, cómo reconstruye su pasado: en Sebald, recordar no es un acto intelectual, sino físico, y no hacerlo conlleva riesgos morales.
En Apología de las tortugas habla del cuento, de la diferencia entre cuento y relato corto, (tale y short story), de la posible muerte de la novela pero la vigencia e importancia del cuento. En Diario de un diario trata de Ribeyro, autor colombiano afincado físicamente en París y espiritualmente en el siglo  XIX, con lo que se automargina respecto al boom hispanoamericano de los sesenta, y además, encarna una versión imprecisa de Bartleby. En El tiro y el concierto analiza la relación entre literatura y política, en general y en concreto, en Colombia. Cervantes es objeto de La paradoja de Don Álvaro Tarfe,  y sus problemas con el Quijote apócrifo, y también sobre Cervantes versa Historia de un malentendido: lecturas anglosajonas de El Quijote.
En Literatura de inquilinos, trata un tema que le toca de lleno personalmente al autor: la permanencia voluntaria en situación de emigrado; el asentamiento en otro país que no es el suyo, y que Vásquez insiste en no llamar “exilio”, voz que le trae connotaciones que quiere evitar, y prefiere el término “inquilino”. Y aquí habla de Conrad (inquilino por antonomasia), de Naipaul, de Hemingway,...y olvida mencionar a Sándor Márai, aunque éste se exilia por cuestiones evidentemente políticas, pero incluso cuando podría haber vuelto a su país, decide permanecer fuera pero seguir escribiendo en húngaro, su patria, según él.

Nos alargaríamos demasiado si comentásemos todos los ensayos, con lo que finalmente resumiremos diciendo que el libro es una reflexión sobre la literatura y los literatos, los problemas con los que se enfrentan: la memoria, la historia, la política, las influencias, la relación realidad-ficción, y los retos que han de superar; las relaciones con los lectores y la crítica y con sus países de origen; los distintos avatares que acompañan a la creación literaria y que a veces permanecen ocultos a la vista del público, parapetados tras la obra del autor, donde se contiene su vida y otras vidas, sus ideas y otras ideas, otras ilusiones, otros mundos. Y que nosotros los lectores participamos de ellos al leerles.

 Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973), escritor, traductor, ensayista y crítico literario,  autor del libro de relatos Los amantes de Todos los Santos (2001), de dos novelas, Los informantes (2004) e Historia secreta de Costaguana (2007, Premio Qwerty a la mejor novela en castellano, Barcelona, y premio de la Fundación Libros & Letras, Bogotá) y de una breve biografía de Joseph Conrad, El hombre de ninguna parte (2007). Ha traducido obras de John Hersey, Víctor Hugo, John Dos Passos y E. M. Foster. El ensayo que nos ocupa, “El arte de la distorsión” ha ganado el Premio de Periodismo Simón Bolívar. Es columnista de El Espectador, de Bogotá, aunque desde 1999 vive en Barcelona, después de haber estado viviendo en París y en Las Ardenas, Bélgica, en un voluntario alejamiento de su país natal,  que él no quiere llamar exilio, sino inquilinato.

Ariodante

 Título: El arte de la distorsión | Autor: Juan Gabriel Vásquez | Editorial: Alfaguara | Páginas: 232 |






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