ARTURO GONZALO AIZPIRI
Nueva edición en EVOHÉ, 2012
¿Pero de dónde surge el interés por ese albor de la historia de España? Diré que en ello tuvo mucho que ver mi padre, quien a lo largo de sus años de estudiante, y más tarde profesor, de latín y griego, construyó una maravillosa biblioteca de los clásicos que fue, y aún sigue siendo, el más frecuentado de mis paisajes literarios. Allí me encontré con la Hispania de Plinio y Pomponio Mela, con el relato de las guerras púnicas y el retrato de Aníbal de Tito Livio, y con un pasaje de Diodoro de Sicilia que se refería al desenlace del asedio de la ciudad oretana de Hélike por el ejército cartaginés de Amílcar Barca. (A. Aizpiri
Aficionado a la arqueología y a la historia, gran lector de los clásicos, el autor ha buscado como marco para su novela la España prerromana, a la que llama Ispania, llena de razas y tribus variopintas en pugna continua y a medio invadir por los cartagineses, que tras haber sido derrotados por los romanos en Sicilia, intentan saquear la península y conseguir una posición de poder.
Bien documentado, como constata
el autor del prólogo, director del Museo Arqueológico Regional de la comunidad
madrileña, el libro está estructurado en cinco partes: Voces de agua y fuego; Los jinetes de Tanit; La lámina de plomo; Hambre
de destino y La cólera de Aquiles.
En total, veinticinco capítulos, aunque el último es muy corto, simbólico.
Títulos todos muy bien elegidos y muy sugerentes; en los primeros nos sitúa en
la época y la zona, una imprecisa parte que podría estar entre la serranía de
Albacete y la de Cuenca, ya que la ciudad de Hélike, capital oretana, no está
claro si se la identifica con Elche o con Elche de la sierra, en el nacimiento
del río Segura, y Arecorata, la capital
de los ólcades, reino celtíbero al norte, en la serranía conquense. Todo
ello lo aclara la Nota del autor, al final del libro.
La narración gira alrededor de un
hecho histórico: el sitio a la ciudad oretana de Hélike por parte del ejército
cartaginés al mando de Amílcar Barca, acompañado por un jovencísimo guerrero
que daría mucho que hablar en el futuro: Aníbal, su hijo. Pero desde los
primeros capítulos, en los que imagina la vida en un pequeño poblado y los
ritos de introducción del joven Gerión a la clase guerrera, nos sentimos
atrapados por la acción, y nos dejamos llevar por la narración, que sin
agobiarnos con demasiados detalles que no sabríamos cotejar, dada la poca
publicidad de esa época histórica en España, nos lleva de la mano, a veces
corriendo, haciéndonos partícipes de las emociones y de los sueños, del miedo y
del dolor, así como del placer de una buena comida o una conversación
agradable; la relativa ausencia de datos fiables de la época le permite al
autor una libertad de movimiento y de ficción, que aprovecha precisamente para
hacernos identificar con los personajes principales y contarnos una historia de
aventuras, viajes, luchas, traiciones, amor y honor, defensa de un pueblo y
muchas otras cosas más que aceptamos porque son universales y sólo sus
manifestaciones son lo que cambia a través de los siglos.
La novela desarrolla un excelente
tono épico a la vez que le da algunas pinceladas de misterio, referidas al
mundo tartésico, desconocido y ancestral, y al mágico, en las inmersiones de
Anglea, sacerdotisa de Astarté, en sueños premonitorios y mensajes
ultraterrenos. El ritmo de la acción, muy bien tratado, va in crescendo, desde un comienzo pausado y cotidiano hasta una
urgencia febril en los últimos capítulos, desembocando en la explosión final.
La batalla final, por cierto, está muy bien descrita, y consigue que
participemos con el aliento contenido mientras nos adentramos entre el polvo y
la sangre, perdonándosele algunas libertades ficticias en beneficio del efecto
global.
La polifonía con que el autor desdobla los puntos de vista nos permite
distintos enfoques del mismo tema, por lo que captamos mejor lo que se nos está
contando, ya que recibimos información de ambos bandos, no desde un único
narrador omnisciente y universal, sino desde voces narradoras locales, que a
veces llegan a ser subjetivas y escuchamos sus pensamientos.
De este modo, podemos entender la
fuerza de Amílcar y sus objetivos, el amor de Aníbal a su padre y a su país y
sus juramentos de venganza; la valentía y la ansiedad de los defensores de
Hélike, que intentan por todos los medios conseguir ayuda de pueblos hermanos
enviando a sus más queridos líderes a tal efecto. Entendemos la mirada recelosa
con que reciben los ólcades la llegada del oretano, su petición de ayuda, la
necesidad de frenar al invasor púnico que representa una amenaza para el futuro
cercano de los pueblos celtíberos. Y
hacemos un aparte en la relación creada entre el personaje de Gerión, el heredero
de Tartessos, y Orisson/Argantio, también descendiente del mítico pueblo
desaparecido. Se crea una complicidad entre ambos y el lector, que asiste a
este secreto compartido con verdadero
interés y emoción. La aparición de Anglea, original mezcla de sacerdotisa y
amazona, introduce otra pincelada casi fluorescente en el campo multicolor que
se nos va mostrando, creando un atractivo triángulo.
Aunque el personaje central es
Gerión, o el eje Gerón/Argantio, se desarrolla todo un despliegue de personajes
secundarios muy atractivos, así como unas descripciones del paisaje y de las
costumbres muy jugosa, y en algunos momentos muy sugerente y poética, como por
ejemplo, este fragmento:
Era su hora favorita: el espacio
infinito de la noche, cuajado de estrellas y enigmas, comenzaba a retirarse con
los primeros resplandores rosados, dando paso a un cielo mucho más próximo,
confortable y humano. Sólo en ese instante ambos mundos, el del día y la noche,
el de la vida y la muerte, el de los dioses y los hombres, estaban presentes al
mismo tiempo, como si uno pudiera transitarlos juntos, o elegir libremente cuál
de ellos hacer propio.
Una parte de los personajes
pertenecen a unas culturas muy en contacto con la naturaleza, con los olores y
sabores de sus prados y montañas, con los colores de sus cielos y sus bosques;
aunque también se contempla el lado de aquellos otros que han desarrollado una
cultura más ciudadana, más refinada, que aprecia y reconoce los avances
técnicos y artísticos, que posee una lengua escrita, unos símbolos que le permiten
relacionarse con su propio pasado y con otras culturas, como la griega. Las
referencias a la Ilíada no carecen de
importancia simbólica.
Todo ello es aglutinado por el
autor de manera muy natural, sin descripciones farragosas, sin abrumarnos con
demasiados detalles que nos frenen el desarrollo de la acción. Es una buena novela
de aventuras, con movimiento ágil y que,
aunque ubicada en una época histórica, y sin romper los lazos con lo que se
sabe que sucedió, se mueve con la libertad necesaria para que disfrutemos sin
interrupciones ni lecciones de historia.
La obra se cierra como un anillo
con un pequeño hueco donde ambas puntas se rozan pero no se unen del todo: hay
algunos cabos que quedan en el aire, discretamente dispuestos a una posible
continuación, que no sería de extrañar.
Sin embargo, a pesar de sus logros evidentes, habría que
anotar algunos puntos mejorables, por lo que haré algunas precisiones. La
primera, en cuanto a la edición: el Índice está ausente. Tampoco hay un
Glosario de personajes y sus relaciones entre sí, ya que el acúmulo de nombres
extraños, no habituales, algunos muy
parecidos, hace que a veces, sobre todo en las primeras partes de la novela,
nos confundamos o que finalmente optemos por darle más importancia a la acción
ignorando quién es exactamente el que la está llevando a cabo, pero esto no es
correcto.
Y como siempre, el eterno tema de
los mapas: únicamente tenemos un mapa muy genérico y vago de la península
ibérica con algunos nombres de ciudades y una ubicación absolutamente
ilocalizable, mapa más bien decorativo, como contratapa, que ilustrativo.
Hubiera sido muy interesante, junto al glosario y a la nota del autor, que
ciertamente es aclaratoria, un somero mapa de la zona donde ocurren los actos,
y uno de la descripción del sitio de Hélike.
Y en cuanto a la narración en sí,
quizás adolece de ciertas ausencias, a concretar en una posible continuación:
el nombre de Tartessos, citado en el título, apenas es tratado en la historia
salvo como una referencia del pasado y con tintes oníricos. Es un tema muy
atractivo precisamente por su misterio, como la Atlántida: es un reino que roza
lo mítico por la ausencia de datos fiables. Y en ese punto sería muy bien recibido
un desarrollo posterior, aunque fuera exclusivamente fabulación ficticia.
En suma, una muy recomendable
novela de aventuras, que llena un hueco en la novela histórica -el de los
pueblos celtíberos- que pocos, salvo tangencialmente, han tratado de modo
novelado.
Arturo Gonzalo Aizpiri (Madrid,
1963) ha desarrollado su carrera profesional alternando actividades públicas y
privadas en el campo de la energía y el medio ambiente. Actualmente trabaja en
una gran empresa energética española. Su pasión por la historia lo ha llevado a
escribir El heredero de Tartessos, su primera novela. Ha publicado
también diversas traducciones, destacando, recientemente, la del libro de
Charles Chaplin Mis andanzas por Europa, en la colección El
Periscopio, de Ediciones Evohé.
Colección: Evohé
Más datos: Nº pág.: 408, 23X15, rústica
ISBN: 9788415415060
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