13 marzo, 2013

DERRUMBANDO PUENTES


PUENTES  DERRUMBADOS
JAVIER GARCÍA GIBERT

            Todo es claro y computable ahora: hay millones de parados, millones de euros en las cuentas secretas de ciertos pájaros de cuello blanco, millones de pruebas de las corruptelas políticas que han vaciado las arcas del Estado. Pero ¿qué había antes de esta crisis económica?: ¿un mundo feliz? Es muy mala esta crisis, muy mala, pero lo peor es que encubre otras crisis (morales, intelectuales, espirituales) y lo pésimo es que, cuando aquélla pase –que pasará sin duda-, esas otras crisis –que en último término la han desencadenado- seguirán existiendo con la misma pertinacia y con la misma indiferencia por parte de todos con que existían antes. ¿Aspirará la gente a ser virtuosa, luchará con esfuerzo por conocerse a sí misma, tendrá el anhelo de echar su espíritu a volar y, libre de miedos, pensar por cuenta propia? No padre. Cuando este desastre económico pase, ¿querremos sentirnos dignos de ser felices en vez de creernos con el derecho a serlo por natal decreto como sucedía hasta ahora? No padre. Y, por otro lado: ¿dejaremos de votar y confiar en los políticos que, de un color u otro, llevan en el sueldo la necesidad de mentir? No padre. Todo va a seguir igual. Y la crisis maldita no habrá servido de nada.

            Qué gran oportunidad sería ésta para volver los ojos al gran tesoro de la tradición humanística, que sigue ahí para quien quiera disfrutarla, ligeramente oculto, eso sí,  por la trivialísima sobreabundancia de la información actual. Esa tradición de belleza, inteligencia y sabiduría que está en mentes filosóficas, artísticas, espirituales de todos los tiempos (Platón, Séneca, San Agustín, Dante, Cervantes, Shakespeare, Kierkegaard, Dostoievski....) constituye lo mejor que ha dado el ser humano a lo largo de la historia y sólo cuesta el precio de querer tenerla, no pudiendo nadie arrebatártela, por cierto, una vez la tienes. Es, por añadidura, la mejor medicina, fortalecedora y ennoblecedora,  para superar todas las crisis, y podría ser un descubrimiento fantástico para los jóvenes desmoralizados de nuestros días, si fueran capaces de acceder a ella. Pero me temo que ha sido tan grave el destrozo de los  tiempos, y en especial de la (des)educación criminal de las últimas décadas, que cada día que pasa se hace más insalvable la dificultad de acceso a ese tesoro por parte de las nuevas generaciones. Muchas causas podrían explicar esta dificultad (entre ellas, desde luego, la boba inmediatez de los medios sociales de comunicación de masas, que inhabilitan con su rapidez maniática la capacidad de concentración imprescindible para adquirir, en el terreno que sea, contenidos verdaderamente fuertes y profundos). Pero si tuviéramos que aventurar, al margen de estos graves condicionamientos mediáticos, las causas de esa dificultad, creo que podríamos remitirlas a un par de criterios: uno de orden ético y otro de carácter cultural.

En lo que se refiere al primero, hay una quiebra indudable en el reconocimiento de los valores sobre los que la cultura humanística se sustentaba: el valor, por ejemplo, del honor, de la nobleza, de la ejemplaridad, del empeño de la palabra dada. Me contaba un amigo, profesor de secundaria,  que hace poco hizo leer a sus alumnos –qué atrevimiento- la Historia del Abencerraje y la hermosa Jarifa, una bella novela morisca del XVI. En este relato un noble musulmán cae preso en manos de un no menos noble caballero cristiano; éste advierte que una nube de aflicción ensombrece la estoica entereza de su prisionero y le pregunta por la causa; el moro le confiesa que en un breve plazo debía reunirse con su amada Jarifa, después de un largo y azaroso período de separación, y que, al haber caído preso, ya no podrá acudir a la cita. El cristiano, compasivo, le ofrece tres días de libertad para que pueda entrevistarse con ella, al término de los cuales deberá volver a su cautiverio. El moro acepta agradecido y cumple, por supuesto, con la promesa dada. El final del relato no hace ahora al caso -acaba, por supuesto, de la mejor manera-, pero lo cierto es que la opinión unánime de los estudiantes fue censurar la historia por absurda e inverosímil; ¿cómo era el capitán cristiano tan ingenuo para fiarse de la historia o la palabra del desconocido prisionero, y, sobre todo, cómo era éste tan estúpido de volver a manos de su captor una vez conseguida la libertad?

El otro obstáculo imponderable para acceder a los textos literarios del humanismo es la ausencia casi absoluta de referencias culturales entre el estudiantado. Lo comentaba George Steiner en alguno de sus libros: el acervo de notas y explicaciones previas (léxicas, históricas, mitológicas, religiosas...) para comprender la mera superficie de un texto clásico ha de ser hoy en día tan voluminoso que, cuando el alumno por fin alcanza a entenderlo, ha quedado tan exhausto, tan  apesadumbrado por el cúmulo de nuevas informaciones, que se muestra ya incapaz de gozar sus mieles literarias, de sondear con energía su riqueza de sentidos o sus mimbres más secretos. Si tenemos que explicar a un alumno de Filología qué es la Arcadia, qué es el Gólgota, quiénes son los godos, que Marte es el dios de la guerra, que Febo es el sol, que “sierpe” es serpiente, que “beldad” es belleza, que “pródigo” no es el que vuelve (aunque eso ya sea saber algo) sino el que derrocha, que Jacob robó la bendición de su padre, que el poeta alude a Jesucristo cuando se refiere al hombre que “descendió” “para subirnos al cielo”, o si es necesario resumir a Platón al toparnos con “el alma que en olvido está sumida” o explicar la doctrina del amor cortés para comprender un verso tan sencillo del Romancero como ese que dice que “los enamorados van a servir al amor”..., si hay que aportar éstos y similares datos para acceder a la mera letra de muchos textos, ¿cómo no pensar que el estudiante al uso va a incurrir en el error de juzgar que la literatura humanística es un vano artificio que nada tiene que ver con el ser humano, con la realidad de las cosas, con la propia vida?

Sí, hay un paisaje de puentes derrumbados en las antiguas vías que daban acceso a la única Cultura que ha dado nuestra historia y nuestra civilización. Pero anímense los que aún tienen fuerzas y ambición para llegar hasta ella. Comprobarán que la crisis se ve más pequeña cuando se contempla desde el otro lado.

  
Javier García Gibert es profesor de literatura clásica española en La Universidad de Valencia y autor de varios libros como Baltasar Gracián y el ficcionalismo barroco (1991), Cervantes y la melancolía (1997), La imaginación amorosa en la poesía del Siglo de Oro (1997), y Consagradas escrituras: diez ensayos sobre literatura bíblica (2002). Sobre el viejo humanismo. Exposición y defensa de una tradición. Marcial Pons,(2010)



12 marzo, 2013

TRILOGÍA POLACA


UN HÉROE POLACO 
(Trilogía polaca III) 
 Henryk Sienkiewicz

Han transcurrido un par de décadas desde que los ejércitos polaco-lituanos desbarataran la sublevación cosaca; algunos años desde que se sobrepusieran al gravísimo trance de la invasión sueca. Apenas han podido concederse  un respiro, pues la época es de constantes zozobras; redoblando esfuerzos, las armas de la doble República se han cubierto de gloria en tierras prusianas y húngaras, mientras la lucha prosigue incesante en los confines orientales. 
A estas alturas, Juan Kretuski, el héroe de Zbaraj y protagonista de A sangre y fuego, es ya un patriarca de numerosa descendencia. El impetuoso Andrés Kmita, de cuyas peripecias supimos en El diluvio, se deja templar por la tibieza del hogar. En cambio, para el coronel de húsares Miguel Volodiovski, camarada de ambos personajes, la vida es un constante guerrear y un nunca reposar, vedados como le han sido los placeres domésticos.  Considerado por sus compatriotas como el primer soldado de la nación, siempre ha pospuesto los asuntos particulares a los de la patria; pero va tocándole el turno de formar un hogar. No obstante, a la espada más temible de Polonia la suerte parece serle esquiva en asuntos de amor. Peor que esto, es como si el destino se empecinase en confinarlo a eterna soledad… hasta que, apiadándose de él, le concede una tregua. Mientras tanto, una nueva amenaza se cierne sobre las fronteras meridionales del país: son los turcos, que se enfrascan en una de sus arremetidas contra la cristiandad.  

Volodiovski es, pues, el protagonista de la novela que cierra el ciclo patriótico de Sienkiewicz. El momento cúlmine de la narración lo proporciona la caída de la fortaleza polaca de Kamienec (sita en la actual Ucrania) en manos de los turcos, en 1672. Aun cuando el epílogo da cuenta del posterior vuelco de tornas –el alborear de Juan Sobieski, futuro rey, héroe de Viena y uno de los grandes próceres nacionales de Polonia-, el aire funesto de la referida derrota es, por lo que hace a la trilogía, una llamativa novedad. No acaba aquí la peculiaridad de Un héroe polaco, ya que el autor se ha permitido en esta novela una prolongada pausa en lo que resultaba ser un casi ininterrumpido encadenamiento de hechos de guerra. Y se agradece, entre otras cosas porque el interludio, abocado a los asuntos particulares de Volodiovski, permite la reaparición -en gloria y majestad- del mejor personaje de la trilogía. ¿Quién más, sino el viejo Zagloba? Se congratula el lector de ver convertido al astuto, bravo y locuaz personaje en el alma de la narración, aunque solo sea durante una parte de la misma; se lo disfruta, de veras, en su papel de improvisado casamentero (si de cardenal hiciera, también lo disfrutaríamos).
Punto a favor de la novela es su heroína, Bárbara Yerzorkovski, mejor conocida como Basia: un personaje singular, bastante diferente de las virtuosas muñecas, modosas princesitas de ensueño que parecían colmar el gusto de Sienkiewicz (gusto de su tiempo, hay que decirlo, también satisfecho en esta novela). En realidad es una mujer muy joven, poco más que una chiquilla, pero ¡qué chiquilla! Si no fuera por sus vestimentas y por su  extraordinaria belleza –fórmula invariable-, sus circunstantes la confundirían con un muchacho, de tanto que la seducen las aventuras y los relatos de batallas. Inquieta, ardiente, algo pueril en su tendencia a jactarse de su intrepidez, la cercanía del peligro –lo personifique un merodeador o un feroz guerrero tártaro- la inflama en vez de provocarle desmayo. Sin ser una virago, nada en absoluto, es diestra en el uso de las armas y una hábil jinete. (Tanta vivacidad embriaga a Zagloba, que le endilga el apodo de “pequeño haiduk” –bandido- al tiempo que lamenta su provecta edad.) Por una vez, en Basia tenemos a una mujer que desborda la función puramente ornamental a que nos estaba acostumbrando Sienkiewicz en materia de personajes femeninos. ¡Albricias!

Aparte los ejércitos enemigos de Polonia, el antagonista de turno es un tártaro de nombre Azya, guerrero de gallarda apostura aunque talante sombrío. A despecho de su origen, combate bajo la bandera polaca, y sabe ganarse la estima de sus superiores. Azya es la personificación de motivos clásicos como el del personaje de linaje misterioso que de pronto se revela ilustre, el afán de venganza, la ambición desmedida y la traición; concentra buena parte de la intriga y los giros sorpresivos contenidos en la novela, elementos tan jugosos como puede depararlos la narrativa decimonónica.
Finalizada la trilogía, el balance arroja un cierto esquematismo en la construcción de los personajes, imputable más que nada al sesgo patriótico de su concepción; se trata en todo caso de un esquematismo que no desmiente la esencial humanidad de los tipos representados. En este marco, y dada la época de su escritura, los estereotipos étnicos y prejuicios estéticos asociados resultan inevitables; a ver quién se sorprende al toparse con proverbiales alusiones a la “astucia oriental”, o con el deje despectivo de una frase como “armenias hermosas pero demasiado morenas”. La prosa es un modelo de sobriedad, sin más efusiones estilísticas que las de los moderados raptos de patriotismo y la celebración del heroísmo viril. Se percibe, como en sordina, el tono épico de la narración. Abundan las batallas, claro está, pero no es Sienkiewicz de los que se regodean en descripciones prolijas o en excesos morbosos. Entre las mayores virtudes de estas novelas destaca el que su autor jamás abusó del andamiaje histórico: nada de abrumarnos con una marea de datos y pretensiones explícitas de veracidad. No llegó Sienkiewicz a perder de vista que, con todo y ser expresa su intención de “levantar los corazones” (precisamente la frase con que remata la serie), de su pluma surgían NOVELAS.    
En general, puede decirse que la escuela realista tiene en la “Trilogía polaca” de Sienkiewicz un muy correcto exponente.


Rodrigo
- Henryk Sienkiewicz, Un héroe polaco. Ciudadela Libros, Madrid, 2007. 303 pp.

10 marzo, 2013

MAFIAS


LA CANCIÓN DEL SICILIANO
CRISTINA AMANDA TUR
Ed. Funambulista 

La canción del siciliano comienza con el asesinato en la isla de Ibiza de Mario Sonnino, guardaespaldas de Sacha La Plaggia, especialista en obras de arte... y nieto y sobrino de capos de la Mafia. En esta novela tenemos una trama de ficción entrelazada con personajes y hechos reales de la historia de la Mafia siciliana, una historia cuyos protagonistas —el equipo contra el Crimen Organizado de Ibiza, comandado por el policía sevillano Ariel, y Rebelene, una periodista local amiga de los policías pero fascinada por Il Bel Sacha y con el corazón dividido, intentarán averiguar hasta qué punto la muerte del guardaespaldas de La Plaggia es una venganza relacionada con el pasado de la famiglia. La investigación (y el amor) llevará a la periodista a Sicilia; y todos deberán enfrentarse a sus convicciones, educación y sentimientos, sin que ninguno pueda evitar escapar a su naturaleza.

Mario supo inmediatamente lo que estaba ocurriendo, y supo también que estaba muerto sin remedio y sin extramaunción. Había llegado el momento de encontrarse con su destino y buscó algún santo al que encomendar su espíritu, pero todos parecían encontrase aún de vacaciones”.

Esta es la cuarta novela de la saga escrita por la autora ibicenca Cristina Amanda Tur en la que aparecen los miembros del equipo contra el Crimen Organizado de Ibiza y la periodista Rebelene. Todo empieza con un asesinato, el de Mario Sonnino, guardaespaldas de Francesco La Plaggia, que desde hace algún tiempo residía en Ibiza. El equipo de policías, bajo las órdenes de Ariel, realiza las investigaciones oportunas para averiguar hasta qué punto esa muerte guarda relación con el pasado de la familia de Sacha, nieto del capo Francesco di Vicenzo.

Las investigaciones nos llevarán de Ibiza a Sicilia. A lo largo de  la novela iremos dando el salto de una isla a otra. Ricardo Salvi, será el carabineri  que les irá pasando la información solicitada a los policías españoles para aclarar qué tipo de conexión puede haber entre la mafia siciliana y la corrupción reinante en Ibiza.

Con pocas pinceladas conocemos los rasgos, sobre todo psicológicos, que definen a los personajes que nos iremos encontrando a lo largo de esta adictiva novela. Así nos iremos familiarizando con el carácter de Ariel, el jefe del equipo, desconfiado del trabajo de sus superiores y a quien sus compañeros conocían perfectamente, pues por sus gestos y su mirada adivinaban lo que podía estar tramando. Rebelene es una periodista local, amiga de los policías, que se dirige con ellos al lugar de los hechos. Sabía que siempre podían aportarle jugosas noticias para su sección de sucesos del diario local para el que trabajaba. Se sentía atraída por Sacha La Plaggia, un marchante siciliano, que vivía desde hace un tiempo de forma acomodada en Punta Galera, una  zona privilegiada de la isla. Los policías desconfiaban de él y le investigaban pues sospechaban de su estancia en Ibiza y creían que el asesinato de su guardaespaldas se trataba de un ajuste de cuentas entre bandas rivales mafiosas. La decisión de Rebelene, que se sentía atraída por Il bel Sacha, de acompañarlo en su viaje a Sicilia, jugará un papel importante en el desenlace de esta fascinante trama, que sorprenderá al lector.

Es de agradecer el buen trabajo realizado por la autora pues conjuga perfectamente la ficción con los hechos reales que nos va relatando a lo largo de la misma. Sabe en qué momento debe introducir la historia de la Mafia siciliana, reciente y pasada. Emotivo es el homenaje que le rinde en Palermo a los jueces Falcone y Borsellino, asesinados vilmente por los clanes mafiosos. Todo ello relatado con un lenguaje crudo y realista. Los diálogos son ágiles y de un ritmo casi cinematográfico.

La canción del siciliano se la recomiendo a los amantes de la novela negra y, por supuesto, a los que quieran iniciarse en este género. Su ritmo trepidante hace que nos enfrasquemos en su lectura desde las primeras páginas.  No quedarán defraudados pues encontrarán en ella todos los ingredientes que en él son habituales: drogas, corrupción, persecuciones, vigilancias a sospechosos, traiciones, ambición, poder, vendettas, la omertà o ley del silencio, el ojo por ojo. Las costumbres que los antiguos capos de estas organizaciones criminales siguen llevándose en la actualidad. Muchas de ellas nos recordarán a la obra cumbre de Mario Puzzo, El padrino, pues nos encontraremos con el significado de una boda en un clan mafioso, que se aprovecha para hacer negocios o los “mensajes” que se les dejan a los enemigos.

Encontramos también otro factor habitual en este tipo de novelas, como es la crítica social, donde vemos cómo claramente la mafia es la que tiene el poder y las instituciones públicas están cargadas de una corrupción galopante.  Se nota, sin lugar a dudas, el gran conocimiento que tiene sobre la Mafia esta periodista y criminóloga ibicenca. Una novela que no resultará indiferente a quienes la lean. 

Francisco Portela

¡Sálvese quien pueda! - Andrés Oppenheimer

¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la robotización. Oppenheimer siempre me ha llamado la atención, si bien no he sid...