15 marzo, 2013

KERTÉSZ, ENTRE FICCIÓN Y REALIDAD


DOSSIER K 
Imre Kertész


Imre Kertész, por encima del reconocimiento otorgado por el Premio Nobel de Literatura, llevará siempre asociado a su nombre, a su vida y a su obra, el título de “superviviente de Auswitz”.
Sin embargo, no podemos olvidar que, a diferencia de otros muchos supervivientes, no emigró al estado de Israel ni a América, huyendo del antisemitismo. Por el contrario, el final de la Segunda Guerra Mundial y su liberación de los campos de la muerte, le llevaron de vuelta a su Budapest natal, sólo para encerrarse en otro horror, bajo las diversas etapas por las que pasó el comunismo en Hungría.
Cree Kertész que, precisamente el haber vivido bajo una dictadura, le alejó del suicidio, idea con la que ocasionalmente trataba de hacer soportable su vida. A diferencia de Primo Levy, Améry y otros tantos, Kertész no tenía que enfrentar un presente de relativa felicidad social, de democracia apacible que hiciera evidente su situación desacompasada en el mundo. La idea de la muerte de Dios tras Auswitz, de desarraigo profundo y desapego por sus congéneres que marcó la vida de otros famosos supervivientes, empujándoles a una muerte como huida de un mundo que les resultaba insoportable, no destrozó la vida de Kertész quien, bajo la opresión comunista tenía una vida lo suficientemente inquietante para que su desarraigo quedara disuelto junto con el del resto de ciudadanos que vivían bajo la “ocupación temporal” soviética.

Precisamente es la etapa final del comunismo en Hungría lo que desata la fiebre escritora de Kertész, que perdura hasta la fecha con libros como Sin destino, Fiasco, Kaddish por el hijo no nacido, Diario de la galera, Yo, otro o Liquidación. Reacio a entroncarse en la “literatura del Holocausto” y al propio término Holocausto (cuya etimología es “todo quemado”) dado que presupone la total eliminación, la muerte absoluta, lo que coloca a los supervivientes en una delicada posición. No son sino una excepción dolorosa, ajena al mito creado en torno al exterminio, la negación del propio término Holocausto. Kertész prefiere centrarse en su obra como Literatura, como expresión de su visión del mundo y no como reflejo del horror de las cámaras de gas.
El debate entre ficción y realidad, sus territorios comunes y sus variantes espurias (la historia o biografía novelada) son temas apasionantes en manos del autor húngaro quien se resiste a que su obra sea interpretada en una clave puramente biográfica. La ficción se nutre de elementos de realidad, históricos, pero crea con dichos elementos un nuevo mundo, alienta una vida independiente de la del autor.
La cartuja de Parma no adquiere la condición de testimonio real por el hecho de reflejar los campos de batalla de Waterloo; Guerra y Paz de Tolstoi no es leída como la descripción de la campaña rusa de Napoleón, al contrario, se aprecia en ella su mérito literario, su capacidad para reflejar las profundidades del alma humana expuesta a condiciones extremas. Así hay que enjuiciar sus obras, señala Kertész, que toman sus referencias del mundo del propio autor pero que no quedan encerradas por éste ni se justifican en él.

Este interés del autor por marcar una diferencia entre la ficción y la realidad se asienta en la concepción misma de Dossier K. que toma la forma de entrevista que el propio Kertész se hace a sí mismo. Aquí, la ficción (la simulación de un diálogo entre dos personas) se confunde con la realidad (el material de las respuestas del Kertész entrevistado).
La entrevista se adapta con relativa fidelidad a un esquema cronológico por el que desfila la infancia del autor, el divorcio de sus padres, su convivencia con las nuevas parejas de sus progenitores, sus cambios de domicilio, el estallido de la Segunda Guerra Mundial, su viaje a los campos, su regreso, su época de periodista y escritor teatral para lograr el sustento, su creciente labor literaria, su “exilio” reciente a Berlín superada la indiferencia de la crítica de su país, sus dos matrimonios, etc.

La perfecta estructuración en el juego de pregunta y respuesta da cierta verosimilitud al formato permitiendo que las abundantes repeticiones y las abundantes referencias a las obras del autor no resulten forzadas o reiterativas. Muchos son los temas que afloran en las páginas de Dossier K. desde el papel de la Literatura bajo una dictadura en la que un funcionario dictamina la corrección de una obra, los autores que marcaron a Kertész en su juventud, su visión del judaísmo, sus ideas políticas, etc.
Pese a que el diálogo resulta fresco y el entrevistador se complace en contradecir a su entrevistado, a resaltar sus contradicciones, exigir mayores precisiones, el lector no puede dejar de ser consciente del juego al que es sometido. Es el propio Kertész quien, como un pequeño Dios, elige tanto las preguntas como las respuestas, los detalles escabrosos que quiere desvelar y, por tanto, aquellos sobre los que no desea pronunciarse. Por tanto, y coherentemente con sus ideas, se debe considerar este libro más desde el punto de vista de la ficción que desde el punto de vista del testimonio.


 GWW

Datos del libro
  • 13.0x21.0cm.
  • Nº de páginas: 207 págs.
  • Editorial: EL ACANTILADO
  • Lengua: ESPAÑOL
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • ISBN: 9788496834118
  • Año edición: 2007
  • Plaza de edición: BARCELONA


13 marzo, 2013

DERRUMBANDO PUENTES


PUENTES  DERRUMBADOS
JAVIER GARCÍA GIBERT

            Todo es claro y computable ahora: hay millones de parados, millones de euros en las cuentas secretas de ciertos pájaros de cuello blanco, millones de pruebas de las corruptelas políticas que han vaciado las arcas del Estado. Pero ¿qué había antes de esta crisis económica?: ¿un mundo feliz? Es muy mala esta crisis, muy mala, pero lo peor es que encubre otras crisis (morales, intelectuales, espirituales) y lo pésimo es que, cuando aquélla pase –que pasará sin duda-, esas otras crisis –que en último término la han desencadenado- seguirán existiendo con la misma pertinacia y con la misma indiferencia por parte de todos con que existían antes. ¿Aspirará la gente a ser virtuosa, luchará con esfuerzo por conocerse a sí misma, tendrá el anhelo de echar su espíritu a volar y, libre de miedos, pensar por cuenta propia? No padre. Cuando este desastre económico pase, ¿querremos sentirnos dignos de ser felices en vez de creernos con el derecho a serlo por natal decreto como sucedía hasta ahora? No padre. Y, por otro lado: ¿dejaremos de votar y confiar en los políticos que, de un color u otro, llevan en el sueldo la necesidad de mentir? No padre. Todo va a seguir igual. Y la crisis maldita no habrá servido de nada.

            Qué gran oportunidad sería ésta para volver los ojos al gran tesoro de la tradición humanística, que sigue ahí para quien quiera disfrutarla, ligeramente oculto, eso sí,  por la trivialísima sobreabundancia de la información actual. Esa tradición de belleza, inteligencia y sabiduría que está en mentes filosóficas, artísticas, espirituales de todos los tiempos (Platón, Séneca, San Agustín, Dante, Cervantes, Shakespeare, Kierkegaard, Dostoievski....) constituye lo mejor que ha dado el ser humano a lo largo de la historia y sólo cuesta el precio de querer tenerla, no pudiendo nadie arrebatártela, por cierto, una vez la tienes. Es, por añadidura, la mejor medicina, fortalecedora y ennoblecedora,  para superar todas las crisis, y podría ser un descubrimiento fantástico para los jóvenes desmoralizados de nuestros días, si fueran capaces de acceder a ella. Pero me temo que ha sido tan grave el destrozo de los  tiempos, y en especial de la (des)educación criminal de las últimas décadas, que cada día que pasa se hace más insalvable la dificultad de acceso a ese tesoro por parte de las nuevas generaciones. Muchas causas podrían explicar esta dificultad (entre ellas, desde luego, la boba inmediatez de los medios sociales de comunicación de masas, que inhabilitan con su rapidez maniática la capacidad de concentración imprescindible para adquirir, en el terreno que sea, contenidos verdaderamente fuertes y profundos). Pero si tuviéramos que aventurar, al margen de estos graves condicionamientos mediáticos, las causas de esa dificultad, creo que podríamos remitirlas a un par de criterios: uno de orden ético y otro de carácter cultural.

En lo que se refiere al primero, hay una quiebra indudable en el reconocimiento de los valores sobre los que la cultura humanística se sustentaba: el valor, por ejemplo, del honor, de la nobleza, de la ejemplaridad, del empeño de la palabra dada. Me contaba un amigo, profesor de secundaria,  que hace poco hizo leer a sus alumnos –qué atrevimiento- la Historia del Abencerraje y la hermosa Jarifa, una bella novela morisca del XVI. En este relato un noble musulmán cae preso en manos de un no menos noble caballero cristiano; éste advierte que una nube de aflicción ensombrece la estoica entereza de su prisionero y le pregunta por la causa; el moro le confiesa que en un breve plazo debía reunirse con su amada Jarifa, después de un largo y azaroso período de separación, y que, al haber caído preso, ya no podrá acudir a la cita. El cristiano, compasivo, le ofrece tres días de libertad para que pueda entrevistarse con ella, al término de los cuales deberá volver a su cautiverio. El moro acepta agradecido y cumple, por supuesto, con la promesa dada. El final del relato no hace ahora al caso -acaba, por supuesto, de la mejor manera-, pero lo cierto es que la opinión unánime de los estudiantes fue censurar la historia por absurda e inverosímil; ¿cómo era el capitán cristiano tan ingenuo para fiarse de la historia o la palabra del desconocido prisionero, y, sobre todo, cómo era éste tan estúpido de volver a manos de su captor una vez conseguida la libertad?

El otro obstáculo imponderable para acceder a los textos literarios del humanismo es la ausencia casi absoluta de referencias culturales entre el estudiantado. Lo comentaba George Steiner en alguno de sus libros: el acervo de notas y explicaciones previas (léxicas, históricas, mitológicas, religiosas...) para comprender la mera superficie de un texto clásico ha de ser hoy en día tan voluminoso que, cuando el alumno por fin alcanza a entenderlo, ha quedado tan exhausto, tan  apesadumbrado por el cúmulo de nuevas informaciones, que se muestra ya incapaz de gozar sus mieles literarias, de sondear con energía su riqueza de sentidos o sus mimbres más secretos. Si tenemos que explicar a un alumno de Filología qué es la Arcadia, qué es el Gólgota, quiénes son los godos, que Marte es el dios de la guerra, que Febo es el sol, que “sierpe” es serpiente, que “beldad” es belleza, que “pródigo” no es el que vuelve (aunque eso ya sea saber algo) sino el que derrocha, que Jacob robó la bendición de su padre, que el poeta alude a Jesucristo cuando se refiere al hombre que “descendió” “para subirnos al cielo”, o si es necesario resumir a Platón al toparnos con “el alma que en olvido está sumida” o explicar la doctrina del amor cortés para comprender un verso tan sencillo del Romancero como ese que dice que “los enamorados van a servir al amor”..., si hay que aportar éstos y similares datos para acceder a la mera letra de muchos textos, ¿cómo no pensar que el estudiante al uso va a incurrir en el error de juzgar que la literatura humanística es un vano artificio que nada tiene que ver con el ser humano, con la realidad de las cosas, con la propia vida?

Sí, hay un paisaje de puentes derrumbados en las antiguas vías que daban acceso a la única Cultura que ha dado nuestra historia y nuestra civilización. Pero anímense los que aún tienen fuerzas y ambición para llegar hasta ella. Comprobarán que la crisis se ve más pequeña cuando se contempla desde el otro lado.

  
Javier García Gibert es profesor de literatura clásica española en La Universidad de Valencia y autor de varios libros como Baltasar Gracián y el ficcionalismo barroco (1991), Cervantes y la melancolía (1997), La imaginación amorosa en la poesía del Siglo de Oro (1997), y Consagradas escrituras: diez ensayos sobre literatura bíblica (2002). Sobre el viejo humanismo. Exposición y defensa de una tradición. Marcial Pons,(2010)



12 marzo, 2013

TRILOGÍA POLACA


UN HÉROE POLACO 
(Trilogía polaca III) 
 Henryk Sienkiewicz

Han transcurrido un par de décadas desde que los ejércitos polaco-lituanos desbarataran la sublevación cosaca; algunos años desde que se sobrepusieran al gravísimo trance de la invasión sueca. Apenas han podido concederse  un respiro, pues la época es de constantes zozobras; redoblando esfuerzos, las armas de la doble República se han cubierto de gloria en tierras prusianas y húngaras, mientras la lucha prosigue incesante en los confines orientales. 
A estas alturas, Juan Kretuski, el héroe de Zbaraj y protagonista de A sangre y fuego, es ya un patriarca de numerosa descendencia. El impetuoso Andrés Kmita, de cuyas peripecias supimos en El diluvio, se deja templar por la tibieza del hogar. En cambio, para el coronel de húsares Miguel Volodiovski, camarada de ambos personajes, la vida es un constante guerrear y un nunca reposar, vedados como le han sido los placeres domésticos.  Considerado por sus compatriotas como el primer soldado de la nación, siempre ha pospuesto los asuntos particulares a los de la patria; pero va tocándole el turno de formar un hogar. No obstante, a la espada más temible de Polonia la suerte parece serle esquiva en asuntos de amor. Peor que esto, es como si el destino se empecinase en confinarlo a eterna soledad… hasta que, apiadándose de él, le concede una tregua. Mientras tanto, una nueva amenaza se cierne sobre las fronteras meridionales del país: son los turcos, que se enfrascan en una de sus arremetidas contra la cristiandad.  

Volodiovski es, pues, el protagonista de la novela que cierra el ciclo patriótico de Sienkiewicz. El momento cúlmine de la narración lo proporciona la caída de la fortaleza polaca de Kamienec (sita en la actual Ucrania) en manos de los turcos, en 1672. Aun cuando el epílogo da cuenta del posterior vuelco de tornas –el alborear de Juan Sobieski, futuro rey, héroe de Viena y uno de los grandes próceres nacionales de Polonia-, el aire funesto de la referida derrota es, por lo que hace a la trilogía, una llamativa novedad. No acaba aquí la peculiaridad de Un héroe polaco, ya que el autor se ha permitido en esta novela una prolongada pausa en lo que resultaba ser un casi ininterrumpido encadenamiento de hechos de guerra. Y se agradece, entre otras cosas porque el interludio, abocado a los asuntos particulares de Volodiovski, permite la reaparición -en gloria y majestad- del mejor personaje de la trilogía. ¿Quién más, sino el viejo Zagloba? Se congratula el lector de ver convertido al astuto, bravo y locuaz personaje en el alma de la narración, aunque solo sea durante una parte de la misma; se lo disfruta, de veras, en su papel de improvisado casamentero (si de cardenal hiciera, también lo disfrutaríamos).
Punto a favor de la novela es su heroína, Bárbara Yerzorkovski, mejor conocida como Basia: un personaje singular, bastante diferente de las virtuosas muñecas, modosas princesitas de ensueño que parecían colmar el gusto de Sienkiewicz (gusto de su tiempo, hay que decirlo, también satisfecho en esta novela). En realidad es una mujer muy joven, poco más que una chiquilla, pero ¡qué chiquilla! Si no fuera por sus vestimentas y por su  extraordinaria belleza –fórmula invariable-, sus circunstantes la confundirían con un muchacho, de tanto que la seducen las aventuras y los relatos de batallas. Inquieta, ardiente, algo pueril en su tendencia a jactarse de su intrepidez, la cercanía del peligro –lo personifique un merodeador o un feroz guerrero tártaro- la inflama en vez de provocarle desmayo. Sin ser una virago, nada en absoluto, es diestra en el uso de las armas y una hábil jinete. (Tanta vivacidad embriaga a Zagloba, que le endilga el apodo de “pequeño haiduk” –bandido- al tiempo que lamenta su provecta edad.) Por una vez, en Basia tenemos a una mujer que desborda la función puramente ornamental a que nos estaba acostumbrando Sienkiewicz en materia de personajes femeninos. ¡Albricias!

Aparte los ejércitos enemigos de Polonia, el antagonista de turno es un tártaro de nombre Azya, guerrero de gallarda apostura aunque talante sombrío. A despecho de su origen, combate bajo la bandera polaca, y sabe ganarse la estima de sus superiores. Azya es la personificación de motivos clásicos como el del personaje de linaje misterioso que de pronto se revela ilustre, el afán de venganza, la ambición desmedida y la traición; concentra buena parte de la intriga y los giros sorpresivos contenidos en la novela, elementos tan jugosos como puede depararlos la narrativa decimonónica.
Finalizada la trilogía, el balance arroja un cierto esquematismo en la construcción de los personajes, imputable más que nada al sesgo patriótico de su concepción; se trata en todo caso de un esquematismo que no desmiente la esencial humanidad de los tipos representados. En este marco, y dada la época de su escritura, los estereotipos étnicos y prejuicios estéticos asociados resultan inevitables; a ver quién se sorprende al toparse con proverbiales alusiones a la “astucia oriental”, o con el deje despectivo de una frase como “armenias hermosas pero demasiado morenas”. La prosa es un modelo de sobriedad, sin más efusiones estilísticas que las de los moderados raptos de patriotismo y la celebración del heroísmo viril. Se percibe, como en sordina, el tono épico de la narración. Abundan las batallas, claro está, pero no es Sienkiewicz de los que se regodean en descripciones prolijas o en excesos morbosos. Entre las mayores virtudes de estas novelas destaca el que su autor jamás abusó del andamiaje histórico: nada de abrumarnos con una marea de datos y pretensiones explícitas de veracidad. No llegó Sienkiewicz a perder de vista que, con todo y ser expresa su intención de “levantar los corazones” (precisamente la frase con que remata la serie), de su pluma surgían NOVELAS.    
En general, puede decirse que la escuela realista tiene en la “Trilogía polaca” de Sienkiewicz un muy correcto exponente.


Rodrigo
- Henryk Sienkiewicz, Un héroe polaco. Ciudadela Libros, Madrid, 2007. 303 pp.

¡Sálvese quien pueda! - Andrés Oppenheimer

¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la robotización. Oppenheimer siempre me ha llamado la atención, si bien no he sid...