09 febrero, 2013

LA REINA LEONOR


LEONOR DE AQUITANIA
Régine Pernoud

«Leonor, por la cólera de Dios, Reina de Inglaterra».
Realizar una reseña sobre un personaje histórico de la talla de Leonor de Aquitania nunca es tarea fácil. Pero Leonor no merecería sólo una biografía, sino muchísimas más, ya que forma parte de ese puñado de mujeres excepcionales que destacaron por no conformarse con el papel que la sociedad les otorgaba,  y en el que figuran nombres propios como Hatshepsut, Isabel la Católica, María de Molina, Teresa de Jesús, Juana de Arco, Agustina de Aragón o Marie Curie; mujeres envueltas en un halo de leyenda como el que rodeó, ya en vida, a la duquesa de Aquitania, dos veces reina, de Francia y de Inglaterra.


http://www.hislibris.com/wp-includes/js/tinymce/plugins/wordpress/img/trans.gif

Leonor de Aquitania nació a principios de la década de 1120 y, desde su infancia, se vio rodeada de un ambiente culto y cortés. Convertida, al morir su hermano, en la única heredera del vasto dominio aquitano, siempre sintió una inclinación natural por las letras y la música. Al contraer matrimonio con Luis VII, rey de Francia, Leonor entra en la Historia y, a partir de ese momento, todos sus actos y decisiones se funden con un siglo excepcional, salpicado de figuras como la de Enrique II, Tomás Becket, Bernardo de Claraval, Guillermo el Mariscal, Ricardo Corazón de León o Juan Sin Tierra. Años de religiosidad, de cruzadas, de trovadores y de poesía cortés que ella impulsará en gran medida, y en los que se asiste en las artes al nacimiento de un nuevo estilo, el gótico, que llegará a todos los confines del orbe cristiano y erigirá catedrales para acariciar, con los dedos del alma, la majestad de Dios.


No es posible leer la biografía de Leonor de Aquitania sin caer preso de su personalidad arrolladora. Lejos de los cánones medievales de la mujer, la reina de Francia marcha con su marido a Jerusalén en plena cruzada; impulsa la nulidad de su casamiento para contraer matrimonio con Enrique II; es madre de diez hijos (dos con Luis VII y ocho con el rey inglés); recorre sus dominios con admirable tesón; se convierte en fuente de inspiración del amor cortés; subleva a sus propios hijos contra su padre e, incluso, encabeza una carta dirigida al mismísimo Papa de la siguiente manera: «Leonor, por la cólera de Dios, Reina de Inglaterra». Una mujer que, desgarrada por el dolor de ver a su hijo predilecto prisionero, se atreve a reprochar el comportamiento al propio Celestino III: «Los reyes y príncipes de la Tierra han conspirado contra mi hijo; lejos del Señor se le tiene en cadenas, mientras otros saquean sus tierras; se le sujeta mientras otros le flagelan. Y durante todo este tiempo la espada de San Pedro permanece en su vaina».



Régine Pernoud (Châteaux Chinon, 1909- París, 1998), medievalista rigurosa y narradora de excepción, se embarcó hace cuarenta años en una empresa nada sencilla: acabar con los mitos, leyendas y fábulas que acompañaron a la reina Leonor, no sólo durante su vida sino también tras su muerte. Para la historiadora francesa y doctora en Letras no sería un hecho aislado, ya que hizo de la lucha contra los prejuicios su leitmotiv, como dejaría patente en el brillante ensayo Para acabar con la Edad Media, publicado por la editorial Medievalia y cuyo rotundo título avanza el propósito de la autora, que no es otro que el de alumbrar la oscuridad medieval y desmontar de un plumazo la creencia generalizada de que el Medievo encarna, mejor que ninguna otra época, la ignorancia, el embrutecimiento y el subdesarrollo. En este caso ha sido Acantilado la encargada de traer al mercado español una reedición de esta estupenda biografía publicada por primera vez en 1969, fecha que, curiosamente, no se indica en el libro, pero que no constituye un olvido involuntario de la editorial como ya ha demostrado en otras de sus publicaciones. No es ésto lo único a destacar en las siempre impecables ediciones de Acantilado: en este caso encontramos también un par de erratas en los árboles genealógicos que ilustran el texto, y en los que se menciona a la esposa de Alfonso VIII de Castilla como nieta en vez de hija de Leonor, y a San Luis, rey de Francia, como Luis VIII en vez de Luis IX.


Con una figura histórica de la magnitud de Leonor –o Aliénor, como se la conoce en la historiografía francesa-, es fácil caer en la tentación de la hagiografía. Sin embargo, Pernoud levanta una muralla que mantiene alejados sentimentalismos, sensiblerías, leyendas y cuentos románticos trasnochados para construir una imagen sólida y bien documentada de una mujer con una fuerza y un empuje excepcionales, dotando al ensayo de amenidad sin perder un ápice de rigor. Esta medievalista francesa que, como Leonor, rompió moldes en una época en la que la investigación científica era terreno casi exclusivo del sexo masculino, acerca al lector la figura de la reina de Inglaterra cuidando hasta el más mínimo detalle. Los capítulos de esta biografía, tan apasionante que se lee como una novela, están intitulados con elegancia y evocación, arrancan con unas bellas estrofas de amor cortés de Bertrand de Born, de Bernart de Ventardorn o de Peire Vidal, y su prosa es tan elegante, delicada y embaucadora que al acabar un capítulo no se puede evitar devorar el siguiente con fruición. La abundancia de anécdotas, el desfile de personajes, la vida cotidiana en la corte, las intrigas políticas, las guerras intestinas o los conflictos entre Iglesia y Estado transmiten la pasión de la autora y contagian su fascinación por un siglo deslumbrante y rebosante de Historia con mayúsculas.

Pilar Moreno Monteverde

Datos libro:

Régine Pernoud

LEONOR DE AQUITANIA
Acantilado 2009

336 páginas.

07 febrero, 2013

AMÉRICAN WAY OF LIFE


Historias de un gran país

Bill Bryson



Bill Bryson es un periodista norteamericano que tras vivir durante cerca de veinte años en Gran Bretaña, casarse con una inglesa y tener hijos, decide volver a su hogar americano arrastrando a su familia. Al poco de instalarse en New Hampshire recibe la propuesta de un semanario británico de escribir un artículo semanal en el que relate la experiencia de un americano que redescubre su país y los contrastes que advierte en relación a su vida en el Reino Unido.
Pese a sus recelos iniciales, Bryson se lanza con decisión y entusiasmo a la nueva tarea que le permite explorar y estudiar los más diversos aspectos de la vida americana ofreciendo un artículo semanal durante un año y medio a sus lectores británicos en un tono desenfadado e irónico. Historias de un gran país lleva por subtítulo Viaje al american way of life lo que describe con mayor precisión su contenido: un año y medio de artículos junto a una breve introducción explicativa del origen del libro.

Como es de prever, desfilan por estos artículos todos los tópicos comunes sobre la vida americana: la superabundancia de comida y la obesidad, el apego por el cumplimiento de las normas por ridículas que puedan resultar, la creciente invasión de la publicidad, la cultura de la reclamación, la total ignorancia sobre cualquier asunto ajeno a los Estados Unidos (sea en materia de arte, historia, geografía, …). Pero también, Bryson nos regala emotivas instantáneas de una mentalidad tan tremendamente positiva y confiada (conviene destacar que se trata de artículos escritos con anterioridad al 11-S) que rayan en la simpleza.
Del mosaico de artículos se obtiene una imagen fidedigna y creíble de unos Estados Unidos alejados del tópico hollywoodiense. Asentado en uno de los estados con mayor riqueza forestal, Bryson entona una extraordinaria alabanza del tesoro natural de su entorno. Bosques interminables, capaces de tragarse restos de pequeños pueblos abandonados, e incluso aviones que se estrellan sin ser localizados hasta pasados varios meses pese a la utilización de las más modernas técnicas de exploración mediante satélite. Sorprendentemente, Bryson señala que esta enorme extensión boscosa es reciente ya que apenas hace 60 años la mayor parte de la superficie hoy cubierta estaba destinada al cultivo. Un buen ejemplo a seguir.
Esa inmensa naturaleza casa con las dimensiones propias de los Estados Unidos. Las distancias entre puntos que se consideran próximos asustarían a un europeo medio. Un día de playa en la cercana costa puede suponer un viaje de más de cinco horas por trayecto. Sin embargo, Bryson echa de menos el viejo encanto de las carreteras americanas y su panoplia de atracciones inverosímiles, típicas a mediados de los años cincuenta. Según asegura, las distancias se hacían más llevaderas gracias a carteles que advertían de la presencia de extraños fenómenos como la piedra atómica, un campo de gravedad, una casa construida con latas de cerveza a un paso de la carretera principal (para ser más exacto, a unos doscientos kilómetros de la misma) y que, inevitablemente causaban una desoladora decepción al ser contemplados, decepción que desaparecía de inmediato al ser sorprendidos por un nuevo cartel que anticipaba la cercana presencia de la huella de dinosaurio más grande del estado de Arizona.

Son muchas las cosas que han cambiado desde los tiempos de juventud de Bryson. Los moteles son un buen ejemplo. A finales de los años cincuenta y primeros sesenta, todos los cruces de caminos, pequeñas poblaciones y áreas de servicio contaban con sus correspondientes moteles, cada uno con sus propias características diferenciales. Sus dueños eran familias que ofrecían un trato cercano y personal a sus huéspedes supliendo las carencias de unas habitaciones no demasiado elegantes o limpias. El tiempo ha borrado estos establecimientos de los mapas americanos, sustituidos por unas pocas cadenas que ofrecen moteles estandarizados e impersonales de modo que, en cualquier estado de la Unión, uno puede alojarse en uno de estos establecimientos conociendo de antemano el mobiliario de la habitación y el contenido del buffet libre para el desayuno.
Esta tendencia a favorecer lo previsible parece haber traído consigo (¿o será más bien al revés?) la desconfianza ante lo diferente. Acostarte en una habitación exactamente igual en Nebraska que en Ohio, ver los mismos canales de televisión, desayunar los mismos ingredientes en Colorado que en California, no sentir ni valorar el “riesgo” (relativo, es cierto) de una experiencia algo diferente. Este desasosiego por lo desconocido ha llevado, señala Bryson, a que las miles de variedades de chocolatinas americanas carezcan de auténtico sabor a chocolate, que los tipos de queso autóctonos se hayan acomodado a unos estándares generales que les han llevado a perder su peculiaridad.
La profusión de Starbucks o McDonald´s son otro buen ejemplo de la homogeneización creciente de la vida americana (uniformidad que inevitablemente parece adueñarse también de nuestras ciudades). Bryson comenta entristecido a uno de sus amables vecinos que la apertura de un McDonald´s enfrente de un coqueto restaurante familiar próximo a su casa ha llevado al cierre del restaurante perdiendo la última oportunidad de cenar de una manera decente en el entorno, a lo que el vecino contesta indiferente que le parece normal ya que lo bueno del McDonald´s es que siempre sabes lo que vas a comer antes de entrar.

Como ya he señalado, muchas de las referencias de Bryson acaban por ser un triste anticipo de las tendencias que hoy vemos a nuestro alrededor. La cultura de la reclamación (injustificada, se entiende) por el mero hecho de tentar la suerte y obtener una improbable (y en muchos casos improcedente indemnización), la complicación creciente de los trámites de embarque por las medidas de seguridad totalmente ajenas a lo que representa realmente nuestra seguridad, etc. Bryson denuncia la política de las empresas de recortar servicios a los usuarios justificando dichas medidas precisamente con la disculpa de que se trata de “ofrecer un mejor servicio”.
Pero gran parte del encanto de estos artículos no reside tanto en el aspecto antropológico que parece deducirse de ellos. En la mayoría de los casos, las reflexiones nacen de la narración de anécdotas en las que el propio Bryson es el desgraciado y torpe protagonista. Así, le vemos perdido sobre un trineo motorizado totalmente incapaz de evitar chocar repetidamente contra todo árbol que crezca a menos de trescientos metros a su alrededor, derramando refrescos sobre una monja en un vuelo terrible (especialmente para la monja), sufriendo los horrores de la dieta que su mujer le impone prohibiéndole la mantequilla de cacahuete o su feliz (sólo al principio) encuentro con la trituradora de basuras, ese invento tan americano y cuya peligrosidad en manos de un desastrado Bryson la convierte en un arma de destrucción masiva.
Asistimos a excursiones familiares en las que sus hijos muestran mejor sentido de la orientación o le vemos atiborrar el carro de la compra del supermercado con treinta variedades diferentes de cereales que su mujer le obligará a desayunar hasta el último copo como expiación por su delito de atentar contra los alimentos frescos que tan trabajosamente logra encontrar en el pequeño rincón en el que están confinadas esos extraños y “peligrosos” vegetales tan desconocidos para un americano medio, más afín a los precocinados y congelados.
La ironía que desborda todos los artículos es otro elemento que le acarrea numerosos problemas en su vida cotidiana. Y no es que los americanos no sean divertidos, simplemente es que carecen de sentido del humor. Bryson (quizá contagiado por el “humor inglés”) responde al funcionario de aduanas que le pregunta “¿Verduras o fruta?” con un “gracias, agente, me vendrían bien unas zanahorias” para descubrir que estos amables funcionarios son incapaces de advertir siquiera esta leve ironía. Bryson, desconcierta a uno de sus vecinos que lleva un árbol en la vaca de su coche, preguntándole si pretende camuflar su vehículo, a lo que el honrado ciudadano, tras un leve bloqueo, responde con una profusa explicación sobre el motivo por el que lleva atado el árbol.
Humor, bastante información para satisfacer al curioso, anticipación de corrientes, estilo ameno y familiar que admite un hueco para la reflexión. Bryson se escapa del uniformismo que denuncia y cada uno de los artículos abre una nueva perspectiva. Sus títulos son un buen ejemplo (Los misterios de la Navidad, Esos aburridos extranjeros, Por qué nadie camina, Al aire cubierto, En la barbería, Imposibilidad de comunicación, Perdido en el cine, Dónde está Escocia y otros consejos de utilidad, La mejor celebración americana, La vida deportiva y así hasta setenta y ocho artículos).

GWW


Datos del libro
  • 15.0x23.0cm.
  • Nº de páginas: 352 págs.
  • Editorial: PENINSULA
  • Lengua: ESPAÑOL
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • ISBN: 9788483074831
  • Año edición: 2002
  • Plaza de edición: BARCELONA


05 febrero, 2013

TRILOGÍA POLACA


A SANGRE Y FUEGO (Trilogía polaca I) 

 Henryk Sienkiewicz

Acción a raudales, romance y vuelcos dramáticos, celebración de la amistad y la camaradería, asedios y batallas en campo abierto, lances de honor, un trasfondo histórico llamativo, un aire de epopeya y la dosis precisa de humor. Estos son algunos de los ingredientes que hacen de A sangre y fuego, obra del escritor polaco Henryk Sienkiewicz, una lectura exuberante, irresistible, comparable en este sentido a las más inspiradoras lecturas de juventud. La novela es la primera parte de un ciclo narrativo conocido como “Trilogía polaca”, originalmente publicada entre 1884 y 1888 y completada por las novelas El diluvio y Un héroe polaco. Su autor, nacido en 1846 y fallecido en 1916, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1905, en la actualidad es conocido sobre todo por su novela Quo vadis, varias veces llevada al cine. Escritor prolífico y de inmensa popularidad internacional en su tiempo, fue también periodista y un activo promotor de la causa polaca.

Concebida en días en que Polonia se hallaba desmembrada y carecía de existencia como estado soberano, la trilogía obedecía al propósito de enardecer en los polacos el ansia de independencia, evocando una etapa difícil pero gloriosa de su historia nacional; una época en que el estatus del país era el de una potencia de primera categoría en la Europa oriental, capaz de resistir con éxito las embestidas de sus numerosos enemigos. Pertenece, pues, a la estirpe de los relatos patrióticos fundacionales, propiciadora en su caso del orgullo nacional polaco. A sangre y fuego fue tempranamente traducida al inglés y otros idiomas occidentales, cosa extraordinaria para una tradición literaria periférica, y no es aventurado suponer que la novela –junto con sus hermanas de la mentada trilogía- tuviera parte en la simpatía internacional por la causa polaca. Trascendido este contexto, lo que queda es una novela de sofisticación modesta pero bien llevada, amena y emocionante.

El ciclo está ambientado en una época particularmente convulsa de la historia polaca, el siglo XVII, cuando la denominada República de las Dos Naciones, un vasto estado que aglutinaba el Reino de Polonia y el Gran Ducado de Lituania y cuyo apogeo se verificó en las primeras décadas de dicha centuria, enfrentó una serie de amenazas desde dentro y fuera de sus fronteras. La primera de ellas fue la sublevación cosaca de 1648 en la provincia ucraniana, liderada por Bogdán Mielniski, atamán o comandante de las tropas cosacas que contó con el apoyo del Khan de Crimea y su temible caballería tártara; en esencia, una insurrección de soldados y campesinos contra la dominación polaca, de la que el Khan esperaba sacar tajada. (Cabe apuntar que las armas de la doble República incorporaban numerosos regimientos cosacos, buena parte de los cuales permanecieron leales al reino y combatieron contra los sublevados.) Esta es, justamente, la base histórica en que se sustenta la trama de A sangre y fuego, cuyo clímax lo representa el asedio a la ciudad fortificada de Zbaraj (1649). En las décadas siguientes sobrevendrán sendos ataques por parte de suecos y turcos, tema de las dos novelas siguientes.

Nada de sorprendente, la galería de personajes es predominantemente masculina. Desde ya se puede decir que la construcción de caracteres no es el punto más alto de la novela, pero este es un aspecto que en obras del género suele estar subordinado al entramado de los acontecimientos y el despliegue de la acción. También es cierto que los de A sangre y fuego cumplen sobradamente con las exigencias narrativas y en general resultan bastante simpáticos. Tenemos al protagonista, Juan Kretuski (es una pena que en la edición de Ciudadela Libros los nombres de pila aparezcan traducidos), teniente de húsares de noble cuna y viril estampa; dechado de virtudes marciales, es quien lleva a cabo las misiones más arriesgadas y el que nunca flaquea ante el enemigo. Favorito del príncipe Visnovieski, personaje histórico que defiende de la rebelión a la República (seguramente, muy idealizado por Sienkiewicz), en ambos se puede ver la encarnación del arquetipo de héroe con que el autor esperaba inspirar al pueblo polaco. Conforme a este parámetro, Kretuski es un soldado y un patriota cabal: consumido por el dolor a causa de los peligros que se ciernen sobre su amada, antepone empero sus obligaciones para con la patria amenazada y solo se lanza a la busca de Elena cuando aquellas lo liberan –apenas por instantes-. La guerra es su elemento y la defensa del honor patrio su causa suprema.

A Kretuski lo secundan Miguel Volodiovski, gallardo oficial y espadachín sin igual que languidece cuando no tiene ocasión de combatir (será el protagonista de Un héroe polaco); Longinos Podbipieta, hidalgo lituano de altura y fuerza desproporcionadas: es un casto varón y un espíritu simple, también un formidable guerrero que causa estragos con su descomunal espada de cruzado –herencia de sus antepasados-; y Zagloba, el tuerto, barbado y entrañable Zagloba: sin duda alguna, el más carismático de los personajes de la novela. Parlotero, bromista, tarambana y fanfarrón, fecundo en embustes y en ardides, Zagloba es un hidalgo ruteno entrado en años y en carnes pero todavía fuerte como un roble, provisto además de un corazón de oro; de buenas a primeras parece un tanto cobardón y es un hecho que prefiere la astucia a la mera fuerza bruta, pero bajo el apremio de las circunstancias se transfigura en león y acomete hazañas de las que ni él mismo se creía capaz –por si fuera poco, la suerte parece estar siempre de su lado-. Gusta de alardear de sus proezas, exagerándolas y pavoneándose al extremo de resultar cómico. Es justamente este personaje el que aporta la mayor dosis de humor a la novela, y si a esto añadimos su genuino candor y su predisposición a congeniar con las gentes del pueblo llano, participando feliz en sus francachelas, es candidato seguro a granjearse las simpatías del lector. (La dosis restante de humor proviene del joven Rendian, astuto y leal sirviente de Kretuski.) Estos personajes conforman un cuarteto de amigos de los inolvidables, el que inevitablemente recuerda a los cuatro mosqueteros de Dumas.
Muchos son los personajes de la novela, y entre ellos asoman los necesarios antagonistas. Está ciertamente Mielniski, líder histórico de la rebelión, retratado como un hombre valiente y ducho en artimañas; visto con distancia, no desmerece gran cosa frente a un Visnovieski pues parece el denodado paladín de una causa no menos patriótica que la de los polacos. Pero quien destaca sobre todos es el cosaco Bohun, hijo predilecto de la estepa; jefe militar de complexión hercúlea, célebre por su audacia y sus hazañas legendarias, su sola mención suscita temor no solo entre los polacos sino también entre tártaros y turcos. Viene a ser el rival de amores de Kretuski, aunque su origen oscuro y su carácter sombrío y turbulento lo tornen odioso a los ojos de la bella en cuestión, la princesa Elena Kurzevik. Y ya que estamos, es el turno de los personajes femeninos. Como en tantos otros casos, incluso tratándose de escritores mejores que Sienkiewicz, la imaginación del polaco se muestra limitada al momento de moldear sus personajes femeninos, contentándose con los estereotipos. Cuando no es una hermosísima y dulce doncella, encima huérfana –Elena-, la que interviene es una bruja malvada –tanto si es una avinagrada patricia, tía de Elena, como si es una hechicera de veras, cómplice de las maniobras de Bohun-, o bien la chica coqueta pero honesta en el fondo –Anita, damisela polaca de la que se enamora Podbipieta-. Sometidos a motivos característicos de la literatura de acción y de empaque épico –la rivalidad entre amantes, el rapto de la mujer, el reencuentro feliz-, los asuntos amorosos rezuman pureza y castidad. La fórmula está cantada: del encuentro inicial entre Elena y Kretuski, la desvalida joven de belleza prodigiosa y el apuesto caballero, solo podía surgir un amor espontáneo. Pero no es con los parámetros del siglo XXI que se debe apreciar la novela, obviamente, y la verdad es que no cuesta hacerse cómplice de escenas pletóricas de ingenuidad.
Sin ánimo de exagerar su valor, cabe afirmar que la de A sangre y fuego es una narrativa tan sobria como vigorosa, si acaso tópica en sus motivos, pero de lectura gozosa. No es poco decir.

Rodrigo

Henryk Sienkiewicz, A sangre y fuego
Ciudadela Libros, 
Madrid, 2007. 
421 pp.

¡Sálvese quien pueda! - Andrés Oppenheimer

¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la robotización. Oppenheimer siempre me ha llamado la atención, si bien no he sid...