01 agosto, 2012

AVENTURAS DE UN SOLDADO


Las aventuras del valeroso soldado Schwejk 

Jaroslav Hašek



El 28 de junio de 1914, el archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona imperial austríaca fue asesinado en Saravejo por un nacionalista serbio dando comienzo en la práctica, la Primera Guerra Mundial. Ese mismo día comienza igualmente Las aventuras del valeroso soldado Schwejk, libro que narra las aventuras (y desventuras) del soldado Schwejk en esta contienda.

La Primera Guerra Mundial supuso el comienzo real del siglo XX, que hasta 1914 había continuado con la dinámica del siglo anterior. Los horrores de una guerra deshumanizada que afectó tanto a civiles como a militares, el nacimiento de la Unión Soviética y las revoluciones consiguientes. los fascismos, la tecnificación de la sociedad son sólo algunos de los nuevos rasgos que definirán este siglo. Pero también, la Gran Guerra supuso el fin de una época, de un modo de entender las relaciones internacionales, la estructura de los estados, etc. Nada como el final del Imperio Austrohúngaro ejemplifica mejor este derrumbe. La monarquía austriaca agrupaba diferentes nacionalidades (checos, bohemios, húngaros, austriacos, ..) que ya desde finales del siglo XIX trataban de abrirse paso y consolidarse como realidades jurídicas independientes y soberanas a todos los niveles, tanto cultural como político.

Por ello no es de extrañar que el comienzo de la guerra fuera acogido con tremendo desentendimiento por parte del pueblo checo, que se vio inmerso en un conflicto con el que nada ganaba y mucho perdía. El reclutamiento obligatorio llevó a muchos checos a los campos de batalla en defensa de un Imperio con el que no se identificaban y que usaba como lengua oficial el alemán con claro desprecio del resto de lenguas nacionales. El propio Hašek participó en la guerra, primero como soldado del ejército austriaco para desertar posteriormente y pasarse a las filas rusas donde se integró en una unidad militar formada por desertores checos. El fin de la guerra trajo consigo la caída del Imperio Austrohúngaro y la proclamación de la República Checa.

Y es en este momento, cuando el nuevo Estado comienza a dar sus pasos y la nación checa aprende a ser libre y dueña de su destino, cuando Hašek comienza a inicia la escritura de este libro. Los lectores contemporáneos del soldado Schwejk pudieron disfrutar de la enorme carga política que rezuma la obra. Los mandos del ejército austriaco son mostrados como maniáticos, borrachos, indolentes, incapaces o, simplemente, locos; su organización militar es caótica y nada consigue resultar como se planea: los transportes militares se extravían, la intendencia es corrupta, la formación de los oficiales es nula, el sistema de claves es risible y las altas instancias son incapaces de situar la línea del frente en un mapa. Todo ello es descrito por Hašek bañado por una ironía tal que, en lugar de rebosar crueldad y ánimo de revancha, destila comicidad.

La novela se iba publicando por fascículos según iba siendo escrita. Hašek se instalaba en cervecerías y tugurios sin parar de beber y escribir. Cuando completaba unas páginas las leía a sus amigos quienes se morían de la risa según oían las locuras extravagantes del buen Schwejk. Muchos personajes populares de la Praga de entonces aparecen retratados en la novela (con cariño o saña, según la estima que les tuviera el autor). Tenderos, panaderos, empleados públicos, policías, etc, desfilan por sus páginas haciendo que la lectura actual pierda gran parte del encanto que pudo tener en su día pero dejando una idea de los tipos populares checos.

En este ambiente tabernario fue creciendo la historia del soldado Schwejk hasta comenzar a ser publicada y distribuida de puerta en puerta por el propio Hašek y ver la luz como libro una vez muerto el autor. De hecho, la obra quedó incompleta al fallecer éste en 1923 en la población de Lipnice a donde se había trasladado precisamente para conseguir (sin éxito) alejarse del alcohol.

Muchas de las anécdotas y gamberradas que se cuentan en el libro fueron hechos reales de la vida de Hašek. Así, se cuenta la anécdota de un redactor de la conocida revista Mundo Animal que comenzó a inventar extraños animales como una ballena del tamaño del bacalao, a cambiar el nombre de los ya existentes o a imaginar extravagantes descubrimientos del reino animal. Por increíble que parezca, Hašek fue ese redactor calavera. También Hašek se inspira en sí mismo cuando describe la actividad de Schwejk traficando con perros que secuestra con engaños arrebatándoselos a damas descuidadas, falsificando razas o engordando el pedigrí de perros vagabundos.

Pero la novela es mucho más que un conjunto de chascarrillos populares y de una crítica a la vencida armada austriaca. Para los lectores no checos, y para los que no conocieron los sufrimientos de la Primera Guerra Mundial, el soldado Schwejk tiene aún mucho que enseñar. Tradicionalmente, esta novela se ha presentado como una inolvidable sátira antimilitarista. Los lectores ven lo absurdo de la maquinaria militar, sus métodos alienantes en los que la violencia de los oficiales con sus soldados es proverbial o cómo los abusos con la población civil son vistos como normales por la jerarquía militar. Y este discurso antimilitarista es tanto más meritorio cuanto que, en todo el libro, sus protagonistas no se enfrentan con ningún soldado enemigo, la violencia siempre se ejerce dentro de la propia fuerza austriaca, sea en luchas y disputas entre soldados de distintas nacionalidades, por parte de los oficiales, etc.

Sin embargo, el auténtico valor que hace que esta novela sea perdurable y que su lectura resulte provechosa, al margen de las concretas circunstancias históricas que la engendraron, es la fuerza de su protagonista. El libro carece de argumento como tal: Schwejk, bondadoso praguense, aquejado de tontura como él mismo reconoce y algo mayor para verse llamado a filas, acaba (fruto de su propia estupidez) enrolado en el ejército austriaco donde pasará a servir a diversos oficiales y acabará siendo ordenanza de su batallón, ocasionando el caos allá por donde pase pese a su buena voluntad y a su fidelidad al emperador. 

Acepta todas las tareas y castigos que le son impuestos, con franqueza (e incluso con alegría), tratando de consolar a quienes le rodean con anécdotas de su Praga natal encadenando historias hasta que se le ordena callar.

Fiel a una tradición literaria que se remonta a Cervantes y a Rabelais, Hašek hace avanzar toda la obra por la mera fuerza de su protagonista que va saltando de desastre en desastre sobre un fondo rico en detalles, personajes secundarios, reflexiones, etc. La obra carece de un plan predeterminado, es pura invención. Al igual que en las obras de los autores clásicos citados y sus coetáneos, el humor es la piedra fundamental, un humor ácido que muchas veces se asienta en el surrealismo. Las borracheras son pantagruélicas, las bofetadas dignas de gigantes, la locura de algunos oficiales, propia de un caballero andante. Hašek no busca describir la realidad, pero quiere que el lector la descubra sutilmente a través de sus palabras. Discernir las grandes verdades que esconde el discurso del estúpido Schwejk es una tarea que se impone del mismo modo en que un lector del Quijote se pregunta a menudo quién es el loco.

Schwejk nos recuerda a Sancho Panza por su figura rechoncha, su zafiedad y su gusto por la comida y la bebida, pero también por su locuacidad indominable. Donde Sancho Panza hilvana refranes con la habilidad y rapidez de un chamarilero, Schwejk recita atropelladamente divertidísimas historias de personajes de su Praga natal; no hay afirmación que escuche o pregunta que se le formule que no le remita de manera inmediata a lo que le aconteció a Zarka, empleado de la estación de gas, o a Tynezkej que había bebido agua de pantano y creía reconocer a todo aquél con quien se cruzara, o al decano que en su vejez estudiaba a san Agustín y dedujo que Australia no existía y que era una invención del diablo.

Pero, de entre tanta palabrería, uno no puede dejar de admitir que sus juicios son, a menudo, certeros y dotados de mayor cordura que los de quienes le rodean. Sancho casi nunca cede a las locuras de su señor, permaneciendo anclado en el terreno de la cordura. Por el contrario, Schwejk aúna la figura sensata y prosaica de Sancho con el romanticismo idealista de don Quijote, de ahí que su personalidad sea tan atrayente y que, en todo momento, debamos preguntarnos ante qué Schwejk nos encontramos.

El paisaje de fondo de la novela es muy rico, no sólo gracias a estas anécdotas, sino en gran medida por los numerosos personajes que siempre rodean a Schwejk. Muchos de ellos son meras caricaturas, como el teniente Dub, preocupado por el modo de imponer disciplina a sus soldados pero que siempre termina por quedar en evidencia, o el gigante Baloun, que pese a su fuerza y tamaño llora desconsolado si no logra saciar su infatigable apetito. Peculiar resulta también el voluntario de un año Marek, a quien se le encomienda escribir la crónica del batallón y que, en sus ratos libres, se dedica a redactar los gloriosos hechos de guerra del batallón que aún no han tenido lugar. También lee a sus compañeros cómo morirán heroicamente ante la indiferencia de estos más preocupados por el tamaño de sus ranchos.

Quizá el personaje más complejo de todos ellos sea el teniente Lukasch quien soporta todas las locuras de Schwejk sin apartarle de su lado, sospechamos que siente por él cierto cariño pese a los insultos que le regala a menudo. A pesar de ser un militar fiel al régimen imperial, no puede disimular su desprecio por el resto de oficiales y su incompetencia. También tiene su lado humano cuando intenta seducir a una hermosa joven casada con un hombre de avanzada edad al que claramente no ama. Sin embargo, el atolondrado Schwejk se interpondrá involuntariamente para frustrar el éxito de esta aventura amorosa.

Al igual que ocurre con otras obras de escritores checos (Yo que he servido al Rey de Inglaterra), los personajes son tratados de manera humorística y cariñosa al mismo tiempo, de manera que, pese a su crueldad, parecen completamente inofensivos. Y es en esta tradición, heredera de la corriente clásica citada anteriormente, en la que debemos enmarcar esta obra. Su lectura puede resultar tremendamente entretenida pero, entre sus páginas, de manera casual, nos asaltarán preguntas que alentarán reflexiones varias sobre muy diversas cuestiones que, sin duda, harán enriquecedor el esfuerzo de seguir a este esforzado buen soldado Schwejk.

 GWW

Datos del libro
  • 15.0x23.0cm.
  • Nº de páginas: 608 págs.
  • Editorial: DESTINO
  • Lengua: CASTELLANO
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • ISBN: 9788423325078
  • Año edición: 2004
  • Plaza de edición: BARCELONA


30 julio, 2012

EL OTRO DE CLAUDEL


EL INFORME DE BRODECK 

Philippe Claudel

Hace un año que la guerra ha terminado y Brodeck, superviviente de la mayor matanza organizada de la historia, debe redactar el informe de un asesinato. Empleadillo de aldea cuyo cometido es pergeñar reportes de dudosa utilidad, tan dudosa que la distante Administración olvida remitirle su salario, Brodeck no tiene más remedio que acometer la penosa tarea que le han encomendado sus vecinos: el alcalde, el herrero, el tabernero, los granjeros, los hombres del pueblo en suma, todos ellos responsables del crimen. Lo que necesitan es un informe tan fidedigno que su lectura conlleve comprensión y perdón, pero ellos no son diestros lidiando con las palabras, menos si es por escrito; Brodeck, en cambio, ha cursado estudios en la capital y aporrea rutinariamente el teclado de su máquina de escribir. Por añadidura, él no se cuenta entre los asesinos. ¿Acaso es uno de ellos, en verdad? De origen foráneo, casado con una mujer traída de la capital (otra foránea), había sido el chivo expiatorio en los días de la ocupación y, cuando ya se lo daba por muerto, había retornado del infierno de los campos de concentración. El mismo hecho de mantenérselo al margen del crimen es ya una señal decidora. Así pues, con la impericia de alguien que no está versado en las prácticas forenses, Brodeck redacta el informe y de paso realiza un descubrimiento inesperado.
Si algo distingue de entrada a El informe de Brodeck, novela del escritor francés Philippe Claudel, es su calculada indeterminación. Sólo por ambiguos indicios podemos suponer que el escenario en que se desarrolla la trama es, tal vez, una aldea centroeuropea (¿austríaca?). Que el narrador-protagonista cuyo nombre figura en el título es judío y que su origen se sitúa en la Europa oriental (de cuyas pasadas calamidades ha sido rescatado por una mujer que, años después, sigue siendo el ángel bueno de su hogar). Que la guerra aludida es la Segunda Guerra Mundial. Que los uniformados que invadieron la aldea en cuestión eran nazis, y que el lugar de reclusión del que Brodeck ha salido -con vida, sí, pero con la dignidad quebrada- es un campo de concentración alemán. La misma naturaleza del encargo, el susodicho informe, rebosa ambigüedad. ¿Está autorizado el improvisado escriba a recabar todos los detalles que conciernen al crimen? ¿Quién habrá de leerlo, y, más decisivo aún, por qué están tan seguros los criminales de que serán perdonados? La verdad es que la faceta policial del asunto no importa demasiado, Brodeck sabe de antemano lo que hay que saber y no tiene más que ponerlo en blanco y negro. La víctima era un individuo extraño, alguien que se había instalado en la aldea poco después de la guerra, venido al parecer de la nada y resuelto a permanecer en el anonimato. Alguien a quien los aldeanos designaron con multitud de sobrenombres preñados de desconcierto, imponiéndose muy significativamente el de Der Anderer (el otro, en alemán). Su aspecto y sus maneras, su completo desinterés por encajar en el lugar: todo en él parecía esconder el propósito de suscitar recelo, de activar el atávico miedo a lo desconocido. Acaso inevitablemente, la tensión crecía conforme se prolongaba la estancia del extraño, enrareciendo el ambiente hasta lo intolerable.
El Otro. Uno que, con fatídica presciencia e inusitados -¿inocentes?- métodos, había removido la inmunda ciénaga en que reposaba la vida de la aldea, su apócrifa estabilidad y sosiego. Sin llegar a trabar conocimiento con nadie, ni siquiera con Brodeck, que había tratado de intimar con él, el individuo iba de un lado para otro con un cuaderno en que tomaba misteriosos apuntes. Un día, el Otro había decidido retribuir a la paciencia con que se lo soportaba, para lo cual organizó una exhibición de paisajes y retratos de propia mano. ¡Un artista, pues, y lo que hacía era trazar croquis del lugar y sus gentes! Inicialmente halagados y aliviados por lo que venía a explicarlo casi todo, pronto percibieron los lugareños que la iniciativa del personaje no era sino una bofetada a su autocomplacencia. Los dibujos del Otro mostraban lo que escondía la piel de cada uno de ellos, devolviéndoles una imagen repulsiva de sí mismos. ¿Qué poder era el de aquel intruso, que veía lo que todos se esforzaban en ocultar? ¿Con qué derecho revelaba lo que todos pretendían olvidar? Irritados, los aldeanos «vieron lo que eran y lo que habían hecho», y no lo soportaron. «Él era el espejo –dice un personaje-. Y los espejos (…) acaban rompiéndose».
Lo que eran y lo que habían hecho. Llevando adelante sus pesquisas, escribiendo el informe y en paralelo una crónica o memoria que, como él admite, «avanza, retrocede, se salta el hilo temporal como quien salta una cerca, se va por las ramas», Brodeck descubre que no lo sabía todo, que el significado de ciertos matices y detalles inscritos en los dibujos del Otro se le había escapado (a fin de cuentas, sus dos años en el campo de concentración suponían una laguna en su conocimiento del pueblo). Descubre, Brodeck, que la podredumbre moral de los verdugos cunde por doquier y que, en lo sucesivo, la cohabitación con sus vecinos es imposible.

Philippe Claudel ha moldeado una inquietante novela en que la indeterminación referida y el empaque alegórico del personaje conocido como Der Anderer amplifican su efecto metafórico o, si se quiere, la moraleja. Si ya en Almas grises, novela anterior, el autor se revelaba excepcionalmente dotado para la indagación en el lado sombrío de la condición humana (valiéndose además de un patrón narrativo vagamente similar: un asesinato, una crónica redactada por mano inexperta, la amenaza de un secreto terrible), El informe de Brodeck lleva a un nivel superlativo el potencial perturbador de su literatura, obsequiándonos una parábola rica en matices y planos de significado. Por medio de sutiles pinceladas y estampas hábilmente insertadas en la corriente principal del relato (precisamente aquellos saltos e idas por las ramas a que alude la voz narradora) se hace el recuento de las enormidades del siglo que debía ser el del progreso y la razón: la guerra («La guerra es una mano inmensa que barre el mundo. Es la coyuntura en que el mediocre triunfa y el criminal recibe la aureola de santo, ante quien todos se arrodillan, a quien todos aclaman, a quien todos adulan. ¿Tan insoportablemente monótona es la vida para los hombres, que desean la matanza y la destrucción de ese modo?»); la segregación y la persecución devenidas sistema («Me llevaron, como a miles de personas, porque teníamos nombres, caras o creencias distintas de las suyas»); el tormento y la deshumanización metódicos de los campos de concentración («Las siluetas y las caras huesudas que poblaban el campo eran siempre las mismas. Ya no éramos nosotros mismos. No nos pertenecíamos. Ya no éramos individuos. Sólo una especie»); la hybris retorcida de quienes se creían llamados a dominar en razón de su raza («Los Fratergekeime –entiéndase, los nazis- seguían siendo los amos, pese a que habían perdido. 
Eran dioses caídos, grandes señores presintiendo que no tardarían en despojarlos de sus armas y corazas. Con la cabeza todavía en las nubes, pero sabiéndose colgados boca abajo»); la vesania corrosiva del hombre despersonalizado, del hombre-masa expuesto al delirio colectivo, al odio coreografiado por los ideólogos y caudillos de turno («La muchedumbre en sí es un monstruo, un enorme cuerpo que se engendra a sí mismo. (…) Detrás de las sonrisas, las risas, las músicas y los eslóganes hay sangre que se calienta, sangre que se agita, sangre que gira y enloquece al verse revuelta y removida en su propio torbellino»). La síntesis de una época entera, ya se ve.

Súmese a lo anterior la vertiente simbólica que brota del tema del Otro y su violento final: confrontación con lo enigmático, con aquello desconocido que rompe con las convenciones establecidas, reduce a nada el autoengaño y hace aflorar los odios y los miedos latentes. Por su parte, el tema del terrible secreto que redondea el sentido de la historia y precipita su desenlace viene a potenciar el carácter de parábola del mal de la novela. Lo que se obtiene en definitiva es el equivalente de un clásico mayor de la literatura: El corazón de las tinieblas, la novela de Joseph Conrad. Claudel, como Conrad, es un maestro en la construcción de una trama que progresa sin prisas, trama de ritmo sincopado y atmósfera atosigante, capaz -con todo- de mantener constantemente en vilo al lector. En ambos casos, narrativa de imágenes sobrecogedoras, palabra precisa y tremendo poder de sugestión; narrativa cuya interpretación se desdobla en planos simultáneos (en la novela de Conrad, recuérdese, hay el plano de la denuncia de la explotación del Congo y el plano alegórico del descenso a las tinieblas morales del individuo). Como en El corazón de las tinieblas, aunque muy condensado, tenemos en la novela de Claudel el trayecto azaroso y su similar degradación espiritual (véase el episodio del traslado en tren de los deportados al campo de concentración).

No hay concesiones a la banalidad ni a los facilismos en El informe de Brodeck. Al tiempo que se siente uno conmocionado por la crudeza de la historia, también se ve seducido por el sortilegio de una prosa bella y envolvente como pocas. Cabe destacar que no todo en esta novela es pesimismo y desaliento. Como candil en la oscuridad, y tan esperanzador, resplandece el episodio del anciano que acoge al protagonista en su camino de retorno a la aldea, tras su inesperada liberación. Tenemos a Fédorine, la entrañable anciana (presumiblemente rusa), alma del hogar de Brodeck y su salvadora en la infancia y en la adultez. Muy especialmente, tenemos la hermosa historia de amor que subyace a todo y que sobrevive a todo, incluso a las peores vicisitudes. El amor de Emélia, la mujer de Brodeck, es ni más ni menos que la razón por la que el protagonista no se ha doblegado en el mismísimo infierno erigido por los hombres.
En lo personal, una de las mejores novelas que he leído en mucho tiempo.

El autor nació en la ciudad de Nancy, en 1962. Cineasta, guionista de cine y televisión, se ha desempeñado como docente universitario de Antropología Cultural y Literatura. Autor de varias novelas y volúmenes de relatos  frecuentemente premiados, en castellano disponemos de sólo tres de sus títulos: además de la obra reseñada, publicada originalmente en 2007, están las novelas Almas grises (2003) y La nieta del señor Linh (2005). Éstas también son muy recomendables.

Rodrigo

- Philippe Claudel, El informe de Brodeck.
Salamandra, Barcelona, 2008. 280 pp.

28 julio, 2012

DESDE CUBA CON AMOR


TELEX DESDE CUBA
RACHEL KUSHNER
Trad. Gabriela Bustelo
Ed. Libros del Asteroide, 2011


Compuesta por un amplio y variado mosaico de historias cruzadas, la novela de Kushner –su primera novela, por ahora- nos presenta un panorama de los convulsos años cincuenta en la Perla del Caribe. Un políptico que proporciona diversos recortes con los que el lector va componiendo o recomponiendo una imagen de Cuba, a modo de un collage. En sus días de soledad, tras la muerte de su esposa, el viejo K.C. rememora, mirando viejos álbumes y recuerdos de su vida infantil, lo que le fue sucediendo a las personas que conoció. Nunca llegó a saber qué le ocurrió verdaderamente a su hermano Del, una vez que decidió regresar a EEUU, al año del triunfo castrista. Sin embargo, Everly sí regresó y volvió a encontrarse con Willy, el criado jamaicano del que estaba perdidamente enamorada en su niñez.
Compuesta de modo coral, va desgranando los hechos desde distintos enfoques. Principalmente, con la voz de dos niños: un adolescente, K.C. Stites, (hijo menor del director de la división cubana de la United Fruit Co.) que, nacido en Cuba, consideraba aquel país –lo que conocía de él- como su tierra natal, era todo su mundo. La otra versión es la de Everly Lederer, una niña poco agraciada pero curiosa, que llega a Cuba con su familia cuando tiene alrededor de diez años, y compara lo que ve allí con lo que ha dejado en los EEUU. Dos miradas inocentes, pues. La ingenuidad y el asombro con que van descubriendo algunas cosas que ocurren allí, las explicaciones que ellos mismos se dan y las que los adultos les ofrecen, el contraste brutal entre la vida que llevan los anglos y la de los cubanos, incluso los propios empleados o las figuras importantes de la política local. Todo ello nos llega como si nosotros también mirásemos dejando prejuicios al margen, sin plantearnos anticipadamente lo que ya sabemos que ocurrió.
 
El niño nos cuenta en primera persona los acontecimientos más notables vividos por él: su relación con los niños Allain, que suponía una libertad desconocida para él; el incendio de los cañaverales; la fuga de su hermano Del a la sierra con los rebeldes; sus breves juegos con Everly y con otros niños; la caza del tiburón martillo con su hermano; y las reacciones de la familia ante la creciente avalancha que finalmente les echó del país donde había nacido. Malcolm Stites, el padre, dirige la compañía y a su familia manu militari. Y está al pie del cañón cuando la plantación es incendiada por los insurgentes castristas.
La versión de la niña nos es narrada en tercera persona, y visitamos con ella el interior de las familias (los Carrington, los Mackey, los LaDue, los Havelin…) que viven en ese mundo especial, en ese cerrado universo donde hay unas barreras invisibles que les impiden relacionarse con los otros, los que no son como ellos, los cubanos, los jamaicanos, la gente de color. Salvo si pertenecen al servicio de la casa.

Asimismo se nos presenta un punto de vista radicalmente opuesto: el del activista-mercenario francés La Mazière y sus relaciones con la bailarina zazou Rachel K, amante de Batista y a la vez colaboradora de Castro, pero también amante de Stites. Es la otra vida, el mundo adulto. Situados en La Habana, en el Tokio, club nocturno donde la chica de las medias de malla pintadas, atrae a unos y a otros a su camerino. Para contar el universo mental de La Mazière, la autora emplea otro tono; incluso parece escrito por mano diferente, quizás la parte más floja del libro. En ese mundo habanero no podía faltar un breve cameo de Hemingway en su amado Floridita.
 
A base de ofrecernos distintos ángulos o puntos de mira, acabamos por hacernos una idea, de componer el rompecabezas cubano, pero no tanto de los hechos más conocidos, aunque también nos cuente algunos. Lo más importante es ese recorrido por el interior de las casas y las familias, el ambiente, las conversaciones entre las esposas norteamericanas, las reuniones en el club, las fiestas de los niños, lo que comentan con los criados, lo que ven y lo que imaginan, lo que sueñan y lo que realmente sucede.
El difícil equilibrio que la Compañía trata de guardar entre los sucesivos dictadores y los rebeldes de la sierra, los barbudos, a veces se hace insostenible: Batista es un impresentable, y además, ¡mulato! Los hermanos Castro, hijos de uno de los grandes terratenientes cubanos y plantadores de caña de Oriente, son el garbanzo negro. Oscilando siempre entre unos y otros, pero con la esperanza de sacar adelante la Compañía, Stites y todo su mundo se desploma con la toma del poder por Castro: la evacuación en barco de la mayoría de la población norteamericana es un relato demoledor, contado con la voz de los dos adolescentes, K.C. y Everly: la descripción de la huida y muerte del mono Poncho, está cargada de simbolismo, a la vez que una amarga ironía.

Novela atractiva, con el encanto y la frescura de la ingenuidad, esta novela despliega al lector un conjunto de detalles interesantísimos y muy ilustrativos de los últimos años de la Cuba pre-castrista. Sin mostrar preferencias pero con un inevitable punto de vista, la mirada de Kushner se dirige al interior de las mansiones de los directivos de la Compañía, a su centro neurálgico, y también a las casas de los empleados, los criados, los niños, las esposas, el pequeño mundo de los norteamericanos en la isla y sus relaciones con los cubanos. Se centra, sobre todo, en las dos ciudades costeras Preston y Nicaro, pero no sólo nos habla de la vida de los anglos, sino de cómo viven y trabajan los macheteros, los capataces, la guerrilla en la sierra, el ambiente que se respira en la ciudad, la sordidez de los clubs nocturnos, las plantaciones de caña de azúcar, y las minas de níquel.

Rachel Kushner (Eugene, Oregón, 1968), periodista, editora, ensayista, estudió en la Universidad de  Columbia, NY. Ha escrito diversos relatos  para revistas y esta es su primera novela, publicada en 2008. Su madre pasó varios años de su adolescencia en Cuba, en el complejo de la United Fruit Co., que poseía casi toda la provincia de Oriente de la isla. Por tanto, maneja información de primera mano sobre la vida cotidiana de esos años en los que se fue gestando la revolución castrista y la caída del régimen de Batista.

Ariodante




¡Sálvese quien pueda! - Andrés Oppenheimer

¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la robotización. Oppenheimer siempre me ha llamado la atención, si bien no he sid...