Nikolai Leskov
Asociamos la
Literatura rusa del siglo XIX a sus más grandes autores (Dostoievski, Gogol,
Tolstoi) y a sus obras más conocidas (Crimen y Castigo, Guerra y Paz, etc).
También nos resulta fácil asociarla con la obra de Chejov o Turgeniev. Pero es
cierto que estos nombres acaban por extender una pesada sombra sobre el resto
de sus contemporáneos menos conocidos, privándonos de un inmenso legado apenas
conocido y de difícil acceso para el lector medio.
Éste es el caso de
Nikolái Leskov, considerado por muchos de sus compatriotas como el más ruso de
todos los escritores rusos. Aunque nació en una familia acomodada, la muerte de
su padre le privó a una temprana edad de todo aquello a lo que estaba
acostumbrado. Leskov comenzó a trabajar como oficinista en los tribunales de su
región, continuando su carrera en Kiev. Posteriormente fue contratado por una
empresa inglesa como representante de sus negocios en Rusia lo que le llevó a
viajar por todo el país permitiéndole conocer su riqueza y acercarse al
padecimiento del pueblo ruso (el servilismo aún no había sido abolido).
Gracias a esos viajes
y a un golpe de suerte, la vida de Leskov tomaría un giro inesperado. Gran
observador, volcaba en las cartas que enviaba a su jefe todo aquello que veía.
Su estilo ágil, fresco e irónico le valieron la posibilidad de comenzar a
trabajar como periodista y, al poco, de publicar sus primeros relatos.
Llegados a este punto
no se puede decir que la vida de este autor se tornara tranquila y sosegada. Su
estilo irónico y burlesco atrajo hacia él odios de los más diversos orígenes:
la jerarquía ortodoxa le consideraba impío (una de sus obras llevaba por título
Pequeños detalles de la vida episcopal, si bien en otro libro – Gentes
de la Iglesia- ofrecía un discurso apasionado a su favor). Por los mismos
motivos perdió el cargo público que ostentaba en el Ministerio de Hacienda.
Tras su muerte su
figura y su obra no dejaron de ser controvertidas. El régimen soviético le vio
como símbolo de la Rusia decadente del pasado; los escritores modernos como una
rémora del pasado con un lenguaje y un estilo excesivamente populares e incluso
vulgares.
La pulga de acero es considerada su
obra maestra y narra la historia del regalo que los ingleses hicieron al zar
Alejandro I, con motivo de su visita a Inglaterra tras el Congreso de Viena. El
regalo consiste en una minúscula pulga de acero que, gracias a una pequeña
llave con la que se hace girar un resorte, ejecuta una hermosa danza. El zar ve
en esta pulga la prueba de la habilidad y destreza de los artesanos extranjeros
frente a la de los de su patria, incultos e incapaces de hacer nada parecido.
El acompañante real, Platov –un noble cosaco- se ve incapaz de convencer al
soberano de la capacidad de sus leales súbditos y de su superioridad frente a
los remilgados extranjeros.
A su regreso a Rusia,
la pulga se almacena con el resto de regalos reales y sólo vuelve a ver la luz
tras la muerte del zar cuando se presenta a su sucesor. Nicolás I, extrañado
por el artilugio, interroga a Platov quien le informa de la impresión que se
llevó Alejandro I de los artesanos ingleses. El soberano, que confia en su
pueblo, encarga a Platov que acuerde con los artesanos de Tula (ciudad
metalúrgica famosa por sus especialistas) la forma de superar la invención
extranjera.
Platov encarga a los
artesanos de Tula que venzan al ingenio inglés cosa que estos logran (no
diremos cómo) gracias a su talento, esfuerzo y a las oraciones ante sus
sagrados iconos.
Exultante, el zar
ordena que uno de los artesanos viaje a Inglaterra para demostrar la
superioridad de los trabajadores rusos. Ya en Inglaterra, el Zurdo (apodo del
artesano de Tula elegido como embajador) causa el asombro inglés, no sólo
porque explica que él y el resto de trabajadores del metal ruso no conocen las
matemáticas ni la química, y apenas saben leer, sino por su llaneza y sentido
común respecto a cuestiones tan diversas como el cortejo, los bailes o el té.
Pese a ser
excelentemente tratado, el Zurdo siente nostalgia de su patria y decide
regresar a Rusia donde fallece al poco de llegar, no sin antes transmitir un
importante secreto militar inglés (ha descubierto que estos no limpian los
cañones con ladrillos para no estropearlos).
Su sacrificio es en
vano puesto que el destinatario del mensaje, mezquinamente no lo transmite,
siendo una de las causas de la derrota rusa en Crimea.
La polémica en torno
a la figura de Leskov se extiende a esta obra y hay quien la interpreta como un
panfleto a favor de los valores de la Rusia tradicional y hay quien piensa que
es una denuncia y ridiculización de la pobreza e incultura de una Rusia que se
alejaba de los países modernos, anclada al pasado por sus mediocres clases
dirigentes. No entraremos en polémica puesto que creo que hay argumentos para
defender ambas hipótesis. Quizá por ello ambas opiniones sean correctas. Al
igual que tiempo después ocurriría en España, a finales del siglo XIX, la
sensación de esta cerrando una época servía como aglutinante de ideas
encontradas. Por una parte se deseaba el progreso, la modernidad, pero por otra
se reivindicaba lo propio y diferenciador. Quizá sea éste uno de los mayores
méritos del pequeño relato, obligarnos a reflexionar sobre ese filo de navaja
por el que discurre la Historia de los pueblos.
Reflexiones aparte,
la contribución de Leskov al enriquecimiento del lenguaje ruso hace de este
cuento un auténtico suplicio (o delicia) para cualquier traductor. El autor
emplea libremente vocablos de su invención mediante diversos métodos que van desde
la unión de dos palabras preexistentes ( calamata es la casamata
convertida en calabozo), hasta la asociación de sonidos o ideas (bufía
par indicar el paso de la admiración al alivio). La traductora, Sara Gutiérrez,
lleva a cabo un esfuerzo meritorio (y exitoso) por volcar esta riqueza léxica
al castellano de una manera natural e integrada en el texto. Asimismo hace una
breve introducción explicativa de estas peculiaridades del lenguaje de Leskov.
En definitiva, La
pulga de acero, es un breve libro de fácil lectura pero larga digestión.
Permite alumbrar ciertos aspectos de la historia de nuestros propios países
(todos han pasado antes o después por situaciones similares), pugnando por
encontrar su propio camino hacia la modernidad (o su modo de atarse al pasado).
También nos permite leer de primera mano una historia bien escrita y que trata
de llevar el lenguaje a un terreno infrecuente, el de la pura invención.
GWW
Datos del libro
- Nº de páginas: 128 págs.
- Editorial: IMPEDIMENTA
- Lengua: CASTELLANO
- ISBN: 9788493592714
- Año edición: 2007
- Plaza de edición: MADRID