04 junio, 2012

BUSCANDO A UN BARÓN


En busca del Barón Corvo: Un experimento biográfico
A.J.A. Symons


En busca del barón Corvo es uno de esos libros cuya existencia parece mediar entre la clandestinidad y el secreto de los iniciados. Sólo unos pocos conocen de la existencia del barón y su pequeño pero interesante papel dentro de la literatura universal. En Frederick Rolfe se conciertan todos los elementos del malditismo literario: la biografía azarosa, el desprecio de sus contemporáneos y una peculiar obra literaria, más sobresaliente por su rareza que por su brillantez artística.

Sin embargo, el mérito del libro descansa igualmente en la labor de su autor: A.J.A. Symons, quien no se limita a la mera biografía sino que describe (de ahí la adecuación del título, la busca, la quest) el proceso de reconstruir la vida de Rolfe, las pistas que cada nuevo descubrimiento abrían en su investigación, las conjeturas que quedaban confirmadas por posteriores revelaciones, o desmentidas para siempre, la correspondencia y entrevistas que concertó con personas que conocieron de primera o segunda mano al extraño escritor. Todo ello explica el subtítulo de esta obra “Un experimento biográfico” que bien merecería tener numerosas secuelas.

A través de las averiguaciones de Symons, accedemos a un segundo nivel, el de los hechos ciertos y probados en torno al barón Corvo así como sus palabras (vertidas, bien a través de sus libros, bien gracias a la abundante e intensa relación epistolar que mantuvo con sus conocidos, amigos o enemigos). De la unión de todos estos elementos surge ante nuestros ojos la figura completa de Rolfe y, como de entre la bruma de un amanecer en la laguna de Venecia, podemos adivinar su pensamiento, sus intenciones y sus frustraciones; podemos llegar a conocer cuánto le dolieron las traiciones que consideraba que le hacían sus amigos y cómo influyeron en su obra.

Este brillante resultado es consecuencia exclusiva del método empleado por Symons que no pasa por ofrecer una visión lineal y acabada del biografiado sino que nos muestra los elementos sobre los que basa su indagación, sus luces y sus sombras, de modo que el propio lector pueda contradecir imaginariamente al autor. Todos estos ingredientes hacen de En busca del barón Corvo una lectura que desafía los estilos convencionales por los que suelen discurrir obras similares y que convierte la experiencia de su lectura en un acontecimiento refrescante y novedoso.

Como ya se ha señalado, la historia de la Literatura tiene su propia rama maldita formada por autores que no lograron el reconocimiento de sus contemporáneos pero a los que el tiempo ha sabido poner en su lugar. Asimismo, abundan los ejemplos de escritores no muy reconocidos pero cuyas obras son delicados manjares en manos de bibliófilos. En esta segunda categoría, el aspecto biográfico del genio desconocido acostumbra a ser igual de interesante (o más) que sus escritos, de manera que vida y obra se dan la mano para conformar un todo inseparable, cuya importancia es recíproca.

En el caso del barón Corvo, su vida se cimienta sobre una serie de complejos entre los que se puede contar el trastorno bipolar, la esquizofrenia y la manía persecutoria, unidos a una gran sensibilidad y temperamento artístico. La extraña psique de Rolfe le llevó al convencimiento de que estaba llamado a metas más altas que las del resto de mortales con quienes convivía, de modo que trató de descubrir por sí mismo cuál era el camino por el que debían despuntar sus talentos.

Primeramente lo intentó como sacerdote católico, abandonando la fe anglicana en la que nació, dado el atractivo de la liturgia católica, la conexión de este credo con la historia del arte y su profundo simbolismo con los que su carácter parecía convenir. Sin embargo, y ésta fue la primera gran traición que sufrió (o creyó sufrir) en su vida, fue rechazado por la jerarquía impidiéndole la ordenación a la que consideraba que estaba llamado. La herida que este hecho le ocasionó queda reflejada en una de sus novelas (Alejandro VII), obra en la que el cónclave romano elige Papa a un desconocido al que le había sido negada la ordenación sacerdotal por inquinas y envidias de sus superiores. Esta “venganza literaria”, muchos años después de ocurridos estos hechos, no sólo refleja lo profundo del dolor que le supuso aquel rechazo, sino que da la pauta de la práctica totalidad de sus obras, concebidas como un modo de vengar afrentas y ajustar cuentas con quienes en la vida real zancadilleaban su camino a la gloria.

Tras este duro golpe, Rolfe trató de rehacer su vida de muy diversas maneras, como preceptor de una importante familia católica, secretario de un notable profesor de Oxford, protegido de una peculiar dama italiana (de esta etapa tomaría el apelativo de barón Corvo), pintor de escudos heráldicos para una parroquia católica, etc.

Prácticamente en todas estas etapas de su vida se reproduce la misma secuencia. Rolfe deslumbra con sus modales, sus conocimientos de arte o de la Florencia de los Medici, su talento como pintor o escritor y entabla nuevas amistades. Rolfe espera de estas amistades una devoción y apoyo incondicionales de modo que finalmente, por extraños quiebros del destino cualquier acontecimiento simple, el más simple malentendido, supone un estallido de violencia (normalmente sólo a nivel verbal, del que dejan constancia muchas de sus cartas), una nueva afrenta que vengar, un peldaño más en el descenso a su peculiar infierno y a la desconfianza en la humanidad en general.

Abandonada la pintura como forma de lograr la fortuna, el reconocimiento y la admiración que redimieran toda su vida, y la dotaran de un sentido, optó por la literatura. Su peculiar estilo se caracteriza por su vitriolismo, su barroco lenguaje y su ingenio en cuanto a estructuras gramaticales y a la invención de nuevas palabras o a la adaptación y modelación de otras ya caídas en desuso. La fuerza de su estilo hace olvidar lo poco atractivo de sus tramas argumentales, forzadas por la necesidad de vengar sus reales o ficticias ofensas.

La vida del barón Corvo, de quien se puede decir ciertamente que no ganó un chelín gracias a sus escritos, terminó en Venecia en una debacle en la que el vicio y la locura no bastaron para ahogar hasta el último segundo, la eterna queja lastimosa contra el mundo que el desgraciado Rolfe compartía con quien le quisiera escuchar o lanzaba al cielo cuando la soledad se convirtió en su única confidente.

Sus contradicciones fueron incontables. Su odio por los católicos no le impidió relacionarse en gran medida sólo con ellos, su ambición y excesos le hacían perder la confianza de aquellos que podían ayudarlo y, en última instancia, el odio de Rolfe siempre acababa por volverse contra quienes más podían o querían ayudarle. Este odio tampoco le impedía, una vez rotas las relaciones con antiguos colaboradores a quienes acusaba de las peores villanías, recurrir nuevamente a ellos mediante cartas lastimosas en las que se ofrecía a olvidar las heridas inflingidas mediante la entrega de dinero o favores similares.

Symons, hijo de su tiempo y de una sociedad excesivamente imbuida del ideal victoriano, considera la homosexualidad reprimida de Rolfe el motor de su errática y desgraciada vida. Quizá se trate simplemente de que sus problemas psicológicos encontraron la forma de aflorar de forma manifiesta a raíz de diversos episodios críticos que condicionaron su relación con el resto de seres humanos y la visión que de sí mismo tenía. Para salvar esta contradicción elaboró su propia teoría en función de la cuál, su desgraciada vida tomaba sentido por el alto fin al que estaba destinado. Todos cuantos se opusieran a él lo hacían con el fin de impedirle su culminación, en una especie de conspiración general contra su persona. Esta farsa le permitió salir adelante de las numerosas crisis que conoció en su vida y le ayudó a no perder nunca la fe en sí mismo.

La vida de Rolfe sólo puede inspirar lástima en nuestros días, pero la imagen de un ser que lucha por aquello en lo que cree, que es capaz de superar todas sus limitaciones convencido de su propia genialidad, es el arquetipo del artista romántico, un solitario enfrentado al mundo que se niega a reconocer su talento contra toda evidencia. El modo en el que Symons nos lo presenta, gradualmente, haciéndonos partícipes de sus propios avances en la investigación, nos aventuran en un largo proceso de interiorización de la peculiar mente del barón. Todo ello permite afirmar que la lectura de este libro es una “lectura experimental” parodiando a su autor de la que todo amante de la buena literatura debería tener noticia.

 GWW

Datos del libro
  • 13.0x20.0cm.
  • Nº de páginas: 332 págs.
  • Editorial: LIBROS DEL ASTEROIDE
  • Lengua: CASTELLANO
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • ISBN: 9788493431518
  • Año edición: 2005
  • Plaza de edición: BARCELONA


02 junio, 2012

LA SUERTE DE THACKERAY


BARRY LYNDON 
William M. Thackeray

Redmond Barry de Ballybarry, quien luego de un matrimonio ventajoso se llamará Barry Lyndon, es calificado por uno de sus amigos como hombre original y con muchos riñones, alguien que ha decidido «irse al diablo por un camino por él mismo escogido». Tunante, mujeriego, puerilmente jactancioso, Barry es un trepador irlandés que se vale de multitud de armas (atractivo, aptitud para la intriga, las cartas y, en sentido ya no metafórico, la espada y la pistola) para escalar posiciones y ganar fortuna en la Europa del siglo XVIII. Impetuoso y susceptible, un lance amoroso es causa de su primer duelo, acontecimiento que lo precipita desde temprana edad a una sórdida carrera de aventurero; carrera cuyo arranque debe mucho al accidente, pero cuyo derrotero Barry se lo traza a discreción, empeñado en proporcionarse el suntuoso tren de vida que considera el único adecuado a su origen hidalgo –que no duda en remontar a los últimos reyes de Irlanda-.
La suerte de Barry Lyndon, novela publicada por entregas en 1844, es una de las obras en que se funda la fama del escritor inglés William M. Thackeray (1811-1863), toda una cumbre del realismo narrativo. (Otra de dichas obras es sin duda La feria de las vanidades, aparecida en 1847 y posiblemente su obra maestra.)  Llevada al cine en 1975 por Stanley Kubrick, consiste en las memorias de un personaje ficticio en cuya construcción el autor tuvo como modelo –entre otros- al célebre Giacomo Casanova (1725-1798), seductor y aventurero veneciano. Conducida por la narración en primera persona del protagonista, La suerte de Barry Lyndon opera como un verdadero muestrario de vanidades en que el humor se imbrica con el propósito de crítica social (muy en línea con cierta tradición novelística inglesa).

Es en 1760 y siendo un adolescente que nuestro personaje se lanza a la caza de la fortuna, debiendo en primer lugar asumir modesto papel como soldado de un regimiento inglés, con el que es trasladado a Alemania e interviene en lo que será conocido como la Guerra de los Siete Años. Harto del ajetreo militar, Barry usurpa la identidad de un teniente y deserta, pero su impostura es pronto descubierta y acaba reclutado por el ejército prusiano. Se ve entonces forzado a combatir con nuevo uniforme, granjeándose los apodos de «Diablo inglés»y «Diablo negro» –debido a su temeridad y a su tez morena-. Acantonado con su unidad en Berlín, se da al juego y a la vida galante, pero también actúa como informante del ministro de policía prusiano. Un día, del modo más inesperado y a raíz de los menesteres del espionaje, se encuentra con su tío, quien lo ha precedido en la senda aventurera, es un tahúr consumado y viaja con gran fasto bajo nombre fingido. Será el mentor del joven truhán; mediante las cartas, juntos desplumarán a lucidos señorones y encopetadas damas. (Barry se jacta de haber ganado una partida al célebre Potemkin, quien nunca saldó su deuda.) Por supuesto, no siempre la suerte los acompaña ni todas sus tretas llegan a buen fin. Más de una vez deben recurrir a los prestamistas, y, tras fracasar cierto plan maestro,  deben salir a escape de Prusia. Con todo, once años después de su partida, Barry regresa a su natal Irlanda cubierto de fama y riqueza, y se aplica con esmero –maquiavélico esmero, diríamos- al objetivo de desposarse con provecho. La víctima es una viuda acaudalada y muy linajuda, lady Lyndon; Barry consigue su propósito y con nuevo nombre se encumbra a lo más granado de la sociedad británica.
Disfruta entonces de regalada vida, entregándose a cuantos placeres depara la capital; en el Londres de aquel tiempo, suspira Barry Lyndon, «todo el mundo era deliciosamente malvado». Entrado el nuevo siglo y tras el quiebre provocado por la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas, puede nuestro irlandés quejarse de la vulgaridad del día. «No hay elegancia ni refinamiento; nada queda de la galantería del viejo mundo del cual formé parte», asegura; todo es diferente «desde que el vulgar corso [Napoleón, por supuesto] trastornara a la aristocracia mundial».

Falta aún la presea consagratoria: un título nobiliario. ¿Para qué sirven tantos esfuerzos si no se es un Par, si no de Inglaterra, sí al menos uno de Irlanda? Lo cierto es que a la aristocracia inglesa resulta enojosa la presencia del «tosco arribista irlandés». Ni siquiera su contribución financiera a la guerra contra las rebeldes colonias americanas (corre 1778)  le conquista el favor de la corte.  Mientras tanto, la vida matrimonial es un infierno, pues su esposa lo estorba y su hijastro lo detesta. Sólo su pequeño hijo le proporciona satisfacciones.  Luego sobrevienen las peores desgracias, y con ellas el declive inexorable. La buena estrella de Barry Lyndon se apaga.
Presto a la sátira y nada reacio a las generalizaciones,  Thackeray deja muy mal puestos a los irlandeses. (Cabe destacar que su esposa, que debió ser recluida en un manicomio, era de esta nacionalidad.) Empero, si a los irlandeses los pinta como  vagabundos, pendencieros y fanfarrones, la voz irlandesa del narrador transmite también una lamentable impresión de los ingleses, retratados como unos dechados de fatuidad y venialidad. Se lo podría  tomar como un intento de equilibrar la balanza de no ser porque Thackeray hizo de la mordacidad -sin apenas contemplaciones- una constante en su trayectoria literaria y periodística, de lo que dan cuenta no sólo sus novelas sino también sus ensayos y caricaturas.

A La feria de las vanidades su autor la subtituló Una novela sin héroe; aunque no lo lleve explícitamente, es también el sello de ‘Barry Lyndon’. Su protagonista es un granuja de marca mayor, un hombre al que las desgracias no le inspiran afán de redención alguno. En vez de esto, escribe en la vejez unas memorias en que el propósito de autojustificación es tan evidente como el de dejar testimonio de una vida azarosa como la suya. Apenas admite sus faltas. Si reconoce haber sido violento con su esposa y con su hijastro, lo hace en tono a medias zumbón,  escudándose además en la práctica habitual de las gentes de su tiempo. Él, individuo ducho en la intriga y que ha hecho de la trapacería profesión, se considera víctima de la maledicencia y la perversidad de los demás. Pero tampoco son éstos mucho mejores que él. No hay héroes.
Se trata, a mi entender, de una novela cautivadora, muy merecedora de su condición de clásico, en que el agraz de la parte final –relativo a la decadencia del protagonista- no le resta un ápice de amenidad. Asimilado el efecto del corrosivo arte de la sátira desplegado por el autor, bien se puede simpatizar con la picardía de este Redmond Barry, o -para fortuna y desgracia suya- Barry Lyndon, esquire.


Rodrigo

William M. Thackeray, La suerte de Barry Lyndon. 
Mondadori, Barcelona, 2010. 560 pp.

31 mayo, 2012

HEREDANDO UN REINO


EL HEREDERO DE TARTESSOS
ARTURO GONZALO AIZPIRI

Nueva edición en EVOHÉ, 2012

¿Pero de dónde surge el interés por ese albor de la historia de España? Diré que en ello tuvo mucho que ver mi padre, quien a lo largo de sus años de estudiante, y más tarde profesor, de latín y griego, construyó una maravillosa biblioteca de los clásicos que fue, y aún sigue siendo, el más frecuentado de mis paisajes literarios. Allí me encontré con la Hispania de Plinio y Pomponio Mela, con el relato de las guerras púnicas y el retrato de Aníbal de Tito Livio, y con un pasaje de Diodoro de Sicilia que se refería al desenlace del asedio de la ciudad oretana de Hélike por el ejército cartaginés de Amílcar Barca. (A. Aizpiri


Aficionado a la arqueología y a la historia, gran lector de los clásicos, el autor ha buscado como marco para su novela la España prerromana, a la que llama Ispania, llena de razas y tribus variopintas en pugna continua y a medio invadir por los cartagineses, que tras haber sido derrotados por los romanos en Sicilia, intentan saquear la península y conseguir una posición de poder. 

Bien documentado, como constata el autor del prólogo, director del Museo Arqueológico Regional de la comunidad madrileña, el libro está estructurado en cinco partes: Voces de agua y fuego; Los jinetes de Tanit; La lámina de plomo; Hambre de destino y La cólera de Aquiles. En total, veinticinco capítulos, aunque el último es muy corto, simbólico. Títulos todos muy bien elegidos y muy sugerentes; en los primeros nos sitúa en la época y la zona, una imprecisa parte que podría estar entre la serranía de Albacete y la de Cuenca, ya que la ciudad de Hélike, capital oretana, no está claro si se la identifica con Elche o con Elche de la sierra, en el nacimiento del río Segura, y Arecorata, la capital  de los ólcades, reino celtíbero al norte, en la serranía conquense. Todo ello lo aclara la Nota del autor, al final del libro.

La narración gira alrededor de un hecho histórico: el sitio a la ciudad oretana de Hélike por parte del ejército cartaginés al mando de Amílcar Barca, acompañado por un jovencísimo guerrero que daría mucho que hablar en el futuro: Aníbal, su hijo. Pero desde los primeros capítulos, en los que imagina la vida en un pequeño poblado y los ritos de introducción del joven Gerión a la clase guerrera, nos sentimos atrapados por la acción, y nos dejamos llevar por la narración, que sin agobiarnos con demasiados detalles que no sabríamos cotejar, dada la poca publicidad de esa época histórica en España, nos lleva de la mano, a veces corriendo, haciéndonos partícipes de las emociones y de los sueños, del miedo y del dolor, así como del placer de una buena comida o una conversación agradable; la relativa ausencia de datos fiables de la época le permite al autor una libertad de movimiento y de ficción, que aprovecha precisamente para hacernos identificar con los personajes principales y contarnos una historia de aventuras, viajes, luchas, traiciones, amor y honor, defensa de un pueblo y muchas otras cosas más que aceptamos porque son universales y sólo sus manifestaciones son lo que cambia a través de los siglos.

La novela desarrolla un excelente tono épico a la vez que le da algunas pinceladas de misterio, referidas al mundo tartésico, desconocido y ancestral, y al mágico, en las inmersiones de Anglea, sacerdotisa de Astarté, en sueños premonitorios y mensajes ultraterrenos. El ritmo de la acción, muy bien tratado, va in crescendo, desde un comienzo pausado y cotidiano hasta una urgencia febril en los últimos capítulos, desembocando en la explosión final. La batalla final, por cierto, está muy bien descrita, y consigue que participemos con el aliento contenido mientras nos adentramos entre el polvo y la sangre, perdonándosele algunas libertades ficticias en beneficio del efecto global.

La polifonía con que el autor desdobla los puntos de vista nos permite distintos enfoques del mismo tema, por lo que captamos mejor lo que se nos está contando, ya que recibimos información de ambos bandos, no desde un único narrador omnisciente y universal, sino desde voces narradoras locales, que a veces llegan a ser subjetivas y escuchamos sus pensamientos.
De este modo, podemos entender la fuerza de Amílcar y sus objetivos, el amor de Aníbal a su padre y a su país y sus juramentos de venganza; la valentía y la ansiedad de los defensores de Hélike, que intentan por todos los medios conseguir ayuda de pueblos hermanos enviando a sus más queridos líderes a tal efecto. Entendemos la mirada recelosa con que reciben los ólcades la llegada del oretano, su petición de ayuda, la necesidad de frenar al invasor púnico que representa una amenaza para el futuro cercano de los pueblos celtíberos.  Y hacemos un aparte en la relación creada entre el personaje de Gerión, el heredero de Tartessos, y Orisson/Argantio, también descendiente del mítico pueblo desaparecido. Se crea una complicidad entre ambos y el lector, que asiste a este secreto compartido  con verdadero interés y emoción. La aparición de Anglea, original mezcla de sacerdotisa y amazona, introduce otra pincelada casi fluorescente en el campo multicolor que se nos va mostrando, creando un atractivo triángulo.

Aunque el personaje central es Gerión, o el eje Gerón/Argantio, se desarrolla todo un despliegue de personajes secundarios muy atractivos, así como unas descripciones del paisaje y de las costumbres muy jugosa, y en algunos momentos muy sugerente y poética, como por ejemplo, este fragmento:
Era su hora favorita: el espacio infinito de la noche, cuajado de estrellas y enigmas, comenzaba a retirarse con los primeros resplandores rosados, dando paso a un cielo mucho más próximo, confortable y humano. Sólo en ese instante ambos mundos, el del día y la noche, el de la vida y la muerte, el de los dioses y los hombres, estaban presentes al mismo tiempo, como si uno pudiera transitarlos juntos, o elegir libremente cuál de ellos hacer propio.

Una parte de los personajes pertenecen a unas culturas muy en contacto con la naturaleza, con los olores y sabores de sus prados y montañas, con los colores de sus cielos y sus bosques; aunque también se contempla el lado de aquellos otros que han desarrollado una cultura más ciudadana, más refinada, que aprecia y reconoce los avances técnicos y artísticos, que posee una lengua escrita, unos símbolos que le permiten relacionarse con su propio pasado y con otras culturas, como la griega. Las referencias a la Ilíada no carecen de importancia simbólica.

Todo ello es aglutinado por el autor de manera muy natural, sin descripciones farragosas, sin abrumarnos con demasiados detalles que nos frenen el desarrollo de la acción. Es una buena novela de aventuras, con movimiento ágil  y que, aunque ubicada en una época histórica, y sin romper los lazos con lo que se sabe que sucedió, se mueve con la libertad necesaria para que disfrutemos sin interrupciones ni lecciones de historia.
La obra se cierra como un anillo con un pequeño hueco donde ambas puntas se rozan pero no se unen del todo: hay algunos cabos que quedan en el aire, discretamente dispuestos a una posible continuación, que no sería de extrañar.

Sin embargo,  a pesar de sus logros evidentes, habría que anotar algunos puntos mejorables, por lo que haré algunas precisiones. La primera, en cuanto a la edición: el Índice está ausente. Tampoco hay un Glosario de personajes y sus relaciones entre sí, ya que el acúmulo de nombres extraños, no  habituales, algunos muy parecidos, hace que a veces, sobre todo en las primeras partes de la novela, nos confundamos o que finalmente optemos por darle más importancia a la acción ignorando quién es exactamente el que la está llevando a cabo, pero esto no es correcto.
Y como siempre, el eterno tema de los mapas: únicamente tenemos un mapa muy genérico y vago de la península ibérica con algunos nombres de ciudades y una ubicación absolutamente ilocalizable, mapa más bien decorativo, como contratapa, que ilustrativo. Hubiera sido muy interesante, junto al glosario y a la nota del autor, que ciertamente es aclaratoria, un somero mapa de la zona donde ocurren los actos, y uno de la descripción del sitio de Hélike. 
Y en cuanto a la narración en sí, quizás adolece de ciertas ausencias, a concretar en una posible continuación: el nombre de Tartessos, citado en el título, apenas es tratado en la historia salvo como una referencia del pasado y con tintes oníricos. Es un tema muy atractivo precisamente por su misterio, como la Atlántida: es un reino que roza lo mítico por la ausencia de datos fiables. Y en ese punto sería muy bien recibido un desarrollo posterior, aunque fuera exclusivamente fabulación ficticia.

En suma, una muy recomendable novela de aventuras, que llena un hueco en la novela histórica -el de los pueblos celtíberos- que pocos, salvo tangencialmente, han tratado de modo novelado.

Arturo Gonzalo Aizpiri (Madrid, 1963) ha desarrollado su carrera profesional alternando actividades públicas y privadas en el campo de la energía y el medio ambiente. Actualmente trabaja en una gran empresa energética española. Su pasión por la historia lo ha llevado a escribir El heredero de Tartessos, su primera novela. Ha publicado también diversas traducciones, destacando, recientemente, la del libro de Charles Chaplin Mis andanzas por Europa, en la colección El Periscopio, de Ediciones Evohé.



Ariodante

Fecha: marzo de 2012
Colección: Evohé
Más datos: Nº pág.: 408, 23X15, rústica
ISBN: 9788415415060

Enlace con entrevista:



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