25 mayo, 2012

KAFKIANAS


Conversaciones con Kafka 
Gustav Janouch


Conversaciones con Kafka es una obra peculiar. Recoge las conversaciones mantenidas entre 1920 y 1924 por el autor del libro (entonces un joven con inclinaciones literarias y artísticas) con Kafka. Esta extraña amistad nace de la relación laboral del padre de Janouch con Kafka (ambos eran funcionarios del Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo) a quien admira y respeta por sus opiniones y comportamiento. De este modo, Janouch tendrá acceso directo al despacho de Kafka los días en que acuda a visitar a su padre, observándole en su entorno laboral y acompañándole de vuelta a su casa en la Plaza Vieja. Según la relación se vuelve más estable, el joven acompañará a Kafka en alguno de sus paseos vespertinos.

Entre los estudiosos serios de la vida y obra del autor checo este libro no goza de excesivo crédito. Quizá se deba a que Kafka dejó un enorme corpus escrito en forma de correspondencia y diarios que ofrece una ingente información de primera mano sobre su vida y pensamiento. Otra importante razón es que las conversaciones que aquí se recogen aparecen desligadas de contexto, en muchas ocasiones como una acumulación de aforismos agrupados temáticamente. Que el copista de los mismos fuera un joven que sentía una gran admiración por su maestro pero que difícilmente tenía capacidad para reflejar de manera objetiva y alejada del tumultuoso espíritu juvenil, las precisas observaciones de Kafka, es otro argumento en contra de dar plena confianza a lo recogido en el texto.

En la propia introducción del autor se recoge otro hecho sorprendente que explica la diferencia entre la primera versión del libro, publicada por Max Brod, y la edición definitiva con nuevas conversaciones. Según informa Janouch, los párrafos suprimidos en la versión de Brod no fueron rechazados por éste sino que la persona que hizo las copias a máquina para enviarlas a la editorial, suprimió (quizá por ganar tiempo, o porque no eran de su gusto), numerosos pasajes. Las hojas que contenían estas partes hicieron su aparición años después en casa de Janouch, donde siempre habían estado guardadas sin ser consciente de ello. Se ha sugerido la posibilidad de que la adición en la edición definitiva haya sido "adulterada" para incluir reflexiones que puedan apoyar la tesis de un Kafka visionario, profeta de los desastres de la Guerra, el Holocausto o el Comunismo.

Dudas aparte, lo cierto es que este libro nos ofrece una imagen de Kafka algo diferente a la habitual pero, en esencia, totalmente acorde con lo que se sabe de él. Su gravedad y su seriedad a la hora de expresar sus opiniones, sus convicciones sobre el papel de la Literatura en la sociedad o su visión del judío de principios del siglo XX, alejado del gueto pero incapaz de hallar un lugar bajo el sol en el nuevo mundo que está surgiendo son una constante de su pensamiento a través de sus obras de ficción, diarios, correspondencia o estas conversaciones. .

Hay otras escenas que pueden resultar más sorprendentes, como las visitas a iglesias, a las que parece aficionado. Igualmente, Kafka se revela como un consumado conocedor de Praga, de sus recovecos y callejones, sus patios oscuros y los pasadizos más recónditos o la casa en que residieron pintores, políticos o músicos; todo ello le es familiar, como si fuera el cronista de la ciudad. También emerge un Kafka conocedor de la ciencia de su época; en las conversaciones utiliza símiles y metáforas tomadas de la mecánica de los fluidos, los fotones, etc. No parece que se trate, por tanto, de una persona totalmente entregada a sus reflexiones y a sus escritos, ajena del mundo y sus avances.

Esta imagen, que tanto ha distorsionado su figura, se suele ejemplificar con una entrada de su diario en la que coloca al mismo nivel un suceso trivial con la entrada de Rusia en la Primera Guerra Mundial contra Austria-Hungría. Por contra, el Kafka que aquí se nos presenta está muy pendiente de la actividad política de su época por el nacimiento de la República Checa tras el desmembramiento del Imperio Austrohúngaro, las corrientes sociales más extremas, las manifestaciones sindicales o, incluso, el movimiento sionista (su amigo Brod se presentaba a las elecciones por un partido que aspiraba a obtener un escaño por esta opción).

Pero todas estas corrientes sociales, políticas o ideológicas, producían un gran recelo y miedo en Kafka, no por los fines que perseguían, sino por lo que suponen de anulación del individuo. El Hombre, ese ser rico, con matices, capaz del bien y del mal por su propia elección, queda en un segundo plano por el peso de la masa que le instruye de modo que todo atisbo de pensamiento pasa a un segundo plano. Es la masa enfervorecida la que destruye la libertad del individuo imponiendo su propia Ley, su propia forma.

El pensamiento paradójico de Kafka lo abarca todo y corrige las apreciaciones apresuradas de su joven contertulio. Siempre un matiz, cuando no, una opinión en principio disparatada sobre las cuestiones más diversas, sean la Literatura, el Arte, la Vida o la Muerte, y todo ello con la precisión lingüística que le es propia. De este modo no se priva de corregir cualquier posible malinterpretación que de sus palabras pueda hacer Janouch (“El lenguaje es el ropaje de lo indestructible que hay en nosotros; un ropaje que nos sobrevive”).

Por las líneas del libro afloran detalles humanos de gran valor, como la información de que al tiempo que defendía judicialmente causas a favor del Instituto, sufragaba de su bolsillo la defensa jurídica del trabajador afectado, como forma de justicia equilibradora salvaguardando al mismo tiempo su lealtad al Instituto y a su propia conciencia.

Conversaciones con Kafka nos permite conocer la relación de Kafka con su compañero de despacho a quien respeta pese a la escasa simpatía que éste le profesa; también podemos llegar a comprender cómo su trabajo en el Instituto le causaba tanto malestar y rechazo pese a su desempeño siempre correcto e incluso ejemplar.
 
Las paradojas de Kafka están muy unidas a su característico sentido del humor que la imagen vulgarizada de su figura ha obviado totalmente en favor de un ser tenebroso y depresivo. Por contra, Janouch (igual que Max Brod) pone de manifiesto las numerosas ocasiones en que sus conversaciones terminaban en una carcajada, o al menos en el especial modo de carcajear que tenía Kafka.

Este libro no será de interés para aquellos que pretendan acercarse a conocer al autor checo, antes bien, les confundirá por su estilo meramente acumulativo y algo desordenado, así como por la seriedad de muchas de las reflexiones que en él se contienen. Para aquellos conocedores de la persona y obra de Kafka el libro puede ser un extraordinario contrapunto con el que disfrutar con cada una de las reflexiones que en él se contienen pues, aunque no hubieran sido pronunciadas por Kafka (al menos en su literalidad), éste las habría suscrito totalmente.


 GWW

Datos del libro
  • 13.0x20.0cm.
  • Nº de páginas: 354 págs.
  • Editorial: DESTINO
  • Lengua: CASTELLANO
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • ISBN: 9788423328321
  • Año edicón: 1998
  • Plaza de edición: BARCELONA


23 mayo, 2012

A LANZAZOS


Las lanzas coloradas 
 Arturo Uslar Pietri


El venezolano Arturo Uslar Pietri (1906-2001) es uno de los nombres mayores de la literatura hispanoamericana; se lo considera el padre de la moderna novela histórica surgida en estas latitudes. Las lanzas coloradas (1931) es su obra más famosa, uno de esos clásicos que figuran en todos los manuales y que, por supuesto, muy pocos de nuestros escolares (y adultos) leen. Escrita durante una estancia en París y publicada por vez primera en España, le valió a su autor un éxito inmediato, que luego consolidaría merced a otras seis novelas, multitud de volúmenes de género diverso (destacando una amplia producción ensayística) y una columna de opinión que sostuvo por mucho tiempo, “Pizarrón”, muy estimada en su país.
Uslar Pietri escribió su novela a poco de que Rómulo Gallegos, compatriota suyo, señalara un hito literario con la publicación de su Doña Bárbara (1929), obra que se convertiría en la culminación de la narrativa regionalista, una corriente literaria de fuerte contenido simbólico que en las primeras décadas del siglo XX se ocupó de la singularidad latinoamericana. Sus mejores exponentes son las novelas La vorágine (1924, del colombiano José Eustasio Rivera), Don Segundo Sombra (1926, del argentino Ricardo Güiraldes) y la ya mencionada de Gallegos. La novela regionalista fluctúa entre un cierto folclorismo –descripción de tipos humanos característicos: el llanero venezolano, el cauchero colombiano, el gaucho argentino-, falto en todo caso del complaciente afán pintoresco que mucho lastraba la obra de autores precedentes; y, sobre todo, una concepción fatalista del hombre de estas tierras, sometido a su pesar a la inmensidad de un entorno agreste e implacable y convertido prácticamente en prolongación de las fuerzas ciegas de la naturaleza . La tendencia localista impregna buena parte de la novelística latinoamericana, lo que en muchos casos le enajena el interés del mundo de fuera. Uslar Pietri, sin desembarazarse del aprecio de lo vernáculo, optó por desmarcarse tanto del naturalismo paisajista y pintoresco como del regionalismo y sus resonancias alegóricas, especialmente aquella contraposición entre civilización y barbarie que le subyace (a modo de desarrollo del tema que el argentino Domingo Faustino Sarmiento planteara en su clásica novela Facundo, de 1845). El resultado es, al menos en el caso de la que reseño, una obra más apta al reconocimiento internacional.
‘Las lanzas coloradas’ tiene por contexto la guerra de independencia en lo que fuera la Capitanía General de Venezuela. 
En la breve extensión de la novela se condensa una variedad de personajes de distinta condición, destacando entre ellos el hacendado Fernando Fonta, joven soñador y de escaso temple, seducido por el idealismo de la causa independentista; y su brutal capataz, Presentación Campos, mulato fuerte, bravucón y de imponente presencia; ávido de acción y de gloria guerrera, Campos solivianta a los esclavos que dirige, destruye la hacienda y se pliega al ejército del general Boves, jefe realista famoso por su crueldad. 
Mientras Campos va en busca de la guerra y disfruta de sus atrocidades, el hacendado la padece. En compañía muy diversa –Fonta con sus dos amigos, uno de ellos un oficial inglés, Campos a la cabeza de los esclavos sublevados-, guiados por motivos contrapuestos, recorren ambos los amplios llanos venezolanos hasta toparse con los bandos en liza. La que hay es una guerra salvaje.Uslar Pietri no se va con medias tintas al representarla, pero tampoco hace de su novela libelo acusatorio ni folletín propagandístico. Lejos de formular discursos aleccionadores, se aplica a enfocar la lente en la violencia desatada, en la que los personajes no sirven más que de peones. El hombre que ha perdido su hacienda y cree muerta a su hermana, ese Fernando Fonta que en Caracas se uniera a los conspiradores que alentaban la instauración de la república, debe empuñar un arma cuando sus escasos arrestos se han extinguido. Por su parte, Campos, quien se ha unido al bando realista sólo por parecerle el más fuerte –y es que toda señal de debilidad lo asquea-, se luce en la refriega, complacido de enrojecer su lanza con la sangre del enemigo. No es la justicia de una causa o las iniquidades de su contraria lo que conduce la narración, en la parte medular, sino la ferocidad de la guerra y el salvajismo desbocado de los hombres del llano.

“La degollina se teje y desteje sañuda. Fúndense los montones de jinetes vertiginosos y las lanzas, como pájaros torpes, van rebotando en los pechos. Los gritos empavesan toda la atmósfera. Ya nadie es un hombre; cada cual es tan sólo una cosa fatal que sabe destruir, que quiere destruir, que no alienta sino para destruir”.

La figura señera de Bolívar se cierne a lo largo del relato como una sombra, como una obsesión, ominosa o esperanzadora según se trate de realistas o de patriotas. Nunca llega a tomar cuerpo, el Libertador, pero se presiente su significado. Es el hombre que ha encarnado la lucha por la emancipación y que, pese a no tener presencia material en la novela, pende sobre ella en correspondencia con su aura legendaria. No pueden Fonta y sus amigos verlo, han sido arrollados por los de Boves. Campos, el feroz pardo, herido de muerte, oye en su prisión los vivas al Libertador que se aproxima; desvaría, se enardece, quiere verlo…

“Viene. Aquel hombre que lo ha obsesionado. Que ha obsesionado toda la tierra de Venezuela. Está llegando. Va a pasar junto a él. Podrá verlo pasar a caballo. Haciendo un esfuerzo le verá la cara por entre las rejas del ventanillo.
“El griterío inunda las paredes, el techo, la sombra, y fatiga el delirio del herido. Siente el hervor de la sangre, de la sombra, de la tierra. Pasan como legiones de alas por el aire. Todo se estremece Comprende que está llegando algo que no a ver sino una vez en su vida. Afuera las voces llegan al paroxismo. Rueda, rueda y crece, crece como una rueda, y llega, llega. Se aproximan inminentemente. Resuenan junto a la pared. Llegan a la ventana. Estallan sobre ella”.

Rodrigo


- Arturo Uslar Pietri, Las lanzas coloradas. Ediciones Cátedra, Madrid, 2000. 302 pp.


21 mayo, 2012

CUENTO DE AJEDREZ


EL HECHIZO DE CAISSA

FERNANDO ORTEGA
Ed. Viceversa, 2011



En el Siglo XVIII, el británico Sir William Jones, escribió un poema cuyo título era el nombre de esta divinidad. El poema trata de las proposiciones amorosas que Ares, el dios de la guerra, hizo a la musa Caissa. Ésta no mostró el más mínimo interés por Ares, que desesperado pidió ayuda a Apolo, dios del deporte (y de la medicina, la luz, la música, etc...). Apolo creó el ajedrez para que Ares se lo ofreciese a Caissa como regalo, y que después Caissa trasladó a los hombres.



El juego del ajedrez es una actividad mayoritariamente masculina, racional por excelencia,  lo más parecido a un tratado de matemáticas, notación musical o  filosofía mezclados con el arte de la pesca o el scrabble. Algo para lo que hacen falta unos nervios de acero, una paciencia infinita...y silencio. Que se puede jugar física o mentalmente, si uno tiene buena memoria. Es todo un universo, un amplísimo campo donde se conjugan múltiples factores, y donde la implicación del jugador es total.

Pero Fernando Ortega (Valencia, 1968), en su debut literario con El hechizo de Caissa,  ha demostrado que el ajedrez es mucho más. Licenciado en Ciencias de la Actividad física y el Deporte, es profesor de instituto y acérrimo defensor del esfuerzo y del aprendizaje, de la enseñanza y de la cultura...además del ajedrez.

La novela tiene una estructura de cierta complejidad, que trata de subsanar marcando las distintos hilos narrativos con tipos de letra diferentes. Cada capítulo muestra tres líneas de discurso: en un recuadro con tipografía de vieja máquina de escribir, hay un texto firmado por “el escriba de Caissa”. No sabremos quién escribe esto casi hasta el final del libro. Esos textos aislados nos hablan de una concepción de la vida en términos ajedrecistas. Una concepción lúdica, gozosa, feliz.

En el siguiente hilo, nos vemos inmersos en una partida de ajedrez, inserta en un torneo, una competición de altura. El protagonista lo narra en primera persona, ya que él es uno de los contendientes. Y sólo asistimos a una jugada cada vez, aunque también se nos muestra todo lo que la rodea, movimientos, sonidos, olores y miradas. Esta es la parte donde los aficionados disfrutarán y le extraerán más provecho que los legos.

Finalmente, viene la narración de la historia propiamente dicha, también en primera persona, a cargo de Marcos, un joven de origen argentino, adoptado por Roberto Vázquez, viudo madrileño, ajedrecista que ha abandonado las competiciones y la vida pública, encerrándose en el oscuro trabajo de una biblioteca y reservando un par de días para jugar un viejo amigo, invidente. Nos resulta chocante esta adopción, no comprendemos por qué un viudo que parece vivir en un mundo autista y que no es precisamente amante de los niños, se ha empeñado en llevarse consigo a este pequeño niño de cinco años, arrancándolo de los brazos de su tata María Laura, del mundo amoroso y femenino de la infancia y  trasladarlo de su Argentina natal a un país extraño y diferente, sin que haya una mujer en casa, sin encontrar un ambiente acogedor sino una fría y seca acogida. Pero la explicación llegará, si somos pacientes y seguimos la lectura con mucha atención.  Y entenderemos.

Marcos nos cuenta su vida desde el momento en que llega a Madrid. Nos lo narra como si, mientras espera la siguiente jugada de su oponente, fuera haciendo un recuento de su vida, una vida muy joven todavía, pero ya adulta. El relato nos sugiere continuos interrogantes, cuya respuesta iremos encontrando a lo largo de las páginas, en un viaje del pasado al presente lleno de misterios y de dudas,  sufrimientos y de angustias,  pequeños placeres y momentos gozosos. Recorrido iniciático, de aprendizaje; no sólo de ajedrez, sino de la vida. Como un aceite balsámico que aliña la ensalada de este niño-adolescente-joven,  el ajedrez lo impregna todo. Un mundo en blanco y negro, de reglas, tácticas, estrategias, aperturas, juegos medios, avances, jaques y tablas. Mundo que, curiosamente, se mueve para conseguir una reina y para matar al rey. Una parábola, una sustitución de esa realidad hostil por esa otra ficción controlada por el reloj y las sesenta y cuatro casillas, donde podemos repetir movimientos, con pequeñas o grandes variaciones, pero siempre en campo acotado y con un tiempo límite: la muerte, que también está presente en la narración, la muerte real y la muerte virtual. 

La búsqueda de explicaciones, la dolorosa necesidad de un padre/maestro, hacen que  la soledad frente un Roberto lejano e inasequible lleve a buscar y encontrar otros maestros, saltando del “abuelo” ciego, a Onofre, la guarida del Paraíso, y finalmente a Adrián, odioso personaje cuya tiranía sustituye a la paterna, llenando de normas y obligaciones el deseo de superación de Marcos; el amor, el deseo soterrados, subliman en la pasión constante del juego, que le absorbe todas sus energías. La supeditación de todo su universo en función de una sola idea, Caissa: el ajedrez. Todo ello es lo que encontramos en esta lectura. Pero el ajedrez es un símbolo: podría ser la música, internet, o los videojuegos. Claro que el ajedrez se presta mucho más a ese simbolismo.

No es casual que en la casa que acoge a Marcos no haya mujer. No hay madre/reina; sólo padre/rey, y muy problemático, lejano, excesivamente racional y perfeccionista, con un pasado enigmático y oscuro. No es casual, insisto, esta inmersión casi obsesiva en el mundo masculino. Entre sus amistades, el personaje de Matías –único verdaderamente “normal” entre tanto friki– es muy amable y la inasequible Sandra, la  parte femenina de la novela, es difícil de encajar, salvo por su fuerte simbolismo. Se echa en falta más información sobre Roberto, el padre, y su fallecida esposa, de la que no sabemos nada. Roberto queda siempre en el fondo, a oscuras, como un contrapunto para que Marcos brille. De un modo u otro, el mundo del juego que atrae a Marcos, le hipnotiza como en un hechizo, es un mundo lógico y matemático, hiperracional, en el que nuestro protagonista desea introducir algo de pasión, de sentimiento, un fogonazo de emoción mientras choca, sistemáticamente, con los muros humanos que le rodean. Las dos concepciones del juego: el frío, racional y perfecto frente al intuitivo, genial y emocionante, se alternan en la historia, y Marcos es quien ha de decidir cual elegirá.
 
A lo largo del relato se avanza hacia una investigación de sus orígenes, ligada a su progreso con la técnica del ajedrez, llegando al final a un clímax realmente opresivo y explosivo. El autor dosifica bastante bien la información y el avance del protagonista en su ansia de saber, de subir, de llegar. Únicamente en algunos pasajes se excede un tanto en las explicaciones ajedrecísticas, llegando a resultar, para el lector ajeno al mundo del juego, algo lentas de digerir. El aficionado al ajedrez disfrutará muchísimo, sin embargo, con esta lectura.

En suma, una opera prima de bastante calidad literaria, bien escrita, con un  cuidado lenguaje juvenil, que mantiene el interés, aunque le cueste un poco de arrancar; que crea unos personajes obsesivos pero verosímiles, -quizás el femenino es el más flojo en cuanto a su desarrollo-, cargados de simbolismo, y sobre todo, nos cuenta una historia que interesa y apasiona, y que puede tomarse literal y/o metafóricamente como un viaje iniciático hacia la madurez y hacia la vida, con una idea central: “la única meta de la seducción es disfrutar de ella misma.(....). Juego, ciencia, deporte, arte...y de nuevo, juego.”(pág. 373)

 Ariodante

¡Sálvese quien pueda! - Andrés Oppenheimer

¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la robotización. Oppenheimer siempre me ha llamado la atención, si bien no he sid...