Gustav
Janouch
Conversaciones con
Kafka
es una obra peculiar. Recoge las conversaciones mantenidas entre 1920 y 1924
por el autor del libro (entonces un joven con inclinaciones literarias y
artísticas) con Kafka. Esta extraña
amistad nace de la relación laboral del padre de Janouch con Kafka (ambos eran
funcionarios del Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo) a quien admira
y respeta por sus opiniones y comportamiento. De este modo, Janouch tendrá acceso
directo al despacho de Kafka los días en que acuda a visitar a su padre,
observándole en su entorno laboral y acompañándole de vuelta a su casa en la
Plaza Vieja. Según la relación se vuelve más estable, el joven acompañará a
Kafka en alguno de sus paseos vespertinos.
Entre los estudiosos
serios de la vida y obra del autor checo este libro no goza de excesivo
crédito. Quizá se deba a que Kafka dejó un enorme corpus escrito en forma de
correspondencia y diarios que ofrece una ingente información de primera mano
sobre su vida y pensamiento. Otra importante razón es que las conversaciones
que aquí se recogen aparecen desligadas de contexto, en muchas ocasiones como
una acumulación de aforismos agrupados temáticamente. Que el copista de los
mismos fuera un joven que sentía una gran admiración por su maestro pero que
difícilmente tenía capacidad para reflejar de manera objetiva y alejada del
tumultuoso espíritu juvenil, las precisas observaciones de Kafka, es otro
argumento en contra de dar plena confianza a lo recogido en el texto.
En la propia
introducción del autor se recoge otro hecho sorprendente que explica la
diferencia entre la primera versión del libro, publicada por Max Brod, y la
edición definitiva con nuevas conversaciones. Según informa Janouch, los
párrafos suprimidos en la versión de Brod no fueron rechazados por éste sino
que la persona que hizo las copias a máquina para enviarlas a la editorial,
suprimió (quizá por ganar tiempo, o porque no eran de su gusto), numerosos
pasajes. Las hojas que contenían estas partes hicieron su aparición años
después en casa de Janouch, donde siempre habían estado guardadas sin ser
consciente de ello. Se ha sugerido la posibilidad de que la adición en la
edición definitiva haya sido "adulterada" para incluir reflexiones
que puedan apoyar la tesis de un Kafka visionario, profeta de los desastres de
la Guerra, el Holocausto o el Comunismo.
Dudas aparte, lo
cierto es que este libro nos ofrece una imagen de Kafka algo diferente a la
habitual pero, en esencia, totalmente acorde con lo que se sabe de él. Su
gravedad y su seriedad a la hora de expresar sus opiniones, sus convicciones
sobre el papel de la Literatura en la sociedad o su visión del judío de
principios del siglo XX, alejado del gueto pero incapaz de hallar un lugar bajo
el sol en el nuevo mundo que está surgiendo son una constante de su pensamiento
a través de sus obras de ficción, diarios, correspondencia o estas
conversaciones. .
Hay otras escenas que
pueden resultar más sorprendentes, como las visitas a iglesias, a las que
parece aficionado. Igualmente, Kafka se revela como un consumado conocedor de
Praga, de sus recovecos y callejones, sus patios oscuros y los pasadizos más
recónditos o la casa en que residieron pintores, políticos o músicos; todo ello
le es familiar, como si fuera el cronista de la ciudad. También emerge un Kafka
conocedor de la ciencia de su época; en las conversaciones utiliza símiles y
metáforas tomadas de la mecánica de los fluidos, los fotones, etc. No parece
que se trate, por tanto, de una persona totalmente entregada a sus reflexiones
y a sus escritos, ajena del mundo y sus avances.
Esta imagen, que
tanto ha distorsionado su figura, se suele ejemplificar con una entrada de su
diario en la que coloca al mismo nivel un suceso trivial con la entrada de
Rusia en la Primera Guerra Mundial contra Austria-Hungría. Por contra, el Kafka
que aquí se nos presenta está muy pendiente de la actividad política de su
época por el nacimiento de la República Checa tras el desmembramiento del
Imperio Austrohúngaro, las corrientes sociales más extremas, las
manifestaciones sindicales o, incluso, el movimiento sionista (su amigo Brod se
presentaba a las elecciones por un partido que aspiraba a obtener un escaño por
esta opción).
Pero todas estas
corrientes sociales, políticas o ideológicas, producían un gran recelo y miedo
en Kafka, no por los fines que perseguían, sino por lo que suponen de anulación
del individuo. El Hombre, ese ser rico, con matices, capaz del bien y del mal
por su propia elección, queda en un segundo plano por el peso de la masa que le
instruye de modo que todo atisbo de pensamiento pasa a un segundo plano. Es la
masa enfervorecida la que destruye la libertad del individuo imponiendo su
propia Ley, su propia forma.
El pensamiento paradójico de Kafka lo
abarca todo y corrige las apreciaciones apresuradas de su joven contertulio.
Siempre un matiz, cuando no, una opinión en principio disparatada sobre las
cuestiones más diversas, sean la Literatura, el Arte, la Vida o la Muerte, y
todo ello con la precisión lingüística que le es propia. De este modo no se
priva de corregir cualquier posible malinterpretación que de sus palabras pueda
hacer Janouch (“El lenguaje es el ropaje de lo indestructible que hay en
nosotros; un ropaje que nos sobrevive”).
Por las líneas del libro afloran detalles
humanos de gran valor, como la información de que al tiempo que defendía
judicialmente causas a favor del Instituto, sufragaba de su bolsillo la defensa
jurídica del trabajador afectado, como forma de justicia equilibradora
salvaguardando al mismo tiempo su lealtad al Instituto y a su propia
conciencia.
Conversaciones con Kafka nos permite conocer
la relación de Kafka con su compañero de despacho a quien respeta pese a la
escasa simpatía que éste le profesa; también podemos llegar a comprender cómo
su trabajo en el Instituto le causaba tanto malestar y rechazo pese a su
desempeño siempre correcto e incluso ejemplar.
Las paradojas de Kafka están muy unidas a su
característico sentido del humor que la imagen vulgarizada de su figura ha
obviado totalmente en favor de un ser tenebroso y depresivo. Por contra,
Janouch (igual que Max Brod) pone de manifiesto las numerosas ocasiones en que
sus conversaciones terminaban en una carcajada, o al menos en el especial modo
de carcajear que tenía Kafka.
Este libro no será de interés para aquellos
que pretendan acercarse a conocer al autor checo, antes bien, les confundirá
por su estilo meramente acumulativo y algo desordenado, así como por la
seriedad de muchas de las reflexiones que en él se contienen. Para aquellos
conocedores de la persona y obra de Kafka el libro puede ser un extraordinario
contrapunto con el que disfrutar con cada una de las reflexiones que en él se
contienen pues, aunque no hubieran sido pronunciadas por Kafka (al menos en su
literalidad), éste las habría suscrito totalmente.
GWW
Datos del libro
- 13.0x20.0cm.
- Nº de páginas: 354 págs.
- Editorial: DESTINO
- Lengua: CASTELLANO
- Encuadernación: Tapa blanda
- ISBN: 9788423328321
- Año edicón: 1998
- Plaza de edición: BARCELONA