23 mayo, 2012

A LANZAZOS


Las lanzas coloradas 
 Arturo Uslar Pietri


El venezolano Arturo Uslar Pietri (1906-2001) es uno de los nombres mayores de la literatura hispanoamericana; se lo considera el padre de la moderna novela histórica surgida en estas latitudes. Las lanzas coloradas (1931) es su obra más famosa, uno de esos clásicos que figuran en todos los manuales y que, por supuesto, muy pocos de nuestros escolares (y adultos) leen. Escrita durante una estancia en París y publicada por vez primera en España, le valió a su autor un éxito inmediato, que luego consolidaría merced a otras seis novelas, multitud de volúmenes de género diverso (destacando una amplia producción ensayística) y una columna de opinión que sostuvo por mucho tiempo, “Pizarrón”, muy estimada en su país.
Uslar Pietri escribió su novela a poco de que Rómulo Gallegos, compatriota suyo, señalara un hito literario con la publicación de su Doña Bárbara (1929), obra que se convertiría en la culminación de la narrativa regionalista, una corriente literaria de fuerte contenido simbólico que en las primeras décadas del siglo XX se ocupó de la singularidad latinoamericana. Sus mejores exponentes son las novelas La vorágine (1924, del colombiano José Eustasio Rivera), Don Segundo Sombra (1926, del argentino Ricardo Güiraldes) y la ya mencionada de Gallegos. La novela regionalista fluctúa entre un cierto folclorismo –descripción de tipos humanos característicos: el llanero venezolano, el cauchero colombiano, el gaucho argentino-, falto en todo caso del complaciente afán pintoresco que mucho lastraba la obra de autores precedentes; y, sobre todo, una concepción fatalista del hombre de estas tierras, sometido a su pesar a la inmensidad de un entorno agreste e implacable y convertido prácticamente en prolongación de las fuerzas ciegas de la naturaleza . La tendencia localista impregna buena parte de la novelística latinoamericana, lo que en muchos casos le enajena el interés del mundo de fuera. Uslar Pietri, sin desembarazarse del aprecio de lo vernáculo, optó por desmarcarse tanto del naturalismo paisajista y pintoresco como del regionalismo y sus resonancias alegóricas, especialmente aquella contraposición entre civilización y barbarie que le subyace (a modo de desarrollo del tema que el argentino Domingo Faustino Sarmiento planteara en su clásica novela Facundo, de 1845). El resultado es, al menos en el caso de la que reseño, una obra más apta al reconocimiento internacional.
‘Las lanzas coloradas’ tiene por contexto la guerra de independencia en lo que fuera la Capitanía General de Venezuela. 
En la breve extensión de la novela se condensa una variedad de personajes de distinta condición, destacando entre ellos el hacendado Fernando Fonta, joven soñador y de escaso temple, seducido por el idealismo de la causa independentista; y su brutal capataz, Presentación Campos, mulato fuerte, bravucón y de imponente presencia; ávido de acción y de gloria guerrera, Campos solivianta a los esclavos que dirige, destruye la hacienda y se pliega al ejército del general Boves, jefe realista famoso por su crueldad. 
Mientras Campos va en busca de la guerra y disfruta de sus atrocidades, el hacendado la padece. En compañía muy diversa –Fonta con sus dos amigos, uno de ellos un oficial inglés, Campos a la cabeza de los esclavos sublevados-, guiados por motivos contrapuestos, recorren ambos los amplios llanos venezolanos hasta toparse con los bandos en liza. La que hay es una guerra salvaje.Uslar Pietri no se va con medias tintas al representarla, pero tampoco hace de su novela libelo acusatorio ni folletín propagandístico. Lejos de formular discursos aleccionadores, se aplica a enfocar la lente en la violencia desatada, en la que los personajes no sirven más que de peones. El hombre que ha perdido su hacienda y cree muerta a su hermana, ese Fernando Fonta que en Caracas se uniera a los conspiradores que alentaban la instauración de la república, debe empuñar un arma cuando sus escasos arrestos se han extinguido. Por su parte, Campos, quien se ha unido al bando realista sólo por parecerle el más fuerte –y es que toda señal de debilidad lo asquea-, se luce en la refriega, complacido de enrojecer su lanza con la sangre del enemigo. No es la justicia de una causa o las iniquidades de su contraria lo que conduce la narración, en la parte medular, sino la ferocidad de la guerra y el salvajismo desbocado de los hombres del llano.

“La degollina se teje y desteje sañuda. Fúndense los montones de jinetes vertiginosos y las lanzas, como pájaros torpes, van rebotando en los pechos. Los gritos empavesan toda la atmósfera. Ya nadie es un hombre; cada cual es tan sólo una cosa fatal que sabe destruir, que quiere destruir, que no alienta sino para destruir”.

La figura señera de Bolívar se cierne a lo largo del relato como una sombra, como una obsesión, ominosa o esperanzadora según se trate de realistas o de patriotas. Nunca llega a tomar cuerpo, el Libertador, pero se presiente su significado. Es el hombre que ha encarnado la lucha por la emancipación y que, pese a no tener presencia material en la novela, pende sobre ella en correspondencia con su aura legendaria. No pueden Fonta y sus amigos verlo, han sido arrollados por los de Boves. Campos, el feroz pardo, herido de muerte, oye en su prisión los vivas al Libertador que se aproxima; desvaría, se enardece, quiere verlo…

“Viene. Aquel hombre que lo ha obsesionado. Que ha obsesionado toda la tierra de Venezuela. Está llegando. Va a pasar junto a él. Podrá verlo pasar a caballo. Haciendo un esfuerzo le verá la cara por entre las rejas del ventanillo.
“El griterío inunda las paredes, el techo, la sombra, y fatiga el delirio del herido. Siente el hervor de la sangre, de la sombra, de la tierra. Pasan como legiones de alas por el aire. Todo se estremece Comprende que está llegando algo que no a ver sino una vez en su vida. Afuera las voces llegan al paroxismo. Rueda, rueda y crece, crece como una rueda, y llega, llega. Se aproximan inminentemente. Resuenan junto a la pared. Llegan a la ventana. Estallan sobre ella”.

Rodrigo


- Arturo Uslar Pietri, Las lanzas coloradas. Ediciones Cátedra, Madrid, 2000. 302 pp.


21 mayo, 2012

CUENTO DE AJEDREZ


EL HECHIZO DE CAISSA

FERNANDO ORTEGA
Ed. Viceversa, 2011



En el Siglo XVIII, el británico Sir William Jones, escribió un poema cuyo título era el nombre de esta divinidad. El poema trata de las proposiciones amorosas que Ares, el dios de la guerra, hizo a la musa Caissa. Ésta no mostró el más mínimo interés por Ares, que desesperado pidió ayuda a Apolo, dios del deporte (y de la medicina, la luz, la música, etc...). Apolo creó el ajedrez para que Ares se lo ofreciese a Caissa como regalo, y que después Caissa trasladó a los hombres.



El juego del ajedrez es una actividad mayoritariamente masculina, racional por excelencia,  lo más parecido a un tratado de matemáticas, notación musical o  filosofía mezclados con el arte de la pesca o el scrabble. Algo para lo que hacen falta unos nervios de acero, una paciencia infinita...y silencio. Que se puede jugar física o mentalmente, si uno tiene buena memoria. Es todo un universo, un amplísimo campo donde se conjugan múltiples factores, y donde la implicación del jugador es total.

Pero Fernando Ortega (Valencia, 1968), en su debut literario con El hechizo de Caissa,  ha demostrado que el ajedrez es mucho más. Licenciado en Ciencias de la Actividad física y el Deporte, es profesor de instituto y acérrimo defensor del esfuerzo y del aprendizaje, de la enseñanza y de la cultura...además del ajedrez.

La novela tiene una estructura de cierta complejidad, que trata de subsanar marcando las distintos hilos narrativos con tipos de letra diferentes. Cada capítulo muestra tres líneas de discurso: en un recuadro con tipografía de vieja máquina de escribir, hay un texto firmado por “el escriba de Caissa”. No sabremos quién escribe esto casi hasta el final del libro. Esos textos aislados nos hablan de una concepción de la vida en términos ajedrecistas. Una concepción lúdica, gozosa, feliz.

En el siguiente hilo, nos vemos inmersos en una partida de ajedrez, inserta en un torneo, una competición de altura. El protagonista lo narra en primera persona, ya que él es uno de los contendientes. Y sólo asistimos a una jugada cada vez, aunque también se nos muestra todo lo que la rodea, movimientos, sonidos, olores y miradas. Esta es la parte donde los aficionados disfrutarán y le extraerán más provecho que los legos.

Finalmente, viene la narración de la historia propiamente dicha, también en primera persona, a cargo de Marcos, un joven de origen argentino, adoptado por Roberto Vázquez, viudo madrileño, ajedrecista que ha abandonado las competiciones y la vida pública, encerrándose en el oscuro trabajo de una biblioteca y reservando un par de días para jugar un viejo amigo, invidente. Nos resulta chocante esta adopción, no comprendemos por qué un viudo que parece vivir en un mundo autista y que no es precisamente amante de los niños, se ha empeñado en llevarse consigo a este pequeño niño de cinco años, arrancándolo de los brazos de su tata María Laura, del mundo amoroso y femenino de la infancia y  trasladarlo de su Argentina natal a un país extraño y diferente, sin que haya una mujer en casa, sin encontrar un ambiente acogedor sino una fría y seca acogida. Pero la explicación llegará, si somos pacientes y seguimos la lectura con mucha atención.  Y entenderemos.

Marcos nos cuenta su vida desde el momento en que llega a Madrid. Nos lo narra como si, mientras espera la siguiente jugada de su oponente, fuera haciendo un recuento de su vida, una vida muy joven todavía, pero ya adulta. El relato nos sugiere continuos interrogantes, cuya respuesta iremos encontrando a lo largo de las páginas, en un viaje del pasado al presente lleno de misterios y de dudas,  sufrimientos y de angustias,  pequeños placeres y momentos gozosos. Recorrido iniciático, de aprendizaje; no sólo de ajedrez, sino de la vida. Como un aceite balsámico que aliña la ensalada de este niño-adolescente-joven,  el ajedrez lo impregna todo. Un mundo en blanco y negro, de reglas, tácticas, estrategias, aperturas, juegos medios, avances, jaques y tablas. Mundo que, curiosamente, se mueve para conseguir una reina y para matar al rey. Una parábola, una sustitución de esa realidad hostil por esa otra ficción controlada por el reloj y las sesenta y cuatro casillas, donde podemos repetir movimientos, con pequeñas o grandes variaciones, pero siempre en campo acotado y con un tiempo límite: la muerte, que también está presente en la narración, la muerte real y la muerte virtual. 

La búsqueda de explicaciones, la dolorosa necesidad de un padre/maestro, hacen que  la soledad frente un Roberto lejano e inasequible lleve a buscar y encontrar otros maestros, saltando del “abuelo” ciego, a Onofre, la guarida del Paraíso, y finalmente a Adrián, odioso personaje cuya tiranía sustituye a la paterna, llenando de normas y obligaciones el deseo de superación de Marcos; el amor, el deseo soterrados, subliman en la pasión constante del juego, que le absorbe todas sus energías. La supeditación de todo su universo en función de una sola idea, Caissa: el ajedrez. Todo ello es lo que encontramos en esta lectura. Pero el ajedrez es un símbolo: podría ser la música, internet, o los videojuegos. Claro que el ajedrez se presta mucho más a ese simbolismo.

No es casual que en la casa que acoge a Marcos no haya mujer. No hay madre/reina; sólo padre/rey, y muy problemático, lejano, excesivamente racional y perfeccionista, con un pasado enigmático y oscuro. No es casual, insisto, esta inmersión casi obsesiva en el mundo masculino. Entre sus amistades, el personaje de Matías –único verdaderamente “normal” entre tanto friki– es muy amable y la inasequible Sandra, la  parte femenina de la novela, es difícil de encajar, salvo por su fuerte simbolismo. Se echa en falta más información sobre Roberto, el padre, y su fallecida esposa, de la que no sabemos nada. Roberto queda siempre en el fondo, a oscuras, como un contrapunto para que Marcos brille. De un modo u otro, el mundo del juego que atrae a Marcos, le hipnotiza como en un hechizo, es un mundo lógico y matemático, hiperracional, en el que nuestro protagonista desea introducir algo de pasión, de sentimiento, un fogonazo de emoción mientras choca, sistemáticamente, con los muros humanos que le rodean. Las dos concepciones del juego: el frío, racional y perfecto frente al intuitivo, genial y emocionante, se alternan en la historia, y Marcos es quien ha de decidir cual elegirá.
 
A lo largo del relato se avanza hacia una investigación de sus orígenes, ligada a su progreso con la técnica del ajedrez, llegando al final a un clímax realmente opresivo y explosivo. El autor dosifica bastante bien la información y el avance del protagonista en su ansia de saber, de subir, de llegar. Únicamente en algunos pasajes se excede un tanto en las explicaciones ajedrecísticas, llegando a resultar, para el lector ajeno al mundo del juego, algo lentas de digerir. El aficionado al ajedrez disfrutará muchísimo, sin embargo, con esta lectura.

En suma, una opera prima de bastante calidad literaria, bien escrita, con un  cuidado lenguaje juvenil, que mantiene el interés, aunque le cueste un poco de arrancar; que crea unos personajes obsesivos pero verosímiles, -quizás el femenino es el más flojo en cuanto a su desarrollo-, cargados de simbolismo, y sobre todo, nos cuenta una historia que interesa y apasiona, y que puede tomarse literal y/o metafóricamente como un viaje iniciático hacia la madurez y hacia la vida, con una idea central: “la única meta de la seducción es disfrutar de ella misma.(....). Juego, ciencia, deporte, arte...y de nuevo, juego.”(pág. 373)

 Ariodante

19 mayo, 2012

ALQUIMIA LITERARIA


EL ALQUIMISTA

PAULO COELHO

Quién no ha leído Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll,  El Principito de Antoine de Saint Exupéry o Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach. Todos ellos son relatos que tienen algún trasfondo detrás de su inocente apariencia externa. Nos parecen simples historias para niños o jóvenes escritas con la intención de entretenernos y aficionarnos a la lectura pero todos nos enseñan algo. Incluso en las programaciones escolares son obras que se eligen como lecturas obligadas pero no son escogidas al azar, por decir que los alumnos tienen que leer algo. Los alumnos deben explicar lo que el autor nos ha querido enseñar con esas historias, algunas con apariencia irreal, disparatada; otras, como quimeras, sueños. Pero todas ellas esconden un fin. 

Algo semejante pasa con El Alquimista (O Alquimista), novela de Paulo Coelho. En el prefacio, narrado en primera persona, el autor nos dice que es un libro simbólico, a diferencia de El Peregrino de Compostela (Diario de un mago), que fue un trabajo descriptivo. Siempre estuvo muy interesado en la Alquimia, a la cual dedicó once años de su vida y  confiesa que le interesaba más descubrir el Elixir de la Larga vida, pues le desesperaba el pensamiento de que todo se acabaría algún día, antes de entender y sentir la presencia de Dios tras hacer el Camino de Santiago. Su maestro, RAM, el cual le reconduce por el camino que estaba trazado para él, le explica que existen tres tipos de alquimistas:

- “Aquellos  que son imprecisos porque no saben de lo que están hablando, aquellos que lo son porque saben de lo que están hablando pero también saben que el lenguaje de la Alquimia es un lenguaje dirigido al corazón y no a la razón”.
- “¿Y cuál es el tercer tipo? –pregunté- “Aquellos que jamás oyeron hablar de Alquimia pero que consiguieron, a través de sus vidas la Piedra Filosofal”.


Paulo Coelho (Río de Janeiro, 24 de agosto de 1947). En 1972 inicia su carrera como autor, que incluye trabajos periodísticos, guiones para la televisión, dirección escénica o composición de canciones, aunque su fama viene derivada de su labor como novelista. En 1974 fue encarcelado, acusado de subversión por el gobierno brasileño. Se caso con la pintora Cristina Oiticia y con ella adoptó los preceptos de la orden religiosa RAM (rigor, amor, misericordia). Su primer gran éxito  fue “El peregrino de Compostela”(1987), donde relato sus experiencias durante la peregrinación por el Camino de Santiago. Otros títulos conocidos internacionalmente son; “Brida”, “Las Valquirias”, “La quinta Montaña”, “Verónica decide Morir”  “A orillas del río piedra me senté y llore” y “Once Minutos”.

Ya en tercera persona, el narrador nos relata la historia de Santiago, un pastor que se desplaza con su rebaño por los campos andaluces. Durante dos noches duerme en una iglesia abandonada y sueña con que un niño se acercaba a él y a sus ovejas y comenzaba a jugar con éstas. Después conducía a Santiago hasta las pirámides de Egipto donde se hallaba un tesoro. Cuando llegó a Tarifa, fue a contarle su sueño a una gitana. Ésta le dijo que debía viajar hasta Egipto para encontrar su tesoro. Descontento, se sienta en  un banco de la plaza a leer un libro y conoce a un anciano que dice ser el rey de Salem. El misterioso rey le cuenta una historia: la meta en la tierra de todo hombre es su Leyenda Personal,”Cuando una persona desea realmente algo, el Universo entero conspira para que pueda realizar su sueño". 

El pastor decide viajar a África. Desembarca en Tánger y empieza su largo camino que le llevaría hasta el tesoro. Se da cuenta de que ha llegado a una tierra ajena. Todos hablan lenguas extrañas y tienen costumbres y vestimentas muy diferentes. Al poco tiempo de llegar a la ciudad un chico le roba el dinero que había conseguido vendiendo sus ovejas. Un comerciante de cristal le da trabajo en su tienda. Había transcurrido casi un año y se acuerda de que tiene que seguir con su Leyenda Personal. 
 
Pero aún le esperaban una serie de vicisitudes hasta llegar a las Pirámides, que era donde encontraría su tesoro. Se marcha con una caravana que partía al día siguiente para atravesar el desierto. Como había guerras tribales viajaban con precaución y querían llegar pronto al oasis, porque según la Tradición era un lugar neutral y no podía ser atacado. Se enamora de Fátima, sólo de verla ir a recoger agua al pozo con un cántaro. Caminando por el desierto, cerca del oasis, se encuentra con un jinete misterioso que le hace unas preguntas intimidantes. Como le hablaba de cosas que poca gente conocía se da cuenta de que era el alquimista. Éste acepta acompañarle hasta las pirámides, no sin antes pasar por una serie de peligros y pruebas. El jinete decide separarse del muchacho al llegar a un monasterio copto. Allí son recibidos por un monje. Santiago viaja solo hasta llegar a las Pirámides. Al verlas, llora y donde caen sus lágrimas empieza a cavar. Allí estaba su tesoro. 
 
Este best-seller de Paulo Coelho está escrito con un lenguaje sencillo, directo y lleno de sentencias y términos simbolistas, como Leyenda Personal, Lenguaje del Mundo, Gran Obra, que le dan al texto un sentido alegórico y otras veces metafórico. Se intercalan historias bíblicas como la que figura en el prefacio contando cómo Nuestra Señora y el niño Jesús deciden bajar a un monasterio. También encontramos otra sobre Jesús, ocurrida en el  reinado de Tiberio. El personaje de Melquisedec, el rey de Salem, lo encontramos en el Génesis. También en el prefacio el autor nos relata la historia de Narciso. A lo largo de la novela observamos cómo el joven va conversando con personas mayores, como Melquisedec, el mercader, el inglés o el alquimista. Es curioso que se forma siempre una relación maestro y alumno, pues de esta manera el autor nos da a conocer conceptos moralizantes. 

Vemos también, como es habitual en el escritor brasileño, la relación con la naturaleza,  que normalmente, en sus obras, siempre tiene un momento para acordarse de la ella: En este caso, los campos de Andalucía, el desierto, las montañas o el rebaño de ovejas.

El ritmo es algo lento por su realismo simbólico pero no falto de aventuras. Ritmo que nos permite imaginarnos perfectamente cada escenario por el que el protagonista viaja en busca de su sueño, de su Leyenda Personal.

Francisco Portela

Título Original. O Alquimista
Traducción: Monserrat Mira
Editorial Planeta, 2007
Pág.: 184


¡Sálvese quien pueda! - Andrés Oppenheimer

¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la robotización. Oppenheimer siempre me ha llamado la atención, si bien no he sid...