03 abril, 2013

UNA RATA DE LIBRERÍA


Firmin 
Sam Savage


La historia de Firmin es fácilmente resumible. Una rata se acoge en una librería para parir a su parentela. Entre su abundante prole pronto se destaca Firmin, el más pequeño y débil eslabón de toda la camada. A punto de morir de hambre al ser incapaz de luchar contra sus hermanos por la leche de su madre, acaba por sobrevivir alimentándose de la celulosa que extrae del papel de libros. Con el tiempo descubrirá que ha aprendido a leer por lo que los libros dejan de convertirse en alimento físico para pasar a ser su ventana al mundo y su referencia espiritual.

Cuando sus hermanos acaban por abandonar la librería para labrarse el futuro en los alrededores de la plaza Scollay de Boston, Firmin queda como rata soberana de la vieja tienda de libros del excéntrico Norman Shine. Tanto lee la pequeña rata que acaba por convertirse en un ser humano, con sus complejidades morales y psicológicas. Su cuerpo sigue, sin embargo, apresado en la fisonomía de una rata lo que le lleva a evitar con espanto los espejos y reflejos que le recuerdan su triste realidad, mientras sueña con hermosas mujeres desnudas -que conoce gracias a las sesiones nocturnas de un cine al que llaman la “casa de los picores”- y, fundamentalmente, con Ginger Rogers de quien se enamora perdidamente gracias a las proyecciones que contempla extasiado mientras rebusca comida en el suelo del patio de butacas.

Esta locura le lleva al convencimiento de que Norman, el librero, acabará por aceptar su presencia como la de un igual, un colega literario. La realidad se impone dramáticamente cuando el librero descubre a la rata y casi logra matarla con un veneno.
Pero no es éste el final de Firmin. Como un humano, logra rehacer su maltrecha estima y es “adoptada” por un escritor de poco éxito que malvive con la venta ambulante de sus obras y que reside en el mismo edificio donde se ubica la librería. Jerry acepta a la rata como tal, y apenas se sorprende de que lea. Ambos son parias de una sociedad que no les acepta y la victoria de Firmin es pírrica: finalmente no se sabe a ciencia cierta quién cuida de quién, ha entrado en el mundo de los humanos por la puerta falsa.

Entre tanto, la política urbanística de Boston lleva al saneamiento de la degradada plaza Scollay, paisaje vital de Firmin y de los personajes que le rodean. Su vida se precipita, como el final de un libro, inexorablemente. Ni siquiera el milagro de una rata lectora sirve para evitar la última hora; al contrario, a diferencia que el resto de ratas, Firmin sufre la conciencia de su propio fin, muere, por tanto, con sufrimiento exclusivamente humano.
El protagonismo de un animal nos lleva a una rica y larga tradición que se remonta a las fábulas de la Antigüedad. En la mayoría de los casos se sobreentiende que la referencia a un animal es el modo idóneo de aludir a la especie humana marcando una distancia que permita objetivizar hechos, opiniones o conductas que, de no mediar tal recurso, nos parecerían corrientes. La finalidad es, por tanto, la de poner de manifiesto las contradicciones del hombre, denunciar la hipocresía o extraer lecciones sobre el comportamiento humano.
Kafka tomó esta forma literaria y la reelaboró completamente. Frente a una fábula que persigue un mensaje general, Kafka adopta la fórmula animal con un fin más intimista, como una explicación de su visión particular y privativa del mundo. La fábula deja de ser vehículo de denuncia o instrumento moralizador para convertirse en un género exclusivamente literario.

Savage emplea a Firmin con muy diversos fines. De una parte, le permite comentar libros y autores (son curiosas las relaciones que establece entre algunos libros y el gusto que sus páginas dejan en Firmin) lo que hará las delicias de quienes disfrutan compartiendo opiniones sobre lecturas comunes o aprendiendo nuevos nombres. De otra parte, Firmin, esa rata que no pertenece al mundo de las ratas, pero tampoco al de los hombres, que vive, por tanto, en un terreno propio pero incierto, simboliza esa extrañeza que, en algún momento, todo buen lector ha sentido. Aferrado a un libro, en atenta lectura, esa actividad sedentaria e individual por excelencia que nos aleja de nuestros amigos y familiares (aunque, qué duda cabe, también nos acerca más a ellos).

Firmin se ha ganado un lugar en los puestos más altos de las listas de ventas a pesar de ser un libro con escaso apoyo publicitario en un primer momento. El boca a boca funcionó convirtiendo la novela en un superventas de Amazon y de ahí si salto a otras lenguas donde, ya con las técnicas de marketing correspondientes, ha reproducido el éxito.
Su autor, Sam Savage, se estrena a una edad ya madura, en el mundo editorial. Escrita sin pretensiones y con el fin de disfrutar durante el proceso, Firmin es el resultado del amor de su creador por la lectura, los libros y las librerías y su deseo de compartir ese acervo con sus lectores que, cual ratas lectoras, se identificarán con el idealismo de su protagonista y sus contradicciones, nuestras contradicciones.



GWW





 Datos del libro
  • 12.0x19.0cm.
  • Nº de páginas: 224 págs.
  • Editorial: SEIX BARRAL
  • Lengua: ESPAÑOL
  • Encuadernación: Tapa blanda bolsillo
  • ISBN: 9788432250361
  • Año edición: 2009
  • Plaza de edición: BARCELONA

01 abril, 2013

EN LA INGLATERRA MEDIEVAL


LA HACEDORA DE LENTES


TITUS MÜLLER



Inglaterra. Siglo XIV. Muy pocos maestros dominan el difícil arte de fabricar lentes, de pulir el cristal y tallar delicadas monturas de madera. Courtenay conoce bien la importancia de esos artesanos.Con el fin de aniquilar a su enemigo, el doctor Hereford, protegido de la hermandad secreta de los Caballeros Cubiertos y su traductor de la Biblia, Courtenay pretende servirse de los conocimientos de Elias Rowe, el mejor artesano de las lentes de toda la región.
 Una mañana, su esposa Catherine encuentra a Rowe rodeado de sus herramientas y... mueto. La joven viuda continúa la profesión de su marido y se ve involucrada en la lucha entre el arzobispo y los caballeros de la alianza.
 “Braybrooke parecía un lugar idílico, el tipo de sitio que el caminante elegiría en los Midlands para comer algo y pasar la noche, una aldea con amables habitantes. Brabooke era el abismo de los infiernos, una puerta del cielo.” (pág. 9).
Titus Müller (Leipzig, Alemania, 1977) nos relata, en tercera persona, la historia de Catherine Rowe, que, tras el asesinato de su marido, se ve involucrada en el enfrentamiento entre los partidarios de John Wycliffe, traductor de la Biblia al inglés, considerado como un hereje, y el arzobispo de Canterbury, William Courtenay. Su esposo había hecho lentes para sir Thomas  Latimer, que formaba parte de los Caballeros Cubiertos, la alianza que pretendía la reforma de la iglesia y apoyaba y protegía a Hereford, discípulo de Wycliffe.

Son los principales personajes de esta trama que tan bien recrea el autor, narrándonos los hechos de esta apasionante historia situada en una época difícil en Inglaterra. A medida que nos vamos adentrando en la misma vemos las vicisitudes por las que debe pasar Catherine, las desgracias que también afectan a su hermano Alan, que ve cómo pierde todo. Los dos luchan por la supervivencia. Catherine por descubrir al asesino de su esposo y salvarse a sí misma y a su hija y Alan por recuperar el amor que se le niega.

Una mezcla perfecta de ficción y hechos históricos que demuestran el dominio que tiene de lo mismos el escritor alemán. Los acontecimientos son descritos de tal forma que parece que los estamos viviendo nosotros mismos. Las pinceladas con las que nos va presentando los sucesos que en ella se nos muestran logran que nos imaginemos cómo era la Inglaterra de aquella época. Los personajes cobran fuerza tal como los describe. Los vamos conociendo perfectamente a medida que transcurren los hechos. Están dotados de una gran personalidad. Logra que nos hagamos una idea de cómo es y cómo actúa cada uno de ellos. Quizás el único pero que le encuentro es, al estilo de Umberto Ecco, en El nombre de la Rosa, la utilización de pasajes bíblicos en latín e inglés, pero que no distraen mucho la atención del lector pues bien puede obviarse su lectura.

Una novela que su autor logra que la sigamos con interés a lo largo de sus treinta y nueve capítulos. Nos vamos encontrando con una obra de estilo ágil pese a los datos pormenorizados que nos ofrece su autor pero que nos ayudan a conocer la época en que esta historia ocurrió. Asesinato, odio, traición, venganza, celos, amor, todos los ingredientes necesarios que hacen de La hacedora de lentes una historia atractiva en la que el lector va a conocer a fondo las artimañas de uno y otro bando para acabar con su enemigo.

Titus Müller estudió Literatura alemana moderna, Historia medieval y Periodismo en Berlín. Cofundador de “Quo Vadis” (Grupo de Trabajo sobre Novela Histórica). Su primera novela apareció publicada en 2002, El escribano del obispo. En 2003 publica La hija del clérigo, en 2004 la novela colectiva Los siete líderes, en 2010 El misterio de los perfectos  y en 2012 La jesuita de Lisboa. Está considerado como uno de los jóvenes valores de la novela histórica en alemán.


Francisco Portela

Título: Die Brillenmacherin
Autor: Titus Müller
Traducción: Carmen Bas
Editorial Espasa Calpe narrativa 2007
Nº Páginas: 405
ISBN: 9788467025002

30 marzo, 2013

CRISTIANISMO Y LITERATURA


ENTREVISTA A JAVIER GARCÍA GIBERT
"En parte el cristianismo es un
éxito de la literatura"

Hablar con Javier García Gibert de su libro “Sobre el viejo humanismo. Exposición y defensa de una tradición” (Marcial Pons, Madrid, 2010) es sentarse frente al espejo del ser humano al desnudo. Sociedad, política, religión, ciencia, filosofía; todo desde un prisma que nos recuerda que otra realidad -también otra realidad interior- es posible. “Para llegar a ser hombre no basta con nacer hombre. Ya lo dijo Píndaro, llega a ser el que eres, el que de verdad tienes la potencialidad de ser. Llega a ser un hombre. ¿Uno nace y por el hecho de nacer ya tiene todos los derechos?, -se pregunta a sí mismo el autor-. No, -se responde-. Llegar a ser hombre es la meta. No puedes creerte con derecho a todo sin haberte currado nada”.

Sobre el viejo humanismo es un ensayo que repasa, desde la antigua Grecia hasta el siglo XX, la tradición humanística. Desde Platón, Cicerón, San Agustín, Dante, Petrarca (el primer humanista moderno), Montaigne o Erasmo hasta las reflexiones humanísticas del siglo XX; a través de la descripción de los rasgos esenciales de esa tradición, y de los movimientos que, falsamente, se han apropiado del nombre y han traicionado la idea, su autor recuerda la existencia del canon humanístico por encima de los nuevos ‘humanitarismos’ que ahora lo desvirtúan.

Su libro se titula “Sobre el viejo humanismo”. ¿Qué es el viejo humanismo?
Es la tradición de una larga sabiduría -no es ciencia ni filosofía, es sabiduría vertida por escrito para el ennoblecimiento ético, estético y espiritual del ser humano. Aunque recibe una importante savia catalizadora de la tradición judeo-cristiana (a ello dediqué mi anterior libro Con sagradas escrituras. Diez ensayos de literatura bíblica), los orígenes del “viejo humanismo” están en la cultura grecolatina.

¿Qué defiende esta tradición?
Lo primero que defiende es una premisa: la libertad de juicio, la necesidad de pensar libremente; por eso se aleja de lo políticamente correcto, de las instituciones, de las universidades, de los teólogos o de los científicos. Ya lo dijo Sócrates a través de Platón, los conocimientos científicos no tienen nada que ver con la mejora ética del hombre. Tampoco sirven de mucho las ideologías, que son poner un uniforme prestado e igualador a las ideas. El viejo humanismo se centra en el ser humano y clama por el autoconocimiento; los humanistas no dan tanta importancia a los hechos exteriores como a los interiores

Dicho esto, son varios los principios en los que se fundamenta el viejo humanismo, pero como punto de partida yo hablaría de sus presupuestos antropológicos: dignidad del hombre y libre albedrío. Dignitas hominis  y miseria hominis, es decir, todo ser humano es un ser de dos caras complementarias: nobleza y miseria, potencialidad infinita y limitación evidente. Como decía Pico della Mirandola tenemos el libre albedrío para elevarnos hasta lo angélico o descender hasta lo animal. Porque la condición de ser humano hay que trabajársela, no viene adquirida. Elegimos.

Sin embargo, hoy en día, con los nuevos ‘humanitarismos’ las miserias parecen siempre circunstanciales, vienen de fuera y culpamos al contexto; el hombre es bueno y la civilización lo ha hecho malo, eso es muy rousseauniano. Las miserias pertenecen al ser humano y debemos aceptar lo que el ser humano tiene de limitado, de miserable. No es exactamente la culpabilidad como concepto judeocristiano, es sencillamente aceptar nuestra condición.

Ha mencionado la tradición judeo-cristiana. ¿Hay humanismo en el cristianismo?
En el Antiguo Testamento no tiene cabida el humanismo como tal, ya que el hombre no es el centro, sino Dios. Sin embargo en los textos bíblicos del Nuevo Testamento sí se vislumbra. “El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado” (De la Buena Noticia de Jesús de Nazaret San Marcos 2,23-28). Esto ya es algo humanista. O la afirmación de que “Lo que entra por la boca no hace impuro al hombre, sino lo que sale de la boca” (Mateo 15, 10-20). Es en el interior donde están la bondad y la pureza, y esto sí es humanista; es lo que el hombre lleva dentro lo que le va a salvar o le va a condenar.

¿Qué tienen en común la tradición cristiana y la tradición humanista?
Principalmente comparten el componente estético, aunque también existen otras similitudes. Todos los humanistas escriben muy bien, y La Biblia contiene obras maestras desde el punto de vista literario y humano. El estilo no es sólo estética, es ética; esto ya lo decía Cicerón. Escribir bien es una responsabilidad.

En La Biblia, por ejemplo, “El libro de Job” es de una potencia casi Shakesperiana. La historia de Saúl, el primer rey judío, es una tragedia increíble; o las tres mujeres bíblicas, Ruth, Esther y Judith, que son tres arquetipos de mujer. Y lo que hay de poesía en algunos profetas, en algunos salmos, como el 137, o en los evangelios.

Los textos bíblicos son muy cálidos, incluso más que los griegos o los latinos, más cercanos que la Ilíada. La diferencia es que en el caso del cristianismo, los evangelios están tan mediatizados por las interpretaciones a veces en exceso rutinarias que es casi imposible leerlos con ojos nuevos, pero son historias alucinantes. Gran parte del sorprendente éxito de una secta como la de los cristianos son esos textos. En parte el cristianismo es un éxito de la literatura. 

¿Qué más cruces de caminos existen entre ambas tradiciones?
El cristianismo y el viejo humanismo comparten ciertas posturas “opuestas” a las que defienden los nuevos humanitarismos. Estos hablan de libertad a todas horas, mientras los humanistas hablamos de libre albedrío, que es un concepto teológico católico. Dios no ha dado ninguna naturaleza sino la libertad interior para actuar, para elegir un camino: la libertad de condenarse y salvarse. Es la libertad que nadie te puede quitar.

Actualmente en la sociedad se habla de libertades públicas y libertades exteriores, pero que no se nos escape un detalle importante: un hombre con plena libertad exterior puede ser un esclavo interiormente. En la sociedad actual nada parece venir del interior, es más, todo son derechos y se nos llena la boca con esta palabra como en un constante acto de rebeldía, porque se piensa que el derecho lo tengo yo y la obligación me viene de fuera. ¡Es al contrario! En realidad la obligación sale de dentro y el derecho te lo conceden. La obligación no es una losa, porque ¿qué ennoblece al ser humano, la exigencia de un deber o la ostentación de un derecho? Es el deber lo que te ennoblece, eso lo tenían muy claro los viejos humanistas, que nunca hablaban de derechos, sólo de aspiración y necesidad de justicia.

En la tradición humanista lo importante son los deberes, sin embargo los humanitarismos sólo nos hablan de los derechos.  

¿Shakespeare era humanista?
No. Shakespeare es, a su pesar, un agente de la disolución. La literatura humanística está hecha para consolar pero sin engaños, llevándonos por los cauces de superación, de las dudas, de las frustraciones que todos tenemos. Shakespeare no te consuela, Shakespeare te deja a la intemperie. A mí me parece un genio porque está libre de todo, pero también lo está de la tradición humanística. Él comenzó a disolver una tradición y abrió el mundo a la modernidad.

Cervantes, por ejemplo, era un gran humanista. Y San Agustín, quien hablaba de conocer a Dios dentro de ti mismo, y si no te conoces a ti mismo no vas a conocer a Dios, porque Él está fuera, no está dentro. Ese autoconocimiento es absolutamente humanista.

Dice que Shakespeare abrió el mundo a la modernidad. ¿Ser humanista es ser conservador?
Sí, si bien ser conservador no implica no evolucionar, ser conservador es conservar lo valioso y discriminar lo esencial y permanente de lo accesorio y de lo superficial. La noción de progreso empieza a surgir a partir del SXVI o XVII con los avances científico-técnicos y se entroniza en los siglos XVIII y XIX, pero para el viejo humanismo este progreso exterior –que es admirable desde un cierto punto de vista- no tiene demasiado interés. Lo importante no es el común progreso exterior sino la perfectibilidad singular de cada individuo; y esta capacidad de perfeccionamiento no se transmite de generación en generación, es tarea de cada uno a lo largo de su vida.

Maria Luisa Lucas
(peridista independiente)

¡Sálvese quien pueda! - Andrés Oppenheimer

¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la robotización. Oppenheimer siempre me ha llamado la atención, si bien no he sid...