30 junio, 2012

LEYENDA DEL GOLEM


El Golem
Gustav Meyrink


La leyenda es un género con características muy definidas. Remite a una época pasada, en la mayoría de los casos de impreciso encuadre histórico, un pasado mítico. Es fundamentalmente una tradición oral habiendo sido transcritas, en la mayoría de los casos, únicamente gracias al esfuerzo del movimiento romántico que creía ver en ellas el espíritu del pueblo. En ocasiones, este material se toma como punto de partida de creaciones más cultas por parte de autores modernos, pero ninguno como Gustav Meyrink transplanta la esencia de una leyenda en todos sus aspectos para crear una obra totalmente original.

Meyrink toma y actualiza en todos los sentidos posibles la leyenda del Golem de Praga, hombre de barro creación de un sabio rabino que cobra vida cuando se introduce en su boca un papel con el impronunciable nombre de Dios obedeciendo las órdenes de su creador.

En primer lugar, ubica su obra en un tiempo determinado, los últimos días del gueto judío de Praga, en el momento en que comienza su demolición con fines de salubridad y mejora de las condiciones de vida de sus habitantes. Esta época puede parecernos remota y mítica a su vez, no obstante, para los lectores de la época de Meyrink el gueto era algo más que un recuerdo lejano, era una vivencia compartida hasta hacía poco.

En este momento (finales del siglo XIX), la figura del Golem ya no se manifiesta como un muñeco de arcilla, sino como una fuerza cuyo poder se extiende por todo el gueto, más allá de pruebas reales. Una fuerza espiritual que atrapa el pensamiento colectivo de un pueblo que ya ha perdido su identidad de tribu y al que sólo le quedan unas cuantas referencias colectivas.

Meyrink sustituye la tradición oral por la novela (el género literario que menos se presta a su verbalización y difusión popular) y los aspectos religiosos ceden el paso a las más modernas teorías psicológicas y espiritistas que inundan el subconsciente del protagonista de este libro, conviviendo aún con elementos de ese pasado remoto, como la Cábala.

El lenguaje expresionista, el telón de fondo sombrío de una Praga en blanco y negro, fantasmal, poblada de sombras y espectros son el recurso estético que sustituye a la figura del Golem. Las fuerzas del mal ya no provienen del exterior sino del propio hombre, dueño de su destino pero incapaz de adivinar los pasos a seguir para dominar esta fuerza y que, pobremente, trata de leer los signos que se despliegan ante sus ojos.

El propio Meyrink fue aficionado a la adivinación (de hecho su negocio financiero en Praga fracasó como consecuencia de sus prácticas poco ortodoxas en materia de asesoramiento bursátil) y plasmó en esta obra muchas de sus experiencias. Más aún, cuando escribió El Golem hacía años que había abandonado Praga por su Viena natal y, posteriormente por el exilio en Alemania debido a que su antimilitarismo incomodaba a las autoridades austriacas.

El éxito de El Golem (al que no fue ajeno su casi inmediata traslación al cine) pone de manifiesto el interés que en los lectores de principios del siglo XX despertaban estos ambientes y la sabiduría de Gustav Meyrink en tejer con los hilos del subconsciente un tapiz de imágenes rebosantes de sugestión y capaces de ocupar el lugar que las antiguas leyendas ya no eran capaces de llenar.

La trama argumental, en ocasiones compleja y errática, pasa a un segundo plano, los personajes carecen de matices que los enriquezcan (quizá se salvan dos excepciones: Wassertrum y Charousek, quienes encarnan una peculiar relación padre-hijo digna del propio Freud, que deja la Carta al Padre de Kafka en un simple lamento quejumbroso). Nada de ello importa, lo perdurable de la novela no son sus personajes, la historia de amor que esconde o las venganzas soñadas o ejecutadas. Estos elementos no son sino el esqueleto sobre el que la noche de Praga, sus habitantes sin nombre y el espíritu que les alienta hacia el mundo de los vivos o el mundo de los muertos despliegan toda su moderna belleza.

 GWW

Datos del libro
  • 13.0x19.0cm.
  • Nº de páginas: 264 págs.
  • Editorial: TUSQUETS EDITORES
  • Lengua: CASTELLANO
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • ISBN: 9788472238343
  • Año edición: 1995
  • Plaza de edición: BARCELONA


28 junio, 2012

MARCHANDO CON DOCTOROW


LA GRAN MARCHA 
 E. L. Doctorow

Edgar Lawrence Doctorow (Nueva York, 1931) es uno de los más reputados exponentes de la literatura estadounidense actual. Entre las obras que mejor lo representan están las novelas “Ragtime”, “El libro de Daniel”, “Billy Bathgate” y “Ciudad de Dios” (algunas de ellas, llevadas al cine). “La Gran Marcha” (‘The March’, 2005) es su décima novela. En ella Doctorow escenifica el episodio final de la Guerra de Secesión de los EE.UU.: la marcha del ejército de la Unión al mando del general William T. Sherman por territorio confederado -los Estados de Georgia y las Carolinas-, en 1864-1865.

La novela ofrece una mirada panorámica del acontecimiento referido, y lo hace desde el punto de vista parcial y fragmentario de una variedad de personajes de muy diversa condición; algunos de ellos históricos –como el propio general Sherman, una de las figuras centrales de la obra- y otros, la mayoría, ficticios.Se trata entonces de una novela de estilo coral, según modalidad muy en bogaen la actualidad (no sólo en la novela sino también en el cine).
No se espere de “La Gran Marcha” una reconstrucción novelada al por menor de hechos militares, ni meditaciones en torno a las circunstancias políticas, económicas y sociales que desencadenaron la Guerra de Secesión. El verdadero interés de la obra está en la infrahistoria del gran suceso, en el contraluz de proporciones humanas del episodio histórico. Lo que preocupa a Doctorowes la condición humana sometida a los estragos de este conflicto, toda una cesura en la historia de su país.

El relato, amplio en sus propósitos, moderado en su extensión, consta de un muestrario de humanidad herida por el drama de la guerra civil. Predominan los figurantes, mucho más víctimas que agentes de la historia. El autor deja traslucir una mirada conmiserativa, más bien ajena al elogio de falsas grandezas y presuntos heroísmos. Acaso en la figura del general Marshall se concentre todo el punto de grandeza que Doctorow puede concebir en un acontecimiento tan sórdido como la Guerra de Secesión. Se percibe la admiración por el personaje de proporciones históricas, el jefe militar que conduce un ejército de gran tamaño en lo que debía ser –y fue- la operación que decidiese el final del conflicto. El retrato del personaje proporciona la imagen entrañable de un hombre entre los hombres: Sherman sufre, compadece y se envanece como cualquier otro. Pero también se manifiesta en él la presunción del que sabe destinado a los libros de historia. Así sucede, por ejemplo, que en medio de la campaña, Sherman se entere por la prensa del fallecimiento de su hijo de seis meses; en su reacción inmediata hay tanto dolor como vanidad:
Dejó caer las manos a los lados. Oh, Señor, exclamó, ¿también tú sientes envidia? (p. 135).
Sherman, el hombre, el general victorioso, se codea con el Dios de su fe.
Hay en la novela, sabiamente medido, cuanto dramatismo puede haber en un relato cuya substancia sea la guerra. No son sólo los sesenta mil hombres que componen el ejército unionista lo que alborota todo a su paso, sino también la vasta muchedumbre de esclavos liberados y de desarraigados que lo siguen. Y es todo un mundo en movimiento, un mundo a cuestas, como señala uno de los personajes:
Es que ustedes llevan un mundo a cuestas, dijo Emily.
Sí, tenemos todo lo que define a una civilización, dijo Wrede. Tenemos ingenieros, intendente, asentador de real, cocineros, músicos, médicos, carpinteros, criados y armas. ¿Está impresionada?
(p. 71).
Impresionada está Emily, puesto que su propio mundo de dama sureña se ha desmoronado al paso de este otro mundo en movimiento, al que azarosamente se ha incorporado, y del que poco antes había pensado –desde su posición de ‘adversaria’- que se trataba de una plaga más que de un ejército.

La novela, dicho está, posee el temple realista que compete al asunto. Las peripecias de los personajes contienen desgracia y buena fortuna. Presente está el toque de pesimismo, y es que no hay forma de hacerse demasiadas ilusiones acerca de la naturaleza humana. Por sufrida que haya sido la Guerra de Secesión, no era la primera ni sería la última gran matanza entre congéneres:
[…] Nuestra guerra civil, la fábrica devastadora de los huesos de nuestros hijos, no es más que una guerra posterior a otra guerra, una guerra anterior a otra guerra (p. 375).
Doctorow evita refocilarse en excesos sentimentales, y se agradece. Lo característico de “La Gran Marcha” es la sobriedad y un justificado verismo en lo que atañe al pequeño gran drama de la historia.


Rodrigo
E. L. Doctorow, La Gran Marcha. 
Roca Editorial, Madrid, 2006. 381 pp.

26 junio, 2012

¿PARA QUÉ LOS LIBROS?


EL FIN DE LOS LIBROS
OCTAVE UZANNE
Trad.: Elisabeth Falomir Archambault
Ed. Gadir, 2010

En 1894 tienen lugar muchos acontecimientos; en el sur de Francia se puede observar una lluvia de meteoritos, evento que muchos ligan a símbolo de sucesos importantes. Uno de ellos tuvo mucha resonancia internacional: Dreyfuss es arrestado, y a partir de ahí tiene su desarrollo uno de los procesos políticos que más tinta han vertido en el papel. Incluida la tinta literaria (el famoso artículo de Zola, Yo Acuso). Cruzando el Canal, un anarquista francés, Martial Boudin, coloca una bomba en el Observatorio de Greenwich, en un intento simbólico de acabar con la ciencia. Pero la ciencia está en uno de los momentos más álgidos y vertiginosos.
Precisamente ese año, William K. Dickson, colaborador de Edison, patenta la primera cámara de cine: el kinetoscopio. John Le Roy proyecta en ese año la primera película en Nueva York, para publicitar el descubrimiento de Edison, que en 1877 había inventado el fonógrafo y diez años más tarde intentó aplicarlo a la imagen, usando un cilindro en el que inscribía pequeñas fotografías, que eran inmovilizadas momentáneamente por breves rayos luminosos, dando lugar al embrión de la película cinematográfica.  Finalmente, Louis y Auguste Lumière, basándose en los hallazgos de Edison, pero perfeccionándolos, desarrollan el cinematógrafo, que presentan en diversas presentaciones científicas. En diciembre de 1895 se proyectaría en París la primera sesión comercial de cine; entre otros cortos, la famosa Llegada del tren que haría saltar de sus asientos al público. Comenzaba así una nueva era, la de la imagen en movimiento.

Curiosamente se produce en esos años otro hecho de importancia enorme: las investigaciones de Marconi dan un gran impulso  al desarrollo de la telegrafía sin hilos y la radio; probó por primera vez los experimentos con ondas electromagnéticas para el envío de mensajes sin cables en 1896, en Gran Bretaña. Estos y otros muchos descubrimientos y avances científicos crean un clima especial, en el que el mudo parece precipitarse a unos cambios repentinos, que tambalean los cimientos de la concepción del mundo decimonónica. Muchos escritores se lanzan a imaginar qué puede depararnos el futuro. Wells, Orwell, Conan Doyle, Verne, Stevenson… describen guerras de mundos, conflictos en granjas, misterios irresolutos, viajes a la luna, dobles identidades, etc.

Pues bien, ese año se publica por primera vez este texto, formando parte de un conjunto, Cuentos para bibliófilos, en colaboración con Albert Robida. El autor, Octave Uzanne (Auxerre, 1851-Saint Cloud, 1931) fue un escritor, periodista y editor francés, fundador de varias revistas  sobre arte y pensamiento y creador de la Sociedad de bibliófilos contemporáneos. Estuvo vinculado al Simbolismo y al Art Nouveau.
El texto imagina a un grupo de amigos que tras asistir a una conferencia de la Royal Society, sobre temas científicos, debaten, entre vapores etílicos, sobre el futuro de las ciencias, del arte y las letras. Cada uno va exponiendo ideas al respecto, a cuál más utópica y extravagante. Cuando le llega el turno al autor, expone claramente su radical negativa al futuro del libro impreso. Según Uzanne, la tradicional pereza y comodidad humanas serían los causantes de tal desaguisado: resulta más cómodo escuchar un relato que tomarse el esfuerzo de leerlo. Nuestros ojos deben tomarse un merecido descanso, y el oído recuperar aquellos hábitos del pasado de las narraciones orales, sólo que en vez de viva voz, lo cual sería también muy trabajoso, usarán grabaciones: el equivalente a los futuros discos compactos, que era en ese momento el fonógrafo, de reciente creación y en fase de  conversión en gramófono. Y Uzanne se explaya imaginando series de dispositivos que permitirán a los antiguos lectores convertirse en amables y descansados oyentes. Ante la objeción de qué pasaría con el libro ilustrado (que había sido y era aún muy común), Uzanne saca a colación el kinetógrafo (el futuro cine) inventado por Edison. Una combinación de fonógrafo y kinetógrafo, anticipando el futuro cine sonoro, serían, según el autor, los sustitutos ideales de la narración impresa: contarían una historia que incluso el oyente podría ver ilustrada, ¡y en movimiento! ¡El no va más!

El caso es que los tiempos de la letra impresa parecen haber perdido terreno, pero no en el sentido que el autor sugiere, sino desde la aparición de los ordenadores y últimamente, del libro digital. Vivimos inmersos en una continua discusión sobre el tema, como probablemente debatirían en los círculos monacales la importancia de la imprenta frente a los manuscritos iluminados medievales. Probablemente el libro en papel no muera nunca, pero ciertamente su función cambiará. Recordemos que no siempre la literatura y los textos escritos, en general han estado ligados al papel.  En la Antigüedad se escribía –y se leía― en tablillas (¿suena a tablet?) de arcilla o de cera, antes de pasar al papiro y luego al papel.  Pero esa es otra historia…
La editorial Gadir  abre, con este breve opúsculo, una puerta a la imaginación ya la reflexión, además de una amable lectura.

Ariodante


¡Sálvese quien pueda! - Andrés Oppenheimer

¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la robotización. Oppenheimer siempre me ha llamado la atención, si bien no he sid...