OCTAVE UZANNE
Trad.: Elisabeth Falomir Archambault
Ed. Gadir, 2010
En 1894 tienen lugar muchos
acontecimientos; en el sur de Francia se puede observar una lluvia de
meteoritos, evento que muchos ligan a símbolo de sucesos importantes. Uno de
ellos tuvo mucha resonancia internacional: Dreyfuss es arrestado, y a partir de
ahí tiene su desarrollo uno de los procesos políticos que más tinta han vertido
en el papel. Incluida la tinta literaria (el famoso artículo de Zola, Yo Acuso). Cruzando el Canal, un
anarquista francés, Martial Boudin, coloca una bomba en el Observatorio de
Greenwich, en un intento simbólico de acabar con la ciencia. Pero la ciencia
está en uno de los momentos más álgidos y vertiginosos.
Precisamente ese año, William K.
Dickson, colaborador de Edison, patenta la primera cámara de cine: el kinetoscopio. John Le Roy proyecta en
ese año la primera película en Nueva York, para publicitar el descubrimiento de
Edison, que en 1877 había inventado el fonógrafo y diez años más tarde intentó
aplicarlo a la imagen, usando un cilindro en el que inscribía pequeñas
fotografías, que eran inmovilizadas momentáneamente por breves rayos luminosos,
dando lugar al embrión de la película
cinematográfica. Finalmente, Louis y Auguste
Lumière, basándose en los hallazgos de Edison, pero perfeccionándolos, desarrollan
el cinematógrafo, que presentan en diversas presentaciones científicas. En
diciembre de 1895 se proyectaría en París la primera sesión comercial de cine;
entre otros cortos, la famosa Llegada del
tren que haría saltar de sus asientos al público. Comenzaba así una nueva
era, la de la imagen en movimiento.
Curiosamente se produce en esos
años otro hecho de importancia enorme: las investigaciones de Marconi dan un
gran impulso al desarrollo de la
telegrafía sin hilos y la radio; probó por primera vez los experimentos con
ondas electromagnéticas para el envío de mensajes sin cables en 1896, en Gran
Bretaña. Estos y otros muchos descubrimientos y avances científicos crean un
clima especial, en el que el mudo parece precipitarse a unos cambios
repentinos, que tambalean los cimientos de la concepción del mundo
decimonónica. Muchos escritores se lanzan a imaginar qué puede depararnos el
futuro. Wells, Orwell, Conan Doyle, Verne, Stevenson… describen guerras de
mundos, conflictos en granjas, misterios irresolutos, viajes a la luna, dobles
identidades, etc.
Pues bien, ese año se publica por
primera vez este texto, formando parte de un conjunto, Cuentos para bibliófilos, en colaboración con Albert Robida. El
autor, Octave Uzanne (Auxerre,
1851-Saint Cloud, 1931) fue un escritor, periodista y editor francés, fundador
de varias revistas sobre arte y
pensamiento y creador de la Sociedad de
bibliófilos contemporáneos. Estuvo vinculado al Simbolismo y al Art Nouveau.
El texto imagina a un grupo de
amigos que tras asistir a una conferencia de la Royal Society, sobre temas
científicos, debaten, entre vapores etílicos, sobre el futuro de las ciencias,
del arte y las letras. Cada uno va exponiendo ideas al respecto, a cuál más
utópica y extravagante. Cuando le llega el turno al autor, expone claramente su
radical negativa al futuro del libro impreso. Según Uzanne, la tradicional
pereza y comodidad humanas serían los causantes de tal desaguisado: resulta más
cómodo escuchar un relato que tomarse el esfuerzo de leerlo. Nuestros ojos
deben tomarse un merecido descanso, y el oído recuperar aquellos hábitos del
pasado de las narraciones orales, sólo que en vez de viva voz, lo cual sería
también muy trabajoso, usarán grabaciones: el equivalente a los futuros discos
compactos, que era en ese momento el fonógrafo, de reciente creación y en fase
de conversión en gramófono. Y Uzanne se
explaya imaginando series de dispositivos que permitirán a los antiguos lectores convertirse en amables y
descansados oyentes. Ante la objeción
de qué pasaría con el libro ilustrado (que había sido y era aún muy común),
Uzanne saca a colación el kinetógrafo
(el futuro cine) inventado por Edison. Una combinación de fonógrafo y
kinetógrafo, anticipando el futuro cine sonoro, serían, según el autor, los
sustitutos ideales de la narración impresa: contarían una historia que incluso
el oyente podría ver ilustrada, ¡y en movimiento! ¡El no va más!
El caso es que los tiempos de la
letra impresa parecen haber perdido terreno, pero no en el sentido que el autor
sugiere, sino desde la aparición de los ordenadores y últimamente, del libro
digital. Vivimos inmersos en una continua discusión sobre el tema, como
probablemente debatirían en los círculos monacales la importancia de la
imprenta frente a los manuscritos iluminados medievales. Probablemente el libro
en papel no muera nunca, pero ciertamente su función cambiará. Recordemos que
no siempre la literatura y los textos escritos, en general han estado ligados
al papel. En la Antigüedad se escribía
–y se leía― en tablillas (¿suena a tablet?)
de arcilla o de cera, antes de pasar al papiro y luego al papel. Pero esa es otra historia…
La editorial Gadir abre, con este breve opúsculo, una puerta a
la imaginación ya la reflexión, además de una amable lectura.
Ariodante