UNA HISTORIA NATURAL DE LOS SENTIDOS
DIANE ACKERMANN
En la escuela me
explicaron que la vista sirve para ver, el oído para escuchar y el tacto para
tocar. Pero hasta que no he leído el libro de Diane Ackerman no he comprendido
realmente qué significa ver, oler, tocar o gustar.
Una historia natural
de los sentidos
se organiza en torno a cinco capítulos que van desgranando sucesivamente los
cinco sentidos que definen la sensorialidad del mundo tal y como la percibimos
los hombres desde el principio de los tiempo, más un capítulo adicional
referido a la sinestesia que consiste precisamente en la confusión, la mixtura
de los sentidos, en la que un color se puede oler o un acorde musical se ve con
una determinada tonalidad, y que, por tanto, se adentra más en el mundo de la
neurología.
Pero empecemos. ¿Cómo
definir un olor? Ninguna lengua parece capaz de describir un olor si no es
acudiendo a luna perífrasis. Algo huele como la canela, como un niño recién
nacido, pero salvo por el recuerdo, nadie sería capaz de adivinar a qué nos
referimos. Toda una industria gira en torno a los olores (no pensemos sólo en
perfumes, también en detergentes, alimentos precocinados, papeles para
envolver, velas, etc) reproduciendo los que se encuentran en la naturaleza pero
también creando otros nuevos mediante complejos procedimientos químicos cuyas
fórmulas son tan secretas como las de un nuevo armamento.
Con el olor
seducimos, conquistamos, pero también lo empleamos como repelente para
mosquitos o depredadores (preguntad a las mofetas). Claro que lo que a un
europeo puede resultar repugnante (el olor a excrementos sin ir más lejos) a
una tribu africana puede parecerle el más refinado afrodisíaco; el olor de
comida en putrefacción es un reclamo ineludible para las moscas. Pero nada más
maltratado que nuestro olfato, sentido que parece estar en peligro de extinción
gracias a la contaminación, alergias y demás afecciones.
Siguiendo nuestro
viaje descubrimos programas de pediatría que fomentan en recién nacidos su
inteligencia y fortaleza física mediante sesiones programadas de masajes. El
tacto, primera puerta por la que se abre el placer sexual, pero también última
barrera ante el peligro de depredadores a los que no hemos visto, olido u oído
y que se abalanzan sobre nosotros. El calor y el frío no existirían sino los
sintiéramos sobre nuestra piel, pero la conciencia del propio ser, la unión
alma y cuerpo se manifiesta a través del tacto (recordemos el episodio de la
mujer desencarnada de Oliver Sacks, quien no tenía
conciencia de su propio cuerpo, que le resultaba tan ajeno como el del camarero
que nos sirve un café). La piel es símbolo de poder, dinero o fuerza (los
abrigos de bisón, pero también los tatuajes o las escarificaciones que
atestiguan la superación de pruebas de iniciación), claro que también es el
papel sobre el que se dibuja la tortura, la mutilación o el dolor. El tacto,
capaz de un beso sublime o de una violencia sin límite, el más extremo de
nuestros sentidos, el que resulta más difícil de perder por completo, el mejor
distribuido por todo nuestro cuerpo y el más difícil de aprender a usar.
Pocos sentidos se asocian
como el gusto con el placer, el lujo y la abundancia. Sin embargo, no hay
sentido más primordial puesto que se relaciona directamente con la alimentación
y con los nutrientes que necesitamos, pero que se ha sublimado por el devenir
histórico. El gusto, el más comunal de todos los sentidos ya que se disfruta
mejor en compañía, el más cultural de todos ellos puesto que el hombre no ha
dejado de inventar nuevos sabores, nuevos productos, nuevas mezclas que
satisfagan los más sutiles paladares. Pero toda esta delicadez u variedad se
apoya en tan sólo cuatro notas (distribuidas desigualmente, tanto en nuestra
propia boca como en las diferentes culturas): salado, agrio, dulce y amargo.
Cuatro colores para un mosaico infinito. Sabores hay que han marcado el rumbo
de la historia como es el caso de la ruta de las especias. El chocolate y la
vainilla, el tabaco o las trufas son una muestra de lo que el hombre puede
hacer por un sabor y el dinero que puede mover a su alrededor. Por la boca nos
llega la leche materna y nos administran la mayoría de las medicinas que
tomamos en nuestra vida (la mayoría con edulcorantes que enmascaren su
verdadero sabor), pero a través de la boca nos llegan también infinidad de
infecciones, no en vano es el orificio más directo (o el de mayor tamaño) a
nuestro interior. Por ella los hombres han comido el cuerpo sin vida de otros
hombres y por no comer ciertos alimentos muchos hombres han muerto, no parece
cosa de tomarlo a broma.
Pero escuchemos con
atención qué tiene que decirnos Ackerman sobre el oído. Biológicamente una obra
maestra, compleja pero eficaz, diseñada para oír una gama de sonidos lo
suficientemente amplia para sobrevivir en mundo hostil (¿quién quiere oír el
vuelo de un pajarillo si con ello perdemos el del rugido de un carnívoro que
nos acecha?). Y es que una cosa es el sonido y otra el oído que sólo capta
aquello para lo que está preparado.
¿Cómo suena nuestro
intestino o nuestro estómago al hacer la digestión, nuestro corazón fatigado?
Las modernas máquinas de ultrasonidos nos permiten responder a estas preguntas
que ayudándonos a superar la enfermedad y el dolor, otras máquinas permiten
aumentar la capacidad de audición de quienes la han perdido. De la naturaleza
tomamos ideas como el sonar o el radar que nos permiten ver a través del
sonido. Pero la mayor creación en materia de sonido es, sin lugar a dudas, la
música. Dominar esas ondas y saber combinarlas, construir aparatos que las
reproducen añadiendo suaves matices hasta emocionarnos es fruto de un lento proceso
que aún no ha finalizado ni lo hará nunca. Pero a nuestros oídos también llegan
bombardeos sónicos en forma de claxon, motores, máquinas taladradoras, gritos,
anuncios. La contaminación acústica, capaz de altera el carácter más pacífico y
equilibrado, la peor contaminación posible, la que tiene mejor propaganda (el
silencio ha sido desterrado de nuestras ciudades, de nuestras vida, es el vacío
al que nadie quiere mirar). Pero el silencio también se escucha, probemos.
Nuestra moderna vida
descansa en la visión. Vemos películas, jugamos a video juegos, admiramos a las
modelos desde sus anuncios. La televisión nos lleva a todas partes, a las
guerras más recónditas, o a la casa de la vecina de arriba a través de un reality
show. Todo se puede ver, nos preciamos de no tener nada que ocultar,
denigramos la oscuridad y queremos que todo salga a la luz. Comenzamos mirando
a las estrellas y ahora miramos la Tierra desde ellas. Inventamos las bombillas
para ahuyentar la noche y nuestras oficinas ni siquiera necesitan ventanas.
Pintamos todas las cosas de colores (igual que ocurre con el gusto, los colores
básicos se combinan hasta el infinito pese a su simplicidad primordial),
pintamos nuestra piel con los tonos cálidos que nos brinda el sol de una playa
paradisíaca, vestimos a nuestros hijos de azul y a nuestras hijas de rosa, pero
tenemos la poca delicadez de no cambiar el color de los semáforos aumentando el
riesgo de atropello de los daltónicos.
Hemos hecho un arte
de la pintura y decimos de los grandes maestros que en sus cuadros reflejan el
interior de los retratados, igual que ocurre con los grandes fotógrafos. Las
proporciones en la arquitectura buscan un arquetipo de belleza totalmente
visual. Ni aún dormidos perdemos la vista y nuestros sueños son, principalmente,
visiones, a veces acompañadas de sonido y otras sensaciones. La vista, el más
cansado de nuestros sentidos, para el que hemos inventado las gafas,
desarrollado técnicas láser pero al que no sabemos dejar descansar ni un solo
segundo y para el que no nos cansamos de crear imágenes del horror que sólo son
barridas por otras imágenes anestesiantes.
Desde la poesía a la
biología, la antropología y las relaciones sexuales, la psicología y la
medicina, la quiromancia o la artesanía, la música, la cocina, la botánica y la
zoología, la investigación aeroespacial, todo ello se relaciona con los
sentidos. Más aún, somos hombres puesto que estamos en el mundo y percibimos el
mundo gracias a nuestros sentidos. Aunque no seamos conscientes de ello, leemos
el mundo a través de estos cinco sentidos (seguro que alguien querrá añadir dos
o tres sentidos más, cuantos más mejor, a fin de cuentas) y ellos condicionan
lo que leemos. Otros seres vivos tienen lecturas distintas de esta misma
realidad. Por ello, el nuestro, nuestro pequeño mundo, el que conocemos, es
hijo de nuestros sentidos, ellos nos hechizan como cantos de sirena para
hacernos la vida más soportable.
Abandonémonos a
nuestros sentidos o seamos más conscientes de ellos y de todo lo que nos
aportan. No perdamos ni un átomo de su valor, vivamos más y mejor la vida,
apuremos todo lo que podamos de ella, y todo lo haremos a través de estos cinco
sentidos.
GWW
Datos del libro
- 14.0x22.0cm.
- Nº de páginas: 368 págs.
- Editorial: ANAGRAMA
- Lengua: CASTELLANO
- Encuadernación: Tapa blanda
- ISBN: 9788433913555
- Año edición: 2000
- Plaza de edición: BARCELONA