MIGUEL ÁNGEL BADAL SALVADOR
Año 1050. El territorio de Galicia se agita convulso
ante la implacable amenaza que se cierne desde las aguas del norte, anunciando
el albor del final de los tiempos. Sentado frente al pupitre en el que trabaja,
el obispo Cresconio se debate entre turbadores pensamientos, aterrorizado ante
la idea de que los paganos lordemanos puedan saquear toda su diócesis y
profanar el santuario sagrado del apóstol Santiago. Condenado por Roma, sobre
su cabeza pesa la idea de morir excomulgado y padecer eternamente los horrores
del infierno; pero entre sus pensamientos se deslizan las evocaciones de otra
época, un tiempo en el que la tierra carecía de rey y en el que él mismo hubo
de empuñar la espada.
Hace un mes fui a Bibliocafé, lugar
emblemático de Valencia donde los haya, a una presentación del libro que vengo
a comentar. Hacía tiempo que tenía un poco abandonada la novela histórica,
pues, tras un atracón de romanos, legiones, centuriones y demás acompañantes,
había estado un tanto saturada y había decidido tomarme un periodo de
descanso. Pero como ya empezaba a echarla de menos, me dejé convencer por los
dos escritores, presentador y presentado, y me hice con el libro. La verdad es
que me apetecía, después de un largo paréntesis, volver al medievo en todas sus
vertientes, historia, literatura, cine, música... Siempre voy por épocas. Nada
más salir, casi antes de llegar a casa, empecé a leerlo. Pero hube de dejarlo
unos días aparcado por motivos de trabajo acumulado. Cuando ya llegó el fin de
semana y me encontré más libre me sumergí totalmente en su lectura. Han sido
tres días arduos, ya que no es una novela para lectores poco experimentados,
pero ha valido la pena, y aunque tiene, como la mayoría de las obras, luces y
sombras, creo que las primeras son mucho más que las segundas.
Esta novela histórica,
exquisitamente documentada y perfectamente escrita consigue, desde los primeros
párrafos, sumergirnos totalmente en la Galicia medieval. No es una novela de
fácil lectura, pues la ambientación, así como el léxico la hacen un poco
costosa para quien no esté acostumbrado a modismos y vocabularios un tanto
arcaicos, pero la fluidez del estilo del autor compensa esa dificultad. Para
allanarnos aún más el camino, al final del libro hay unos apéndices que nos
facilitan mucho la comprensión tanto del momento histórico como del vocabulario
utilizado.
El personaje central, el eje en
torno al cual gira toda la obra es el obispo Cresconio que nos va narrando en
primera persona los sucesos que recuerda mientras escribe la crónica de lo
acaecido. Este personaje, bien descrito, y bien retratado, aunque un poco
esquemático, deja muy atrás en cuanto a personalidad al resto de los habitantes
de aquellas tierras. Incluso el señor de Lordemanos, aquel que da nombre a la
novela, se queda plano, casi anecdótico, en comparación. La forma de tratar a
los personajes es uno de los puntos más débiles de la obra, ya que, el hecho de
darles poco relieve, junto con la narración que alterna la primera persona
cuando escribe lo que recuerda el monje, y en tercera persona cuando se narra
la trama, nos recuerda más a una crónica que a una novela en sí. Esto, que para
aquel que va buscando una novela de acción puede ser un defecto o un lastre,
para aquel que disfruta con una buena recreación de un ambiente medieval y de
la novelación de un hecho histórico es un punto a su favor.
En torno a este personaje se
envuelve una trama que sirve para mostrarnos el tema principal de la novela:
que la presencia de lordemanos, de los pueblos del norte en las costas
cantábricas era mucho más frecuente de lo que la gente piensa. Pero entorno a
esa presencia se teje con maestría un ambiente de miedo, casi de terror, de la gente
que vivía en esas tierras, personificada por su obispo. Era miedo a los ataques
de los lordemanos, y miedo a las incursiones de los sarracenos, miedo a las
guerras intestinas de los barones en una tierra que al carecer de rey, carece
de gobierno y de ley. Y además, es miedo al propagado fin del mundo, miedo al
fin del milenio anunciado en las escrituras, que se palpa con todas las
calamidades que acechan a la gente llana que sobrevive como puede. Y por parte
del obispo es miedo a morir en un momento en el que el amor por su tierra
y su honestidad lo han llevado a la excomunión.
Ese ambiente amedrentado, oscuro y
terrible es lo que Miguel Ángel sabe transmitirnos con fuerza, sabe hacer que
nos sintamos transportados cuando nos acostumbramos al lenguaje y nos metemos
en la piel del bueno del obispo. Esto lo consigue gracias a lo que para muchos
será el mayor impedimento para disfrutar de esta novela: el lenguaje que
utiliza. Este es arcaico sin resultar ininteligible, repleto de modismos y
expresiones en desuso, pero que por el contexto se entiende en su mayor parte.
En manos de alguien que lo utilizara con menos brillantez y acierto podría ser
un punto muy negativo, pero en este caso solo hace que aumentar el valor
literario de esta obra.
Otro punto que no acaba de
convencerme, sin ser ningún defecto serio ni ningún impedimento para disfrutar
de este libro, es el hecho de que, cuando el narrador cuenta la trama «actual»
se retrotrae en demasía a los usos y modismos que está utilizando cuando la
historia es narrada por el obispo Cresconio, habiendo muy poca diferenciación
lingüística entre personaje y narrador, Creo que aquí, diferenciar un poco más
el lenguaje, dejando el del obispo con todos sus modismos y arcaísmos y
modernizar el del narrador, habría sido darle un punto más de agilidad a la
lectura de la novela. A pesar de ello, la narración mantiene su coherencia y
los diálogos quedan perfectamente encajados, sin resultar forzados, pero dando
poco relieve a los personajes. Es esta una obra en la que las descripciones,
controladas en su justa medida, la ambientación tan cuidada, y la documentación
tan exhaustiva, priman en contra de una agilidad narrativa de la que adolece. A
pesar de eso, la novela se estructura perfectamente en torno a la vida del monje
y a la crónica que está redactando, pero creo que deja un poco de lado el que
en principio debería ser el eje central y es el señorío vikingo de Lordemanos,
aunque mantiene la tensión de una forma constante y adecuada.
Indicada sobre todo para un lector experimentado,
que busca encontrarse con la historia a través de la literatura y que ya sabe a
lo que va, puede ser considerado un libro un poco arduo por el lector medio que
busca una novela de aventuras ambientada en el medievo.
Factores positivos que destacan: Su
exquisita documentación y ambientación, y un gran dominio del lenguaje que hace
que en cuanto se coja el ritmo se disfrute un montón de una prosa elegante y
muy cuidada.
Factores negativos que observamos:
la superficialidad de los personajes, que en su mayoría son meros comparsas
siendo el obispo el único que destaca un poco más pero no lo suficiente para
hacer que el lector sienta empatía con él.
En conclusión, es una novela
histórica muy recomendable para los habituales del género, que nos muestra, con
una prosa cuidada y muy bien escrita, (cosa muy de agradecer) una época poco
explorada y rica en acontecimientos y en vivencias dignas de ser narradas. Yo
he disfrutado mucho con ella, y pienso estar muy pendiente de las próximas
obras de este autor novel.
Ángeles Pavía
Datos técnicos:
Título
original: EL SEÑOR DE LORDEMANOS
Autor: Miguel Ángel
Badal
Nº de páginas: 294
Género: Novela
histórica
ISBN :
978-84-15074-20-5