09 febrero, 2012

Presentación de En el país del arte. Tres meses en Italia, de Vicente Blasco Ibáñez. 

El acto tendrá lugar a las 12 horas del sábado día 11 de febrero, en la Casa-Museo de Blasco Ibáñez, en la calle Isabel de Villena nº 157 (Valencia), al lado del Paseo Marítimo y la Playa de la Malvarrosa.

Contará con la presencia de Rosa Mª Rodríguez Magda, directora de la Casa y autora del prólogo, Javier Baonza, editor, y Julio Castelló, responsable de la edición crítica.


05 febrero, 2012

VIAJANDO POR ITALIA CON BLASCO IBÁÑEZ


EN EL PAÍS DEL ARTE. TRES MESES EN ITALIA
VICENTE BLASCO IBÁÑEZ
Prólogo de Rosa María Rodríguez Magda
Ed. Evohé, col. El Periscopio, 2011

El arte al que se refiere el acertado y atractivo título del libro, no solo es el arte en su acepción plástica, que también, sino en la más general del término: el arte de vivir, y de vivir rodeados de belleza, tanto si está en ruinas como guardada en los más bellos museos y palacios. El arte del bel canto, de la musicalidad que impregna la vida cotidiana de los italianos, el arte del buen cocinar, del dolce far niente, de un país acostumbrado a las crisis políticas permanentes, al equilibrio económico entre el norte y el sur,  Miguel Ángel y Garibaldi, Savonarola y Casanova, poniendo una vela a Dios y al Diablo, viviendo entre los maravillosos desnudos de las estatuas grecorromanas y las sotanas de los curas en el Vaticano. Un país que deja boquiabierto al extranjero que pisa tierra italiana, y que, como Stendhal, podría preguntarse cómo es posible vivir rodeado de tanta belleza sin que te estalle el corazón.
En el prólogo, Rosa M. Rodríguez Magda, (actual directora de la Casa-Museo de Blasco Ibáñez en Valencia) cuenta las vicisitudes que hubo de pasar el escritor antes de llegar a Italia, a la vez que afirma que es y no es un libro de viajes escrito por un novelista. Porque cuando Blasco lo escribe, aun no es un novelista: es periodista, agitador político, y…joven. Será un novelista, después. Por ahora realiza un maravilloso viaje por Italia en 1886, pero no porque desee ir a Italia y escribir sobre ella, sino porque ha de salir por piernas, debido a una algarada política, una manifestación ante la plaza de Toros, donde Blasco, entre otros habían convocado un mitin que fue prohibido, pero la gente acudió y acabó con un policía herido y declarado el estado de guerra. Resultado: el joven Vicente Blasco embarca en un vapor que le lleva a Sète y de allí recala en Génova, pisando tierra italiana por vez primera. El impacto que recibe es enorme.
 Solamente verse en pleno Mediterráneo ya motiva al joven Blasco un cúmulo de emociones, viniéndole a la mente la historia de estas aguas, por las que ha navegado la cultura y la civilización, primero de Oriente a Occidente, y después en sentido inverso. Pero es llegar a Italia, empezar a recorrerla y también se ve colmado por cantidad de emociones: reconoce la herencia histórica romana, al tiempo que asume la herencia española en tierras italianas. El recorrido que durante tres meses realiza y sobre el que va a ir escribiendo sus impresiones cubre las más importantes ciudades y zonas italianas: empieza por Génova, la ciudad del mármol; sigue por la Lombardía –la Cataluña italiana, como él la califica-, siguiendo la ruta de Napoleón, hacia Milán, capital moral de la península, que le conmueve  por la magnificencia de su majestuosa catedral: «Es necesario –afirma- ser Victor Hugo para definir la impresión que causa el interior de esos grandes monumentos levantados por la fe de la Edad Media». También le llama la atención el carácter musical de la población, y la ópera, presente en toda Italia pero encabezada por la Scala. El castillo de los Visconti –o lo que queda de él- le provoca reflexiones enjundiosas, así como la Biblioteca Ambrosiana, la Pinacoteca de  Brera…y la prisa por comer de los frailes de Santa María de Gracia, que abrieron una puerta justo cargándose la parte inferior de la Santa Cena de Leonardo. Dedica cinco capítulos a Milán.

De la capital lombarda se traslada a Pavía, que califica de «Escorial italiano», y recuerda la victoria de los tercios españoles de Carlos V sobre las tropas francesas y cómo fue hecho prisionero Francisco I. De allí a Turín, donde su mayor deseo se ve cumplido al encontrarse en persona con Edmundo D’Amicis, al que admira tanto literaria como políticamente, y nos brinda toda una disertación sobre la relación de la poesía con la revolución. A lo largo de todos estos textos, el joven y ardiente Blasco manifiesta sus opiniones políticas, reflexiona, compara, alaba o critica la historia y a los personajes según su filtro. Pero lo hace muy razonadamente y a veces, tiene unas ocurrencias humorísticas deliciosas, por las que hace algunas críticas por la vía cómica, que resultan así más tamizadas. En general, la religión católica y la Iglesia son continua diana de sus dardos. Conocida es la posición anticlerical y anti monárquica de Blasco, republicano visceral, y en cada lugar que visita de Italia observa cómo vive la población, las diferencias sociales, las influencias nefastas de los clérigos (jugosas reflexiones sobre Francisco de Asís, por cierto), los garibaldinos, los Saboya,…
Sube a la torre de Pisa, sintiendo un cierto vértigo, recorre la Plaza de los Caballeros, y la Torre del Hambre, donde el conde Ugolino languideció, y llega por fin al Campo Santo. Recuerda a Byron asistiendo a la muerte de Shelley, recuerda que en el Palacio de la Sapienza (la Universidad) un tal Galileo impartía sus lecciones, mientras la Inquisición afilaba las uñas.
Y llega a Roma, a la que dedica nueve capítulos: se apodera de él el síndrome stendhaliano, y no sabe por dónde empezar, subyugado ante tanta belleza, ante tanto arte, la Roma clásica y la Roma renacentista, Laocoonte y la Sixtina, el Foro y el Capitolio; la magnificencia arquitectónica de San Pedro; el Vaticano, pleno de tesoros artísticos, centro histórico de poder. Los diversos saqueos de la ciudad, desde los bárbaros, a los españoles, y los de los propios ciudadanos, que desmontaron medio Coliseo para construir palacios: «Lo que no hicieron los bárbaros lo hicieron los Barberini» dice Blasco, con retranca. Miguel Ángel, Rafael, le calan hondísimo ¿y a quién no? ¿Quién podría resistirse a la fuerza que emana de las esculturas y pinturas miguelangescas, o a la dulzura de la las pinturas rafaelescas?

No sólo del arte clásico y de la gloriosa arquitectura romana nos habla, sino que incluye dos capítulos para  hablar de los españoles (artistas, literatos, periodistas) que encuentra en la Ciudad Eterna, y que son muchos, siendo los principales los hermanos Benlliure, que le acogen y le ayudan, incluso le llevan un tiempo a Asís, donde tienen casa de verano. La ciudad de Asís le recuerda a Toledo, impresionándole profundamente los frescos y las pinturas de la catedral: Cimabue, Giotto, el Dante, San Francisco son personajes que le llaman la atención y sobre los que diserta.
De Roma pasa a Nápoles, a cuya región dedica otros siete capítulos.  Aquí el escritor se desborda como el Vesubio; no puede resistir tanta belleza natural: la bahía napolitana, el maravilloso paisaje, el imprevisible volcán, que visita subiendo a caballo, llegando hasta el mismísimo cráter, aspirando los efluvios sulfurosos y casi quemándose los pies con las ardientes piedras volcánicas. Pero no sólo es la naturaleza: es la propia ciudad y las gentes napolitanas las que le dejan lleno de sentimientos contradictorios: reconoce cuanto hay de español en Nápoles, la picaresca que parece ser el carácter propio de sus pobladores, así como la musicalidad de lengua y canto. También la languidez, el dolce far niente, la casi invisible frontera entre la ley y la ilegalidad de la Camorra, «pueblo de alegres farsantes».
Lo que también visita y describe al detalle, con enjundiosas reflexiones y comentarios, es la ciudad muerta de Pompeya, a la que imagina llena de vida y nos hace imaginar a los antiguos pobladores paseando junto a él por las avenidas, el interior de las casas, admirando las pinturas, sonrojándose en la vía del Lupanar, ante el «atrevimiento» y la liberalidad sexual de los romanos. Los comentarios del escritor no tienen desperdicio.
Tras la visita al sur, sube hacia el norte, hacia la Toscana: al pasar por el lago Trasimeno imagina vívidamente la tremenda batalla que tuvo lugar entre las tropas de Aníbal y las de los romanos, comandados por Cayo Flaminio Nepote. Y finalmente llega a la Ciudad de las Flores: Florencia. Deambula bajo la lluvia por la ciudad, asombrado de encontrar en tan breve espacio la mayor concentración de arte nunca visto, impresionado por la fuerza escultórica en cada rincón de la Plaza de la Señoría, por los pasillos abarrotados de arte de la Galleria degli Uffici. La cúpula de Brunelleschi, las Puertas de Ghiberti, Santa María dei Fiori, ¿es posible hallar más belleza junta? Ay, Stendhal, ¡cuánta razón tenías!
Y finalmente, el broche con el que cierra su relato viajero: no podía ser otro que Venecia, la reina de las lagunas. Describe su entrada en tren, por el largo puente que parece flotar sobre las aguas. La excepcionalidad de esta maravillosa y única ciudad, puerta de Oriente, cuyo intercambio cultural se aprecia en las edificaciones y en los dorados que cubren San Marcos, la sensación de estar en la frontera de otro mundo, los paseos por las escondidas plazoletas, las góndolas por los canales, los palacios reflejados en las aguas tranquilas…La historia de la Serenísima parece haber inmovilizado el tiempo, cuando se entra en la ciudad.
En suma, un relato lleno de viveza, un estudio de la historia italiana, de las costumbres, de sus gentes y paisajes, un texto que supera con creces cualquier guía turística y que asombra la profundidad de miras de un joven periodista que más tarde será un grandísimo escritor…y un incansable viajero: Don Vicente Blásco Ibáñez  El criterio seguido para esta edición por Julio Castelló principal responsable de ella, ha cotejado la edición príncipe con otras ediciones posteriores, con la idea de recuperar dos capítulos desaparecidos de ulteriores ediciones, así como un buen número de párrafos, expresiones, fragmentos y matices eliminados o modificados, por una posible incorrección política, pero que revelan al autor en sus convicciones profundas y dan calidad  al texto.



Reseña publicada también en: http://www.elplacerdelalectura.com/2012/02/en-el-pais-del-arte-tres-meses-en.html

02 febrero, 2012


ENTREVISTA A AMANDO LACUEVA

Autor de la novela La guerra del francés, La marca del traidor

Entrevista realizada por Galaico, publicada anteriormente en Melibro.com



Amando Lacueva (Hellín, 1960) es asesor fiscal en la Agencia Tributaria de Tarragona. Estudió Peritaje Mercantil en la Escuela de Altos Estudios Mercantiles de Barcelona. Pertenece a diversos grupos de escritores y participa activamente en varios foros literarios. Su primera novela, publicada en 2008, El triángulo vikingo (Mundos Épicos Grupo Editorial), es de corte fantástico y  trata sobre las deidades nórdicas y actualmente ya va por la segunda edición. En 2009, Hera Ediciones publica su segunda novela, El sexo sol, obra de ciencia ficción que trata sobre las profecías mayas. Este año verán la luz su poemario “En carne viva” y su cuarta novela “Red final”.

Galaico:  Le agradezco que me dedique un momento de su tiempo para esta pequeña
entrevista:

1-Le felicito por el éxito que parece va teniendo La guerra del francés. La editorial ya está preparando una segunda edición.

AL.-Esas son las últimas noticias que he recibido recientemente de la editorial. Todo  apunta a que el distribuidor solicita más ejemplares y éstos parece ser que se han agotado.

2-Uno de los supervivientes de esa barbarie cometida por Suchet contra la población, dice, en la introducción “que Tarragona y sus héroes claman un lugar en la Historia de esta patria desagradecida”. Entiendo que esta novela es un canto a la Memoria Histórica de los que dieron su vida defendiendo la ciudad hasta el último suspiro, a pesar de que sabían cuál era su fin.

AL.- Cierto. Suchet envió varios emisarios para que el gobernador, el general Juan Sénen de Contreras, entregara las llaves de la ciudad abaluartada, pero ni él ni el comandante en jefe de Cataluña, Luis González de Aguilar, el marqués de Campoverde, después de lo sucedido en Tortosa con el conde Alacha, tenían en mente entregarla. Resistir hasta morir, esa era la consigna, tal y como rezaba el lema de los migueletes de la ciudad “vencer o morir”. Muchos pudieron huir antes del asalto, incluso la dotación del ejército regular encargada de su defensa, elaboró un plan de fuga, pues sabían que sucumbirían ante los tropas imperiales, pero aún así, conociendo el final que les esperaba, la mayoría de la población, las milicias urbanas y los somatenes, prefirieron la muerte

3- Me llama la atención que, pese a los crímenes horrendos cometidos contra la población, casi diezmada ese fatídico día, he visto que se celebró en los días 24 y 25 de junio de este año el 2º Centenario de la toma de Tarragona por el sanguinario Suchet. Contradictorio ¿no?. Lo digo porque ante tal masacre no habría lugar a ninguna celebración.

AL.-Realmente lo que se celebró fue una conmemoración coincidiendo con el segundo centenario, para rendir homenaje a la memoria de los héroes que defendieron la plaza. No hubo celebraciones, pero sí actos que honraban las víctimas masacradas en el cobarde y brutal asalto perpetrado por las tropas al mando del general, luego mariscal, Louis Gabriel Suchet, Como ve, nada tiene de contradictorio, pues no fueron días de fiesta, al contrario, se realizaron diferentes conferencias, tertulias, exposiciones en numerosos museos de la ciudad, y actos de homenaje.

4-¿Por qué se ocultó tanto tiempo lo sucedido?. ¿Quedaba alguien tan mal parado si salía a la luz pública todo lo que pasó hasta el asalto final.

AL.-Es un poco largo de explicar y yo lo único que puedo hacer es comentarte mis impresiones, fruto de la investigación de casi dos años entre manuscritos y bibliotecas. Todo apunta a que el comandante en Jefe de Cataluña, el marqués de Campoverde, no deseaba pasar a la historia como el general que había rendido la plaza ante las tropas Bonapartistas, y menos, después de que el conde Alacha entregara Tortosa. Hay que tener presente, que Tarragona era el último baluarte de Cataluña que no estaba en manos francesas. Todos conocías la importancia de la ciudad, pues disponía de puerto, custodiado por la armada inglesa y se encontraba en un lugar estratégico, dado que impedía que Suchet avanzara hasta Valencia. El marqués, se pavoneaba por las calles de la ciudad diciendo a los vecinos a voz en grito, que Tarragona nunca sería entregada. Luego parece ser que se dio cuenta que no podía presentar batalla al mejor ejército del mundo, que en aquellos momentos reunió unas tropas para el asedio superiores a 30.000 hombres. Tanto el ejército regular, que desapareció con burdos pretextos, como el ejército imperial, tienen mucho que callar y esconder, unos, por cobardes y abandonar la plaza dejando a sus habitantes a su suerte, los otros, por las atrocidades y barbarie cometidas. No me extraña que nada de esto aparezca en los libros de historia. Es una vergüenza para ambos ejércitos. Solo apuntar que el marqués de Campoverde, fue juzgado por sus actos en Valencia tres años más tarde.

5-¿Hay alguna teoría, por lo que se deduce de la novela, de que hubo alguien o algún cúmulo de circunstancias que allanó la entrada de los franceses en la ciudad?

AL.-Existen muchas pruebas documentadas de que Tarragona fue traicionada y vendida al ejército de Bonaparte. Desde oficios de la Junta Superior de Cataluña, instando al gobernador a que buscara a los conspiradores y espías (algo que sabían muy bien pues tenían un agente de inteligencia en Paris que les había informado), como por la pérdida de diferentes fuertes exteriores que hablan de traición. Te podría enumerar muchos sucesos: como que el fuerte de la Oliva, una construcción exterior que costó 40M de reales de la época, con una dotación de 1200 hombres y 50 cañones de grueso calibre, fue tomado por la misma puerta de entrada al baluarte, dado que los franceses penetraron dando el santo y seña correctos. No obstante, el día anterior la ciudad apareció empapelada de folletos indicando el día y hora del cambio de retén. Esa es solo una muestra, luego podemos seguir con el bochornoso comportamiento de los defensores del arrabal (La ciudad baja), que se embarcaron y dejaron las murallas libres para que los franceses penetraran. O igualmente, el enorme problema que hubo con los rastrillos de las murallas, que todos se encontraban abiertos en el momento del asalto, lo que provocó que los defensores fueran sorprendidos por la espalda. No acabaría de relatar hechos de traición.

6-La Guerra de la Independencia fue una guerra en la que tuvo un papel importante el pueblo: por un lado la guerrilla que hostigaba al invasor y por otro personas anónimas que forjaron leyendas, tras salvar a pueblos y ciudades del invasor con sus heroicas actuaciones. Sin embargo no sabemos si en Tarragona hubo alguien a quien destacar por su valentía.
AL- En mi novela tengo como personajes secundarios a dos héroes de la ciudad, que combatieron valientemente. Uno es el teniente de migueletes Joaquín Fábregas, y el otro, una mujer, conocida por La Rosa, o la calesera de la Rambla. Ambos personajes de mi obra están basados en la vida de ambos, que por suerte, sobrevivieron al asalto.

7-Ya metiéndonos algo más en el libro, al leerlo, realmente parece que uno se remonta al año 1811.  Uno se hace a la idea de cómo era la vida de aquellas gentes, sus vestimentas, el ambiente en las tabernas, la vida cotidiana que se procuraba llevar pese a todo. ¿Costó mucho trabajo documentarse para acercarnos a ese año y que el lector se sintiera un personaje más de la obra?.

AL-Realmente ha representado un duro trabajo. Escribir una línea, en ocasiones representaba estudiar una veintena de manuscritos durante un mes para dotar al escenario de la mayor realidad posible. Desde buscar vocablos en desuso, hasta los juegos de los críos, pasando por las vestimentas de la época, las costumbres de los habitantes de la ciudad, la construcción de las viviendas, el mobiliario, las gentes que frecuentaban los figones, y un largo etcétera. Sin embargo el tiempo dedicado a la ambientación mereció la pena, pues creo que ha sido un gran logro, por lo menos, esos dicen muchos de mis lectores, que han quedado fascinados por la recreación de la cotidianidad de hace dos siglos.

8-Pese al carácter coral de la novela uno llega a sentir empatía por los personajes, ya fuesen de los llamados buenos o de los malos. El Jerezano, Ixart, el bueno y a la vez bruto de Mingo Prats. En fin, una larga relación de personajes pero muy bien dibujados sus rasgos. Trazar sus personalidades no debió ser una tarea fácil. Lo digo, además, por el equilibrio que veo en todos o casi todos ellos.

AL.-Cada escritor tiene su técnica. Yo estoy acostumbrado a construir una ficha de cada personaje, destacando sus rasgos físicos, sicológicos y sociológicos, lo que me permite mantener el perfil del mismo durante toda la obra. Lo que realmente trabajo, es su perfil sicológico. Me gusta que los personajes tengan vida propia y que se distingan por su comportamiento, luego que cada uno se imagine el físico que desee, pero lo trascendental es que mantengan una misma conducta ante diferentes situaciones y que el lector los pueda distinguir perfectamente por su forma de ser, por su forma de vestir y en último lugar, por su físico.

9-¿Hay algún personaje de La guerra del francés que tenga algo de usted?

AL.-Todos tienen algo de mí, yo creo que el autor es todos sus personajes, y desde luego, esta pregunta merece un extenso debate entre autores, pensadores y filósofos. Sin dudarlo, todos nacen del autor e imprimes algo tuyo en cada uno de ellos.

10-Al final de su novela viene una extensa bibliografía. Es una historia novelada, desde luego, pero casi se podría tomar como un ensayo. ¿Se podría decir que es una novela testimonio?

AL.-Está basada en diferentes crónicas, diarios de personas que sobrevivieron al asalto y un largo etc. Como ves, tengo dos narradores, uno en primera persona como testigo protagonista y el otro omnisciente, sí, sin duda pretende ser un testimonio de lo sucedido.

11-Este año salen a la luz dos obras suyas: un poemario y una novela de corte distinto. ¿La siguiente será una novela histórica o con esta se acabó su aventura en este campo?

AL.-Me gustó haber trabajado con el género histórico. Me he sentido cómodo y satisfecho. He disfrutado construyendo la obra, trabajando los detalles más ínfimos e intentando ser riguroso. Ha sido la primera, cierto, pero sin duda no va a ser la última, de hecho estoy trabajando en algo que verá la luz en 2013, y naturalmente, es histórica.

Muchísimas gracias por su atención en nombre de Melibro y  Opinion de libros, seguiremos al corriente de sus éxitos.

Galaico

¡Sálvese quien pueda! - Andrés Oppenheimer

¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la robotización. Oppenheimer siempre me ha llamado la atención, si bien no he sid...