07 septiembre, 2010

Mis amigos – Emmanuel Bove

Este post pertenece a José Luis Amores, de Málaga, quien nos ha autorizado a repostear su material, http://bolmangani.blogspot.com/2010/08/conoceis-mis-amigos.html. Muchas gracias José Luis.

"Mis amigos" es una novela de Emmanuel Bove, seudónimo de Emmanuel Bobovnikoff. Este escritor nació en 1898 y murió en 1945 en París. Sus admiradores le hicieron hace algunos años una web que resume su biografía y bibliografía, además de ofrecer fotografías y documentos diversos. No tiene entrada en castellano en la Wikipedia. Pero si buscáis información sobre él en la red, encontraréis reseñas de la novela que os recomiendo leer, y poca cosa más. Sin embargo, quienes hayan leído "Doctor Pasavento", de Vila-Matas, al menos deberían reconocer el nombre. Se trata de uno de los autores fetiche mencionados en ella. Un escritor que emergió gracias a Colette, y que poco después desapareció, en el sentido no literal del término. En España, Pre-Textos publicó "Mis amigos" hace seis o siete años. Yo fui uno de los que compró la novela. Y además me la leí.

Dicen por ahí que Bove era un escritor para escritores —agrupe lo que agrupe este sustantivo—. Pero yo no soy escritor y recuerdo que, en su momento, valoré "Mis amigos" muy por encima de obras mucho más célebres. Era su estilo árido, sequísimo (publicado once años antes de que naciera Raymond Carver), de una tristeza endógena y una candidez desesperante pero asombrosamente fluido, lo que primero me llamó la atención. Pues se contrapone fuertemente a las formas narrativas de su tiempo —qué decir de muchas de las de ahora—, al menos a las más populares. Quizá en ella, en su diferencia, ya llevara implícita la posterior desgracia. Y luego estaba la historia en sí, sin centro alguno que no fuera el individuo como tal, confrontado con un entorno cuya crueldad intrínseca va asimilando como quien encaja patadas y bofetones en callejones oscuros. Recuerdo a un hombre llamado Víctor, solo, excombatiente y pobre, mutilado, dando tumbos por París. Buscando amigos. Alguien con quien compartir un vaso de vino, una habitación de hotel, un rato de conversación. Por momentos parece que logra conectar con alguno. Pero todos, sin excepción, sólo quieren de él una invitación, una noche efímera, un préstamo de retorno dudoso. Al final el protagonista termina como comenzó: solo en la habitación de un hotelucho parisino.

La ironía implícita en el título es admirable y de una vigencia total. Porque Víctor no tiene amigos. No tiene a nadie. Hoy ese hombre quizá tendría un perfil en Facebook. Puede que hubiera escrito Busco amistad en su pestaña de Información. Y un alto porcentaje de las solicitudes de relación icónica que enviara le serían correspondidas por inercia. Así iría atesorando un grupo de colegas virtuales. Iconos de tantos por cuantos píxeles, a los que con la mansa aceptación de sus invitaciones a juegos absurdos y absolutamente banales devolvería el favor de permitirle ensuciar sus Muros con anécdotas que en realidad no les importan lo más mínimo. Imagino a Víctor en Twitter, siguiendo a medio mundo y a él sólo un probablemente numeroso puñado de spammers. Víctor en Linkedin, con un currículum paupérrimo de referencias y tácitamente nulo de contactos o cartas de recomendación. Víctor respondiendo a correos basura de identidades femeninas rusas que "buscan amistad en Internet". También lo veo subiendo fotos a Flickr. Imágenes de despojos en una carnicería, de vagabundos durmiendo al lado de cajeros electrónicos, de niños rumanos trabajando para la industria de la mendicidad. Víctor como asiduo comentarista de blogs. Y al contrario de quienes piensen que se escondería tras la habitual ausencia de identidad, él siempre conectado a múltiples cuentas de comunidades virtuales y firmando sus mensajes con un lacónico Víctor. Seguramente su perfil es de los más visitados de la red, dada su promiscuidad, su propensión a regalar afectos en sus devaneos virtuales.

No obstante, Víctor sigue sin tener verdaderos amigos. En los mundos virtuales su porcentaje de rebote, expresivo de la indiferencia que suscita, es del 400%. Y en el mundo desconectado su ranking no tiene parangón. Es decir, se arregla y sale a la calle y como respuesta a sus Buenos días generosamente repartidos recibe miradas de incomprensión. Obligándolo su trabajo seguramente a relacionarse con decenas de personas al cabo del día, rara es la ocasión en que alguien se fija en él si no es para obtener algo a cambio. Hacia Víctor el desinterés ajeno se da en toda su plenitud, pero con él nadie es desinteresado. Cada vez que, estrechando una mano, la del otro aprieta la suya más fuerte de lo normal, probablemente acabe prolongándose hasta su bolsillo. Pero como es pobre, mediante esa vía no conseguirá retener a ningún ser humano por mucho tiempo. Además, esa privación se le nota incluso en las fotografías con que prueba a amenizar su yo circulatorio en la red. Su aspecto tiene un aura cutre, sórdida —esa camisa de color apagado, la barbilla demasiado estrecha, el pelo atrasado y con una gruesa raya mustia al lado, se acaba de afeitar pero no lo parece—. Así, quienes en un momento dado podrían apreciarle por lo que simplemente es, un hombre bueno, se ven frenados por un miedo ancestral al humilde, al necesitado, al contagio de la mala suerte que su mera cercanía parece promover. Por lo tanto Víctor ve espaldas, mira nucas, se conformaría con tocar hombros, pues las manos le son negadas. Porque, reconócelo, Víctor no te gusta.

La única conclusión válida es que Víctor es un excluido. Como él los hay a millares. Mejor decir a millones. Nadie sabe cuántos, pero se sospecha que su número crece cada día en proporción al de jugadores en Farmville. Hay Víctores en cada rincón vital, virtual y real. Ese carraspeo respetuoso a tu lado, ligeramente escorzado, proviene de uno de ellos, de un Víctor. Que igual va a presentársete. A mostrarte su sonrisa de empastes. Ese señor de mediana edad que va en el autobús, con el asiento lleno de aire al lado del suyo; el otro que deja su sitio a la señora en el metro pero que luego no encuentra un mínimo trozo de barra donde agarrarse; ese que hace una compra solitaria y de pocos artículos, para así maximizar las oportunidades de contacto al cabo de la semana; aquel que nos trae un pedido cualquiera, y que nos solicita amablemente nuestra firma en una hoja de la que luego guarda celosa copia como si de una bitácora personal de conocidos se tratara: todos ellos son Víctor.

Piénsalo bien, seguro que conoces a alguno. Explora en tu olvido, y verás como los vas rescatando. Mira en tus contactos y los encontrarás a puñados. ¿Y este quién es?, te preguntas. ¿De qué lo conozco? ¿Cómo llegó hasta aquí? ¿Por qué lo tengo como amigo?

No lo dudes: es Víctor. Como otro nombre cualquiera. Y tú eres uno de sus amigos. A no ser que tú mismo seas Víctor. ¿Lo eres?

Muy interesante, José Luis. Muchas gracias.

¡Saludos!

No hay comentarios.:

¡Sálvese quien pueda! - Andrés Oppenheimer

¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la robotización. Oppenheimer siempre me ha llamado la atención, si bien no he sid...