Manuel es un hombre solo que vive en una casa confortable y espaciosa en una isla vecina a Miami. Está de pié, ensimismado, mirando una piscina a la que caen lagartijas que él rescata. Espera a que suene el teléfono. Pero el teléfono no suena y no sonará, por que Manuel ha perdido a esos amigos que quisiera que le llamen. Los ha perdido porque fue torpe y egoísta con ellos, porque se inspiró en ellos para escribir unas novelas que le hicieron famoso pero lo condenaron a la soledad, al silencio y a la indiferencia de esos amigos que ahora echa de menos.
Manuel sabe que tiene la culpa de que esos amigos ya no quieran hablar con él, y por eso se aferra a la ilusión de una última oportunidad para darles una explicación y pedir disculpas. Pero esa oportunidad no le será dada. El teléfono permanecerá mudo y él seguirá hablándole a las lagartijas que se ahogan en la piscina de su casa. Y para no enloquecer, para expiar las culpas que lo abruman y martirizan, Manuel se sienta a escribir.
Manuel les escribe a esos amigos a los que ha perdido pero que todavía viven en su memoria, en su corazón, en su imaginación. Les escribe cartas cargadas de nostalgia y ternura, no exentas de matices de humor, en las que logrará revivir esos momentos intensos e inolvidables que dejaron un sello imborrable en sus afectos. Éstas son las cinco cartas que Manuel les escribe a esos cinco amigos del alma que ha perdido pero a quienes recupera en el azaroso territorio de la fantasía: su adorada Melanie, con quien vivió mucho más que una sana amistad; el recordado Daniel, que le enseñó a bailar, a peinarse, a visitar prostíbulos y a hacer cosas aún peores; a su tocayo Manuel, que también soñaba con ser escritor; Sebastián, el actor guapo y famoso con el que vivió una aventura secreta y a quien recuerda con especial intensidad; y el ilustre doctor Guerra, pintoresco personaje de la Lima aristocrática que educó a Manuel en el amor a los libros, el periodismo y los paseos sosegados por el parque del Retiro en Madrid.
Éstas son las cartas de un hombre solo que se resiste a perder a sus mejores amigos. Éstas son las cartas de Manuel a los amigos que ya ha perdido.
Debo confesar que inicialmente, cuando esta novela me encontró la subestimé. Leí sólo la contratapa y me pareció que sería algo así como cursi, con una dudosa inclinación sexual. Sin embargo, una amiga de mi infancia me recomendó que leyera este libro y así fue. Me pareció amena, a decir verdad, pero no muy electrizante. Sin embargo, me dejó una reflexión: en un mundo en el que las comunicaciones y los contactos forman parte de casi el 100% de día a día (y ha alcanzado niveles extraordinarios con Internet, a través de Facebook, Hi5, LinkedIn, Tagged, entre otras webs), nadie puede darse el lujo de perder a quienes conoce, a quienes el destino les puso en su camino (para bien o para mal), y mucho menos si se trata de amigos de verdad.
Si quieres leer una novela nostálgica, cargada de sentimientos y que te plantee un pié de reflexión, esta es una buena alternativa. Sólo me queda mencionar que Jaime Bayly dedica su libro de la siguiente forma: A mi padre, el amigo que no perdí.
Te dejo un abrazo y espero que disfrutes de esta obra.
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