15 abril, 2012

PASEANDO POR LA GRAN VÍA


LA GRAN VÍA ES NEW YORK
RAÚL GUERRA GARRIDO

ALIANZA EDITORIAL, 2010ISBN 9788420684376 


La Gran Vía de Madrid, que este año cumple su primer centenario, surgió de la necesidad de crear un eje que facilitara las comunicaciones entre las estaciones de Príncipe Pío y Atocha, de abrir un amplio espacio urbano en la maraña de pequeñas calles insalubres que tejían esa zona de Madrid y permitir, al tiempo, la creación de una importante calle comercial con edificios imponentes y modernos, un escaparate de la modernidad en un Madrid.- una España- que vivía aún inmersa en el siglo XIX y alejada en gran medida de las corrientes urbanísticas más importantes de Europa.
Con el tiempo, esta calle ha ido evolucionando de muy diversas maneras conservando siempre su esencia como centro neurálgico de la ciudad, pasarela de tendencias, centro comercial y de negocios. Para quienes vivimos en Madrid, aunque de Madrid no seamos, este libro nos ofrece la oportunidad de adentrarnos en unas escenas y una sociología que no hemos llegado a conocer (los vocingleros del SEPU, los grandes estrenos en sus cines, el esplendor de Chicote o la presencia de ilustres visitantes, desde Hemingway a Eisenhower).
Sin embargo, Raúl Guerra Garrido no pretende narrar la historia de esta emblemática vía, todo lo contrario, su perspicaz atención ha compuesto una obra formada por diversas escenas que configuran un collage en el que podemos conocer esta calle no desde la imponencia de sus edificios o los acontecimientos históricos que ha contemplado, sino desde la perspectiva de los ciudadanos que por ella han paseado, comido, bebido o fallecido. Son las historias de estas personas, notables o ignotas, nacionales o inmigrantes, las que a través de sus quehaceres nos hablan de la importancia de esta vía.
Estas historias breves abarcan los más diversos registros y estilos. Nos encontramos con vivaces diálogos, historias policíacas o detectivescas, pequeños sucesos íntimos o grandes acontecimientos históricos. Pero también nos ofrece sus “texturas urbanas” que recogen los textos de los anuncios, reclamos, eslóganes, marcas comerciales o nombres de establecimientos que se pueden encontrar en un paseo por sus aceras como si de un fresco vital se tratara.

También encontramos interesantes recreaciones de dos obras En la colonia penitenciaria o Ante la Ley de Kafka ubicadas en el contexto de la Gran Vía (como ejemplo, el guardián de la puerta de la Ley se ha metamorfoseado en guarda jurado, encargado de impedir que mendigos y drogadictos acampen cerca de la puerta de la empresa que protege).

Y es del conjunto de todas estas historias de lo que surge la comprensión de esta calle, de su significado social, pero también del ser humano que la puebla, que no es especialmente diferente al que puebla cualquier otra calle de cualquier otra ciudad, donde se pasean brazo contra brazo el rufián y el joyero, el representante de artistas y el mozo de cuerda dispuesto a labrarse un futuro. Es este paisaje humano el que se convierte en el protagonista del libro, pasando la Gran Vía a ser el mero escenario en el que discurren sus vidas.
El mundo literario de Guerra Garrido se muestra abigarrado y barroco en ocasiones, directo y moderno en otras, pero siempre acierta en el retrato de los caracteres que dibuja. Los mecanismos psicológicos de sus personajes se revelan a través de sus actos y sus palabras, pero adquieren validez universal, de ahí que este libro no exija del lector un conocimiento de su hábitat geográfico sino un afán por comprender mejor el mundo urbano que le rodea.

GWW

13 abril, 2012

VICTORIA, REINA


 LA REINA VICTORIA 
Lytton Strachey

Una combinación de circunstancias determinó que en 1830 la Princesa Victoria fuese reconocida oficialmente como presunta heredera al trono de Inglaterra. Contaba sólo doce años de edad y era la imagen misma de la pureza y la inocencia, con lo que representaba una esperanza de regeneración para una monarquía desprestigiada por los escándalos protagonizados por sus últimos titulares. Como cualquier niña, Victoria podía ser considerada un botón de rosa; una vez crecida, cuando a su aura angelical y corta estatura añadía el atractivo de una figura esbelta, parte de la prensa la llamó la «Rosa de Inglaterra»; era, por demás, el partido más apetecido por las casas reinantes de Europa. Más tarde fue reina, esposa y madre, pero la madurez apenas hizo mella en el aire de virginidad moral que conservó prácticamente hasta su muerte. Un aire sin duda sincero y del todo conforme a su talante más íntimo, pero también un capital político del que supo obtener provecho. La propia Victoria atribuyó gran parte de su popularidad al modelo de doméstica virtud que ofreció a un país por entonces ávido de ejemplos (e inundado durante buena parte del siglo XIX por una oleada de romanticismo y sentimentalismo). Ésta es una de las facetas que destacan en la notable biografía escrita por el escritor inglés Lytton Strachey (1880-1932), miembro del grupo Bloomsbury.
Victoria fue criada en un ambiente recoleto y casi exclusivamente femenino además de germanizante, y a quienes la conocieron en la adolescencia causaba impresión de personilla tan simple y piadosa que “parecía hija de párroco alemán”. Sin embargo, satisfizo a todos cuantos pudieron verla el día de la ceremonia de coronación –en 1838- por su pasmosa dignidad, y a muchos por la sensatez con que se condujo en sus primeras intervenciones oficiales.
Muy pronto se manifestó como persona resuelta y vehemente, consciente además de sí misma y de su rango. En asuntos de gobierno hizo gala de «instintos de hombre de negocios». Una de las damas de su entorno la caracterizó como mujer dotada de un filamento de acero, definición que Strachey suscribe con entusiasmo. Ejemplo temprano de su firmeza fue el que no dudara en frenar los intentos de intervenir en el manejo de la política exterior británica por parte de su querido tío Leopoldo (rey de Bélgica y un verdadero padre sustituto para ella).
A poco de asumir como Primer Ministro, Benjamin Disraeli dio en llamarla «Reina de las Hadas»; el célebre político y escritor quedó encantado de la vivacidad de la diminuta monarca. El encantamiento fue recíproco, y el tono más que amistoso, romántico de sus relaciones se mantuvo hasta el final. Desde luego, Disraeli supo del temple de Victoria: el «Hada» tenía dientes y garras (la rosa, espinas). Entre los pasajes más notables del libro me han parecido los relativos al trato de la reina con los sucesivos Primeros Ministros, en el que se comportó con bastante volubilidad. Por lo mismo que aborrecía hasta la sola insinuación del cambio en todo orden de cosas, la alternancia de los partidos whig y tory en la conducción del país la azoraba una enormidad, y recelaba de cada uno de los nuevos jefes de gobierno. Pero, por lo general, pronto aprendía a apreciar sus respectivas cualidades, incluso a parecerle imposible el trato con otro Primer Ministro que no fuese  el de turno.

Afirma Strachey que Victoria fue «el símbolo viviente del triunfo de la clase media»; su pronunciada afinidad con los gustos de esta clase, aunque amplificados según su propia posición, impuso un sello burgués a su prolongado reinado. Con todo, la mentalidad de Victoria se caracterizó por un pertinaz conservadurismo: jamás profesó demasiada simpatía para con las reformas liberales y las ideas mesocráticas, el feminismo –por ejemplo- le parecía una espantable aberración, y en distintas aristas de su conducta y personalidad no podía ser sino una genuina aristócrata.
A despecho de su fuerte personalidad, el poder de la Corona declinó de modo sostenido a partir de 1861, alcanzando al final de la era victoriana lo que hasta entonces era su punto más bajo en la historia de Inglaterra. Strachey concibe como factor clave en este proceso -no el único- el fallecimiento del príncipe consorte, Alberto, ocurrido precisamente en dicho año. La influencia de Alberto fue decisiva en el manejo de los asuntos públicos, fortaleciendo de paso la potestad del trono. Tras su deceso, Victoria abandonó el rol pasivo y marginal al que gustosamente  se había sometido, no obstante lo cual fue incapaz de obstruir la paulatina liberalización de las instituciones políticas. 
 
Por cierto que Alberto (alemán de nacimiento y primo de Victoria) ocupa un lugar destacado en el libro. Interesante semblanza y consideración de su rol público: de joven indolente al que la política resultaba del todo extraña, pasó a ejercer en esta esfera un papel laborioso y eficaz, convirtiéndose no sólo en administrador competente sino en artífice del poder real. Su muerte significó un duro trance para Victoria, que optó por una voluntaria reclusión; durante mucho tiempo su contacto con el público se limitó a las contadas ocasiones exigidas por el protocolo. Idealizó a su adorado Alberto e hizo un culto de su memoria, conduciéndose en adelante bajo la divisa de honrar los ideales y los gustos de su fallecido esposo.  Las residencias reales y sobre todo las habitaciones de Alberto se convirtieron en auténticos santuarios.  (Fue esta una «operación de embalsamamiento» -la expresión es del historiador Simon Schama- que alcanzó rango oficial y que a la larga produjo un hastío generalizado.) La vida de Victoria se encaminó en una «eterna y deliciosa repetición de acontecimientos absolutamente triviales», sólo interrumpida por las labores oficiales que nunca descuidó; a ellas destinaba largas horas, mecánicamente programadas. Finalmente, a edad avanzada abandonó su relativa reclusión; si por entonces era de (casi) todos respetada, con sus apariciones en público y el rigor moral de su vida concitó universal estimación. Para sus complacidos súbditos, Victoria se erigió en la personificación del boyante Imperio Británico, al tiempo que el prestigio de la corona –que no su poder efectivo- adquiría niveles casi místicos.

Se trata de un libro escrito con un esmerado equilibrio entre compromiso emocional y distanciamiento, en que los toques de ironía contrastan con el tono admirativo. El énfasis de la biografía está puesto en la dimensión pública del personaje. Si he de fiarme en la traducción (en mi caso, la de Editorial Sudamericana, año 2000) y en la fama del autor, debo decir que el libro me ha parecido formalmente impecable además de entretenido. Una lectura en verdad gratísima.

Rodrigo
- Lytton Strachey, La reina Victoria
Lumen, Barcelona, 2008. 400 pp.

11 abril, 2012

UN THRILLER SEVILLANO


PUENTES Y SOMBRAS
FERNANDO DE CEA
Ed. Abec, 2012

Estamos ante una opera prima de un autor que, a pesar de haber escrito mucho, no lo ha hecho en forma de libro ni de ficción. El autor, Fernando de Cea, capitán de fragata de la Armada, es además licenciado en Economía y ejerce la crítica de cine, habiendo publicado abundantes artículos en revistas especializadas y en su blog cinematográfico. Como puede observarse, son campos muy diversos en los que se mueve. Y ahora añade el literario, en el que entra pisando fuerte.
Novela de intriga, policíaca, con salpicaduras de novela negra,  este thriller tiene visos de guión cinematográfico, y arrastra importantes influencias de los clásicos del género, así como de sus versiones cinematográficas. No en balde el autor es un cinéfilo empedernido.
Ambientada en  Sevilla, ciudad que conoce bien, entre escenarios reales e imaginarios, y en la más absoluta contemporaneidad ―a juzgar por las conversaciones, los usos y las referencias a la actual crisis― el autor desarrolla una enrevesada trama que une varios submundos: el de la prensa, concretamente un imaginario periódico local, La voz de Hispalis, donde varios son los personajes que destacan: Merche, Cecilia, Enrique, Roberto, Jaime…; el policial, donde un par de personajes, el inspector Hidalgo, y sobre todo, la subinspectora Sam Torres (femenino ―Casandra― a pesar del nombre), llevan voz cantante en todo el embrollo; el mundo marginal de la droga, con otro protagonista, el Gabacho, que cruza tangencialmente toda la novela, haciendo de hilo de Ariadna; varios asesinatos, conflictos sociales con gitanos, drogotas, corrupción encubierta, en fin, todo lo que puebla los telediarios y la prensa diariamente. Nada lejano ni, desgraciadamente, demasiado fuera de lo habitual en una gran ciudad.  
Los dos personajes que tienen papel protagonista, Merche y Sam, son jóvenes y femeninos, como parece ser lo que toca, actualmente. En realidad, diría que todos los personajes que destacan ―para bien o para mal, puesto que varios son asesinados― son femeninos. Los demás giran alrededor de ellas. Quizás el personaje de Cecilia resulte un poco estereotipado, pero ciertamente es real.  También el personaje de El Gabacho atrae la atención, mostrándonos el sórdido submundo de la droga, la delincuencia y los bajos fondos.

La trama y la acción, sin duda, atrapan. Los distintos niveles se entremezclan creando una fuerte tensión y a pesar de los largos diálogos (poco cuidados, y en mi opinión, excesivamente extensos), que a veces relajan el ritmo, cuyo tempo se mantiene in crescendo, llegando a puntos de tensión de gran fuerza. La lectura es ágil, manifiestamente cuidada en los distintos puntos de vista (hay de todo: narrador omnisciente en tercera persona, primera persona, personalidad desdoblada, en fin, para todos los gustos). Aunque se nota una cierta confusión en cuanto a las narraciones subjetivas, las que implican doble personalidad. Abundan las pistas falsas, por lo que no se adelanten con las posibles conclusiones.  El lenguaje es muy contemporáneo, usando terminología de jergas, como conviene en el género.

Encontramos, asimismo, una complicada madeja de investigaciones: la periodística, la policíaca, que circula en doble dirección,  y la judicial en el caso del testamento desaparecido, la personal de Sam, etc. El autor ha apostado fuerte en este su primer paso literario. Sin embargo, en un intento casi hitchcockiano, ha querido rizar el rizo en demasía, y el final resulta (al menos en parte), excesivamente rebuscado, y, en mi opinión, de difícil verosimilitud. Siempre pensé que las explicaciones psicologistas que Hitchcock nos ofrece al final de Psicosis estropean una película que, por lo demás, es impecable. Y los capítulos finales de Puentes y sombras me han recordado inevitablemente a  Psicosis. No desvelo nada de la trama con esta afirmación, puesto que el paralelismo se refiere a la estructura, no al contenido, completamente distinto.
Es una novela que sorprende en cada tramo con diversas vueltas de tuerca, y acaba con una virada en redondo, que diría un marino. Lo cierto es que el trayecto hasta el sorprendente desenlace tiene buen ritmo y suficiente credibilidad, en general. La novela tiene interés y se deja leer bien: entretiene, ciertamente. Las casi cuatrocientas páginas se pasan volando. Auguramos éxito seguro, y un posible traslado a la gran pantalla lo que fácilmente podría convertirse en película.
Para más datos, aqui teneis una entrevista con el autor.

Ariodante

¡Sálvese quien pueda! - Andrés Oppenheimer

¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la robotización. Oppenheimer siempre me ha llamado la atención, si bien no he sid...