OLIVER SACKS. Anagrama, 2006
Como un antropólogo en Marte es
como describe su experiencia de la vida Temple, la autista del último capítulo
de este libro de Oliver Sacks.
Temple es un ejemplo de autista altamente funcional que ha superado gracias,
entre otras cosas, al lenguaje y su esfuerzo denodado, la terrible triple
carencia que asfixia a otros autistas (carencias sociales, comunicativas e
imaginativas). Ha logrado desarrollar una brillante carrera profesional a
través de su trabajo de investigación en materia de ganado, convirtiéndose en
asesora de numerosos proyectos pioneros en todo el mundo, dando clases en la
Universidad, escribiendo innumerables ensayos, dando conferencias y dedicando
el tiempo que le queda a estudiar el fenómeno del autismo, a escribir sobre él
(su libro más importante al respecto es su propia autobiografía) y dar charlas
sobre el autismo. Pese a este tremendo éxito, Temple vive incapaz de asumir los
sentimientos ajenos, no maneja correctamente el lenguaje irónico, no es capaz
de valorar conceptos como "espiritualidad, belleza, amor".
Ha creado una fachada que le permite pasar por uno más, a costa del tremendo esfuerzo de "aprender" comportamientos sociales que observa e imita. Esta extrañeza ante el mundo es lo que la convierte en un antropólogo en Marte.
Ha creado una fachada que le permite pasar por uno más, a costa del tremendo esfuerzo de "aprender" comportamientos sociales que observa e imita. Esta extrañeza ante el mundo es lo que la convierte en un antropólogo en Marte.
En la misma situación se
encuentra el autor, Oliver Sacks que contempla y nos relata con asombroso y
cariño las tremendas historias que conforman este volumen y que, al igual que
ocurre en El
hombre que confundía a su mujer con un sombrero, nos enfrentan a un
mundo sobrecogedor del que apenas podemos atisbar una sombra gracias a
divulgadores como Sacks.
Las historias de Un
antropólogo en Marte vuelven a recoger casos clínicos realmente
sorprendentes sin perder nunca la perspectiva humana. El autor acude a casa de
los protagonistas, convive con ellos y de ellos aprende que, en muchas
ocasiones, lo que parece una grave "deficiencia" no es más que una
forma diferente de ser, de comprender o percibir el mundo. ¿De poder superar el
autismo, Temple aceptaría la propuesta? La respuesta clara y directa de la
bióloga es inmediata: No. No está dispuesta a renunciar a las “ventajas” de su
autismo (capacidad de análisis, dedicación a su trabajo, pensamiento visual,
retentiva, etc) a cambio de unas aptitudes que parece no necesitar.
Paradójico resulta también el
caso del pintor que, tras un leve accidente de tráfico, pierde la percepción
del color. Este pintor, cuya obra se basaba en el extenso uso de colores
brillantes, reconstruye su vida y obra, sobre el blanco y negro. Sus cuadros
ganan fuerza y expresividad y su ambiente social pasa a ser el nocturno dado
que la luz del sol le molesta y dificulta la visión. El proceso de adaptación a
las nuevas circunstancias es largo y no está exento de dificultades, de pruebas
y errores, pero finalmente le conduce a un nuevo equilibrio que le permite
sacar partido a una grave incapacidad. ¿Cabe definir su percepción como
atrofiada o anormal?¿Desearía volver a ver el color? Nuevamente la respuesta es
clara: No.
Otro pintor en apuros es Magnani
quien abandonó de niño el pueblo de la Toscana en el que había nacido y en el
que su padre había fallecido dejando a su madre abandonada con todos sus hijos
por criar. Magnani "congeló" el pueblo de su infancia y lo guardó en
su memoria tal cuál quedó a finales de los años 40 con una precisión tal que
sus cuadros (cuyo único tema es Pontito) pueden ser vistos como fotografías,
reproduciendo detalles nimios con fiel precisión. Su cerebro "vive"
en Pontito de modo que, cuando está ante un lienzo, incluso gira la cabeza para
poder ver lo que hay a los lados del camino que está pintando. Magnani hace
girar toda su vida sobre Pontito al igual que hace su obra pese a no haberlo
visitado en decenios. Cuando finalmente acude al pueblo en dos ocasiones, sufre
un choque tremendo dado que el pueblo ha seguido el curso de la historia, a
diferencia de lo que ocurre con los cuadros que lo representan, y la realidad
lucha por abrirse paso. Después de un parón en su obra, Magnani vuelve a pintar
como lo hacía antes, añadiendo algún nuevo detalle que ha visto en sus visitas
(por ejemplo una antena de televisión, un poste de electricidad) pero dejando
la esencia de "su pueblo" intacta, su cerebro se ha impuesto a la
realidad.
El último hippie es incapaz de
vivir más allá de los primeros años 70, su mundo quedó congelado en aquella
época en la que comenzaron sus mareos y fiebres y en que los Grateful Dead eran
el grupo de moda en la Costa Oeste con todos sus miembros al completo, mientras
para el resto del mundo son recuerdo de una época muerta, al igual que varios
de sus integrantes. Greg parece comportarse como las personas lobotomizadas de
los años 40 y 50, sin impulsos propios, totalmente ausente y pasivo. Sin
embargo, al primer estímulo (unas palabras que se le dirijan, música que suene
al fondo de la sala) se convierte en una persona expansiva, atenta y
conversadora, aunque anclada en los 70. ¿Sería más feliz en su vida sabiendo
que los Dead dejaron de ser lo que representaron para él? Greg no está en
disposición de contestar por sí mismo a esta pregunta pero adivinamos la
respuesta.
Bennet padece el síndrome de
Tourette, una afección neurológica que reduce al individuo a una serie de tics
gestuales, orales y de todo tipo que parecen hacer imposible una vida sosegada.
Sin embargo, Bennett está felizmente casado, conduce un coche, pilota una
pequeña avioneta, da clases en la universidad local y es el cirujano de mayor prestigio
en todo su hospital. En las reuniones semanales con sus colegas alarga los
brazos hacia el techo, estira las piernas de manera compulsiva, lleva la cabeza
hacia el suelo mientras sus hombros se agitan pero su opinión es respetada y
nadie parece sorprenderse de su comportamiento. Para poder estudiar y preparar
las operaciones más complejas debe consultar sus libros de medicina sentado en
una bicicleta estática preparada a tal efecto mientras fuma en pipa. La
realización de movimientos mecánicos y rítmicos parece concederle un poco de
paz para poder leer sin que su cabeza salte a otra parte. ¿Renunciaría a todo
lo que ha conseguido a cambio de perder esas "pequeñas rarezas" como
las define su feliz esposa? Seguramente no.
La adaptación no siempre resulta feliz y en ocasiones fracasa. Virgil fue operado de cataratas con más de 40 años tras haber vivido sin visión prácticamente desde los 6 años. Su vida era estable, a punto de casarse, trabajaba como masajista para la YMCA que, al tiempo, le facilitaba una casa, había aprendido a leer en Braille y era autónomo. Su cerebro había hiperdesarrollado el tacto ocupando parte de las zonas que correspondían a la visión. Tras las operación Virgil no logró ver correctamente ni dar coherencia al mundo que se le presentaba ante sus ojos. Incapaz de comprender que la conjunción de dos ojos, una nariz y una boca eran una cara, o de tener una visión tridimensional que le permitiera distinguir qué objeto está cerca, cuál lejos, etc, acabó retornando a su mundo de tinieblas con graves problemas de autoestima y una creciente frustración. Problemas de salud previos (peso excesivo, presión arterial, ...) agravados por su desánimo acabaron por poner punto y final a su vida sin que su cerebro pudiera "recuperarse" de los años que había vivido ciego.
El cerebro es en ocasiones capaz
de utilizar sus recursos libres concentrándolos en una determinada aptitud. La
capacidad memorística o la habilidad de cálculo más prodigiosa son
características comunes a muchos savants generalmente
despreciados como espectáculos circenses. Stephen es un niño incapaz de
comunicarse pero con unas dotes especiales para el dibujo que suscita interés y
se ve alentado a desarrollar una brillante carrera con la publicación de varios
libros de dibujos y viajes alrededor del mundo en busca de temas para sus
ilustraciones. Stephen es capaz de "atrapar" el estilo de Matisse y
hacerlo suyo. No copia los originales, asume su estilo y le agrega el suyo
propio. Incluso se aprecia cierta ironía en sus retratos que, sin embargo, no
es capaz de transmitir en su vida cotidiana, circunscrito a su condición de
adolescente asocial con los conflictos y represiones que ello supone. ¿Tiene
capacidad de empatizar o de sentir apego por las personas? ¿Siente verdadero
aprecio por quienes se esfuerzan por atenderle?¿El contacto social podrá
modelar su cerebro para dotarle de cierta capacidad de sentimientos?
Éstas son las historias que nos
presenta Sacks y éstas las cuestiones a las que, en ocasiones responde, y en
otras deja para futuras investigaciones o para la simple especulación. Una idea
subyace, nuestra concepción de integridad y plenitud, de normalidad, determinan
lo que, a sensu contrario, es anormal o deficiente. Los personajes de este
libro nos hacen ver que no ser réplicas de nuestro modelo no las hace
imperfectas, minusválidas o incapaces. Como un antropólogo, deberíamos
abstenernos de juzgar con nuestros prejuicios y etnocentrismo. Este libro es un
estupendo antídoto contra esa amenaza y un ejercicio para conocer mejor a
nuestros semejantes o a nosotros mismos.
GWW