Este post fue enviado por Gerard Pérez Fontcuberta, del equipo editorial de AnimaNaturalis, a gclibros@yahoo.com. Muchas gracias por tu contribución, Gerard.
Con suma claridad expositiva, la pregunta fundamental que trata de dar cuenta esta obra es: ¿por qué defender los «derechos de los animales»? Entre otros asuntos, esta cuestión se desgrana en: Quienes somos los activistas para los DDAA (deshacer tópicos, como el de la misantropía); argumentos éticos para fundamentar los DDAA; desvelar el maltrato de las industrias.
Sobre la defensa de los DDAA, trata del significado de esta idea capital concisamente del modo siguiente: «los animales tienen el derecho a ser tratados con respeto» (pág. 23). Lo cual debería implicar ciertos cambios en nuestra conducta para con estos seres: dejar de criarlos para su carne, dejar de matarlos por su piel, abandonar la práctica de su adiestramiento con el fin de nuestra diversión, y dejar de emplearlos para investigación científica. Pone en claro cuáles son los objetivos, y estos trascienden el mero ámbito de las reformas que dejan intacta en la práctica la esencia del maltrato: «la petición ineludible de los derechos de los animales se resume en tener jaulas vacías, no más grandes.» (pág. 24).
El razonamiento para la defensa de los derechos de los animales, deriva del estatuto en que se sitúan los derechos dentro del plano de la deliberación sobre la praxis, y de una cierta consideración sobre la igualdad moral entre individuos-sujetos, basada en lo siguiente:
En primer lugar, los derechos son algo inalienable y justo de respetar, por encima de cualquier provecho particular -sea este de carácter económico, hedónico o incluso sanitario-; quien tiene un derecho, merece que le sea respetado por justicia simplemente y al margen del beneficio -en aspectos no deontológicos- que reporte a otro su violación.
Por otro lado, aquello que nos hace dignos de esta consideración moral, y que todos compartimos más allá de las diferencias perceptibles, es la vida en este mundo, y la conciencia de estar vivos en este mundo y de las cosas que nos suceden -las cuales son relevantes para nosotros independientemente de que importe o no a otros.
Estas cualidades nos hacen ser sujetos-de-una-vida (no meros objetos vivos instrumentalizables para fines ajenos a nosotros), y por ello, sujetos de derechos (los más importantes y fundamentales de los cuales son: a la vida, a la libertad, y a la integridad física).
Buena parte de los animales comparten con los humanos aquellas cualidades. Lo avala la similitud de su conducta con respecto a la nuestra, la cual sabemos por experiencia que denota -en el contexto de unas circunstancias concretas- ciertos tipos de estados mentales (deseos, necesidades, recuerdos, sentimientos, emociones), de donde podemos inferir una analogía psíquica. Esto se debe a la similitud anatómica y fisiológica entre nuestros organismos (subrayando en importancia el sistema nervioso, donde se operan las reacciones psíquicas a estímulos). Además de esto, se presta en apoyo a la argumentación el reconocimiento de un origen común y de la vida mental de los animales, tanto por la vía de la biología evolucionista como por la convicción de una voluntad divina creadora.
A seguir, expone y refuta once objeciones al reconocimiento y defensa de los derechos animales; los resumimos con estos títulos: equiparación con los vegetales, pertenencia específica, incapacidad para asumir deberes, incomprensión de la esencia de los derechos, incapacidad para respetar derechos, el límite de la auto-defensa en la violación de los derechos, las disparidades conductuales debidas a naturalezas distintas y la legitimidad de los comportamientos, lenguaje y cognición, posesión de un alma inmortal, exégesis bíblica, y por último el desplazamiento in infinitum hasta resolver los problemas humanos.
Seguidamente centra su discusión en la explotación animal como condición indispensable al sustento de la industria, describiendo las actividades que se realizan en el interior de esas mazmorras y comparándolas con lo que dicen al respecto aquellos que tienen intereses puestos en ellas o mezclados con el porvenir de su imagen o actividades.
Existe una clara discrepancia -afirma Regan- entre el modo en que algunos medios influenciados (o directamente controlados) por la industria de explotación animal nos informan de estas actividades y aquello que realmente hacen estas industrias. Tras describir las condiciones en que son tratados los animales en las industrias, desde su nacimiento hasta su muerte, desvela la verdadera naturaleza de estos tratos (oculta tras un velo de palabras como: «trato humano», «bienestar» y «cuidado responsable», usadas por portavoces periodísticos, políticos y empresariales, en un malabarismo semántico que hace honor a Humpty Dumpty). No sólo son deshonestos en este abierto desacuerdo, sino que también deforman y falsean las opiniones y actividades de los activistas por los derechos de los animales, en un empeño por fabricar una aura de locos extremistas (lejanos a la realidad) violentos a su alrededor.
Estas industrias cuentan con mucho poder de influencia en los medios y de presión a las instituciones públicas (administraciones y medios legislativos), con capital para afrontar problemas jurídicos y desplegar campañas publicitarias. Sus campañas de desinformación tienen por objeto simular atenerse a las leyes que imponen restricciones en el trato a animales -leyes expresadas con la misma jerga a la que se ha adaptado la publicidad de estas industrias-, y asegurarse de que la opinión pública ve bien lo que hacen en lugar de oponérseles. Por lo que respecta a las leyes, ya contemplan el maltrato que ocurre en el interior de esas industrias como «trato humano» (así de "risibles" son las garantías que ofrecen), y para los casos en que se pasan incluso los límites ya risibles de la ley, su aplicación y control es muy precario (trabas y connivencia administrativa). También cuentan estas industrias con la aprobación de algunas instituciones veterinarias y médicas, que les conceden a sus maltratos un perfecto acuerdo a las reglas que ellos mantienen con respecto al trato a los animales (idéntico lenguaje también; ejemplo de ello es la dicha aprobación de reglas que no resulten incompatibles con el uso "responsable" de los animales en provecho de otros animales o humanos).
Su criterio último es la maximización de los beneficios, y en su actividad esencialmente lucrativa, los animales tienen la mera consideración de instrumentos; se les niega su propia naturaleza, y en consecuencia, se los trata como se trata a un objeto (sin consideración por el daño a su condición de sujetos). No se invierte en nada que no sea rentable, y si cabe en sus actividades alguna mejora en el trato, se debe únicamente al temor frente a la opinión pública y al mantenimiento de su "género" -mejoras o límites que se califican de «humanos».
No sólo no se considera estar cometiendo un daño moral (por tener absoluta prioridad la crematística), sino que dentro de la dinámica competitiva de esta actividad, la industria sólo puede sobrevivir violando los derechos de los animales -de otro modo, no es competitiva. Por ello es necesariamente una industria de explotación animal; y por ello también, su actividad expiaría de perecer la demanda -o caer en picado.
El trato recibido en el interior de esas industrias, degrada física y psíquicamente a estos animales, lo cual queda evidenciado por los abusos que podemos observar, por el comportamiento que tienen allí tan dispar de lo habitual en su naturaleza -que es, a su vez, identificable en analogía al nuestro-, y por su aspecto deplorable.
Reconocidos estos derechos y la naturaleza de esta actividad, no cabe ninguna reforma dentro de la industria de explotación animal que pueda respetarlos, y es por ello que la única solución aceptable debe ser el cese de sus actividades. Y como derecho sin deber es simple humo en el vacío, a aquellos que no tienen la capacidad de defender sus derechos, tenemos los que sí podemos el deber de hacerlo. No todo medio se justifica con tal fin, pero sí aquellos que sean coherentes con la universal defensa de los derechos de todos los sujetos-de-una-vida.
Sobre el activismo, por consiguiente, Regan sigue con la afirmación del respeto de los derechos fundamentales, y niega que con un fin noble se deban emplear medios que atentan y contradicen ese fin mismo en seres humanos. Además de que tenemos el deber de lograr la necesaria ayuda de la mayoría de ciudadanos, y eso no se logra sin tener en cuenta los tipos de interlocutores que forman la opinión pública y los tipos de actos que nos desprestigian ante sus ojos.
Con la esperanza puesta en este objetivo, aboga por la unión de todas las conciencias animalistas para aunar esfuerzos en aquellos medios que podrán ir limando progresivamente las puertas de las industrias de explotación animal (las jaulas). De ahí la importancia de incidir en la conciencia de los llamados por Regan «emplazados», y dedicar a ellos (dirigir el discurso y adaptar su forma) esta obra.
¡Saludos!