25 febrero, 2013

WAUGH VIAJERO


ETIQUETAS 
Evelyn Waugh


Evelyn Waugh es conocido principalmente por su obra Retorno a Brideshead, sin embargo, con anterioridad a la misma, había escrito algunas novelas de humor (¡Noticia Bomba! es un buen ejemplo) en las que satirizaba a la sociedad de su época.
Con una finalidad algo más monetaria, escribió durante la década de los años treinta algunos libros en los que daba cuenta al público inglés de sus viajes por el extranjero. Etiquetas es el primero de estos libros, en el que describe su viaje por el Mediterráneo. Dada la escasa novedad y originalidad de su ruta, el propio Waugh titula la obra etiquetas dado que apenas puede añadir nada que no haya sido escrito sobre estos lugares, limitándose a destacar aquello que llama su atención, en especial en materia humana, más que artística, paisajística o histórica.

Su viaje comienza con un vuelo comercial que le lleva de Londres a Paris donde disfrutará de los placeres de la noche parisina para descubrir que los locales de moda sirven champagne de malísima calidad y que el bullicio bohemio que tanta fama da a la capital francesa no es otra cosa que una sucesión de locales a los que se acude en romería, de modo que se visite el local que se quiera, siempre se acaba viendo a las mismas personas. Apenas cien noctámbulos dando tumbos por cinco o seis cabarets forman la esencia de la noche parisina. Acompañado por viejos amigos, conocerá a extravagantes caballeros y elegantes damas algo ebrias, llegando a la conclusión de que París convierte a todo el que la pisa en extranjero, nada en ella tiene carácter propio y verídico, un gran teatro mercantil. Afortunadamente, Waugh no llegó a conocer cuán acertado era su juicio y el largo camino que aún se debía recorrer en este sentido.

Un incómodo viaje en tren le lleva a Monte Carlo donde disfrutará de su primera inscripción en un auténtico club (el Sporting Club) y de la contemplación anhelada del Mediterráneo. Pocos días después se embarca en un crucero turístico (el Stella Polaris) de bandera noruega que le llevará hasta Nápoles donde descubrirá que el turismo ha arruinado la posibilidad de disfrutar de estos lugares sin la conveniente custodia de un guía de confianza que impida caer en manos de timadores, mendigos o delincuentes de la peor calaña.
El viaje continua arribando en la costa palestina para visitar las arenosas tierras de Haifa y Nazaret que no parecen haber gozado del entusiasmo del escritor. El Stella Polaris sigue su ruta hasta Port Said donde Waugh desembarca para vivir una temporada en la ciudad y poder visitar El Cairo y Helwan. Integrado en la pequeña colonia occidental, se apresta a tomar notas para un futuro libro sobre la sociedad de Port Said. Un pequeño grupo de militares, funcionarios, diplomáticos y empresarios en cuyas relaciones se entremezcla para disfrutar de lo mejor de cada grupo haciendo fugaces escapadas a El Cairo y visitas a las pirámides, la Esfinge y otros restos egipcios.

Finalmente decide escapar de la opresión camino de otra pequeña prisión, Malta, donde se hospeda gratis en el mejor hotel de la isla a cambio de la promesa de escribir unas amables líneas sobre el establecimiento en el libro que seguirá a esta ruta. Desconozco si el pobre director del hotel pudo llegar a discernir si fue objeto de una fina ironía o directamente de un incumplimiento contractual en toda regla dadas las observaciones que Waugh hace al respecto. La isla, pese a sus más de cien años de dominio británico, no ha perdido su carácter mediterráneo. Los bien conservados restos de los edificios de la Orden de San Juan son empleados, no para el turismo o el pasto del ganado – como ocurre en otros muchos lugares- sino para dar cobijo a la administración británica siendo prácticamente el único símbolo de su dominio.
El casual reencuentro con el Stella le permite escapar de la isla camino de Creta donde aún están en sus inicios las excavaciones de los palacios micénicos por lo que tras la breve parada, el crucero reanuda su camino, esta vez rumbo a Estambul, donde Waugh puede ver de primera mano los cambios que el régimen de Kemal ha introducido para occidentalizar la sociedad turca: la prohibición de la poligamia, el sufragio femenino, la supresión del traje típico turco, etc. Sin embargo, estos cambios son vistos con escepticismo por Waugh quien considera que todo cuanto tocan los turcos (sea arte, costumbres, ...) acaba por degradarse. La contemplación de las riquezas de los antiguos palacios imperiales y de las riquezas de los harenes sólo evoca la sospecha de que, en el derrumbe final del Imperio, muchas de esas joyas serían sustituidas por otras falsas.
El viaje continua en Atenas donde Waugh se reencuentra con un amigo la universidad junto con el que recorre los locales nocturnos más alejados de las rutas turísticas para descubrir que los parroquianos atenienses no sólo no tratan de pedirles dinero, sino que les invitan a bebidas.
La visita a Corfú, ya conocida por el autor, le reafirma en su deseo de enriquecerse para poder comprar una villa en esa paradisíaca isla, por lo que insta al lector a que compre varios ejemplares del libro que está leyendo para financiar así su proyecto. Remontando el Adriático visita Ragusa (actual Dubrovnik) y Cattaro criticando que ambas ciudades, en especial la primera, de indudable estirpe occidental, hayan sido entregadas al experimento yugoslavo tras la Primera Guerra Mundial (no en vano, los años noventa del pasado siglo corrigieron sangrientamente este error).

La visita a Venecia permite a Waugh comprobar lo poco que ha quedado de un pueblo que se caracterizaba por sus virtudes cívicas, su pasión por el arte y su habilidad comercial. La venta del encanto de su ciudad es lo único que pervive de un pasado de gloria.
El Stella regresa a Monte Carlo para dar por finalizada su temporada invernal y volver al Mar del Norte para la temporada veraniega. Waugh aprovecha el viaje para regresar a Inglaterra evitando la tortura y vulgaridad del tren. Barcelona es la próxima parada que arranca grandes elogios, tanto de las Ramblas como, en particular, de la obra de Gaudí de la que ignoraba su existencia. La visita a las famosas casas del arquitecto catalán, al parque Güell o a las obras incompletas de la Sagrada Familia causa su admiración. Este buen sabor de boca hace que su visita a Mallorca resulte algo decepcionante. Si bien, la impresión es muy superior a la que le produce Argel donde la plena confusión de razas y la falta de una organización social europea al estilo de la de Port Said son una muestra de degeneración que denuncia. Málaga es otra parada breve de la que apenas logra dejar ver una cierta indiferencia.

La visita al Peñón de Gibraltar es otra decepción ya que la presencia de policías ingleses, periódicos ingleses, tabaco inglés y otros elementos típicos de las islas, en un contexto extraño suscitan cierta inquietud en Waugh que ve próximo el final de su viaje. Éste tiene dos paradas adicionales de gran encanto para el escritor. De un lado Sevilla, de la que admira su elegancia y estilo de vida, de otro Lisboa a la que considera encantadora, guardando un especial recuerdo para el monasterio de Belém y la Plaza del Comercio.
El Stella arriba finalmente a Inglaterra entre la niebla y las sirenas, arrojándole a las conveniencias inglesas, a su correspondencia atrasada, las invitaciones sociales y otras obligaciones que tanto deplora.

Si bien la enumeración de las paradas en el viaje mediterráneo de Waugh promete una lectura amena e interesante, la verdad es que en la mayoría de las ocasiones, los comentarios resultan torpemente personales. El desprecio por otras culturas (en especial la musulmana) resulta un tanto intolerable en nuestros tiempos. Esa superioridad de la que parece hacer gala no guarda relación con las críticas que de continuo hace a su vida en Inglaterra, que parece detestar. Más aún, en 1929 su actitud parece algo trasnochada y más propia del siglo XIX. Los tiempos han cambiado lo suficiente desde Gladstone como para que su actitud resulte más bien ridícula. Su esteticismo es algo afectado y superficial, lo que en Wilde forma parte de una concepción más amplia de la vida, en Waugh resulta decadente y fuera de lugar.
No obstante, el libro fue escrito en un momento clave en la historia de los viajes. Hasta poco antes de ser escrito, sólo los muy acaudalados podían permitirse el lujo de un gran viaje (el famoso tour europeo). Los viajes se prolongaban durante largas temporadas en las que se hacían acompañar de numerosos criados y sirvientes y en las que el contacto con la población local resultaba vulgar y sólo justificable con el fin de experimentar una leve porción de exotismo. Sin embargo, tras la Primera Guerra Mundial, el turismo comienza a ser practicado de un modo diferente (el Stella es un buen ejemplo de ello) y deja de ser privativo de las clases más ricas, si bien sigue reservado para personas de fortuna. Los criados dejan de ser acompañantes, se busca la novedad aún a riesgo de tener que hacer largas caminatas por arenas ardientes o sufrir picaduras de insectos. Los guías turísticos organizan las visitas a los lugares imprescindibles para que nadie crea haber dejado atrás algún monumento digno de admiración. En numerosas ocasiones Waugh hace burla de este nuevo tipo de turistas, en especial, hace presa en australianos y americanos.
Ese momento de transición es, al tiempo, reflejo de una época en la que aún convive una sociedad heredada de los tiempos previos a la Primera Guerra Mundial y una nueva forma de entender las relaciones sociales, laborales y familiares que se impondrá definitivamente con el torbellino del próximo conflicto. Este contraste se pone de manifiesto en Etiquetas y será el que, con mejor tino, se plasme en obras posteriores de Waugh.

GWW


Datos del libro
  • 14.0x22.0cm.
  • Nº de páginas: 224 págs.
  • Editorial: PENINSULA
  • Lengua: ESPAÑOL
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • ISBN: 9788483074916
  • Año edición: 2002
  • Plaza de edición: BARCELONA


22 febrero, 2013

DILUVIANDO


EL DILUVIO (Trilogía polaca II)

 Henryk Sienkiewicz

Segunda parte de la “Trilogía polaca” de Henryk Sienkiewicz, la novela El diluvio nos transporta al bienio crucial de 1655 y 1656, cuando la doble monarquía polaco-lituana, también conocida como  República de las Dos Naciones, se ve amenazada de extinción.  Son tiempos borrascosos en que prosperan los enemigos, multiplicándose en torno a las fronteras del país. Al este y al sur el estado de guerra es permanente, esforzándose los ejércitos de la República en desbaratar las incesantes embestidas de tártaros y moscovitas, turcos y cosacos. Húngaros, valacos y transilvanos se revuelven inquietos, como ansiosos de hacerse con unos cuantos bocados de lo que amaga ser festín de numerosos comensales. Para colmo de males, al rey Carlos Gustavo de Suecia –de ascendente estrella- se le ha abierto el apetito. Bien pronto, en verdad, la  tormenta se convierte en diluvio. El formidable ejército sueco invade Polonia desde el noroeste y se apodera rápidamente de la mitad occidental del país; el rey Juan Casimiro –a quien hemos visto acceder al trono polaco en la novela anterior, A sangre y fuego- ha debido huir apresuradamente, acompañado por aquellos de sus vasallos que le profesan lealtad. No es solo la soberanía de un país lo está en juego, sino también la fe y el bienestar de sus habitantes.

Los mismos suecos se maravillan de la facilidad de la conquista, que parece haber sorprendido a un país, sin embargo, poderoso y en constante pie de guerra. ¿Han degenerado la virilidad y el patriotismo en Polonia? ¿Declinan el honor y la lealtad en Lituania? De hecho, no son pocos los potentados locales que se muestran proclives al invasor, y entre los traidores  se cuenta el hombre más rico y de mayor alcurnia de la región (es el príncipe Juan Radzivil, demasiado ansioso de ceñirse una corona). No obstante, la rápida conquista es seguida por una rebelión que cunde con similar prontitud. El estado de rapiña y desorden instaurado por el conquistador disipa la modorra de las gentes, y el asedio infructuoso  del monasterio-fortaleza de Jasna Gora, al sur de Polonia, demuestra que las fuerzas invasoras lo son todo menos invulnerables. El ejemplo de Jasna Gora, bastión de la fe nacional, inspira a lo largo y ancho del país la voluntad de alzarse contra el invasor y de castigar a los traidores. Será el diluvio contra el diluvio.

Como en A sangre y  fuego, una doble trama de índole  histórico-romántica provee la nervadura de El diluvio, pero aquí la narración gana doblemente en complejidad. Amor y guerra se ven aderezados por una historia de redención y una intriga política notablemente más sofisticada, ambiciones personales y traiciones mediante. Esta vez el protagonismo recae en un personaje de nombre Andrés Kmita, joven guerrero de noble linaje y carácter turbulento, a quien las luchas en las fronteras orientales ha amistado con individuos de la peor reputación, unos verdaderos proscritos. Llevado de su violenta naturaleza y en tan sórdida compañía, Kmita deja tras de sí un reguero de sangre y destrucción tal que, aunque bravo soldado, sus compatriotas lo creen perdido -como hombre de bien y como ciudadano-. En la hora más negra para el país, opta por el que resulta el peor de los partidos: apoya al príncipe Radzivil, inesperado aliado de los suecos. Cierto es que Kmita actúa impulsado por un acendrado sentido del honor militar –es un oficial subordinado de Radzivil- y enceguecido por su ingenuidad en el conocimiento de los hombres, pero nada de esto lo salva del estigma del traidor. Desesperando de recuperar el honor perdido, Kmita deberá acometer las más difíciles hazañas en favor de su patria y de su rey. No menos desesperado es su empeño de redimirse a los ojos de su amada; y es que, como cabe esperar, el amor juega un poderoso papel en esta historia, haciendo del protagonista un rendido petinente: jamás aceptará la noble Alejandra Billevich  unir su destino con quien se ha hecho tan deplorable fama.

Alejandra, pues, es la heroína de turno, tan bella y virtuosa como puede serlo una princesa de cuento. No difiere gran cosa de la Elena Kurzevik de la novela anterior, con lo que Sienkiewicz sigue quedando al debe en el acápite de los personajes femeninos.  La novela exhibe igualmente una nutrida galería de personajes, entre los cuales identificamos algunos de los que  conocimos en A sangre y fuego; reducidos, en general, a un papel muy marginal. Al admirable Zagloba lo disfrutamos a cuentagotas, perdiendo la novela en sentido del humor. No hay, tampoco, enaltecimiento de la amistad y la camaradería en tan alta medida como la que nos regocija en la antedicha novela. Sin embargo, no todo es pérdida en El diluvio, pues a la aludida complejización de la trama y del personaje protagónico se añade la del antagonista. Y por antagonista no me  refiero  al príncipe Juan Radzivil, sino a su primo, Bogislao: un malvado de la estirpe de los memorables, del que sólo cabe lamentar la (relativa) parquedad de su papel. Hombre pagado de sí mismo, aparentemente un petimetre de costumbres un tanto afeminadas, Bogislao Radzivil es en realidad un temible guerrero y un intrigante feroz; un aristócrata en quien el peligro surte el efecto de un antídoto contra el aburrimiento. Individuo de mil recursos, es capaz de burlar las peores amenazas -y de disfrutar de la burla-. Por temple y horizonte valórico, viene a ser el opuesto exacto de Kmita. Las fechorías de Bogislao Radzivil sumarán, en la cuenta del protagonista, el deseo de venganza al afán de redención.

Escrita al abrigo de la inspiración patriótica, con la mente puesta en la postrada Polonia del siglo XIX, en El diluvio el motivo del deber patrio no solo es tan importante como en el título precedente sino aún más expresamente remarcado. No es gratuito que se lea en la novela, por ejemplo,  que “debemos estar siempre dispuestos a ceder los más altos honores por el bien público”. Con todo, no llega esto a lastrar la lectura al punto de hacerla una experiencia agobiante; bien al contrario, la acción a raudales, las cautivantes dosis de intriga política y el ritmo sostenido de la narración garantizan una lectura tan fluida y amena como la de A sangre y fuego.

Rodrigo


- Henryk Sienkiewicz, El diluvio
Ciudadela Libros, Madrid, 2007. 
438 pp.

21 febrero, 2013

RELATOS QUEBRADOS


LA REALIDAD QUEBRADIZA

José María Merino

Decía Horacio Quiroga, en su “Decálogo del perfecto cuentista”, que un cuento es una novela depurada de ripios. No cabe duda de que José Mª Merino (La Coruña, 1941) -uno de los grandes embajadores del cuento español, miembro de la RAE y galardonado con numerosos premios-, tomó en su día nota del consejo quiroguiano y demuestra hoy su vasta experiencia en La realidad quebradiza, un puñado de relatos y microrrelatos (recopilados con gran acierto por el también cuentista Juan Jacinto Muñoz Rengel) que constituye en realidad un repaso cronológico de toda una vida dedicada a la creación de pequeñas –y no tan pequeñas- ficciones en sus mejores libros de cuentos, como los Cuentos del reino secreto, los Cuentos del barrio del refugio; los Cinco cuentos y una fábula o Las puertas de lo posible, entre otros.

Pero Merino no es solo uno de nuestros mejores cuentistas, es también un imaginativo creador de literatura fantástica, esa que David Roas define como aquella que muestra la convivencia conflictiva de lo real y lo imposible. Y es que, en palabras del propio Merino tomadas de su prólogo a Cuentos de los días raros (uno de los volúmenes extractados), “frente al sentimiento avasallador de aparente y común normalidad que esta sociedad nos quiere imponer, la literatura debe hacer la crónica de la extrañeza. Porque en nuestra existencia, ni desde lo ontológico ni desde lo circunstancial, hay nada que no sea raro. Queremos acostumbrarnos a las rutinas más cómodas para olvidar esa rareza, esa extrañeza que es el signo verdadero de nuestra condición”.

Como si de un Arquímedes de la imaginación se tratase, Merino parece retar al lector en cada cuento, como diciendo “dadme un episodio cotidiano, corriente y moliente,  y escribiré un relato fantástico”. Porque si algo rezuma en los cuentos del coruñés es la imaginación, una fértil –casi prodigiosa- creatividad que parece abonar todos los campos de la literatura fantástica, y que tan acertadamente se dan cita en La realidad quebradiza: la desfamiliarización, el mito del doble (Doppelgänger), las realidades paralelas, la despersonalización, la vida de la materia inerte, la confusión entre sueño y vigilia, las vueltas de tuerca metaliterarias, el vínculo entre lenguaje y realidad, la metamorfosis o… -cómo no-  los fantasmas. Todo un catálogo de temas fantásticos entre los que destaca la ficción científica, en la que el autor manifiesta no solo su curiosidad ante la fugacidad y mutabilidad de un mundo futuro imprevisible, sino también cierto tono nostálgico ante la desaparición de lo acostumbrado y conocido.

 Y para lograr el efecto de inquietud que lo fantástico persigue, y el desasosiego que lo inexplicable pretende, Merino recurre a todos los ascendientes literarios y cinematográficos que han marcado desde los comienzos su trayectoria como escritor, reencarnándolos en sus páginas a través de camufladas referencias intertextuales sobre Dostoievsky, Twain, Monterroso, Homero, Galdós…; de términos que evocan en la mente del lector al más clásico Asimov (como “Puertomarte” o “espaciopuerto”); o de sutiles referencias a aquella película que transcurría en un tiempo y una galaxia muy lejanos

Pero… ¿Sólo eso? ¿Sólo un nuevo doctor Frankenstein que resucita a un monstruo formado por miembros muertos de seres que un día existieron? No, mucho más que eso. Porque no sería justo silenciar que,  junto a grandes influencias literarias de otros tiempos, del ingenio de Merino surgen, con impronta propia y sin contraer deudas con el pasado, nuevas y sugerentes propuestas, como sus curiosos vocablos (“arcantro”, “psicotensora” o “burgas”) o sus extrañas criaturas, algunas ( los “hadanes”) más familiares que otras (como los artrópodos parlantes, las mariposas gigantes o las espeluznantes esculturas dotadas de vida propia).

Quiroga afirmaba también que, para obtener la vida en el cuento, se debía escribir como si el relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de los personajes, de los que el autor podía haber sido uno. Y como si de un personaje mismo se tratara, el espíritu y la curiosidad de Merino empapa todos y cada uno de los cuentos que escribe: se le reconoce en el ubicuo, caleidoscópico y desconcertante profesor Souto de numerosos relatos; en el misterioso testigo y narrador de Los valedores; en el hombre desplazado y anulado de El derrocado; en el pequeño que descubre la magia del séptimo arte en El niño lobo del cine Mari… Es también su estilo el que impregna sus voces, un estilo evocador, irónico, humorístico, nostálgico, inquietante, salpicado de bellas metáforas, adornado siempre con el adjetivo adecuado. Y es, en fin, su prosa la que envuelve y controla sus vidas, entre juegos de elipsis y analepsis, inteligentes mudas, creciente tensión y… giros sorprendentes que conducen a finales asombrosos.

La antología que Rengel nos propone incluye, a modo de prólogo, un audaz viaje a través de la mente del autor, en el que se nos aproxima a su biografía, se diseccionan sus entresijos y mecanismos narrativos, y se despiezan su memoria, lenguaje y personalidad. Un refrescante aperitivo para un apetitoso menú que, claro está, había de terminar con un suculento postre: una entrevista inédita a Merino que Páginas de Espuma regala a sus lectores y que posiblemente dejará a estos con la misma sensación que deja en el paladar una exquisita vianda: con “ganas de más”.       

La realidad quebradiza es, en definitiva, una excelente recopilación de relatos (con preludio y coda) que no sólo introduce al lector en los mundos fantásticos de Merino, sino que lo invita, atrayéndolo y seduciéndolo, a explorar sin descanso esos mundos y a recorrerlos sin demora de punta a cabo.   

Pilar Moreno Monteverde 

Datos técnicos
La realidad quebradiza, José Mª Merino
Páginas de Espuma, 2012
262 páginas.




19 febrero, 2013

EL EXODO


JOSUÉ EL ERRANTE

MERCEDES PINTO MALDONADO


Josué el errante nos relata la dilatada y escabrosa vida de un judío que huye de Alemania a los diecinueve años, en los albores del nazismo, empujado por un amor imposible.

Educado en un ambiente judío ortodoxo, Josué necesitará sobrevivir a las situaciones más extremas como garimpeiro en África del Sudoeste para comprender que, más allá de culturas y religiones, existe el valor de la amistad. Kuaima, un nativo himba huido de la tiranía de su colono, y Carlos, un diplomático español que ha escapado del absolutismo religioso de su esposa, serán los amigos que le acompañarán.
 
Abandonará a su familia en los peores momentos, traicionará a sus amigos, olvidará sus orígenes. Y todo por un valioso diamante que no sabe si tendrá destinatario.

«Me llamo Josué, hijo de Aarón y Sara, los seres más honrados que he conocido jamás. Nací en Londres, el 14 de septiembre de 1912, en la vivienda que se encontraba justo encima de  la sombrerería propiedad de mis abuelos maternos»

De esta forma se presenta el protagonista de esta novela, Josué, una historia narrada en primera persona desde su vejez porque sentía cómo a sus años sus facultades iban mermando y tenía claro que su final estaba próximo pero antes quería desahogarse escribiendo en sus memorias el testimonio de su dilatada y escabrosa vida. Una vida que comienza en Londres, en el seno de una familia judía ortodoxa. Pero su padre se cansó de la sombrerería y decidió marchar con su familia a Essen. El relojero Jeremías Rabinovich le había ofrecido un trabajo en la granja. La vida de Josué iba a cambiar desde aquel momento sin que él lo supiera, una vida que estaría marcada siempre por un nombre: Abigail.

Pero con el paso del tiempo veía cómo a Abigail le tenían preparado otro futuro. Un futuro en el que él no estaba presente. Las costumbres que le rodeaban eran muy rígidas. Su vida giraba en torno a la sinagoga, el Sabbat, el Talmud o la Torah. Josué se sentía preso de esas costumbres, que le hicieron ver que esa unión con la mujer a la que tanto amaba iba a ser imposible. Jeremías Rabinovich ya le había encontrado un marido que le diera un futuro mejor para su hija. Este fue un duro golpe para él y tomó una decisión.

 Hizo ver a sus padres cuáles eran sus planes. Tardaron en asimilarlo pero finalmente accedieron. Su periplo había empezado. Un periplo que duraría más años de los previstos. Pese al compromiso de la mujer que amaba él quería demostrar a todos que podía hacerla feliz y  volvería para recuperarla.

Josué el errante es una novela dividida en diez partes, que corresponden al largo recorrido que le llevaría hasta conseguir su ansiado sueño. En Essen embarca en un buque, el Woerman, que lo llevaría hasta su destino, Africa del Oeste —hoy Namibia— donde iba a trabajar como garimpeiro en el río Orange. En el buque conoce a uno de los personajes que más iba a influir en su vida, el diplomático español Carlos Ladrón de Guevara, que huía de su Madrid y de la beatitud de su santa esposa.

En África del Sudoeste conocerá la difícil vida de los garimpeiros, que pasan todo el día en el río Orange buscando diamantes. Una vida muy dura en la que nadie es amigo de nadie. Pero Josué conocerá a Kuaima, un nativo bantú, de la tribu himba,  que se había escapado de la granja donde trabajaba, víctima de la mano dura de su amo y harto de las vejaciones que sufrían los suyos. También se encontrarían con Juan, otro español del Sacromonte granadino.

Mercedes Pinto Maldonado construye con gran acierto una historia preciosa que nos sumerge en una época difícil pues comienza nada más finalizada la Primera Guerra Mundial y abarca gran parte del siglo XX. Comienza en una época convulsa, donde iremos conociendo la ascensión del nazismo al poder, encabezado por Hitler; seremos partícipes del estallido de la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo ambos conflictos son tocados un tanto de soslayo pues los hechos están narrados desde el punto de vista de Josué pero a él tal vez le corresponda una de las tareas más ingratas una vez finalizado el conflicto. A su regreso a Essen se involucra en ayudar a aquellos que de un modo u otro habían sido víctimas del holocausto. Josué trataba por todos los medios de ayudar al rabí Berkovitz a hacer justicia y a trabajar en El libro de la memoria para que nunca se olvidase lo que había sufrido su pueblo.

Los personajes de Josué el errante están trazados de manera que parecen de carne y hueso pues actúan como tales, como personas que sienten y padecen igual que un ser humano. Con pocos rasgos se nos presenta a unos hombres y mujeres a los que vamos conociendo perfectamente. Nos hacemos una idea de Kuaima, el nativo que había padecido la violencia de sus superiores pero que no guardaba rencor. Al contrario, era una persona comprensible y que procuraba ayudar a sus amigos. Entre los tres, Carlos, Josué y Kuaima se había establecido un vínculo de unión inquebrantable. Kuaima les abre a los dos hombres blancos su corazón, les hace partícipe de su secreto. Hasta tal punto confiaba en ellos que, pese al riesgo que podían correr, los lleva consigo para que conozcan a su familia. Carlos, con su manera peculiar de entender la vida, siempre estaba ahí para lo que hiciera falta y Josué fue quien mejor lo conoció. No creía que detrás de aquel hombre amante de las juergas, desprendido y mujeriego había en él un verdadero amigo. Josué quizás era el más débil de los tres, pero con el tiempo iría madurando. Se haría un hombre sin darse cuenta. Y todo era por la única obsesión que tenía: encontrar el diamante que le hiciera recuperar a Abigail.

Pero a medida que transcurre la novela vemos cómo Josué siente una angustia interior porque se pregunta muchas veces si ha hecho lo correcto. La duda aflora en él en más de una ocasión. Por un lado pensaba que tenía que escapar de las ataduras que le ahogaban por no comprender cómo entendían la vida sus seres queridos pero por otro quería ser libre y demostrarles que no era tan débil como ellos pensaban y así poder recuperar lo que él consideraba suyo.

Josué el errante es una novela que me atrapó en su lectura desde el principio. El fondo histórico de la misma irá complementada con ingredientes como aventura, amistad, amor, avaricia, traición, intriga y también habrá lugar a la reflexión: las conversaciones que encontraremos sobre la religión, la amistad o las dudas que tienen los personajes sobre su actuación en la vida, si fue por egoísmo o qué motivo condujo a Josué a tomar el camino que eligió. Kuami, Carlos y el rabí Berkovitz le harán ver a Josué cómo salir de esas continuas incertidumbres que él tiene.

El estilo fluido de la narración, un vocabulario fácil de asimilar y un perfecto equilibro entre las descripciones y el diálogo directo entre los personajes hacen que recomiende Josué el errante para su lectura. 

Francisco Portela

15 febrero, 2013

EMPEZANDO POR EL FINAL


UN FINAL PREFECTO
John Katzenbach 






Apenas unos kilómetros de distancia separan a tres mujeres que no se conocen entre sí. La Pelirroja Uno es una doctora soltera de cerca de cincuenta años; la Pelirroja Dos una profesora de escuela en la treintena y la Pelirroja Tres una estudiante de diecisiete años. Las tres son vulnerables. Las tres son el objetivo de un psicópata obsesionado por demostrar al mundo quién es él ...
Cuando éramos pequeños, nuestras madres siempre nos daban los mismos consejos como «Nunca hables con desconocidos», una advertencia que tiene su origen en la célebre historia de Caperucita roja. La versión que conocemos hoy en día difiere significamente en muchos aspectos del original, sobre todo en su final. A partir del diálogo entre Caperucita y el lobo disfrazado de la abuela, el cuento cambia. Si bien, la moraleja permaneció intacta. El objetivo era prevenir a las jóvenes de encuentros con desconocidos para evitar las violaciones. De ahí la capucha roja, como símbolo de la madurez física de la mujer, y también del posterior derramamiento de sangre en la historia, pues no todos los finales son felices.

John Kaztzenbach recurre al clásico cuento, convirtiéndolo en el sendero que las tres protagonistas deben recorrer para salir del peligroso bosque, antes de que el lobo consiga darles caza. El autor se inspira en la leyenda transmitida de forma oral, previa a Charles Perrault y los hermanos Grimm, que pocos conocen.

El escenario claustrofóbico, la sensación de sentirse vigilada o la tensión ante el ataque inminente de la bestia son algunos de los detalles que pretendía reflejar en su última novela. El concepto de trasladar el cuento a la realidad resulta interesante, aunque no sería la primera vez que se hace. Es más, gran parte de las historias actuales parten de la misma base. Por este motivo, la verdadera originalidad no reside en lo qué se cuenta, sino cómo se cuenta.

La presentación y comparativa de las tres pelirrojas es interesante y consigue captar la atención del lector en las primeras hojas, pero cuando se produce el esperado encuentro, pierden personalidad y atractivo. A partir de este momento, las escenas transcurren con una lentitud exasperante, sin apenas variaciones respecto a las que les preceden.

De igual modo, el Lobo Feroz no resulta tan peligroso como pretenden hacernos creer, sino un animal fácil de domesticar (y chantajear) que muestra una actitud demasiado mansa durante gran parte de la novela. Es más, podría decirse que resulta decepcionante si consideramos las expectativas generadas al principio del libro.

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Katztenbach
La prolongación del juego entre el ratón y el gato provoca que la tensión inicial sea sustituida por el hastío, en especial, cuando somos capaces de anticipar los próximos movimientos de sus personajes. De hecho, la mayoría de las escenas guardan gran parecido con libros anteriores, como «El psicoanalista», «Juegos de ingenio» o «El profesor». Un detalle apreciable entre los seguidores de Kaztzenbach y que pone en evidencia la redundancia de su obra.

Además, la trascendencia del cuento de «Caperucita Roja» es, en realidad, mínima. Las breves menciones que se realizan son insuficientes para comprender aspectos tan importantes como la elección de las víctimas. El cuento queda relegado a un segundo plano, y el autor acaba haciendo una interpretación demasiado personal del mismo. Por consiguiente, la novela se encuentra desligada de la historia que la inspira y los árboles acaban por impedirnos ver el bosque.
En resumen, «Un final perfecto» no cumple con la promesa implícita en el titulo. John Katzenbach pretendía ser el leñador que salvaba a Caperucita, pero acaba convirtiéndose en el lobo que la devora con glotonería, sin llegar a disfrutarla.

Mari Carmen Horcas.

Titulo: Un final perfecto; 
Autor: John Katzenbach
Editorial: Ediciones B
Año de publicación: 2012
432 págs.
ISBN: 9788466652193

13 febrero, 2013

JUGANDO AL BACARRÁ


BACARRÁ

ÓSCAR URRA


Tercera entrega de Óscar Urra y su emblemático detective privado Julio Cabria. Al contrario de la lógica el autor ha elegido un nuevo modelo, un formato más continuista, es decir, mismos personajes, mismo espacio y una trama que enlaza con los anteriores títulos de la saga. Ahora me preguntó si continuará con sucesivas entregas o Urra da por terminada la trilogía.
El listón se ha ido elevando en las obras anteriores y Bacarrá aún lo eleva un poquito más, aquí la prosa de Urra deslumbra, luce como nunca y sobre todo se nota ese poso de madurez y de saber hacer que dan tener dos novelas a las espaldas. Ya no sorprende el autor y ahora lo que nos muestra tiene momentos de auténtica delicia, como el primer capítulo, una obra de arte.

De todas formas a lo largo de la novela se van mostrando buena parte de su fino sentido literario:
“Los dados no tienen ni tendrán la gracia de las cartas, meditaba Cabria esquivando turistas borrachos por la Cava Baja a las tantas de la madrugada, de retorno a su morada. Los dados son veloces, atolondrados y dependen de la suerte o de la trampa, como un pícaro del Siglo de Oro, mientras que el naipe es espiritual, volátil y traicionero, como un personaje de Shakespeare, aunque ambos hagan un ruido delicioso sobre el tapete; unos, a cráneos dulcemente entrechocados; otros, a resuello cercenado. En la mano, la carta es fría y el dado cálido. El dado va desnudo y hay que cubrirle; la carta va vestida, y hay que desnudarla. Al caer, el dado se hace el muerto, mientras que la carta mata. El naipe es un cortesano renacentista, el dado un legionario romano; el dado es plebeyo, la carta patricia; uno es el ying, otro el yang; y así hasta el infinito, o hasta mi portal....”Pag. 61.
Entre las líneas del texto aparece, cómo no, todo el arte y la imaginería de los juegos de azar, como ha sido el ejemplo anterior y el siguiente:
“Quería ver claro de una vez y librarse de la maldición que últimamente le perseguía: ganaba casi sin querer, jugara a lo que jugara, y, como todo jugador sabe, una racha demasiado larga, buena o mala, engendra desgracias, viola la dinámica secreta de la lógica timbera, te marca ante los demás y ante uno mismo como un raro y un indeseable de los tapetes.” Pag. 91
.
En este fragmento aparece uno de los elementos que más valoro en el escritor madrileño y es su fino sentido psicológico, no se juega para ganar, al menos no siempre, se juega por el vicio de jugar e incluso, como se destaca en el fragmento, ganar siempre puede acarrear un problema, pues la suerte y la desgracia caminan de la mano, algo que es tan cierto como que ésta es una buena novela.
Otra de las características de Urra como escritor son los personajes que crea y su mundo propio. Son personas solitarias, frías, ensimismadas en su mundo con claro oscuros, en algunos con grises y en otros con negros. Trabaja muy bien el escritor ese ambiente, un tanto claustrofóbico, cerrado, tan opaco como una timba de las que acostumbra a describirnos y aunque pueda parecer que con semejante ambientación sus novelas no sean de sencillo tránsito no lo es, su mundo se abre con una facilidad que asombra y nos ofrece ese ambiente canallesco tan animoso.
En resumen un buen colofón para la trilogía, un verdadero soplo de aire fresco a la novela negra hispana y también una invitación a un mundo nocturno, variopinto, estrafalario, jugador y apostavidas que tan bien viene para los lectores. Si le sumamos una prosa contundente y de calidad ya tenemos una serie de novelas de lo más destacable. Toda una invitación a la lectura y al disfrute.


Sergio Torrijos

DATOS TÉCNICOS:

212 páginas
 ISBN: 978-84-15065-09-8
 EDITORIAL: SALTO DE PÁGINA
Fecha de publicación:  2011



11 febrero, 2013

ALICIA MARAVILLADA


LA ÚLTIMA MARAVILLA DE ALICIA

MANUEL VALERA

Ediciones Evohé, 2012

La última maravilla de Alicia, de Manuel Valera, nos trae una historia maravillosa, y hago uso de las varios sentidos que tiene este adjetivo.
Respecto al argumento, este es un poco difícil de explicar sin tener en cuenta muchos de los aspectos que conforman la historia y que, a la vez, pueden destriparla. Pero lo voy a intentar, queridos posibles lectores, para que os hagáis con él y os maravilléis tanto como yo. La última maravilla de Alicia nos cuenta la historia de Isaías, un joven —al parecer poeta— que se encuentra un poco perdido en cuanto a su vida. En un viaje en tren (así es como empieza la novela) tiene un encuentro fortuito con una extraña y cautivadora muchacha que se llama Alicia y dice ser, nada más y nada menos, la Alicia de Lewis Carroll. A partir de entonces, Isaías vivirá la vida desde una perspectiva distinta.
He de decir que no conocía a Manuel Valera pero me ha encandilado. Su forma de contar es bellísima y cada una de las páginas de esta historia —o cuento, si queréis— está impregnada de magia: la magia que desprende Alicia, la de los personajes y referencias a Lewis Carroll, la del encuentro y desencuentro, la magia maravillosa del amor y de la búsqueda. Y es que nuestro protagonista se pasa los días desde su encuentro con Alicia buscándola. Y esa búsqueda me ha recordado mucho a la de Horacio Oliveira, el cual se vuelve loco buscando a su Maga. Y es eso también lo que le ocurre a Isaías, porque en realidad no está buscando solo a su amor, que es Alicia, o que puede no serlo, ya que es posible que exista o que esté solo en su imaginación, sino que también es la búsqueda del sentido en la vida, la búsqueda de uno mismo, la del más allá de las cosas que nos rodean.
A lo largo del cuento van apareciendo personajes de Alicia, así como otros personajes que fueron reales y que ahora se introducen en la ficción que crea Isaías —y Valera, a su vez—. Es el caso de la charla —tan amena y reveladora— que mantienen R. L.  Stevenson y nuestro querido protagonista, y de la que voy a dejar alguna huella para que disfrutéis:
“La ficción es para el hombre adulto lo que el juego para el niño: ahí es donde altera la atmósfera y la tendencia de su vida”, señala Stevenson en una de sus intervenciones.
Y en otra: “Yo sigo creyendo en la decencia última de las cosas”.
Y así, poco a poco, con una prosa poética llena de belleza, que nos hace ver las cosas desde el punto de vista de la sensibilidad de Isaías, vamos andando de la mano con él en su búsqueda por deshacerse de todo lo que en realidad no es importante, de aquello que no hace feliz, de romper con los horarios y las reglas… Isaías ansía deshacerse del miedo que tiene y desea no ser uno más de esos que se levantan a las cinco menos cuarto de la mañana para ir a trabajar.
En la segunda parte del libro presenciamos la locura —o quizá razón— a la que cae Isaías al sentir que Alicia no va a volver. Como consecuencia de sus faltas reiteradas al trabajo y de acudir a la reunión disfrazado de As de Corazones, se le convoca a un juicio (recordáis el de Lewis Carroll, ¿no?) en el que la ironía llega a su culmen y desemboca en una resolución sabia por parte del juez: por una vez, ha vencido la locura de la fantasía —pero también de la razón, de la nuestra en la intimidad y en nuestro yo interior— frente a la realidad, tan mortífera como lo ha sido siempre con Isaías.
Y una vez ha conseguido vencer a esa realidad y deshacerse del miedo, es hora de viajar al lugar que veía en sueños, donde tal vez encuentre a su Alicia. Pero eso ya os lo dejo a vosotros, lectores.
La última maravilla de Alicia es un cuento repleto de metaliteratura, magia, fantasía, poesía en cada una de sus páginas. Es una alegoría sólidamente construida sobre el acontecer diario del ser humano mojado por la rutina de reglas, creencias y actitudes que parece que se tengan que seguir. Isaías es el símbolo de aquel que —no sin miedo al principio, por supuesto— abre su mente, deja volar su imaginación y plasma su yo interior en esa realidad cotidiana.


Elena Montagud

09 febrero, 2013

LA REINA LEONOR


LEONOR DE AQUITANIA
Régine Pernoud

«Leonor, por la cólera de Dios, Reina de Inglaterra».
Realizar una reseña sobre un personaje histórico de la talla de Leonor de Aquitania nunca es tarea fácil. Pero Leonor no merecería sólo una biografía, sino muchísimas más, ya que forma parte de ese puñado de mujeres excepcionales que destacaron por no conformarse con el papel que la sociedad les otorgaba,  y en el que figuran nombres propios como Hatshepsut, Isabel la Católica, María de Molina, Teresa de Jesús, Juana de Arco, Agustina de Aragón o Marie Curie; mujeres envueltas en un halo de leyenda como el que rodeó, ya en vida, a la duquesa de Aquitania, dos veces reina, de Francia y de Inglaterra.


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Leonor de Aquitania nació a principios de la década de 1120 y, desde su infancia, se vio rodeada de un ambiente culto y cortés. Convertida, al morir su hermano, en la única heredera del vasto dominio aquitano, siempre sintió una inclinación natural por las letras y la música. Al contraer matrimonio con Luis VII, rey de Francia, Leonor entra en la Historia y, a partir de ese momento, todos sus actos y decisiones se funden con un siglo excepcional, salpicado de figuras como la de Enrique II, Tomás Becket, Bernardo de Claraval, Guillermo el Mariscal, Ricardo Corazón de León o Juan Sin Tierra. Años de religiosidad, de cruzadas, de trovadores y de poesía cortés que ella impulsará en gran medida, y en los que se asiste en las artes al nacimiento de un nuevo estilo, el gótico, que llegará a todos los confines del orbe cristiano y erigirá catedrales para acariciar, con los dedos del alma, la majestad de Dios.


No es posible leer la biografía de Leonor de Aquitania sin caer preso de su personalidad arrolladora. Lejos de los cánones medievales de la mujer, la reina de Francia marcha con su marido a Jerusalén en plena cruzada; impulsa la nulidad de su casamiento para contraer matrimonio con Enrique II; es madre de diez hijos (dos con Luis VII y ocho con el rey inglés); recorre sus dominios con admirable tesón; se convierte en fuente de inspiración del amor cortés; subleva a sus propios hijos contra su padre e, incluso, encabeza una carta dirigida al mismísimo Papa de la siguiente manera: «Leonor, por la cólera de Dios, Reina de Inglaterra». Una mujer que, desgarrada por el dolor de ver a su hijo predilecto prisionero, se atreve a reprochar el comportamiento al propio Celestino III: «Los reyes y príncipes de la Tierra han conspirado contra mi hijo; lejos del Señor se le tiene en cadenas, mientras otros saquean sus tierras; se le sujeta mientras otros le flagelan. Y durante todo este tiempo la espada de San Pedro permanece en su vaina».



Régine Pernoud (Châteaux Chinon, 1909- París, 1998), medievalista rigurosa y narradora de excepción, se embarcó hace cuarenta años en una empresa nada sencilla: acabar con los mitos, leyendas y fábulas que acompañaron a la reina Leonor, no sólo durante su vida sino también tras su muerte. Para la historiadora francesa y doctora en Letras no sería un hecho aislado, ya que hizo de la lucha contra los prejuicios su leitmotiv, como dejaría patente en el brillante ensayo Para acabar con la Edad Media, publicado por la editorial Medievalia y cuyo rotundo título avanza el propósito de la autora, que no es otro que el de alumbrar la oscuridad medieval y desmontar de un plumazo la creencia generalizada de que el Medievo encarna, mejor que ninguna otra época, la ignorancia, el embrutecimiento y el subdesarrollo. En este caso ha sido Acantilado la encargada de traer al mercado español una reedición de esta estupenda biografía publicada por primera vez en 1969, fecha que, curiosamente, no se indica en el libro, pero que no constituye un olvido involuntario de la editorial como ya ha demostrado en otras de sus publicaciones. No es ésto lo único a destacar en las siempre impecables ediciones de Acantilado: en este caso encontramos también un par de erratas en los árboles genealógicos que ilustran el texto, y en los que se menciona a la esposa de Alfonso VIII de Castilla como nieta en vez de hija de Leonor, y a San Luis, rey de Francia, como Luis VIII en vez de Luis IX.


Con una figura histórica de la magnitud de Leonor –o Aliénor, como se la conoce en la historiografía francesa-, es fácil caer en la tentación de la hagiografía. Sin embargo, Pernoud levanta una muralla que mantiene alejados sentimentalismos, sensiblerías, leyendas y cuentos románticos trasnochados para construir una imagen sólida y bien documentada de una mujer con una fuerza y un empuje excepcionales, dotando al ensayo de amenidad sin perder un ápice de rigor. Esta medievalista francesa que, como Leonor, rompió moldes en una época en la que la investigación científica era terreno casi exclusivo del sexo masculino, acerca al lector la figura de la reina de Inglaterra cuidando hasta el más mínimo detalle. Los capítulos de esta biografía, tan apasionante que se lee como una novela, están intitulados con elegancia y evocación, arrancan con unas bellas estrofas de amor cortés de Bertrand de Born, de Bernart de Ventardorn o de Peire Vidal, y su prosa es tan elegante, delicada y embaucadora que al acabar un capítulo no se puede evitar devorar el siguiente con fruición. La abundancia de anécdotas, el desfile de personajes, la vida cotidiana en la corte, las intrigas políticas, las guerras intestinas o los conflictos entre Iglesia y Estado transmiten la pasión de la autora y contagian su fascinación por un siglo deslumbrante y rebosante de Historia con mayúsculas.

Pilar Moreno Monteverde

Datos libro:

Régine Pernoud

LEONOR DE AQUITANIA
Acantilado 2009

336 páginas.

07 febrero, 2013

AMÉRICAN WAY OF LIFE


Historias de un gran país

Bill Bryson



Bill Bryson es un periodista norteamericano que tras vivir durante cerca de veinte años en Gran Bretaña, casarse con una inglesa y tener hijos, decide volver a su hogar americano arrastrando a su familia. Al poco de instalarse en New Hampshire recibe la propuesta de un semanario británico de escribir un artículo semanal en el que relate la experiencia de un americano que redescubre su país y los contrastes que advierte en relación a su vida en el Reino Unido.
Pese a sus recelos iniciales, Bryson se lanza con decisión y entusiasmo a la nueva tarea que le permite explorar y estudiar los más diversos aspectos de la vida americana ofreciendo un artículo semanal durante un año y medio a sus lectores británicos en un tono desenfadado e irónico. Historias de un gran país lleva por subtítulo Viaje al american way of life lo que describe con mayor precisión su contenido: un año y medio de artículos junto a una breve introducción explicativa del origen del libro.

Como es de prever, desfilan por estos artículos todos los tópicos comunes sobre la vida americana: la superabundancia de comida y la obesidad, el apego por el cumplimiento de las normas por ridículas que puedan resultar, la creciente invasión de la publicidad, la cultura de la reclamación, la total ignorancia sobre cualquier asunto ajeno a los Estados Unidos (sea en materia de arte, historia, geografía, …). Pero también, Bryson nos regala emotivas instantáneas de una mentalidad tan tremendamente positiva y confiada (conviene destacar que se trata de artículos escritos con anterioridad al 11-S) que rayan en la simpleza.
Del mosaico de artículos se obtiene una imagen fidedigna y creíble de unos Estados Unidos alejados del tópico hollywoodiense. Asentado en uno de los estados con mayor riqueza forestal, Bryson entona una extraordinaria alabanza del tesoro natural de su entorno. Bosques interminables, capaces de tragarse restos de pequeños pueblos abandonados, e incluso aviones que se estrellan sin ser localizados hasta pasados varios meses pese a la utilización de las más modernas técnicas de exploración mediante satélite. Sorprendentemente, Bryson señala que esta enorme extensión boscosa es reciente ya que apenas hace 60 años la mayor parte de la superficie hoy cubierta estaba destinada al cultivo. Un buen ejemplo a seguir.
Esa inmensa naturaleza casa con las dimensiones propias de los Estados Unidos. Las distancias entre puntos que se consideran próximos asustarían a un europeo medio. Un día de playa en la cercana costa puede suponer un viaje de más de cinco horas por trayecto. Sin embargo, Bryson echa de menos el viejo encanto de las carreteras americanas y su panoplia de atracciones inverosímiles, típicas a mediados de los años cincuenta. Según asegura, las distancias se hacían más llevaderas gracias a carteles que advertían de la presencia de extraños fenómenos como la piedra atómica, un campo de gravedad, una casa construida con latas de cerveza a un paso de la carretera principal (para ser más exacto, a unos doscientos kilómetros de la misma) y que, inevitablemente causaban una desoladora decepción al ser contemplados, decepción que desaparecía de inmediato al ser sorprendidos por un nuevo cartel que anticipaba la cercana presencia de la huella de dinosaurio más grande del estado de Arizona.

Son muchas las cosas que han cambiado desde los tiempos de juventud de Bryson. Los moteles son un buen ejemplo. A finales de los años cincuenta y primeros sesenta, todos los cruces de caminos, pequeñas poblaciones y áreas de servicio contaban con sus correspondientes moteles, cada uno con sus propias características diferenciales. Sus dueños eran familias que ofrecían un trato cercano y personal a sus huéspedes supliendo las carencias de unas habitaciones no demasiado elegantes o limpias. El tiempo ha borrado estos establecimientos de los mapas americanos, sustituidos por unas pocas cadenas que ofrecen moteles estandarizados e impersonales de modo que, en cualquier estado de la Unión, uno puede alojarse en uno de estos establecimientos conociendo de antemano el mobiliario de la habitación y el contenido del buffet libre para el desayuno.
Esta tendencia a favorecer lo previsible parece haber traído consigo (¿o será más bien al revés?) la desconfianza ante lo diferente. Acostarte en una habitación exactamente igual en Nebraska que en Ohio, ver los mismos canales de televisión, desayunar los mismos ingredientes en Colorado que en California, no sentir ni valorar el “riesgo” (relativo, es cierto) de una experiencia algo diferente. Este desasosiego por lo desconocido ha llevado, señala Bryson, a que las miles de variedades de chocolatinas americanas carezcan de auténtico sabor a chocolate, que los tipos de queso autóctonos se hayan acomodado a unos estándares generales que les han llevado a perder su peculiaridad.
La profusión de Starbucks o McDonald´s son otro buen ejemplo de la homogeneización creciente de la vida americana (uniformidad que inevitablemente parece adueñarse también de nuestras ciudades). Bryson comenta entristecido a uno de sus amables vecinos que la apertura de un McDonald´s enfrente de un coqueto restaurante familiar próximo a su casa ha llevado al cierre del restaurante perdiendo la última oportunidad de cenar de una manera decente en el entorno, a lo que el vecino contesta indiferente que le parece normal ya que lo bueno del McDonald´s es que siempre sabes lo que vas a comer antes de entrar.

Como ya he señalado, muchas de las referencias de Bryson acaban por ser un triste anticipo de las tendencias que hoy vemos a nuestro alrededor. La cultura de la reclamación (injustificada, se entiende) por el mero hecho de tentar la suerte y obtener una improbable (y en muchos casos improcedente indemnización), la complicación creciente de los trámites de embarque por las medidas de seguridad totalmente ajenas a lo que representa realmente nuestra seguridad, etc. Bryson denuncia la política de las empresas de recortar servicios a los usuarios justificando dichas medidas precisamente con la disculpa de que se trata de “ofrecer un mejor servicio”.
Pero gran parte del encanto de estos artículos no reside tanto en el aspecto antropológico que parece deducirse de ellos. En la mayoría de los casos, las reflexiones nacen de la narración de anécdotas en las que el propio Bryson es el desgraciado y torpe protagonista. Así, le vemos perdido sobre un trineo motorizado totalmente incapaz de evitar chocar repetidamente contra todo árbol que crezca a menos de trescientos metros a su alrededor, derramando refrescos sobre una monja en un vuelo terrible (especialmente para la monja), sufriendo los horrores de la dieta que su mujer le impone prohibiéndole la mantequilla de cacahuete o su feliz (sólo al principio) encuentro con la trituradora de basuras, ese invento tan americano y cuya peligrosidad en manos de un desastrado Bryson la convierte en un arma de destrucción masiva.
Asistimos a excursiones familiares en las que sus hijos muestran mejor sentido de la orientación o le vemos atiborrar el carro de la compra del supermercado con treinta variedades diferentes de cereales que su mujer le obligará a desayunar hasta el último copo como expiación por su delito de atentar contra los alimentos frescos que tan trabajosamente logra encontrar en el pequeño rincón en el que están confinadas esos extraños y “peligrosos” vegetales tan desconocidos para un americano medio, más afín a los precocinados y congelados.
La ironía que desborda todos los artículos es otro elemento que le acarrea numerosos problemas en su vida cotidiana. Y no es que los americanos no sean divertidos, simplemente es que carecen de sentido del humor. Bryson (quizá contagiado por el “humor inglés”) responde al funcionario de aduanas que le pregunta “¿Verduras o fruta?” con un “gracias, agente, me vendrían bien unas zanahorias” para descubrir que estos amables funcionarios son incapaces de advertir siquiera esta leve ironía. Bryson, desconcierta a uno de sus vecinos que lleva un árbol en la vaca de su coche, preguntándole si pretende camuflar su vehículo, a lo que el honrado ciudadano, tras un leve bloqueo, responde con una profusa explicación sobre el motivo por el que lleva atado el árbol.
Humor, bastante información para satisfacer al curioso, anticipación de corrientes, estilo ameno y familiar que admite un hueco para la reflexión. Bryson se escapa del uniformismo que denuncia y cada uno de los artículos abre una nueva perspectiva. Sus títulos son un buen ejemplo (Los misterios de la Navidad, Esos aburridos extranjeros, Por qué nadie camina, Al aire cubierto, En la barbería, Imposibilidad de comunicación, Perdido en el cine, Dónde está Escocia y otros consejos de utilidad, La mejor celebración americana, La vida deportiva y así hasta setenta y ocho artículos).

GWW


Datos del libro
  • 15.0x23.0cm.
  • Nº de páginas: 352 págs.
  • Editorial: PENINSULA
  • Lengua: ESPAÑOL
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • ISBN: 9788483074831
  • Año edición: 2002
  • Plaza de edición: BARCELONA


¡Sálvese quien pueda! - Andrés Oppenheimer

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