05 febrero, 2013

TRILOGÍA POLACA


A SANGRE Y FUEGO (Trilogía polaca I) 

 Henryk Sienkiewicz

Acción a raudales, romance y vuelcos dramáticos, celebración de la amistad y la camaradería, asedios y batallas en campo abierto, lances de honor, un trasfondo histórico llamativo, un aire de epopeya y la dosis precisa de humor. Estos son algunos de los ingredientes que hacen de A sangre y fuego, obra del escritor polaco Henryk Sienkiewicz, una lectura exuberante, irresistible, comparable en este sentido a las más inspiradoras lecturas de juventud. La novela es la primera parte de un ciclo narrativo conocido como “Trilogía polaca”, originalmente publicada entre 1884 y 1888 y completada por las novelas El diluvio y Un héroe polaco. Su autor, nacido en 1846 y fallecido en 1916, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1905, en la actualidad es conocido sobre todo por su novela Quo vadis, varias veces llevada al cine. Escritor prolífico y de inmensa popularidad internacional en su tiempo, fue también periodista y un activo promotor de la causa polaca.

Concebida en días en que Polonia se hallaba desmembrada y carecía de existencia como estado soberano, la trilogía obedecía al propósito de enardecer en los polacos el ansia de independencia, evocando una etapa difícil pero gloriosa de su historia nacional; una época en que el estatus del país era el de una potencia de primera categoría en la Europa oriental, capaz de resistir con éxito las embestidas de sus numerosos enemigos. Pertenece, pues, a la estirpe de los relatos patrióticos fundacionales, propiciadora en su caso del orgullo nacional polaco. A sangre y fuego fue tempranamente traducida al inglés y otros idiomas occidentales, cosa extraordinaria para una tradición literaria periférica, y no es aventurado suponer que la novela –junto con sus hermanas de la mentada trilogía- tuviera parte en la simpatía internacional por la causa polaca. Trascendido este contexto, lo que queda es una novela de sofisticación modesta pero bien llevada, amena y emocionante.

El ciclo está ambientado en una época particularmente convulsa de la historia polaca, el siglo XVII, cuando la denominada República de las Dos Naciones, un vasto estado que aglutinaba el Reino de Polonia y el Gran Ducado de Lituania y cuyo apogeo se verificó en las primeras décadas de dicha centuria, enfrentó una serie de amenazas desde dentro y fuera de sus fronteras. La primera de ellas fue la sublevación cosaca de 1648 en la provincia ucraniana, liderada por Bogdán Mielniski, atamán o comandante de las tropas cosacas que contó con el apoyo del Khan de Crimea y su temible caballería tártara; en esencia, una insurrección de soldados y campesinos contra la dominación polaca, de la que el Khan esperaba sacar tajada. (Cabe apuntar que las armas de la doble República incorporaban numerosos regimientos cosacos, buena parte de los cuales permanecieron leales al reino y combatieron contra los sublevados.) Esta es, justamente, la base histórica en que se sustenta la trama de A sangre y fuego, cuyo clímax lo representa el asedio a la ciudad fortificada de Zbaraj (1649). En las décadas siguientes sobrevendrán sendos ataques por parte de suecos y turcos, tema de las dos novelas siguientes.

Nada de sorprendente, la galería de personajes es predominantemente masculina. Desde ya se puede decir que la construcción de caracteres no es el punto más alto de la novela, pero este es un aspecto que en obras del género suele estar subordinado al entramado de los acontecimientos y el despliegue de la acción. También es cierto que los de A sangre y fuego cumplen sobradamente con las exigencias narrativas y en general resultan bastante simpáticos. Tenemos al protagonista, Juan Kretuski (es una pena que en la edición de Ciudadela Libros los nombres de pila aparezcan traducidos), teniente de húsares de noble cuna y viril estampa; dechado de virtudes marciales, es quien lleva a cabo las misiones más arriesgadas y el que nunca flaquea ante el enemigo. Favorito del príncipe Visnovieski, personaje histórico que defiende de la rebelión a la República (seguramente, muy idealizado por Sienkiewicz), en ambos se puede ver la encarnación del arquetipo de héroe con que el autor esperaba inspirar al pueblo polaco. Conforme a este parámetro, Kretuski es un soldado y un patriota cabal: consumido por el dolor a causa de los peligros que se ciernen sobre su amada, antepone empero sus obligaciones para con la patria amenazada y solo se lanza a la busca de Elena cuando aquellas lo liberan –apenas por instantes-. La guerra es su elemento y la defensa del honor patrio su causa suprema.

A Kretuski lo secundan Miguel Volodiovski, gallardo oficial y espadachín sin igual que languidece cuando no tiene ocasión de combatir (será el protagonista de Un héroe polaco); Longinos Podbipieta, hidalgo lituano de altura y fuerza desproporcionadas: es un casto varón y un espíritu simple, también un formidable guerrero que causa estragos con su descomunal espada de cruzado –herencia de sus antepasados-; y Zagloba, el tuerto, barbado y entrañable Zagloba: sin duda alguna, el más carismático de los personajes de la novela. Parlotero, bromista, tarambana y fanfarrón, fecundo en embustes y en ardides, Zagloba es un hidalgo ruteno entrado en años y en carnes pero todavía fuerte como un roble, provisto además de un corazón de oro; de buenas a primeras parece un tanto cobardón y es un hecho que prefiere la astucia a la mera fuerza bruta, pero bajo el apremio de las circunstancias se transfigura en león y acomete hazañas de las que ni él mismo se creía capaz –por si fuera poco, la suerte parece estar siempre de su lado-. Gusta de alardear de sus proezas, exagerándolas y pavoneándose al extremo de resultar cómico. Es justamente este personaje el que aporta la mayor dosis de humor a la novela, y si a esto añadimos su genuino candor y su predisposición a congeniar con las gentes del pueblo llano, participando feliz en sus francachelas, es candidato seguro a granjearse las simpatías del lector. (La dosis restante de humor proviene del joven Rendian, astuto y leal sirviente de Kretuski.) Estos personajes conforman un cuarteto de amigos de los inolvidables, el que inevitablemente recuerda a los cuatro mosqueteros de Dumas.
Muchos son los personajes de la novela, y entre ellos asoman los necesarios antagonistas. Está ciertamente Mielniski, líder histórico de la rebelión, retratado como un hombre valiente y ducho en artimañas; visto con distancia, no desmerece gran cosa frente a un Visnovieski pues parece el denodado paladín de una causa no menos patriótica que la de los polacos. Pero quien destaca sobre todos es el cosaco Bohun, hijo predilecto de la estepa; jefe militar de complexión hercúlea, célebre por su audacia y sus hazañas legendarias, su sola mención suscita temor no solo entre los polacos sino también entre tártaros y turcos. Viene a ser el rival de amores de Kretuski, aunque su origen oscuro y su carácter sombrío y turbulento lo tornen odioso a los ojos de la bella en cuestión, la princesa Elena Kurzevik. Y ya que estamos, es el turno de los personajes femeninos. Como en tantos otros casos, incluso tratándose de escritores mejores que Sienkiewicz, la imaginación del polaco se muestra limitada al momento de moldear sus personajes femeninos, contentándose con los estereotipos. Cuando no es una hermosísima y dulce doncella, encima huérfana –Elena-, la que interviene es una bruja malvada –tanto si es una avinagrada patricia, tía de Elena, como si es una hechicera de veras, cómplice de las maniobras de Bohun-, o bien la chica coqueta pero honesta en el fondo –Anita, damisela polaca de la que se enamora Podbipieta-. Sometidos a motivos característicos de la literatura de acción y de empaque épico –la rivalidad entre amantes, el rapto de la mujer, el reencuentro feliz-, los asuntos amorosos rezuman pureza y castidad. La fórmula está cantada: del encuentro inicial entre Elena y Kretuski, la desvalida joven de belleza prodigiosa y el apuesto caballero, solo podía surgir un amor espontáneo. Pero no es con los parámetros del siglo XXI que se debe apreciar la novela, obviamente, y la verdad es que no cuesta hacerse cómplice de escenas pletóricas de ingenuidad.
Sin ánimo de exagerar su valor, cabe afirmar que la de A sangre y fuego es una narrativa tan sobria como vigorosa, si acaso tópica en sus motivos, pero de lectura gozosa. No es poco decir.

Rodrigo

Henryk Sienkiewicz, A sangre y fuego
Ciudadela Libros, 
Madrid, 2007. 
421 pp.

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